Alejo Gutiérrez

Los cambios en Cuba
(Página Abierta, nº 187, diciembre de 2007)

            Desde que Fidel Castro enfermó ha transcurrido ya casi año y medio y en Cuba seguimos con lo mismo.
            Sigue siendo secreto de Estado la evolución de su enfermedad. Nadie sabe su gravedad, pero ya hay mucha gente que duda de que su salud le permita escribir todos los artículos que firma, que son repetidos una y otra vez por los medios de comunicación que controla el Estado (todos).
            Sigue estando de actualidad el debate sobre los cambios en el país, y esto seguirá ocurriendo mientras el comandante en jefe siga enfermo, pues si hay alguna cosa en la que coincide todo el mundo es que los cambios importantes sólo serán posibles el día que aquel que lo ha controlado y dirigido todo en los últimos 50 años ya no pueda seguir haciéndolo.
            La vida sigue igual: siguen las guaguas a rebosar porque hay pocas; siguen las casas a rebosar porque apenas se construyen nuevas viviendas; sigues teniendo que llevarte la lejía y limpiar tú mismo la habitación del familiar enfermo en el hospital; siguen faltando unos días los huevos, otros la leche…; sigue la misma tranquilidad y alegría en la población (cuánto tenemos que aprender los países ricos del mal llamado Tercer Mundo); sigue la gente siendo consciente de todas las carencias, de que la situación no mejora y no mejorará mucho con este régimen. Pero, por otro lado, han sido muchos años de desinformación y de insistencia en todos los males que traería la vuelta de los “capitalistas”, de los “gusanos”, de los “quedados”, y se tiene miedo y se duda de si el cambio no supondría una situación aún peor de la que hay ahora.

Cambios en la sociedad


            Pero guste o no guste, los cambios se están produciendo. Cualquier turista que visitase el país hace unos años y vuelva ahora puede darse cuenta paseando por su capital de que los niños siguen jugando en las calles (no como en los países ricos), pero la mayoría ya no juega a la pelota (al béisbol, que es el deporte nacional), sino al fútbol. Y de vez en cuando puedes escuchar la música que sale de alguna casa con gente joven guaracheando, sin que haya un solo vecino que se moleste, sea la hora que sea (no como en los países ricos); pero ya no bailan casino (son o salsa), sino reguetton.
            Pero hay cambios menos visibles en la sociedad. Voy a señalar dos.
Se acentúan las diferencias. En las primeras etapas de la revolución las desigualdades sociales eran menos palpables, la población las percibía menos y esto era una de las cosas que mayor credibilidad daba al régimen. Hoy esto ha cambiado. Hay tres formas de conseguir dinero en Cuba: el que te mandan los familiares de fuera. Hay más de tres millones de personas que han salido y siguen saliendo del país en busca de una vida mejor.
            El que le robas al Estado. Unos pueden mucho, otros poco y otros nada, pero casi todos los que pueden, roban. Éste es el motivo de que haya profesiones como la de maestro que, por ser una en la que se puede robar poco, tiene poquísimos aspirantes, con el consiguiente derrumbe en la calidad de la enseñanza, mientras que muchos jóvenes aspiran a ser almaceneros (o trabajadores de turismo, hostelería, o de transporte, que son oficios más lucrativos).
            Mediante los negocios clandestinos (o sea, todos) “por la izquierda”, cuyas redes se alargan cada vez más y se forman curiosas cadenas en las que la policía es sólo otro eslabón.
            Como resultado de esta situación, en Cuba hay gente con mucho dinero, gente con suficiente dinero y mucha gente que está pasándolo mal, con unos sueldos ridículos que no cubren las necesidades, y una libreta cada vez más simbólica. Estas diferencias son bien visibles y la población es consciente de ellas.
            Los valores están cambiando. Y esto es un claro ejemplo de cómo los cambios muchas veces no son para bien, sino todo lo contrario. La situación de necesidad está extendiendo el robo, pero ya no sólo al Estado, sino a todo lo que se pueda: da igual que sea turista, vecino o familiar. Algo que tampoco pasaba hace unos pocos años. La Revolución –y esto también hay que reconocérselo– difundió unos valores positivos entre la población. Basta recordar algunos de los mensajes de los cantautores de la Nueva Trova Cubana, de compromiso, de solidaridad o, en palabras de José Martí cantadas por Pablo Milanés, de crítica de los que están “sólo a su gozo ruin y medro atento, y no al concierto universal”. Estos mensajes, con la ilusión de los primeros años, calaron en la población; pero hoy, con el desencanto general, se están sustituyendo por otros valores menos recomendables, como la doble moral y la tendencia al individualismo.

