Alberto Piris

Afganistán como espacio vacío
(Página Abierta, 194, julio de 2008)

            Reproducimos el prólogo de Alberto Piris del libro Afganistán como espacio vacío. El perfecto estado neocolonial del siglo XXI, de Marc W. Herold (Ed. Foca; Madrid, 2007; 316 páginas), así como los párrafos finales de la Introducción del propio autor.

            Para los interesados en esa ciencia de las relaciones humanas que es la Geopolítica, entendida como el análisis de la influencia que ejercen los factores geográficos sobre las relaciones de poder en la política internacional, el con­cepto de “espacio vacío” posee una carga de alto valor ex­plosivo. Los numerosos teóricos de esta disciplina se han esforzado siempre por mostrar el peso que tienen sobre las decisiones de política internacional cuestiones tales como las fronteras naturales, las rutas terrestres o marítimas, el control de zonas de gran importancia estratégica, el acce­so a ciertos recursos naturales y materias primas o la dis­tribución demográfica. Hay que admitir, sin embargo, que la transformación sufrida por los medios de transporte y las comunicaciones ha quitado importancia a ciertos factores geopolíticos determinantes y que la geografía no ejerce ya tanta influencia como en el tránsito del siglo XIX al XX, que fue cuando se gestó y desarrolló la nueva ciencia que tan­ta sangre ha contribuido a derramar sobre el planeta.
            Pero la geopolítica ha seguido estando presente, en tono mayor o menor, en las relaciones internacionales. De mi experiencia como profesor de Geografía Militar en la Escuela de Estado Mayor del Ejército, recuerdo que uno de los principios básicos de la geopolítica consiste en la necesidad de ocupar los espacios vacíos. Poco tiempo después, desde esa atalaya mundial que es Bruselas, tuve oca­sión de observar cómo el Gobierno argentino justificaba la invasión de las Malvinas basándose en ese mismo princi­pio. En ampulosa frase, un vicecomodoro argentino que luchó contra el Reino Unido cuando éste recuperó la so­beranía sobre el archipiélago, declaraba algún tiempo des­pués: «Esos espacios vacíos hay que ocuparlos, es un prin­cipio geopolítico que va a dar origen a toda una cosmovisión que es la defensa del interés nacional argen­tino», con lo que no hacía otra cosa que remachar algo que siempre se ha dado por sentado.
            Las soterradas y todavía irresueltas tensiones que la in­dependencia de lo que fue la América Española dejó en al­gunos de los nuevos Estados que nacieron en el siglo XIX, hacen que en Latinoamérica la geopolítica siga siendo un instrumento muy visible, al servicio de los gobiernos y de sus fuerzas armadas. Todavía en junio de 2006, el ministro de Defensa ecuatoriano explicaba que «la geopolítica se ha revitalizado en la actualidad, pues tiene una visión in­tegracionista»; insistía en que en Ecuador no «existe un concepto de espacios vacíos», dada la presencia del Go­bierno y las Fuerzas Armadas en todas las provincias del Estado. Frase que cobra todo su valor a la luz del conflicto fronterizo de Ecuador con el vecino Perú, que periódica­mente resurge cuando es utilizado con fines de política in­terior en cualquiera de ambos países. Siguiendo en Amé­rica del Sur, merece la pena constatar que en el Libro blanco de la República Argentina, aprobado en el año 2000 por el Instituto Geográfico Militar, se afirma tex­tualmente: «Los espacios vacíos son motivo de preocupa­ción para Estados como el nuestro, frente a los problemas de superpoblación en otras regiones del mundo». Otros ejemplos análogos pueden encontrarse en declaraciones de políticos bolivianos, chilenos o peruanos, como residuo de anteriores enfrentamientos librados por recursos natu­rales o por buscar una salida al mar.
            Pero la teoría de los espacios vacíos no es sólo aplica­ble a las relaciones de poder internacionales. En el ámbito de la criminología y de la persecución del delito, se es­tudia cómo la represión de la criminalidad local puede crear «espacios vacíos en el territorio nacional que favo­recen la infiltración y la instalación de las estructuras de­lincuenciales extranjeras», como se indica en un informe hecho público por el Observatorio milanés sobre la cri­minalidad organizada en el norte de Italia.
            Para redondear, siquiera brevemente, esta panorámica sobre el valor de los espacios vacíos, conviene indicar que también en la dinámica de expansión de las grandes fir­mas transnacionales tiene este concepto señalada impor­tancia, «puesto que su desarrollo significa vulnerar fronteras, ocupación de espacios vacíos o conquista de espacios ocupados por economías incapaces de resistir», como se lee en la revista uruguaya Geosur, editada por la Asociación Sudamericana de Geopolítica.
            Visto todo lo anterior, resulta de gran interés el hecho de que un profesor de la Universidad de New Hampshire (EE UU), como es Marc W. Herold, se atreva a definir a Afganistán «como un espacio vacío», añadiendo, ade­más, que se trata del «perfecto Estado neocolonial del siglo XXI». Para Herold, la función básica de Afganistán en el momento actual es la de producir un espacio vacío. En el análisis que hace de la estrategia militar estadouni­dense en ese país, muestra que se trata de sostener en la vaciedad de ese espacio, «con el mínimo coste, una reen­carnación moderna del estado tapón». Bien es verdad que pronto demuestra el fracaso de EE UU en su propósito de no gastar demasiado en ese empeño, porque el espacio afgano se «llena cada vez más con insurgentes, opio y vio­lencia, mientras se dispara el precio de la ocupación en dinero y vidas». Pero no adelantemos acontecimientos.
La tesis del autor parecería contradecir, al menos en una primera ojeada, el principio básico geopolítico arriba citado, puesto que la geopolítica pura niega la existencia de espacios vacíos per se, y recalca la obligatoriedad de ser ocupados. Según Herold, «Afganistán representa simple­mente un espacio que debe mantenerse vacío». Nada hay en ese país que se pueda comprar ni vender y el pueblo allí asentado es «tan irrelevante como el desarrollo eco­nómico del país».
