Alberto Martín
Elecciones made in USA
(La Garuja, enero de 2009)
Estados Unidos es un país de contradicciones. Aunque suene a frase manida y ciertamente lo es, todavía impera cierto discurso maniqueísta (sobretodo entre ciertos ámbitos de la izquierda más ortodoxa, y me atrevería a decir que es un discurso que supera a la izquierda y se instala en el imaginario colectivo europeo) que tienden a simplificar la realidad norteamericana. Sería justo decir que estos últimos ocho años de Administración Bush han hecho un flaco favor a la visión de los Estados Unidos en el resto del mundo, pero de todas formas debemos hacer el esfuerzo por intentar quitar todos esos discursos previos cargados de ideología y de poco realismo para entender la realidad de esta amalgama de realidades que han sido y son los EE.UU.
Comenzaremos con un pequeño truco de revista de divulgación; El clásico “Sabía que”, que nos servirá para darnos cuenta de lo poco que conocemos la realidad e historia de este país.
¿Sabía usted que frente a la idea extendida de que el conservadurismo es cuestión del partido republicano y el progresismo al demócrata, esto no fue siempre así?
El partido republicano apareció como el partido que primaba la idea de estado federal frente a la idea de unión de estados. Fue el partido del abolicionismo, el partido en definitiva de Lincoln. De los primeros congresistas y senadores negros, en el S XIX. Fue el partido de la intelectualidad más cercana a Europa y a las grandes universidades americanas, frente a los demócratas que se establecieron como representantes de los sectores tradicionalistas, del interior cristiano y esclavista, frente a las urbes cosmopolitas y modernas. Otro dato para desmitificar o mejor dicho para complejizar. Jeannette Rankin fue la primera mujer en ser elegida al congreso. Era una líder de distintos movimientos sociales y una luchadora pacifista. Además era republicana. Podría comentar el lector que Bush es republicano, pero perdonen, eso es tema para otro artículo, y es que todo cambia, y los republicanos cambiaron y mucho.
Sirva esto como ejemplo de las dificultades y de los prejuicios con los que nos acercamos a la realidad de los Estados Unidos, participando al final de este imaginario colectivo, que tiene buena parte de razón (no seré yo el abogado defensor de lo indefendible) pero que en muchos casos nos hace un flaco favor para conocer la realidad de un gigante como los EE.UU.
Estados unidos es el ejemplo más claro de bipartidismo que nos podemos encontrar. ¿O no? Cynthia McKinney, es negra, mujer y candidata del Partido Verde a la Presidencia de los Estados Unidos. Obtuvo el 0,73% de los votos en las pasadas elecciones. Es evidente que es una cifra irrisoria, pero acerca bastante la realidad de las elecciones en EE.UU. a nuestra realidad, (dos grandes partidos y una amalgama de pequeñas fuerzas, que en el caso de estas últimas elecciones presidenciales americanas llegaron a ser 11 opciones, y donde la izquierda, cómo en realidades más cercanas, tenía varias candidaturas) demostrando la importancia en los procesos electorales tanto en EE.UU como en el resto de democracias formales, de la financiación para obtener resultados. La cuestión es que frente al modelo, por ejemplo español, donde existe una asignación presupuestaria en base a los votos conseguidos en anteriores elecciones (sistema que prima el inmovilismo), la búsqueda privada de fondos a través de las donaciones de particulares (con topes en 2.300$ por ciudadano) se convierte en un sistema menos generador de diferencias. El sistema electoral americano también prevé la financiación publica de la campaña electoral (desde 1976), pero las cantidades resultan irrisorias, por lo que muchos candidatos de los dos grandes partidos (el primero fue G.W. Bush) suelen renunciar a esta fuente de financiación, participando sólo los partidos menores de esta financiación. ¿Sería posible aplicar este tipo de modelo de financiación a nuestro sistema electoral? Parece como mínimo más sano. Al final cuando hablamos de las ingentes cantidades de dinero que se gastan en las carreras presidenciales de los candidatos demócratas y republicanos, estamos hablando de la ingente cantidad de ciudadanos que donan dinero para llevar a su candidato a la Casa Blanca. Más allá de valoraciones éticas de lo adecuado de este montante no deberíamos olvidar que es la suma de distintas voluntades a través de una donación lo que permite al candidato ejecutar su campaña y no el erario público, que probablemente tenga otras prioridades que la de sufragar gastos electorales.
Es difícil hablar del sistema electoral americano, entre otras cosas, porque no existe un sólo sistema electoral americano. Las elecciones federales se organizan como el sumatorio de las individualidades de cada uno de los 50 estados y 1 distrito federal. Esto es en buena parte aplicable a muchas realidades de los EE.UU donde desde la suma de las individualidades se consigue el todo.
Los votantes de los 50 estados eligen el día de votaciones a sus representantes al Colegio Electoral de los EE.UU. entre otras cosas, porque el día de las elecciones, los distintos estados, aprovechan para realizar distintos referendos sobre distintas proposiciones, que en muchos casos no resultan baladí (el estado de California cuestionó a sus conciudadanos sobre el derecho de las parejas homosexuales al matrimonio, votación que ganó el no) y que a su vez son una demostración de democracia directa, que tal vez deberíamos a empezar a exigir por estas islas, donde los referendos no son un derecho constitucional sino un problema, según nuestra clase política, siempre dispuesta a negar esta posibilidad como una realidad factible.