Cambios en el Gobierno


            El que mejor conoce la situación del país es el propio Estado. Los servicios de información no han dejado nunca de funcionar, y mucho, y aunque los cambios son necesarios, cualquiera es consciente de que la economía está colapsada y sólo se sostiene gracias al petróleo de Chávez, como en su día fue gracias a la Unión Soviética. En lo fundamental, en el país no cambia nada: sigue el mismo régimen totalitario, sin libertad de expresión, ni de asociación, ni de manifestación, ni de reunión, sin derecho a la huelga. Toda crítica está perseguida, al igual que cualquier iniciativa que no controle el Estado.
            Pero hay pequeños indicios de cambio en la actitud del Gobierno. En primer lugar, solamente nombrar la palabra cambio ya no es un tabú. El mismo Pérez Roque, ministro de Relaciones Exteriores, habla de “cambiar lo que haya que cambiar”. Y en todos los centros de trabajo se han realizado reuniones obligatorias para discutir el discurso de Raúl Castro del 26 de Julio (donde también hablaba de ciertas mejoras necesarias), en las que los cuadros del Partido (o del Sindicato) que acudían a dirigir las discusiones justificaban esas convocatorias como la forma de recoger los criterios de la población sobre los problemas y carencias más significativos y sus posibles soluciones.
            Los negocios privados son algo menos clandestinos. Hay algunos muy llamativos –que prefiero no señalar para que no parezca que doy pie a su persecución– que son totalmente ilegales, muy extendidos, muy visibles y que mueven gran cantidad de dinero. Pero lo que más abundan son los pequeños negocios de subsistencia de la población. En ambos casos parece que hay una cierta permisibilidad por parte del Estado, que de sobra los conoce, y aunque todo el mundo es consciente de que de vez en cuando cortan el grifo –como ocurrió no hace mucho con los pisteros (trabajadores de las gasolineras), los cuales en una noche, y sin previo aviso, fueron recolocados en otros puestos de trabajo–, parece que el Gobierno tiene más en cuenta que la situación no es fácil y la gente tiene que buscarse la vida, “resolver”.
            Hay también una cierta disminución de la represión de la oposición, que aunque muy minoritaria también existe. Y si antes, por ir a una manifestación en contra del Gobierno, podías acabar con varios años de cárcel, ahora hay veces que sólo te cuesta unos días de prisión. También ha sido significativo cómo se ha zanjado el famoso debate por Internet de los intelectuales que protestaban por la aparición en televisión de viejos represores: con un acto público cuyo fin expreso fue dar por zanjado el asunto, sin que hubiese vencedores ni vencidos. Algo también novedoso.
            Hablando con militantes de base del Partido es fácil encontrarse con muchos de ellos que defienden la conveniencia de cambios económicos, que el Estado ni puede ni debe controlarlo todo. Sin embargo, suelen ser muchísimo menos sensibles a la necesidad de mayor democracia. No sienten la carencia de libertad porque siguen pensando que los que no opinan como ellos son muy pocos y son “gusanos”. Esto llevaría, si la dirección del Partido compartiese esas ideas, a que se inclinarían por unos cambios con ciertos parecidos a los de China.
            Estos indicios de transformaciones ¿se consolidarán o habrá, como otras veces, una vuelta atrás?, ¿son el inicio de unos cambios mayores que se desarrollarán el día que no esté el dictador?, ¿tienen un modelo a seguir?, ¿son pequeños cambios para que todo siga igual? Nadie sabe cuál es la voluntad de los dirigentes, y menos se puede saber qué pasará en un futuro inmediato.
            Ojalá, por el bien de la población, que haya cambios y que lo sean en un sentido positivo (de mayor democracia, mayor libertad y de desarrollo de la sociedad civil), cosa que, dado los tiempos que corren por todo el mundo, no es nada fácil.