            La aparente contradicción observada se deshace en cuanto se nos descubre que el espacio afgano, situado en «una región volátil de gran significado geopolítico, debe mantenerse libre de toda fuerza hostil». Hostil a EE UU, conviene sobrentender, y, por extensión, hostil al mundo occidental y a sus valores. Las razones que se aducen para ello entran, de nuevo, en la línea de la geopolítica más tradicional: «El país se sitúa en el centro de un mundo is­lámico renaciente, limítrofe con una China que se despe­reza (igual que la India), con las restantes repúblicas asiá­ticas ex soviéticas y cercano a Estados ricos en petróleo». En la mente del lector va apareciendo, casi sin esfuerzo alguno, al leer esas líneas, el usual mapa geopolítico cua­jado de círculos de poder, vectores de coalición y oposi­ción, líneas de tensión, etc., según la más tradicional usanza de las escuelas de la geopolítica clásica. Idea que se confirma al leer que «la llegada de tropas de EE UU en Afganistán en el invierno de 2001 fue una política deli­berada para establecer bases avanzadas en la confluencia de tres áreas principales: Oriente Medio, Asia Central y el sur de Asia. No sólo la zona es rica en energía, sino que también es el punto de encuentro de tres poderes emer­gentes: China, India y Rusia». Herold no contradice, pues, los principios básicos de la geopolítica fundamental, sino que los confirma con destreza.
            Digamos, pues, que el espacio vacío que para el autor es Afganistán, es un espacio que, paradójicamente, se lle­na con la oposición de EE UU a admitir en él cualquier in­fluencia hostil, con lo que se concilian entre sí la tesis del libro y la teoría geopolítica más tradicional. Esto se con­firma cuanto el autor atribuye a Afganistán la misión de constituirse también en «estado tapón (con atuendos del siglo XXI)», otro concepto muy querido por la geopolítica de siempre. Y cuando el autor afirma que ese espacio vacío puede servir para «proyectar poder e influencia», entra ya de lleno en la más absoluta ortodoxia geopolítica y des­aparece del todo la provocación que parecía surgir del he­cho de proponer un espacio geográfico que se desea vacío y sobre el que no planee ninguna ambición política, como sugeriría, a los no avisados, el título de este amplio y ex­haustivo análisis geopolítico.
            No es cosa de repetir en este prólogo lo que con mejor pluma y gran capacidad de análisis hace el autor a lo lar­go del libro que el lector está ahora abriendo. Pero sí hay que poner de relieve el interés que forzosamente tiene para los españoles la argumentación desarrollada por el profesor Herold, habida cuenta de la implicación política y militar de España en Afganistán cuando este libro sale a la luz. Cualquier ciudadano español tiene derecho a pre­guntarse: ¿qué hacen allí nuestros soldados? Porque suce­de que la OTAN ha llamado ¡a las armas! y un contin­gente militar español se despliega en territorio afgano al escribirse estas líneas y ha sufrido ya sus primeras bajas.
            Se trata –oficialmente y en primer lugar– de ayudar a reconstruir lo previamente destruido. ¿Por quién? Por las armas estadounidenses, aliadas con algunas facciones lo­cales y con apoyo de otros ejércitos, como bien se descri­be algunas páginas más adelante. Y se trata también, en segundo lugar –Bush dixit–, de instaurar allí la democracia, para que unida a la que, según se nos afirma desde Washington, está siendo establecida en Iraq, constituyan un faro de irradiación en toda la zona de Oriente Medio.
            ¿Qué democracia es ésta?, se preguntará el lector, sa­bedor de que en el año 2006, en el Afganistán regido por Hamid Karzai, presidente establecido en Kabul por la fuerza de las armas invasoras, y aplicando la legislación vigente, un ciudadano afgano pudo ser ejecutado por ab­jurar del islam y abrazar el cristianismo. Sin matar a na­die, ni robar, violar o destruir; simplemente, por cambiar de ideas religiosas. Al hacerlo, dejó de coincidir con lo que sus dirigentes exigen que piense y fue condenado a muerte. Aunque el individuo que sufrió esta desventura logró refugiarse en Italia, para huir de los fanáticos que en cualquier momento podrían ejecutar la sentencia nunca conmutada, nada de esto cambia el hecho de que un artículo de la presunta “constitución”, que rige el país liberado por Occidente del fanatismo de los talibanes, es­tablece que la apostasía se castiga con la pena de muer­te. ¡Extraña condición la de esa democracia que se quie­re establecer como faro de luz en medio del océano musulmán de la zona!
Pero Herold también responde a esta cuestión cuan­do asegura que las masas afganas son «por completo irre­levantes para el amo neocolonial interesado en dirigir un espacio vacío con el mínimo coste». ¿A qué vendría pre­ocuparse por lo que desde Occidente parecen simples minucias legales que sólo afectan a un pueblo, por defini­ción prescindible y que habita en un espacio vacío? Ésta es la clave de la cuestión. Estado y pueblo superfluos en un espacio que el ocupante desea cerrar a toda influencia externa.
            Ante este panorama, las dudas sobre la intervención española en Afganistán –y, en general, la de la OTAN– se hacen más hondas. Escribe Herold: «Constato que mi tesis será profundamente ofensiva para muchos: desde los Equipos de Reconstrucción Provinciales (PRT) [uno de los cuales corre a cargo de los soldados españoles], a los tunantes cabecillas de la misión de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en Afganistán (UNAMA), pa­sando por la comunidad de las ONG, los bienhechores varios y hasta la “izquierda tomahawk” (los intervencio­nistas humanitarios están muy bien representados en Ka­bul)» (*). Pese a la acidez de la cita, encierra una gran verdad a la que no deberían cerrar los ojos los que, poniendo en riesgo sus vidas, se encuentran en Afganistán en acto de servicio, sin conocer los motivos profundos de su misión. Y con esto, dejo al lector en manos del profesor Herold para que se los desvele, con una brillante exhibición de argumentos, datos estadísticos, hechos y análisis de la po­lítica que actúa tras ellos.

