Fernando Mendiola
Memoria de la esclavitud bajo el franquismo
(Hika, 159 zka. 2004ko urria)
Ya se van madre los prisioneros / cargados con su pico al hombro / la larga fila se pierde al fondo / entre los riscos del Pirineo.
Han pasado muchos años desde que Antonio Martínez escribiera este poema cautivo en Vidángoz, y tanto él como la mayoría de aquellos prisioneros han muerto ya. Sin embargo, doce de ellos y varias decenas de familiares, junto con unas cuatrocientas personas, participaron el pasado día 19 de junio en el homenaje que recibieron en el alto de Igal los esclavos del franquismo.
La escultura allí inaugurada recordaba a los prisioneros que entre 1939 y 1941 abrieron la carretera que une Igal y Vidángoz, e iniciaron el tramo que debía enlazar Roncal y Vidángoz. En total, unos dos mil prisioneros trabajaron en esta obra, encuadrados en los Batallones de Trabajadores (BB.TT.) 106 y 127 y en los BDST 6 y 38, batallones estos parte de una doble red de trabajos forzados creada durante la misma guerra. Por un lado, los Batallones de Trabajadores, formados en los Campos de Concentración con prisioneros clasificados como desafectos, y por otro la Redención de Penas por el trabajo, para los presos y presas de las cárceles. La primera de las redes, la de prisioneros fuera del sistema penal, encuadraba, según el historiador Javier Rodrigo, a unos 90.000 prisioneros a finales de 1939 y fue reorganizada en la primavera de 1940, con la creación de los BDST, en los que fueron encuadrados cerca de 50.000 jóvenes combatientes republicanos de las quintas comprendidas entre 1936 y 1942 clasificados como desafectos.
Como se puede apreciar, la red de trabajos forzados utilizaba una gran cantidad de mano de obra, y su importancia fue vital tanto durante la guerra como en la posguerra, constituyendo todavía su investigación, a pesar de los últimos avances, una tarea pendiente para la historiografía. Sin embargo, las funciones de esta red de trabajo esclavo iban más allá del evidente rendimiento económico, implicando también una reeducación de las personas vencidas que pasaba por castigos, humillaciones y unas horribles condiciones de vida. Además, la presencia de los batallones en las diferentes localidades llevó consigo una exhibición de los vencidos y del poder de los vencedores que eran a la vez una amenaza clara a la población civil.
Las entrevistas que nuestro equipo de investigación ha realizado a quienes trabajaron en el Pirineo Navarro no deja duda sobre las crueles condiciones de vida a las que fueron sometidos. Manuel Soriano, granadino de Galera recuerda que “Se dio el caso de uno roer un hueso… y después tirarlo e ir otro y seguir royendo, porque había mucha hambre”. Por su parte, el testimonio de Andrés Millán, granadino de Huescar, es revelador de la situación de los prisioneros: “Los ánimos..., los teníamos perdidos. Es como un ganado que se ha mojado, y que el pastor le ha pegado, ánimos no tienes ninguno, no tienes defensa, estás tan acobardado que es igual que te hagan una cosa que otra. (...) Esperanza ninguna, si no había libertad, ni quien te ayudara, ni te diera un ánimo. Es como el que está en el callejón de la muerte... que está esperando que le llegue.” La dureza de los castigos, y a veces el asesinato de los prisioneros era algo también observado con sorpresa y tristeza por los habitantes de Vidángoz, tal y como recuerda Marcelino Pasquel: “Después mataron a uno, ese al ladico de casa, al ladico de casa, y el padre y la madre nos decían «¡no salgáis!», la sangre bajaba por la calle e iba al río”.
Estos recuerdos afloraron también el día 19 de junio explicados por algunos de sus protagonistas en un sencillo y emotivo homenaje, organizado por la asociación Memoriaren Bideak, y apoyado por una amplia participación social: la mayoría de ayuntamientos del valle de Salazar, más de mil personas que colaboraron con la compra de bonos, diversas organizaciones de historiadores y de recuperación de la memoria, la mayoría de los partidos políticos navarros, otros ayuntamientos... Las razones de este amplio apoyo tenemos que buscarlas en la necesidad colectiva de homenajear a quienes fueron un símbolo de la lucha por la libertad en todo el mundo, una necesidad que fue apagada y ahogada durante la dictadura y también durante la transición.
Frente a ese pacto de silencio defendemos la necesidad de seguir en este proceso de recuperación de la memoria, como homenaje a las personas que sufrieron la represión y también como necesidad de recuperar el periodo republicano como uno de los más interesantes y fructíferos de nuestro siglo XX. No se trata de hacer una loa acrítica a las diferentes fuerzas políticas que defendieron la República, muchas de las cuales también deberían afrontar la historia de este periodo asumiendo sus propias torpezas e injusticias, sino de reconocer en la sociedad de los años treinta a millones de hombres y mujeres que supieron enfrentarse valientemente, en sus pueblos, casas y centros de trabajo, a injusticias seculares. Ese generoso espíritu de transformación social, más allá de las diferentes formulaciones políticas en las que se encuadrara, dio pie a ricas e interesantes experiencias laborales, culturales y políticas que fueron cortadas de raíz con el triunfo del fascismo.
Además, recuperar la memoria de los desastres de la guerra y del fascismo también nos debería servir como antídoto, no milagroso pero sí necesario, para evitar su éxito en el naciente siglo XXI. Enric Marco, superviviente de los campos nazis y miembro de la asociación Amical de Mauthausen nos decía en una conferencia reciente que Mauthausen fue su holocausto, y a recordarlo ha dedicado gran parte de su vida, como una deuda moral con todas las personas que de allí no salieron. Sin embargo, remarcaba, hoy en día tenemos nuestro propio holocausto, en las guerras, en la situación de las y los inmigrantes... En esta misma línea, deberíamos intentar que la memoria de la guerra sirva también como herramienta para una cultura de paz verdaderamente transformadora, necesaria en un mundo lleno de guerras e injusticias.
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