Ángel Altuna Urcelay

Ahora debemos explicar a nuestros hijos
por qué mataron a sus abuelos

Entrevista de Miguel Pérez
(El Correo y El Diario Vasco, 11 de diciembre de 2006)


            Psicólogo y víctima del terrorismo, coautor de una guía para orientar a los primeros 'nietos del terrorismo', dice que ETA «se ha vuelto un problema de ciclo vital, que nos acompaña a nosotros y a quienes nos suceden».
            Ángel Altuna (Vitoria, 1963) iba para filósofo. A los 17 años, en 1980, una bala terminó con la vida de su padre, Basilio, una de las 46 personas asesinadas por ETA en Álava. El crimen impulsó a Ángel a estudiar psicología y dedicar buena parte de su profesión a ayudar a quienes, como él, son víctimas de la violencia etarra. En esta entrevista menciona un fenómeno incipiente: los 'nietos del terrorismo', niños que empiezan a preguntar a sus padres «por qué mataron al abuelo». Miembro de Covite, Altuna pide, por principio ético, que no se desvele la profesión de su progenitor: «Ya hemos vivido mucho tiempo estigmatizados por la idea de que nuestros parientes fueron asesinados porque tenían éste o aquel trabajo».

-Uno de sus hermanos, en un texto publicado en Internet, se refiere al asesinato de su padre, cuando él tenía diez años, con las siguientes palabras: «No quise verte muerto, ni quise verte en la capilla ardiente, te quería ver vivo». Un sentimiento desgarrador para un niño

-Sí, y le entiendo perfectamente. Cuando ocurre un hecho así, y más en la infancia, te quieres agarrar a la vida. ¿Cuántas víctimas hemos soñado a los pocos días del atentado que todo había sido un sueño? Es una experiencia muy común. Al despertar disfrutas de una sensación de alivio porque crees que el crimen ha sido una pesadilla, y luego sobreviene el golpe de la verdad. Mantienes una lucha constante por tratar de rebobinar el reloj y situarte en el momento anterior al crimen.

-¿Es difícil de metabolizar?

-A veces se nos olvida que esa es otra injusticia de los asesinos: no sólo han usurpado al ausente, sino que han cercenado por la mitad y con cicatrices habitualmente difíciles de resolver las vidas de niños, de mujeres, de familias enteras.

-En otra parte del diario, su hermano describe cómo se despidió de su padre antes del mortal atentado: «En vez de darte un beso, yo te disparé con una pistola de juguete, tú te hiciste el muerto. Quién iba a pensar que aquel juego se iba a convertir en realidad». ¿Cómo se supera el sufrimiento del recuerdo de los detalles?

-Con gran dificultad. Sí, me acuerdo de aquel gesto de mi padre, echándose hacia atrás En numerosas ocasiones las víctimas se han sentido culpables de lo que hicieron o de lo que no hicieron; viudas que sufren porque no arrastraron a sus maridos fuera del País Vasco Es realmente un proceso muy duro y una constante que luego se repite en el proceso de reconstrucción de tu vida. Yo, por ejemplo, había quedado con mi padre ese día y no fui. He convivido durante años con la sensación demoledora y cruel de que podía haber hecho algo para evitar su muerte, cuando eso estaba en la voluntad del que le mató.

-Usted, junto con el catedrático Enrique Echeburúa y el psicólogo Javier Urquizu, también víctima del terrorismo, ha escrito una guía de orientación para damnificados de «segunda y tercera generación»; es decir hijos y nietos

-Desgraciadamente el terrorismo ha empapado el tejido social de modo largo y profundo. Hace tiempo varias familias ya nos mostraron una realidad: hijos de víctimas en torno a diez años de edad no conocían cómo habían muerto sus padres. A partir de ahí desarrollamos una experiencia grupal con un enfoque psicoeducativo. Debo destacar que en nuestro trabajo nos hemos basado en las buenas prácticas de numerosas familias que habían pasado por el trance de comunicar a sus hijos el motivo de la muerte de uno de sus miembros, normalmente el padre.

-¿Qué considera «buenas prácticas»?

-Experiencias y lecciones positivas que han permitido que haya adultos educados en el respeto y la tolerancia, algo muy importante en el contexto tan violento en que hemos vivido en el País Vasco. Las víctimas hemos ofrecido las capacidades más altas de la condición humana y ETA, las más bajas.

