Antonio Rivera
¿Oportunidad o amenaza?
(Hika, 156 zka. 2004ko ekaina)

Uno de los aspectos más inaceptables del redactado y la filosofía de la Propuesta de Estatuto Político de la Comunidad de Euskadi es la diferenciación que establece entre la ciudadanía vasca y la española. Los ciudadanos y ciudadanas vascos y vascas están citados continuamente como sujetos de derecho y de soberanía (al igual que los ciudadanos y ciudadanas navarros y navarras y los del enclave treviñés, siempre en el supuesto de su buena intención integradora en el proyecto político-territorial que aquí se trata). En el otro lado, en España, no hay ciudadanos y ciudadanas españoles y españolas, con sus preferencias y voluntades, con su capacidad de expresión y de decisión, con sus partidos políticos y sindicatos, sus adhesiones y rechazos expresados o no al completo por éstos, sino que ellos (y ellas) quedan subsumidos en un único sujeto político: el Estado español.
Este detalle encierra una poderosa semántica, bien popularizada entre y por aquellos que tratan la cosa vasca como la confrontación entre una sufrida ciudadanía (vasca) y un imperturbable y férreo estado (español). Vamos, lo de la piel y la piedra: un juego de dicotomías y de estereotipos tan falso como un euro de madera, a la vez que tan simpático para quienes no quieren ir más lejos a la hora de pensar sobre la cosa vasca.
UNA COYUNTURA FAVORABLE… PERO MENOS. La ocasión la pintan calva para el Plan, habrá pensado más de uno a la vista de lo ocurrido en los últimos meses. Tripartito de izquierda y nacionalista en Cataluña; caída del PP; acceso al gobierno del PSOE con apoyo de nacionalistas catalanes y gallegos y de regionalistas canarios y aragoneses; promesa de conversión del Senado en cámara territorial; compromiso de reforma de los diferentes estatutos autonómicos… La cosa de la organización territorial del país se planta como el primer asunto de la agenda del nuevo gobierno y las alianzas de gobernabilidad (en España y Cataluña) pasan inexorablemente por una buena relación con parte del nacionalismo catalán. Todo perfecto, podría parecer, pero…
La pulsión competencial que les ha entrado a casi todas las autonomías, nacionalismos y medionacionalismos del país se puede resumir en la demanda de por lo menos lo mismo que el vecino. En un crescendo de esa letanía se vería inevitablemente atrapado sin salida el nacionalismo vasco, que lo último que pretende –aunque algún político vasco siga creyendo con buscada ingenuidad que nacionalismo y federalismo beben de la misma fuente doctrinal- es una igualación en competencias, derechos y reconocimiento jurídico y político de todas y cada una de las comunidades del Estado español. Bien al contrario -hablamos de nacionalistas y no de federalistas, insisto-, el Plan es sincero desde su Preámbulo, cuando imagina su España ideal (momentáneamente, por supuesto) en términos de “estado compuesto, plurinacional y asimétrico” (la cursiva es mía).
Así, y frente a lo que pudiera parecer, el nacionalismo vasco no gana tanto mezclándose y confundiéndose en el debate general español. Y de no incorporarse al mismo, se le verá excesiva la patita de ser tomados como (lo que siempre han pretendido) españoles de primera, lo que provocará honda exasperación entre unos tranquilos ciudadanos de la España plurinacional, metidos por unas semanas a vindicantes de sus competencias autonomistas, y que descubrirán cómo el mayor horror del nacionalismo vasco es, desde los tiempos de Espartero (incluso antes de que hubiera nacionalistas), la igualdad constitucional. En ese punto, aparecerá como más lógica la posición del nacionalismo que no participa de los procesos políticos democráticos en España, que siempre ha mantenido y mantiene una suerte de autismo respecto de lo que pase en el Estado y con sus ritmos y debates políticos. Del mismo modo, la lógica de un Estado plurinacional y asimétrico en España, que bien pudiera ser defendida por importantes sectores del PSOE, se vería obstaculizada por quienes ahora –lo pretendió hacer el PP hace unas semanas en las Cortes- harían bandera de la igualdad de trato para todos (los territorios y los ciudadanos de los territorios).
