Myriam Pelazas

Escrachados

(penelope902000@yahoo.com.ar)

En el guión de los nuevos días, la memoria comenzó a ser la invitada especial. Porque a través de algunos de sus actos se cuecen fuertes políticas de acción contra el inmovilismo. De eso se tratan los escraches, de sacar a la luz lo ominoso, de evidenciar cuestiones tapadas para la mayor parte de la sociedad.
Michel Foucault, en Vigilar y Castigar observa distintas aristas del fenómeno penal y carcelario. Parte de que el castigo es una función social compleja y por ello se explaya acerca de su economía en los siglos XVIII y XIX descerrojando las grandes transformaciones institucionales verificadas entonces. En ese momento se da cierto corrimiento en el arte de castigar: los dolores empiezan a ser menos visibles. El cuerpo, dice Foucault, ha dejado de funcionar "como blanco mayor de la represión penal". "El ceremonial de la pena tiende a entrar en la sombra, para no ser ya más que un acto de procedimiento o de administración (…) El castigo ha dejado poco a poco de ser teatro (…) tenderá, pues, a convertirse en la parte más oculta del proceso penal" (1).
¿Pero por qué le interesa al filósofo francés desmenuzar este proceso? Porque "los métodos punitivos no son simples consecuencias de reglas del derecho o indicadores de estructuras sociales, sino técnicas específicas del campo más general del poder". Tienen que ver, entonces, con la política.

Escraches

En 1995, los chicos de la organización H.I.J.O.S., a través de su Comisión de Reconstrucción Histórica y Condena Moral, iniciaron su serie de escraches. Lo hicieron como acto reflejo ante algunos programas de TV que ponían al aire a sujetos como el "arrepentido" Scilingo que, vía Mariano Grondona, daba cátedra acerca de cómo lanzar a los prisioneros por los aires. Tan aéreo y lastimoso era todo que, desde abajo, una de las organizaciones de Derechos Humanos más activas planeó esta nueva forma de justicia popular, más efectiva que la Justicia institucional hoy tan caceroleada.
El escrache es un hecho político y se reivindica como tal.
"La lucha por conseguir la justicia o por desterrar la impunidad es política", manifiestan los chicos de H.I.J.O.S., y el escrache es una barrera frente a la injusticia y la impunidad.

Cuando no hay juicio ni castigo

Entonces, si la penalidad se pensó para reprimir los delitos y en parte, sólo en parte —de lo demás puede dar cuenta Foucault—, estuvo dirigida a la expiación, la reparación, la persecución individual o la asignación de responsabilidades colectivas, ¿qué se hace cuando los causantes de tantas muertes —a través de suplicios directos o de políticas económicas y sociales que conducen al mismo final— despliegan sus siniestras figuras por los espacios públicos que vedaron a sus víctimas y que ellos usufructúan a su piacere?
En este país no hubo castigos, ejemplares ni de los otros, para sujetos que han cometido crímenes de lesa humanidad. Sus delitos permanecen ocultos, olvidados o perdonados.
Asesinos que cómodamente transitan las aceras por las que todos pasamos. Pues bien: conozcámoslos. Sepamos quiénes son y juzguémoslos en tanto y en cuanto la justicia oficial actúa como Poncio Pilatos.
También, lejanamente, se conecta el escrache con el castigo pensado por los modernos del siglo XIX: no sólo señalan al esbirro y espectacularizan dicho acontecimiento como se hacía con los antiguos castigos populares, el escrache busca, además, un castigo que recaiga en el corazón.
Claro, no sabemos si esos crápulas poseen…, pero pareciera que les queda un poco de vergüenza. Por lo menos para con los vecinos que los ven sacar el perrito.