Regresando a la cuestión puramente electoral, este Colegio es el encargado de elegir un Presidente. Esto no difiere en mucho a nuestro modelo, es decir es una elección indirecta. El pasado 4 de noviembre, los electores americanos no votaron a Obama, sino a los candidatos que habían comprometido su voto a un determinado candidato. En este caso ganaron aquellos que prometieron su voto en el Colegio Electoral Americano a Barak Obama. El sistema federalista americano permite entre otras cosas que cada uno de los estados articule su propio sistema electoral, aunque con el paso del tiempo, se han ido unificando sobre un mismo criterio, y es que el candidato electoral que gane las elecciones en un estado se lleva todo los representantes de ese estado al Colegio Electoral. Esto no resulta como mínimo complicado, sino injusto y puede propiciar que en las elecciones de 2000, el candidato más votado, Al Gore, no fuese elegido Presidente, sino G.W. Bush. Pero a mi parecer también tiene otra consecuencia perniciosa, y es que los candidatos priorizan aquellos estados con gran número de representantes en el Colegio Electoral, definiendo de esta forma una serie de estados claves para ganar, y otros estados como de segunda categoría, donde de hecho no suele haber actos de campaña del candidato a Presidente, sino de las segundas figuras, dado su escaso interés electoral.
Las elecciones presidenciales de Estados Unidos son efectivamente una amalgama de 51 elecciones separadas y simultáneas (50 estados más el Distrito de Columbia), en lugar de una sola elección nacional. Ha habido enmiendas en el Congreso de los EE.UU, con la intención de cambiar este modelo electoral por un sistema de elección directa, pero los defensores del sistema federalista americano se niegan a ningún cambio que menoscabe el peso de los estados frente al Gobierno Federal. Esto es uno de las herencias todavía vigente desde la época de la creación de los EE.UU y es que nunca ha habido la aparición de un estado que haya sido más contestado desde su propio seno, generado más rechazo, y que se haya debido más al fruto de las casualidades, que este. Esta herencia de recelo a lo federal es parte del día a día de los americanos frente a la idea más extendida, sobre todo fuera de sus fronteras, del amor desmedido por los EE.UU. de sus nacionales. Una cosa es la simbología y el patriotismo y otra cosa es el día a día, los impuestos y la toma de decisiones, donde el patriotismo ocupa un peso menor.
Pero probablemente si de algo tiene de interés hablar de las elecciones en los Estados Unidos, es hablar de la campaña en sí. No tanto de su coste, de las estrategias electorales, de los asesores…etc., sino de algo mucho más útil para nosotros. La participación ciudadana en las campañas.
Frente a la idea europea de partido con militantes, con una dirección que dirige, y con bases que ejecutan y con poca capacidad o nula de decisión (herencia de la tradición de la izquierda que se ha transmitido a todas las corrientes ideológicas), el modelo americano responde a un hecho intrínseco a la forma de pensar y actuar del americano. El absoluto respeto a la individualidad, como principio organizador de la sociedad. No existen, prácticamente, bases de los partidos. Es más una cuestión de simpatías, de ciudadanos que en el momento de la campaña se movilizan, para aupar a su candidato a la Casa Blanca. Además, uno de los principales esfuerzos que hacen estos trabajadores de base, es conseguir la inscripción en el censo de nuevos votantes (hecho fundamental en democracia), para poder participar en las elecciones. Significativamente, los demócratas son los que hacen más esfuerzo en esta línea, conocedores que desde hace años son vistos (y votados) como representantes de las minorías sociales (esto no sucede desde hace mucho tiempo y sobre todo responde más a la identificación del partido con determinados figuras del mismo que se significaron en las luchas por lo derechos civiles en contra de la línea de su partido, me refiero a J. F. Kennedy y su hermano Robert Kennedy –ambos asesinados- más que por un cambio en su ideario consciente).
Las reuniones en los garajes para armar las campañas de los distintos candidatos son un buen reflejo (algo anecdótico pero no tanto como podríamos pensar) de una campaña que tiene esa ambivalencia, donde el peso de la mega estructura del partido precisa de unas bases que se autoorganiza y que deciden libremente las líneas de actuación. Buena parte del éxito de Obama, se debe al entusiasmo que suscitó entre la ciudadanía (en gran medida jóvenes) que libremente se pasaban por las centro electorales demócratas a ver que podían hacer, más allá de la contribución económica. Sinceramente, ¿qué resulta más efectivo, qué se te acerque el político de turno a pedir tu voto o que tú vecino quiera hablar contigo sobre las próximas elecciones?
Este modelo tiene sus defectos, pero tiene sus virtudes. No quiero caer en la tentación de obviar lo de problemático que tiene un sistema que dificulta la participación de sus ciudadanos en las elecciones, a través de un censo previo, o de las dificultades para oír voces discordantes dentro de las elecciones, o del excesivo peso de los medios de comunicación (mayoritariamente a favor de Obama frente a lo que se pudiese pensar), dentro de la campaña. Pero creo que altavoces para las críticas existen y son muy potentes, entre ellos los propios americanos. Cabe recordar que no ha existido un presidente de la historia de los EE.UU como mayor rechazo y contestación social dentro de su país que Bush. Pero en este caso, creo que la experiencia americana, con todos sus defectos, podría exportar (o deberíamos importar, por lo de jugar un papel activo) determinados aspectos que podrían incidir en la mayor y profunda democratización de nuestros procesos electorales, que tampoco son la panacea.
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