(El País, 8 de mayo de 2019).
Será difícil fijar conclusiones políticas consistentes hasta que termine el ciclo electoral
en curso. Habrá que esperar, aunque los resultados del 28 de abril suscitan ya muchos
interrogantes: sobre la continuidad o la fugacidad en las preferencias de los electores, la
evolución del sistema de partidos, la redefinición de estrategias, la composición de una
futura mayoría gubernamental, etcétera. No hay todavía respuestas claras, pero son
inevitables especulaciones más o menos fundadas. Es posible avanzar la probabilidad de
un Gobierno socialista en solitario, descartando por ahora la coalición con otras fuerzas
políticas. Gobiernos en minoría no son inhabituales en países pluripartidistas, pero son
difíciles de gestionar. Se fundan en la capacidad para establecer un diálogo multilateral.
Requieren de una cultura política acostumbrada a la integración en el debate público de
la amplia diversidad de posiciones políticas y sociales, incluidas las minoritarias. Son
bastante menos viables, en cambio, cuando la cultura política dominante se inclina por
la marginación de las minorías, estableciendo una dinámica de confrontación en la que
la mayoría se impone sin contemplaciones sobre los discrepantes e incluso tiende a
negarles la condición de actores políticos. Esta negación castiga tanto a actores con
presencia institucional como a otros actores que se mueven en el ámbito de los
movimientos sociales y fuera del ámbito representativo. Si no consiguen presencia
institucional o si esta presencia institucional es minoritaria, sus probabilidades de ser
admitidos en el escenario del debate son muy limitadas.