Daniel Núñez
Debates sobre la intervención en Libia
(28 de marzo de 2011).
A diferencia de lo que ocurrió con la guerra de Irak, ante la que se manifestó en contra una amplia mayoría de la gente de izquierda, la intervención en Libia ha suscitado puntos de vista enfrentados. |
A favor de la intervención
En favor de la intervención hay argumentos poderosos. El de más peso es que tal intervención podía detener la brutal agresión del dictador Gadafi contra la parte de la población libia que se estaba rebelando. En ese sector de la población, a juzgar por las informaciones que han ido llegando, se expresaba la demanda de esa intervención, especialmente cuando las fuerzas de Gadafi, gracias a su superioridad en armamento, estaban recuperando el terreno inicialmente conquistando por las fuerzas rebeldes y amenazaban con tomar Bengasi.
Mientras que en el caso irakí, Estados Unidos y Gran Bretaña, con el apoyo del Gobierno de Aznar, actuaron por su cuenta, sin contar con ninguna decisión de las Naciones Unidas, en el estilo de las típicas intervenciones imperialistas, en esta ocasión ha habido una decisión del Consejo de Seguridad de la ONU que autorizaba la intervención.
Hasta aquí, las bases de la licitud de la presente iniciativa bélica en Libia.
Cuando hablo de licitud estoy hablando, inevitablemente, en presente., en referencia a los hechos ocurridos hasta hoy, sin que tal consideración pueda ser aplicada a hechos que pueden producirse en el futuro y sobre los que, como es natural, resulta imposible pronunciarse.
Aún así, tomando en consideración tan sólo lo acaecido hasta ahora, no todo, en este episodio, es tan redondo como los anteriores párrafos pueden sugerir.
En primer lugar, la validez del primer argumento (poner freno a la agresión del régimen gadafista), está en función de que se cumplan las condiciones que se ha dado en considerar imprescindibles a la hora de justificar una intervención militar: a) Que se haya intentado suficientemente obtener los resultados perseguidos por medios no militares, cosa que ignoramos; b) Que una acción destinada a preservar a la población civil no acabe causando males mayores entre ella (en este punto los peligros son evidentes dada la potencia del armamento empleado y los errores humanos que siempre acompañan a las operaciones de esta envergadura); c) Que los medios empleados guarden proporción con los fines que se pretende alcanzar; d) Que cese la intervención una vez garantizado que concluye la agresión de Gadafi con la población. Aquí hay una inevitable ambigüedad (¿cuándo estará asegurado tal resultado?, ¿estará garantizado ese objetivo si Gadafi sigue en el poder, aunque sea en una parte del territorio libio?).
En segundo lugar, si la licitud de la intervención viene dada en parte por la decisión del Consejo de Seguridad (con el apoyo un tanto tibio de la Liga Árabe), es inevitable aludir a los límites de su representatividad, e incluso al hecho de que varios de sus miembros se hayan abstenido. Se ha cumplido el trámite legal y, por lo tanto, se ha actuado dentro de la legalidad existente (y ésta no es una condición irrelevante), pero no se puede decir que la comunidad internacional, sin más precisiones, ha respaldado la decisión. Dicho de otra forma: si la ausencia de un acuerdo de la ONU es un motivo suficiente para desautorizar una iniciativa bélica internacional, la autorización, por si sola, la hace lícita en la medida en que es representativo el respaldo obtenido.
En tercer lugar, y más allá de las dos consideraciones precedentes, a la hora de enjuiciar la intervención, han de tenerse en cuenta las incertidumbres que rodean a su posible desarrollo.
Estas incertidumbres conciernen a aspectos muy diversos de la realidad local e internacional. ¿Qué impacto producirá en su evolución sobre las relaciones de los países de la coalición con las sociedades árabes e islámicas? ¿Qué régimen político puede surgir en Libia? ¿Qué influencia tendrán en ese posible nuevo régimen las potencias intervinientes? ¿Qué nuevos repartos de influencia de las grandes potencias se registrarán?
Dado que el propósito declarado no incluye el derrocamiento de Gadafi, no se puede descartar por anticipado la división político-territorial de la Libia actual, lo que además de constituir un nuevo factor de inestabilidad, podría dar lugar a enfrentamientos armados continuos o intermitentes y abriría un campo para la manipulación de las fuerzas interiores por las potencias extranjeras deseosas de incrementar su influencia en la zona.
Quienes tratamos de formarnos una opinión sobre lo que está sucediendo estos días tropezamos con una dificultad que, al menos hasta hoy, es difícil de salvar: nuestro desconocimiento de las fuerzas anti-Gadafi. ¿Quiénes son? ¿Qué representan? ¿Qué proyectos tienen?
Nuestro deseo es que estén inspiradas por principios democráticos sólidos, pero, a decir verdad, todavía no hemos tenido la oportunidad de comprobarlo, y, como bien sabemos, si justo es combatir a una tiranía, ese combate no convierte necesariamente en demócratas, en todos los casos, a quienes participan en la lucha contra el despotismo.
Estas incertidumbres no pueden dejar de atemperar los entusiasmos intervencionistas. La decisión de intervenir militarmente, aún poseyendo razones bien fundadas a su favor no puede pasar por alto estas reservas y las cautelas que de ellas resultan.
