Carmelo Ruiz Marrero
Enron, WorldCom y Arthur Andersen:
conflictos de intereses
(Masiosare)
El escándalo del fraude contable de WorldCom desplomó los mercados bursátiles internacionales la semana pasada. La compañía telefónica estadounidense destronó a Enron de su dudoso sitio de honor como el mayor fraude corporativo en la historia del vecino país del norte.
La historia de WorldCom se parece demasiado a la del gigante energético: contadores cómplices que certifican las "buenas finanzas" de la empresa y políticos que reciben de estas trasnacionales exorbitantes sumas para sus campañas electorales.
El espectacular derrumbe de Enron el año pasado fue la mayor quiebra corporativa en la historia de Estados Unidos, y también el fraude corporativo más grande, pero mantuvo ese dudoso honor por muy breve tiempo, ya que unos meses después, la marca la batió WorldCom. Y los escándalos empresariales continúan.
En el curso de las investigaciones sobre Enron, inevitablemente surgió la pregunta obvia: ¿Dónde estaban los contables de la compañía? ¿Cómo es posible que contadores públicos autorizados (CPA) certificaran como buenas las finanzas de Enron cuando estaba deliberadamente exagerando sus ingresos por 600 millones de dólares?
Efectivamente, la firma de contabilidad Arthur Andersen, que auditaba a Enron, fue cómplice del fraude. Ahora mismo el FBI y 11 comités congresionales examinan, entre otras cosas, evidencia de que Enron y Andersen destruyeron miles de documentos a sabiendas de que serían necesarios para investigaciones civiles y criminales.
Andersen tenía un conflicto de interés en su relación con Enron: además de auditarla, le daba también servicios de consultoría. La ya desaparecida compañía texana de gas natural le pagó a Andersen 27 millones de dólares para consultoría y 25 millones de dólares para auditoría.
¿Cómo va uno a auditar con independencia y objetividad a un cliente para el cual uno es también consultor financiero? Obviamente, quien haga tal cosa tendrá un gran incentivo para darle al cliente una auditoría favorable, y así hacer ver que sus clientes de consultoría gozan de excelentes y saludables finanzas.
Desafortunadamente, la práctica de combinar auditoría con consultoría financiera es muy común entre las Big Five, como se les llama a las cinco firmas de contabilidad más grandes del mundo. Arthur Andersen es una, y las otras cuatro son Deloitte & Touche, Ernst & Young, KPMG y PricewaterhouseCoopers.
En el año 2000, Arthur Levitt, jefe de la agencia federal fiscalizadora Securities and Exchange Commission (SEC), se dispuso a prohibir que los CPA sean consultores financieros para los mismos clientes que auditan. En respuesta, el American Institute of Certified Public Accountants (AICPA), asociación que representa los intereses de las firmas de contabilidad, enfiló sus cañones de poder e influencia al Congreso.
Antes de que Levitt se diera cuenta de qué pasaba, recibió cartas de 46 congresistas que le cuestionaban el que interviniera con las firmas de contabilidad, e incluso amenazaban con recortarle fondos a la SEC si no desistía. Como era de esperarse, Levitt tuvo que retractarse y olvidarse del asunto.
¿Quiénes eran esos 46 congresistas? Precisamente quienes más dinero recibieron de la industria de la contabilidad, por ejemplo, el representante republicano Billy Tauzin, quien ahora supervisa la investigación sobre Enron; el representante Dick Armey, también republicano; y los senadores demócratas Charles Schumer y Robert Torricelli.
Schumer fue el legislador que más dinero recibió de los CPA el año pasado: más de 57 mil dólares. Torricelli, quien desde ser electo en 1996 ha recibido arriba de 60 mil dólares de firmas de contabilidad, hace poco se disculpó públicamente con Levitt y reconoció su error.
Los CPA no escatiman costos cuando de comprar acceso e influencia en Washington se trata. Las Big Five y el AICPA dieron casi 39 millones de dólares a campañas electorales entre 1999 y 2001, según el Center for Responsive Politics (CRP). El presidente Bush recibió de ellos arriba de 640 mil dólares para su campaña de 2000.
De esos 640 mil, 146 mil dólares vinieron de Andersen y sus empleados. Arthur Andersen fue el quinto mayor contribuyente a la campaña Bush 2000.
Stephen Goddard, quien operaba la oficina de Andersen en Houston, sede de Enron, fue Pionero de la campaña del hoy presidente. Pionero es el título honorario otorgado a quienes recaudaron 100 mil dólares o más. Otro Pionero fue Kenneth Lay, fundador y jefe de Enron.
Desde 1989, Andersen ha dado más de 5 millones de dólares a políticos. ¿A quiénes específicamente? A casi todo el mundo: a más de la mitad de los miembros de la Cámara de Representantes y a 94 de los 100 senadores. Pero hay un patrón consistente: más de dos terceras partes de ese dinero ha ido a parar a manos de candidatos republicanos, informa el CRP.
WorldCom, hermano mayor de Enron
El fraude de Enron se queda chiquito al lado del de WorldCom, la compañía telefónica de larga distancia más grande de Estados Unidos. Esta corporación sobreestimó sus ingresos en casi 4 mil millones de dólares, un fraude aproximadamente seis veces mayor que el de Enron.
A diferencia de Enron y Andersen, WorldCom daba dinero a ambos partidos por igual. Una porción indeterminada de ese dinero se repartía de manera que no parecieran donativos políticos. Por ejemplo, en 1999 WorldCom donó un millón de dólares al Trent Lott Leadership Institute en la Universidad de Mississippi, nombrado en honor al congresista que amenazó con quitarle fondos federales a Puerto Rico si continuaba la desobediencia civil en Vieques.