elconfidencial.com, 18 abril 2018
La India ve con alarma cómo China gana peso en su zona de influencia. Ni el ‘poder blando’ ni la diplomacia frenan el poder de las inversiones chinas, que a menudo se vuelven una «deuda trampa».
Durante las más de siete décadas transcurridas desde la independencia de la India, el Océano Índico ha sido considerado el patio trasero de esa nación. Como gran potencia regional, no ha dudado en actuar en su zona de influencia cuando lo ha considerado necesario: la armada india participó en la anexión de la hasta entonces colonia portuguesa de Goa en 1961, en las sucesivas guerras con Pakistán o en la guerra civil de Sri Lanka, o en una intervención limitada en las Maldivas en 1988 para impedir un golpe de estado. Y desde 2008, barcos de guerra patrullan el Golfo de Adén en misiones contra la piratería. Por eso, Nueva Delhi ve con alarma el papel cada vez más relevante de China en la zona, que amenaza con desplazar a la India como poder hegemónico.
La primera llamada de atención ocurrió en Sri Lanka: el pasado verano, el Gobierno indio descubrió, con el mismo estupor que muchos cingaleses, cómo a través de un sistema de créditos, China había logrado que Colombo se viese forzada a cederle el control casi total del puerto de Hambantota, uno de los más importantes del país, a cambio de la cancelación de 1.100 millones de dólares de deuda. Aunque las autoridades de Sri Lanka aseguran que una compañía estatal supervisará el acesso a Hambantota y se asegurará de que no atraque ningún navío de guerra chino, India no se fía. Y por buenas razones: en abril de 2017, Colombo ya se vio obligada a rechazar la petición de China para que uno de sus submarinos militares atracase en la capital, por temor a soliviantar a los indios.
China presenta sus inversiones como parte de la llamada “Ruta de la Seda Marítima”, una extensión naval del proyecto One Belt One Road (OBOR), la inversión masiva en infraestructuras que permita la llegada de productos y negocios chinos a prácticamente todo el mundo. No obstante, muchos expertos creen que se trata más bien de una estrategia que han denominado “el Collar de Perlas”: un intento de rodear a la India mediante el establecimiento de bastiones afines, desde el Estrecho de Malaca hasta Cuerno de África. Además de sus avances en el Índico, Pekín ha conseguido ganarse la lealtad de los Gobiernos de Bangladesh, Nepal, Pakistán y gran parte del Sudeste Asiático. La construcción de puertos como Gwadar, en la costa paquistaní, o su inversión en los de Chittagong (Bangladesh) o Kyaupky (Myanmar), le garantizan a la flota mercante china una cadena de instalaciones con la que contar.
“Es importante considerar que a menudo los proyectos de Belt and Road no siempre obedecen a razones económicas sino geoestratégicas. Además, no son proyectos que siempre se hayan demostrado exitosos”, opina Robert A. Manning, experto del Centro Brent Scowcroft para la Seguridad Internacional en el Consejo Atlántico. “En Sri Lanka, el aeropuerto internacional de construcción china es un coloso que rara vez se usa. En Pakistán, Sri Lanka y las Maldivas, los chinos han estado ocupados construyendo puertos, que dicen que son solamente para uso civil. Aunque es prematuro ver una cadena conspirativa de instalaciones militares chinas, es asimismo difícil concluir que no estén relacionadas con las ambiciones marítimas de China”, asegura en un artículo en Foreign Policy.
Esto genera tensiones en un momento en el que las relaciones entre ambas potencias es ya muy tirante, especialmente en zonas como el Himalaya, donde tropas chinas e indias estuvieron a punto de enfrentarse el pasado verano por la expansión de una carretera, e incluso llegaron a pelearse a pedradas. En ese sentido, la creciente dependencia económica de Nepal respecto a China preocupa a una India que creía tener bajo control su flanco norte. Ahora, Nueva Delhi ve cómo se multiplican sus problemas en todos los puntos cardinales.
La trampa de la deuda (china)
La India, cuyos puertos tienen características limitadas, depende en gran medida de los de la vecina Sri Lanka para su comercio marítimo: el 70% de su carga pasa por el puerto de Colombo. Existe un proyecto para desarrollar un yacimiento de gas natural en las costas cercanas a Trincomalee, que muchos piensan que podría llevar al desarrollo de dichas instalaciones navales en favor indio.
Así, India es el principal socio comercial de Sri Lanka, pero China es ya el mayor inversor extranjero: además de los 1.300 millones aportados en Hambantota, Pekín ha construido un aeropuerto internacional a unos 20 kilómetros que ha costado otros 209 millones de dólares, pese a que solo opera dos vuelos al día. Además, China promete otros 5.000 millones de dólares adicionales en los próximos años y la creación de cien mil puestos de trabajo “si todo va bien”, lo que reduciría la importancia de los más de 2.500 millones de dólares aportados por India a la isla en ayuda al desarrollo. Del mismo modo, el presidente Maithripala Sirisena ha pedido a China que invierta otros 1.400 millones en el proyecto de ampliación del puerto de Colombo a cambio del 80% de sus acciones por un plazo de 99 años.