-De hecho, usted sostiene que existen generaciones de jóvenes educados en la paz y de otros instruidos en el odio

-Nunca ha habido una respuesta violenta ni de venganza ni de justicia privada por nuestra parte. Pero mientras dos generaciones de afectados por el terrorismo han sido educadas en el respeto, otras dos generaciones de jóvenes lo han sido en la intolerancia y el odio. Es algo a lo que habrá que hincar el diente.

-¿La asignatura pendiente de la paz?

-Ahora se habla mucho de educación en valores. El problema es que, ciertamente, la perduración de la violencia convierte en una labor de titanes que un educador plantee esta cuestión y los treinta años de terrorismo de ETA en una clase de bachillerato. La amenaza todavía es palpable y empapa bastante las relaciones sociales, incluso las educativas, en el País Vasco. Quizá en otros ámbitos geográficos pudiera darse esa enseñanza.

-¿Cuándo llegará el momento oportuno en Euskadi?

-No sé. Creo que intentamos correr demasiado cuando todavía atravesamos fases en las que no es posible hablar de ciertas cosas porque la presión de la amenaza terrorista continúa. Lo mismo sucede cuando se habla de reconciliación: aún hay muchas cosas pendientes. Y no hablo en términos políticos, ¿eh? Entiendo que ahora puede haber una esperanza y se intente acelerar el motor, pero a veces los atajos cortos suponen caminos más largos.

Una dinámica perversa

-Algunos expertos señalan que la perduración del terrorismo etarra durante tres décadas supone un fenómeno anómalo y nocivo en extremo por el número de afectados y su efecto intergeneracional

-Ese es el matiz novedoso. El terrorismo aquí se ha transformado en una cuestión de ciclo vital que nos acompaña a nosotros y a quienes nos suceden. Muchas personas han tenido un familiar que murió en la Guerra Civil y son damnificados de aquel conflicto. La diferencia clara con ETA y sus víctimas es que en este caso la realidad violenta todavía perdura, existe el peligro y la amenaza. Y eso provoca situaciones diferentes, específicas.

-Hablan ya de lo que pudiera denominarse 'nietos del terrorismo', la tercera generación de afectados

-Lo que sucede en estos momentos es que quienes crecieron con el asesinato de sus progenitores se han convertido en padres y sus hijos tienen que convivir con la figura de un abuelo ausente. Preguntan por la causa, hay que explicársela y nosotros, las víctimas de segunda generación, nos vemos forzados a volver atrás. Pero, además, ocurre que no se trata del abuelo que murió en la guerra, sino del que fue asesinado en una constante de terror que todavía sigue. Como verá, se trata de una dinámica muy compleja y perversa.

-Es fácil suponer que habrá bastantes familias abocadas en la actualidad a desvelar a su descendencia el asesinato de un abuelo. ¿Pero quedan hijos que todavía no saben cómo murió su padre?


-Habrá pocos que no sepan la verdad. La mayoría son ya personas crecidas.

-¿Cómo se explica la tragedia a un niño?

-La viuda o el padre presente tiene que disponer de sosiego personal para transmitir de una manera clara y no alterada que a papá le mataron unos malos. Que ha sido un hecho violento y éticamente reprobable. A partir de ahí juegas con otras claves de tranquilidad: «Estate calmado», «me preguntas lo que quieras» Los niños, por fortuna, son capaces de pasar del llanto más amargo a la alegría más explosiva.

-Aconseja que, cuanto antes lo sepan, mejor

-A partir de los diez años los amigos adquieren más importancia con lo cual existe un peligro mayor de que la información se sonsaque a través del exterior y la experiencia resulte muy frustrante.

-¿Usted se lo ha contado a su hija?

-Sí, y la pregunta llegó antes de lo que imaginaba, a los cinco años. «Ya sé que no me queréis decir cómo murió el abuelito». Ella estaba viviendo la ausencia de un abuelo y veía que nosotros evitábamos hablar del tema. Yo seguí el protocolo: tranquilidad emocional, respaldo. Esa tarde nos fuimos a comer una hamburguesa y ver una película. La clave es normalizar. La mayoría de niños no vuelve sobre el tema hasta mucho tiempo después, y de modo más normalizado.

-¿Sufre muchas pesadillas?

