elDiario.es, 3 de julio de 2024.
Una cosa es asumir que la exposición temprana al porno puede influir en el desarrollo de un menor, y otra construir un relato de causalidad entre porno y violencia, dar por hecho que la exposición a esas imágenes condena a los menores prácticamente a cometer violencia o a someterse. Parece que solo el porno determinara la conducta, pero no así la violencia explícita, los valores del ‘amor romántico’, las presiones estéticas… o la falta de educación sexual.
Tendría seis o siete años cuando empecé a alquilar compulsivamente La princesa prometida. Tanto me gustaba y tanto invertían mis padres en el videoclub que los reyes magos decidieron unas navidades que era hora de que tuviera mi propio VHS. Ahí sigue, en la casa familiar, desgastado de tanto uso. Volví a verla hace poco, quería enseñarle a mi hijo una de mis películas favoritas de cuando yo tenía los años que él tiene ahora. Sentados en el sofá, empecé a horrorizarme casi desde el minuto uno. Mi momento favorito es en el que ella, harta del trato que le está dando el hombre enmascarado, le empuja, él cae por la ladera de una montaña, ella comprende entonces que ese hombre es en realidad el amado que perdió hace años, y entonces… se tira detrás de él por la montaña. ‘Mira, como yo’, pensé riéndome. O como todas, al menos en algún momento (o muchos).