A decir verdad, el acercamiento a China no empezó con Sirisena, sino con su antecesor y rival político, Mahinda Rajapaksa, que aceptó enormes créditos de Pekín a finales de la pasada década, cuando la brutal actuación del ejército esrilanqués en su lucha contra los Tigres Tamiles -que puso fin a la guerra civil en 2009 mediante una salvaje política de tierra quemada contra las bases de la guerrilla, a costa de la muerte de miles de civiles- alejó a los inversores extranjeros. El Gobierno chino, que nunca se ha destacado por su preocupación por los derechos humanos, se apresuró a cubrir ese vacío, protegiendo de paso a Colombo de resoluciones negativas en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Pero Pekín se cobró la factura hace dos años cuando, tras la elección de Sirisena, a priori mucho menos entusiasta hacia el “abrazo chino”, le recordó al nuevo presidente el montante de su deuda. “Ese modelo de deuda-por-influencia se basa en proporcionar apoyo financiero chino a proyectos de infraestructuras a cambio de acceso a los recursos naturales de la nación beneficiaria”, explica Brahma Chellaney, profesor del Centro de Investigación Política en Nueva Delhi.
Ahora, muchos temen que algo similar esté sucediendo en las Maldivas, un país de 400.000 habitantes que hasta 2012 ni siquiera tenía una embajada china. Todo cambió dos años después, desde que el presidente chino Xi Jinping visitó este archipiélago de 26 atolones, y hoy, según la oposición, los proyectos chinos suponen alrededor del 70% de la deuda de Maldivas, y un pago anual de 92 millones de dólares, aproximadamente el 10% del presupuesto total del estado. Además, el Gobierno ha cedido el uso de la isla de Feydhoo Finolhu -cercana al aeropuerto de Male, la capital- para fines turísticos por un plazo de 50 años, y ha firmado un acuerdo de libre comercio con Pekín.
La aproximación a China es obra del presidente Abdullah Yameen, que llegó al poder en 2013 en unas elecciones que, según sus oponentes, fueron fraudulentas. Yameen, además, orquestó una acusación de terrorismo para su antecesor, Mohamed Nasheed (mucho más favorable a Nueva Delhi), que fue condenado a 13 años de prisión y vetado de la política por 16 años. Liberado en 2016 por razones médicas, Nasheed marchó al exilio, pero maniobra desde el extranjero con la intención de regresar y presentarse a unas nuevas elecciones, algo que Yameen quiere impedir a toda cosa.
¿Una base india en las Seychelles? No por ahora
La situación se agitó el pasado febrero, después de que el Tribunal Supremo ordenase la liberación de varios líderes de la oposición y la restitución de una docena de parlamentarios represaliados políticamente por Yameen. Como respuesta, este ordenó el estado de emergencia, la detención de varios jueces del alto tribunal, el despliegue de las fuerzas de seguridad y el cierre de varios medios críticos. “Lo que está ocurriendo en las Maldivas no tiene que ver solo con la democracia, tiene que ver con la paz, la seguridad y la estabilidad de toda la región del Océano Índico”, ha asegurado el expresidente Naseem, quien ha pedido a las tropas de la India que intervengan para estabilizar el archipiélago, hasta ahora sin éxito.
“Hay un claro patrón en el que las Maldivas no son sino el último ejemplo del uso de proyectos de infraestructuras por parte de China en un círculo alrededor de la India para construir puertos al tiempo que se crean dependencias mediante la deuda que aumenten la influencia política china”, señala Manning. “Todo esto augura un creciente ‘Gran Juego’ en la región indo-pacífica”, opina, utilizando el término clásico para referirse a la competición entre las grandes potencias en Asia meridional en el siglo XIX.
Pero en ese juego, India va perdiendo: a la penetración china se le suma la disolución del ‘poder blando’ de Nueva Delhi, que a finales de marzo vio cómo se desvanecían sus esperanzas de establecer una base militar en las islas Seychelles, con las que había firmado un acuerdo en enero por veinte años. En parte, el plan pretendía establecer un contrapeso a la base china en Yibuti inaugurada en 2016, la primera instalación militar de ese país en el extranjero. Sin embargo, la oposición tumbó el acuerdo en el Parlamento, asegurando que eso pondría en peligro el delicado equilibrio regional.
“Seychelles, unas islas diminutas con solo 90.000 habitantes, no pueden permitirse tomar partido. No somos pro-India, anti-India, pro-China o anti-China. Solo somos pro-Seychelles”, afirma Ralph Volcere, un activista político que ha liderado las movilizaciones contra la base militar, en una entrevista con Al Jazeera. “Conocemos la rivalidad entre China e India por el Océano Índico. Los chinos también querían construir una base aquí, pero lo rechazamos. Ahora no podemos permitir que India estacione a su personal militar en nuestro país. No importa incluso si son estadounidenses o ingleses o alemanes, no queremos personal militar extranjero aquí”, afirma.
“India está sufriendo muchos reveses en la región. China es la razón de fondo de sus problemas tanto en Maldivas como en las Seychelles”, dice Manoj Joshi, un analista de política exterior de Nueva Delhi, en el mismo artículo. “Para los países pequeños, China ofrece un contrapeso contra un gran vecino como India. La diplomacia india debe encontrar una forma de lidiar con el auge de China en el Océano Índico”, afirma. El contexto actual, de momento, no se presenta favorable para un país que se define como la mayor democracia del planeta, y que las cancillerías occidentales cortejan ya como el contrapeso más idóneo al gigante chino en esta parte del mundo.