LA VENTAJA O DESVENTAJA CATALANA. La coincidencia casi general de la ciudadanía y de los políticos catalanes en pro de una reforma del Estatuto de 1979 es aun más un lugar de aprendizaje que una ocasión política para la sociedad y los políticos vascos. En el caso catalán confluyen dos factores que en el País Vasco no operan: uno, hay un acuerdo generalizado (en suma política, casi del noventa por ciento) de su sociedad para llevar a cabo reformas estatutarias; y dos, esa mayoría cuenta con el apoyo en el conjunto de España del partido gobernante, en razón en principio (pero no solo) de los compromisos y solidaridad orgánicas que establece el PSOE con el PSC (y por extensión, con los otros partidos catalanes de gobierno: ERC e IC).
En el País Vasco, la filosofía y contenidos de la demanda para un cambio de estatus –sea el Plan o cualquier otra cosa más atrevida- no cuenta con una mayoría suficiente. No es un proyecto nacional sino nacionalista, hijo del eterno problema del nacionalismo vasco desde su invención por Sabino Arana: que no pretende tanto la construcción de una nación de ciudadanos como de una nación de y para los nacionalistas. Hoy, ese asunto se resuelve por la vía de un proyecto político que estimula tanto a unos como espanta a otros, y en proporciones no sé si semejantes pero no desequilibradas. De nuevo, a falta de nación apretamos el acelerador nacionalista. Y a quien dios se la dé…
El segundo factor no es menos importante. El PNV no parece haber aprendido su experiencia en los años de la Segunda República. Si fuera HB (o como se llame), el asunto no tendría debate: desde su origen, marcan su pauta, prescinden del otro en términos de opositor con el que al final habrá que negociar y lo definen como simple enemigo a derrotar. Pero el PNV siempre ha jugado a la carta del pacto final: con la corona, con el gobierno, con el Estado… Con todo, el PNV lleva unos años prescindiendo de quién gobierna en Madrid, del que gobierna y de lo que supone llevarse con él. Con el PP, pasado el tiempo en que Don Xabier comía cordero en Aranda, nada que hablar. Pero ahora que viene el PSOE, será ocasión de echarle una pensada y concluir que es mejor tratarse y pensar en él como el cómplice con el que al final habrá que llegar a un arreglo.
Sobre esa base, y con dificultades infinitas (porque no ha de olvidarse que el PSOE es un partido español, representativo de ciudadanos españoles, soberanos y libres, que tienen por universo mental España en su conjunto), el PNV podría aspirar a tramar una relación de la que saliera un mejor recibo de sus argumentos en el conjunto del Estado. Y eso se hace civilizadamente con el concurso del que gobierna en España. Sin él se hace a tiros o provocando una crisis infinita y de incierta resolución.
Al final será el PSOE, o la izquierda española más sensible a la realidad plurinacional del país, la que tendrá que explicar y convencer al resto de ciudadanos españoles (que no a un abstracto Estado) que hay una lógica para que una mayoría de la ciudadanía vasca (cuando ésta se construya) demande un país a distintas velocidades, asimétrico, con capacidades y competencias distintas, y que eso no humilla ni hace de menos a los demás, sino que es expresión normalizada de un territorio con una voluntad de autogobierno más sólida (y responsable) que la que rige en otros sitios.
Y así podremos ir a Europa con nuestros representantes cuando hablen de nuestras siderurgias o de nuestraS vacas, o podremos analizar en términos técnicos y políticos si es factible y apropiado el romper la caja única de la Seguridad Social o el criterio uniforme de la Justicia. Vamos, como pasó en la República después de 1933, cuando el PNV se enteró por fin de que la izquierda podía ser más sensible y coincidente con parte de su programa, y que si ésta gobernaba su proyecto podría en alguna medida prosperar. De otro modo, sin consenso dentro de Euskadi y sin amigos fuera de aquí, todo es darle vueltas a la pesada y aburrida rueda que es nuestra política vasca.