-Todas las víctimas del terrorismo vivimos dos veces el atentado. Una, cuando amanece y te das cuenta de que tu realidad sigue siendo la misma. Luego, soñamos mucho con lo que ha pasado. Detras de todo esto existe una situación de amplio y tremendo dolor. La cuestión es que no incapacite para desarrollar la vida.

-¿Hay que contar todo?

-No, basta con parte de la verdad. La realidad del terrorismo es tan brutal que hasta un adulto bien formado se estremece ante imágenes y relatos de atentados. Hay cosas de detalle que sobran. Y si los asesinos no están detenidos, al niño podemos ocultárselo y decirle que sí se encuentran en la cárcel. Le permite despejar el temor de que eso pueda volver a sucederle a su madre o a otro familar. Una sensación muy perturbadora, por cierto.

-«¿Por qué le mataron?»

-Es una pregunta muy de niño: ¿por qué? Siempre hay que apuntar al agresor y no al agredido, a personas malas que se atreven a quitar cobardemente la vida a los demás. Y enseñar que nadie debe tomarse la justicia por la mano. Lo que nunca puede decirse es que, claro, la víctima trabajaba aquí o allá o era ésto o aquéllo porque acabas buscando la causa por la cual tu padre se puso a tiro. Y eso es irracional.

-¿Escuchó esas frases cuando asesinaron a su padre?
 
-Hemos convivido con el 'algo habrá hecho'. Eso da idea de un tejido social podrido.

«Cuando ETA asesinó a mi padre, yo me hice violentamente adulto»


-En su investigación, Echeburúa, Urquizu y usted habrán evaluado el drama de las familias que han debido guardarse la realidad durante años y decir a sus hijos que su padre murió en un accidente
 
-Entra dentro de lo que algunos expertos han llamado la doble victimación. La cosa no termina cuando se produce el atentado. Ahí empieza un verdadero valle de dolor donde todo es muy complicado y eso ha fomentado que mucha gente decidiera marcharse. Vivir en el País Vasco es un doble dolor para la víctima que se ha quedado.

-¿Sigue siéndolo?

-Sin duda. Todos queremos ver las cosas en sentido esperanzador, de que han cambiado. Pero pasarán más de una o dos generaciones para que el trauma quede solapado.

-¿Cómo vivió el atentado contra su padre?

-Tuve que organizar su funeral. Con 17 años me hice violentamente adulto de la noche a la mañana. Recuerdo también que mis hermanos estaban fuera, era imposible contactar con ellos y hubo que localizarles a través de Radio Nacional. De mayor, me he preguntado cómo pudimos afrontarlo.

-En aquella época, los funerales eran muy solitarios

-La realidad en los años 80 pasaba por tres asesinatos cada semana. Los ciudadanos sabíamos muy bien lejos de quién teníamos que estar, para que no nos salpicara una bala o una bomba. Las víctimas tampoco hemos sido la mejor compañía porque distorsionábamos la postal del País Vasco del bienestar.

-¿Esa soledad la intuían los niños?

-Sí, pero su capacidad de adaptación es mayor. Por eso, la guía tiene un puntito de esperanza, de que es posible continuar educando a nuestros descendientes en valores positivos.

-A las víctimas se las ha tratado habitualmente como adultas. Existen pocas referencias sobre menores

-Por respeto a las propias familias, ésta ha sido una cuestión menos pública. También es verdad que, durante mucho tiempo, hemos afrontado la tragedia en absoluta soledad. La familia ha sido el único anclaje para normalizar la vida.

-¿Es crucial el colegio?

-«¿Puedo hablar de esto en clase?» La pregunta es bastante usual en los niños y una respuesta, quizá la más adecuada, es: «Mejor no». Cabe que unos chavales vean un punto débil en un compañero e incidan una y otra vez en él. En cualquier caso, la protección de un profesor siempre será eternamente agradecida por una familia atacada por el terrorismo. Todos conocemos a personas, en muchos casos anónimas, que nos protegieron.

-¿Nunca pensaron en dejar el País Vasco?

 
-Las personas estamos hechas de varios componentes. Uno puede ser el miedo, pero otros son la dignidad o la memoria, que te hacen tirar para adelante. No obstante, comprendo a quienes se han marchado. Mucha gente ha soportado lo inimaginable.