El nacimiento de los escraches


La revolución es la partera de la historia y el primer escrachado fue Jorge Magnaco, partero criminal que oficiaba como obstetra en la ESMA. En 1995, el tipo fue descubierto por una de sus víctimas mientras trabajaba en el sanatorio Mitre. La mujer se comunicó con H.I.J.O.S. que, con diligencia, emprendió su tarea de seguimiento del médico. Meses después, los chicos ganaban su primera batalla: Magnaco fue despedido y, tras constantes marchas que exigían justicia frente a su domicilio, debió mudarse. Como les sucedió a los malogrados Mariel y al pobre capitán (2), el consorcio festejó cuando el represor se fue.
Después la lista de escrachados se multiplicó y en ese asunto fue fundamental la solidaridad de los vecinos de cada barrio donde los chicos se congregaban.
Muchos de esos vecinos fueron punta de lanza en las primeras asambleas populares organizadas a fines del año pasado en los barrios de nuestra ciudad.

El rito

El escrache está poblado de voces y acciones que hablan del espanto guardado en túneles de olvido y amnistías.
No se trata de un moderno código de Hamurabi; no se arrojan piedras, ni se arrancan ojos, ni se llevan a cabo la cantidad de crueldades que desmenuza Foucault en su análisis.
La violencia popular que emerge con los escraches es poderosa, pero su poder pasa por lo simbólico. En ese sentido se acciona la bombita de témpera roja que se arroja contra las fachadas de los domicilios de los genocidas. Indica que en ese sitio habita un ser deleznable, pero no hay violencia directa sobre los cuerpos —más allá de las zancadillas a Alemann, las trompadas a Alfonsín y Asís, que por otra parte son escraches espontáneos que no tienen que ver con el trabajo y la organización que implican los escraches planeados por H.I.J.O.S.—.
Sí, una escenografía. En el espacio físico del escrache se realiza un baile que funciona como parte de un rito de celebración en el que el fin es liberar los humos contaminadores de una ciudad repleta de asesinos impunes. La calle se vuelve de los pibes, de los vecinos, de los que no comulgamos con la muerte.
Porque tras un escrache comienzan a realizarse actividades junto a la gente del barrio.
Por eso el escrache no es memoria pasiva sino una exigencia que no se agota en el acto de escrachar a tal o cual asesino. Aparece junto a una nueva noción de justicia en la que los que actúan se comprometen y logran que el barrio en el que el hecho toma cuerpo se conmueva.
Zafa de la política de la mera negociación. Crea y ejerce poder. A pesar de los escrachados.

Los escrachados se enfadan

Al principio los escrachados se escondían como avestruces, no toleraban y no entendían lo que les estaba pasando. Ahora el escrache ya se extendió tanto que son muchos los que lo padecen y distintas sus expresiones. Y los sayos para abogados del diablo comenzaron a pulular.
Ese fue el caso de opinadores como Joaquín Morales Solá y Mariano Grondona, solícitos referentes de "La Nación".
Morales Solá comparó la situación que plantearon los últimos escraches con el escenario del prenazismo y que, en consecuencia, siembra advertencias. Grondona avanza con sus palabras acerca de la tolerancia. Otros dicen que en los escraches abunda la semilla de una etapa preautoritaria en tanto se agrede a gente sola e indefensa.
Están los que hablan de anarquía y confunden sus malas lecturas de Schmidt y Hobbes sólo para que su perorata antipopular tenga bases filosóficas. Entre ellos refulge el director del nefasto diario "La Nueva Provincia", el sempiterno Massot.
Así, entre tantos opinadores pro mano dura, surgen organizaciones como los "comandos antiescrache", pibes incondicionales de Alfonsín que le hacen el aguante contra cualquiera que ose acercársele; mientras el caudillo radical no sólo se defiende a las trompadas sino que estudia leyes sancionatorias tales como la "ley escudo". En ese sentido surgen proyectos como el del legislador porteño Jorge Enríquez (Apuntes… Nº 0, p. 3).
Y así andan los escrachados, unidos por el espanto, escondiéndose bajo los pliegues de sus suntuosas alfombras. Como el polvo, como la basura.

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(1) Foucault, M., Vigilar y Castigar. Siglo XXI, Madrid, 1996, p. 16.
(2) "Mariel y el Capitán", conocida canción de Sui Generis.

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