La condena de la intervención
En el polo opuesto están quienes condenan la acción contra Gadafi.
En este campo es preciso distinguir dos sectores.
El primero es el de las personas y las corrientes que entienden que cualquier intervención militar es injustificable, sin excepción, debido a que siempre perjudica a la población civil y no logra resolver los conflictos.
Esta forma de encarar los conflictos bélicos, que tiene detrás una larga tradición y, a veces, un pensamiento muy elaborado, merece una consideración especial pero queda más bien en los márgenes del debate actual. Y, en todo caso, suscita una discusión de carácter general que valdría para cualquier conflicto bélico.
El sector que se ha manifestado más activamente en la defensa de sus puntos de vista no adopta una perspectiva no-violenta estricta, como la que acabo de mencionar. Quienes integran este sector más bien piensan que hay ocasiones en que la violencia se justifica (por ejemplo para derrocar una dictadura), pero opinan que la intervención actual es injustificada y por eso la rechazan y la condenan.
Los argumentos expresados son variados. Se ha dicho que no se han agotado los medios políticos y diplomático antes de desencadenar la operación militar contra Gadafi. Es posible que haya sido así; y también es posible lo contrario. Simplemente, no lo sabemos.
Un argumento bastante repetido nos dice que lo que se persigue no es la protección de la población civil sino el control del petróleo. Por supuesto que el petróleo libio es sumamente tentador, pero no se puede obviar el hecho de que, con el régimen de Gadafi, los países clientes han tenido garantizado el suministro convenido de manera estable y segura.
Un reproche muy reiterado insiste en que las potencias aliadas no intervienen siempre cuando hay una agresión contra la población civil. Y sin duda es verdad. Y esa constatación permite poner en cuestión la hipócrita retórica, tan irritante, de los Gobiernos de la actual coalición. Pero, cabe preguntar a quienes hacen de este un argumento destacado: puesto que no intervienen en la mayor parte de los casos en los que están siendo pisoteados los Derechos Humanos (como ocurre en Palestina) o agredida la población, ¿es esa una buena razón para no intervenir en este caso?
Podemos ir incluso más lejos.
El comportamiento de los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y sus aliados está altamente determinado por sus intereses. Intereses parecidos a los que llevan a respaldar a Arabia Saudí en su intervención en Bahrein están presentes en las decisiones sobre Libia.
En un caso para asegurar la estabilidad apoyándose en dictaduras y en el otro caso dejando caer a la dictadura a la que se le había apoyado anteriormente. De ahí una de las facetas más complejas de la cuestión: sabiendo que es así, ¿es esta una razón suficiente para condenar la intervención actual en Libia?
Esto tiene algo que ver con una crítica a los aliados que les recuerda que durante muchos años han apoyado la dictadura gadafista, cosa bien cierta, que no se puede olvidar. Pero este no es un argumento en contra de la intervención. Por haberle respaldado anteriormente, ¿habría que seguir haciéndolo cuando causa miles de víctimas?
Cuando la oposición a Gadafi ha reclamado apoyo exterior, ¿sería preferible negárselo, como se hace en otros países, o dárselo? Abordar así la cuestión es tanto como decir: como casi siempre se ha hecho mal, sigamos haciéndolo y que se las arreglen como puedan los libios (algo parecido a las políticas de no intervención en la Guerra española del 36, que contribuyeron al triunfo del franquismo).
Tratando de enlazar con el “No a la guerra” de hace unos años, se ha ignorado el hecho fundamental de que la intervención ha llegado después de semanas de guerra civil en Libia. Es decir, en Libia ya había guerra. Y una guerra en la que el campo anti-gadafista, después de un primer período de éxitos, estaba retrocediendo alarmantemente y corría el peligro de perder Bengasi, su principal bastión, con lo cual se hubiera consolidado la dictadura y, previsiblemente, se habría iniciado una intensa represión contra quienes participaron en la rebelión.
“No a la guerra”, en este caso, podía significar dejar a la oposición abandonada a sus solas fuerzas.
Llama la atención que del sector que condena la intervención no haya brotado ninguna propuesta alternativa mínimamente verosímil.
Actitud crítica y vigilante
La intervención actual presenta lagunas y suscita serias dudas en diversos órdenes, inclusive sobre su desarrollo; no cabe dar un cheque en blanco a los actuales aliados.
Hace falta prestar una especial atención al curso futuro, que no sabemos cómo será. El problema principal, a mi parecer, no está tanto en intervención o no-intervención sino en qué intervención y qué perspectiva (o qué desarrollo) para la intervención.
Las potencias que operan hoy en Libia están condicionadas, como siempre, por sus intereses económicos, energéticos y geoestratégicos. Sin dejar de lado esos intereses han frenado la agresión de Gadafi contra la población, pero en un futuro, esos mismos intereses, pueden inspirar iniciativas y operaciones políticas inaceptables.
No condeno la intervención, tal como ha sido hasta hoy. Pero eso no me lleva a ignorar la naturaleza de las potencias que están interviniendo y los problemas que pueden resultar de sus ambiciones.
Toda prudencia es poca. Pero, la condena y el rechazo de la intervención, hasta donde hoy ha llegado, no reposa sobre argumentos consistentes, y elude en buena medida el problema fundamental del apoyo a la parte de la población que se ha rebelado contra la dictadura. |
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