El País, 21 de abril de 2022.
A la luz de Los orígenes del totalitarismo, obra cumbre de la filósofa alemana sobre el nazismo y el estalinismo, el Kremlin refleja inquietantes paralelismos.
Hay que ser cuidadoso con las palabras. Hannah Arendt, quien más y mejor se ocupó de la pesadilla totalitaria del siglo pasado, hizo una advertencia que siempre conviene tener en mente. Precisamente porque dicha forma de gobierno “es la única con la que no es posible la convivencia”, conviene extremar la prudencia a la hora de aplicar dicho calificativo. Ella misma lo restringió al nazismo y el estalinismo. Otra cosa es lo que ocurre en el lenguaje vulgar, muy dado a generalizar términos como genocidio o totalitarismo, ignorándose que detrás de ellos se esconde un significado muy específico. En el caso que aquí nos ocupa, por seguir con nuestra autora, este sería la “dominación total por medio del terror”. Todo despotismo o dictadura, como ya había apuntado Montesquieu, se vale del miedo para conseguir la obediencia; lo novedoso en el caso que nos ocupa es que no se limita a ser un mero medio para mantenerse en el poder, es su misma “esencia”. Y ello por su íntima conexión con la ideología y la propaganda.