Francisco Castejón
La encrucijada energética
(Capítulo III del libro ¿Vuelven las nucleares? El debate sobre la energía nuclear, Talasa ediciones, junio 2004)
La energía está presente en casi todas las actividades del ser humano. Desde las necesidades más básicas y primitivas como calentarse con una hoguera o cocinar los alimentos, a las más modernas y sofisticadas como conservar esos mismos alimentos durante varios meses o enviar mensajes a través del correo electrónico. La mejora de las condiciones de vida de las personas y de su nivel de bienestar han exigido siempre el consumo de energía, aunque el aumento del consumo no supone necesariamente una mejora del nivel de vida. Así pues, la energía es imprescindible para la civilización, y consumir energía es sinónimo de actividad y transformación, siempre que dicho consumo se ajuste a nuestras necesidades y trate de aprovechar al máximo las posibilidades contenidas en la energía. Se calcula que el consumo de energía por habitante en el mundo se ha multiplicado por 10.000 desde la prehistoria.
El sistema energético mundial se encuentra en estos momentos en una encrucijada. El suministro energético se basa en la actualidad en fuentes no renovables en su mayoría o en el consumo a un ritmo insostenible de algunas de las renovables, como la biomasa. Los problemas ambientales y de suministro ponen en entredicho el modelo energético, que además es injusto porque el consumo está muy mal repartido entre los habitantes del planeta, siendo el consumo de un habitante medio de la OCDE un factor 25 por encima de un habitante típico de India.
Es preciso definir cuáles van a ser las fuentes de energía a largo plazo. En estos momentos nos encontramos inmersos en ese debate, y los diferentes agentes económicos y sociales están tomando posiciones y empujando para que sus fuentes de energía preferidas avancen. El autor cree, modestamente, que debería hacerse un esfuerzo importante para que el grueso de la sociedad participe en el debate lo mejor informada posible.
La estructura del consumo energético en el mundo en el año 2000 se distribuyó, por fuentes, aproximadamente de la siguiente manera: el carbón aporta el 22,4%; el petróleo y sus derivados aportan el 33,4%; el gas natural el 20,1%, y la energía nuclear el 6,2%. El 2,2% es de origen hidroeléctrico y el 15,7% es aportado por las renovables, que incluyen la biomasa, la solar y la eólica. La mayor parte de la aportación de la biomasa se la lleva la quema de leña. Las energías renovables, incluyendo la hidroeléctrica, suministran por tanto casi el 18% del consumo mundial, aunque es dudoso que el consumo de leña se pueda considerar como renovable, puesto que se está realizando a un ritmo insostenible. El porcentaje aportado por la energía nuclear a la generación de electricidad está entre el 16% y el 17% en el mundo, dependiendo de los años.
Estos porcentajes varían, lógicamente, de unos años a otros, dependiendo de múltiples factores como el desarrollo rápido que está experimentando el consumo de gas natural, o el que los años sean más o menos lluviosos y el aporte hidroeléctrico aumente, o las disposiciones de biomasa sean mayores o menores.
Estas cifras muestran a las claras que, desde el punto de vista energético, nuestra civilización descansa sobre el uso de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas natural) y que la transición hacia tecnologías blandas y hacia fuentes de energías renovables implicará grandes cambios y está todavía lejana. Si tenemos en cuenta los efectos que sobre el medio ambiente tiene el uso de los combustibles fósiles, sobre todo en forma de emisión de gases invernadero que contribuyen al cambio climático, es evidente que se hace necesaria una transformación del panorama energético y un uso cada vez mayor de las fuentes renovables, menos impactantes con el medio ambiente. Por otra parte, como ya se ha dicho, las reservas de combustibles fósiles son limitadas y requieren de una estrategia de sustitución a medio plazo. Lo más sensato sería dedicar el petróleo que queda en la actualidad a la industria petroquímica, de la que, entre otros útiles productos, se obtienen los plásticos, en lugar de quemarlo de forma insensata.
En las cifras que se han mostrado anteriormente también se ve que la participación nuclear es poco importante y se restringe prácticamente a los países ricos, a pesar de lo cual los impactos sobre el medio y las personas son gravísimos.
