Público, 12 de noviembre de 2023.
Decía Hannah Arendt que, a diferencia del poder, que se legitima a sí mismo, la violencia necesita justificación. Es verdad, salvo que la violencia sea tan grande, tan abiertamente destructiva, tan fuera de toda escala humana, que coincida con el máximo poder imaginable: el de Dios mismo. La violencia de Dios es, en efecto, la única que, como el poder, no necesita justificarse. Hemos visto cómo este elemento teológico opera en el discurso de Netanyahu, cuyas citas bíblicas invocan al Yahvé justo y colérico que llamó, por ejemplo, al exterminio de Amalec y sus descendientes: “Borraré la memoria de Amalec de debajo del cielo” (Éxodo 17:14), “borrarás la memoria misma de Amalec de debajo del cielo” (Deuteronomio 25:17), “ahora ve y hiere a Amalec, y destruye a hombres como a mujer, a niño como a lactante, a buey y oveja, camello y asno” (Samuel 15:1).