Carmen Ruiz Bravo-Villasante
¿Qué Estado de Palestina habrá para Hamas?
(Página Abierta, 169, abril de 2006)

            «Luchar contra todo proyecto de entidad palestina cuyo precio fuera el reconocimiento del enemigo, la conclusión de la paz con él, unas “fronteras seguras”, la renuncia al derecho nacional y al derecho de nuestro pueblo a retornar y a autodeterminarse sobre su tierra nacional». Muchos creerán que éstas son declaraciones de Hamas (Harakat al-Muqawama al-Islamiyya = Movimiento Islámico de Resistencia) el año 2006, y se verán sorprendidos al saber que éste es el contenido literal de  uno de los puntos del programa político de la OLP (Organización para la Liberación de Palestina), en junio de 1974.
            Pero desde que la ONU ideó y aprobó en 1947 la “partición de Palestina” en dos Estados y una zona internacional, articulados entre sí, nunca ha dado marcha atrás de este proyecto, a pesar de que la población árabe de Palestina, decididamente contraria a él, no fuese consultada formalmente al respecto. Este déficit democrático ha pesado como una losa en la historia de la institución, que no ha parado hasta conseguir y forzar una especie de refrendo de las autoridades palestinas a “todas” las resoluciones de la ONU. En este sentido, aunque el actual Hamas aparenta haber recogido la antigua línea de firmeza de la OLP, una lectura un poco más pausada da cuenta de que su lenguaje acata lo sustancial –al menos lo conocido– de los pactos, en varias cuestiones fundamentales. Se habla, por ejemplo, de las fronteras del 67 (y ya no de la totalidad del territorio, ni las del 47).
            Entonces, ¿qué les queda  por gestionar en la ONU y en la llamada “comunidad internacional” a los ganadores de cualquier elección en Palestina, y en concreto, actualmente, a Hamas? Dos asuntos, sin duda. Uno es el inmenso capítulo de compensaciones económicas que se derivan de las expropiaciones y los perjuicios ocasionados por la  partición, y que no se les reembolsan. Los palestinos reclaman derechos y compensaciones, no las llamadas “ayudas”. El otro asunto tiene que ver con el Estado palestino y en qué consista. Parece evidente que la fórmula aprobada por la ONU para el conjunto era y es la de un Estado bi/tripartito sujeto a algún tipo de federación (un modelo en miniatura de dos o tres EE UU), donde cada parte tuviese su propia Autoridad (¿de ahí el nombre oficial de Autoridad Nacional Palestina?).
            Los dirigentes palestinos encabezados por Arafat imprimieron un giro de 150 grados a su trayectoria política en el largo cuarto de siglo siguiente a la publicación de su programa de 1974. Posiblemente en el final del siglo XX resultaba inevitable entrar en un proceso de capitulaciones, dadas las escasísimas fuerzas y apoyos con que los palestinos se fueron quedando. La derrota era palpable. Pero hay formas de afrontar la derrota con mayor o menor dignidad y acierto. Parece, a este respecto, que buena parte de la población palestina se consideró y se declaró engañada, y pensó que las negociaciones y, sobre todo, la firma de acuerdos secretos entraban en contradicción directa con el programa y el discurso político público de sus dirigentes y era un abuso de poder.
            A ello se sumaba, para no pocos, la amargura de ver el contraste existente entre la forma de vida de sus representantes y la de la población. Así, la forma protegida en que aquellos escaparon a la batalla y la previsible muerte, mientras el resto de la población seguía maniatada, encarcelada, bombardeada, diezmada y escarnecida sin piedad. La salida de Arafat, la dirección palestina y muchos de los combatientes palestinos, de Beirut hacia Túnez, fue televisada a todo el mundo y humilló a los palestinos en su fuero interno. Más de uno contrapondría esa imagen a la del castigo impune sufrido por un amplio grupo de ancianos líderes civiles palestinos –posiblemente insurgentes y muchos de ellos autoridades religiosas islámicas– que fueron dejados por los israelíes a la intemperie, en la nieve, en la supuesta “tierra de nadie” arrancada por ellos al Líbano meridional.
            Con elecciones generales en Palestina en los años ochenta, noventa o 2000, los diversos responsables del gran cambio de ruta y de su hoja quizá habrían tenido que dejar paso a otros dirigentes, a la vista de los resultados que hubieran obtenido entonces en las urnas. Y parte de esto es lo que se está produciendo en la actualidad, con un cuarto de siglo de retraso. Porque las  alternativas de entonces llevan esperando y acumulándose más de venticinco años, lo cual desvirtúa el sentido inmediato de las votaciones, y les da una dimensión más dilatada en el tiempo.
            Si las condiciones de vida en la Palestina de hoy fueran mínimamente normales, lo que Hamas podría mostrar, a este respecto, es si el “sub-Estado” (dentro del Estado conjunto) árabe palestino estaría gobernado por una auténtica Asamblea nacional palestina o si dicho órgano sería una especie de Consejo islámico palestino. Esto último supondría un retroceso respecto al ideario nacional palestino defendido a lo largo del siglo XX. En el primer caso, intentará incorporar a su equipo de Gobierno a algún sector no confesional o, al menos, dejar abierta la posibilidad y referirse a ella francamente. Por cierto, que en Israel se viene afrontando una cuestión similar. El diputado árabe israelí Azmi Bishara ha denunciado y analizado los rasgos del Consejo judío israelí que toma la Knesset [Parlamento], y la militarización del Estado. El terrorismo practicado e inducido por la ocupación militar israelí (Yenín...), las réplicas de elementos palestinos, y la ausencia de Fuerzas Armadas regulares palestinas, colocan la cuestión militar en un mismo primer plano que el político.
            Pero como las condiciones de vida en Palestina son absolutamente inaceptables, cualquier análisis o reflexión política nos lleva a exigir que nuestras autoridades denuncien y contribuyan a detener la crueldad de los responsables israelíes, esos que castigan con el hambre al censo electoral de Gaza y vulneran violentamente y con total chulería el sistema judicial palestino en Jericó.