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            (*) El autor reconoce en una nota a pie de página en la Introducción de su libro la labor desinteresada y positiva de organizaciones e individuos: «Naturalmente, en medio de todo esto, algunas organizaciones (e individuos) de manera genuina intentan y consiguen mejorar la vida de la gente corriente; por ejemplo, viene a mi mente el hospital dirigido por la ONG italiana Emergency en Kabul, el maravilloso trabajo de desminado que llevan a cabo unas cuantas ONG, las campañas de vacunación administradas por Naciones Unidas, los suministros alimentarios de emergencia del Programa Mundial de Alimentos, los proyectos de Oxfam, BRAC, DACCAR, y RAWA, etcétera. (Nota de la Redacción).

Introducción

            Este ensayo consta de seis secciones interrelacionadas. Primero, describo el preludio de la actual tragedia afgana, inaugurada por los bombardeos estadounidenses y la poste­rior invasión. En segundo lugar, documento cómo EE UU y su Estado cliente en Afganistán no tienen ningún interés en el auténtico desarrollo socioeconómico de Afganistán. La tercera sección explora la extensa economía invisible en la que la mayoría afgana acarrea una lucha diaria por la supervivencia. En el cuarto capítulo se desenmascaran las grotescas formas de seudodesarrollo en el Kabul de Karzai. En la quinta parte nos sumergimos en cómo se edifica y mercadea una ilusoria imagen de progreso y gobierno mar­ca Karzai. Concluyo con un análisis de la estrategia militar de EE UU en Afganistán, que está adaptada para proteger un “espacio vacío” con el mínimo coste, una reencarna­ción moderna del Estado tapón.
            Dejadme explicar mi uso del término “insurgencia”. No quiero implicar ningún tipo de aprobación, sino sim­plemente trasmitir que existen grupos de gente involucra­dos en la lucha armada para vencer a las tropas extranjeras y al régimen títere en Kabul. Hoy, el movimiento de resis­tencia afgana incluye a nacionalistas furiosos con la pre­sencia forastera, fundamentalistas islámicos reaccionarios, elementos de Al Qaeda, traficantes de droga, campesinos que intentan proteger sus plantaciones de opio, etcétera. La heterogeneidad del movimiento de resistencia es mayor que la de los frentes de liberación nacional de Vietnam o Argelia, los sandinistas, etcétera, y naturalmente incluye un elemento tribal y religioso más fuerte.