Por otra parte, la distribución del consumo de energía entre los países del mundo muestra que los recursos están repartidos de forma injusta. Si tenemos en cuenta las estadísticas de consumo de energía por habitante, descubrimos que son escandalosamente desiguales y que, lógicamente, los mayores consumos se producen en los países más poderosos. Por ejemplo, el consumo por habitante y año en 1999 en EE UU asciende a 7,66 Tep (Toneladas equivalentes de petróleo), mientras que en India es de unas 0,25 Tep/hab/año, y en China de 0,72 Tep/hab/año. En España es de 2,64. La media mundial viene a ser de 1,5 Tep por habitante y año, mientras que la media europea asciende a 2,2 Tep por habitante y año. Las cifras muestran crudamente la tremenda desigualdad en el disfrute de los recursos del planeta por sus habitantes.
Por otra parte, los consumos están aumentando mundialmente a un ritmo de entre el 2 y el 2,5% anual. El cambio de modelo será tanto más fácil de acometer cuanto más se modere el consumo, por lo que además de la sustitución energética es necesario el equilibrio del consumo. No se debe olvidar que todas las fuentes de energía implican un impacto ambiental, sea éste mayor o menor. Hay que considerar desde la generación de peligrosos residuos radiactivos de alta actividad o las lluvias ácidas, hasta el impacto paisajístico de los aerogeneradores o la afección de los ríos de alta montaña donde se han instalado minicentrales. El modelo por el que se apueste debería ser capaz de evitar los impactos más graves y de minimizar el resto. Además deberá posibilitar la generalización a nivel mundial de unos niveles de consumo admisibles. Como suele decirse, el modelo energético ha de ser sostenible y generalizable.
Si consideramos la distribución del consumo energético en España, observaremos una fuerte dependencia del petróleo y sus derivados y veremos que el consumo total viene a suponer aproximadamente un 1% del consumo mundial. El gas natural está experimentando en estos años un rápido crecimiento, puesto que existen proyectos para la construcción de algo menos de 40.000 megavatios de centrales térmicas de gas de ciclo combinado. La generación de energía eléctrica en España es como sigue: las térmicas clásicas basadas en la quema de combustibles fósiles producen aproximadamente el 56% de la electricidad; la hidroeléctrica más renovables producen el 16%, y la nuclear, el 28% aproximadamente. Estos porcentajes también varían de unos años a otros, dependiendo de la cantidad de agua que haya caído en el territorio y, por tanto, de la disponibilidad hidroeléctrica, así como del desarrollo de las dos fuentes de energía que están experimentando un rápido desarrollo: el gas quemado en ciclo combinado, sobre todo, y la energía eólica, en segundo lugar. De hecho, en años anteriores como 1999, la generación nuclear había alcanzado casi el 35% de la electricidad. A medida que el consumo y la potencia instalada van aumentando, el porcentaje de la aportación nuclear va disminuyendo, puesto que la potencia nuclear instalada está prácticamente estancada. Es necesario decir aquí que, desde el punto de vista de la potencia instalada, la generación nuclear es perfectamente prescindible. Tomemos por ejemplo las cifras del año 2001 en el territorio español. La potencia eléctrica total instalada era de unos 55.224 megavatios y el máximo pico de potencia demandada ha sido de 35.500 megavatios, el día 18 de diciembre de 2001, en plena ola de frío, lo que significa que en la satisfacción de la demanda hubo unos 20.000 megavatios que no llegaron a usarse. Si tenemos en cuenta que la potencia nuclear instalada es de 7.798 megavatios, significa que las centrales nucleares podrían cerrarse y todavía quedaría el remanente de unos 14.300 megavatios que servirán para cubrir los malos años hidroeléctricos. La potencia hidroeléctrica asciende a 20.076 megavatios y la térmica a 27.350 megavatios. De todas formas, lo que debe ser prioritario es la contención de la demanda, en un primer término, y la disminución de ésta, en segundo lugar. No se puede pensar en que el parque de generación eléctrica debe crecer al ritmo que se le pide. El consumo de electricidad en España viene aumentando de forma alarmante y abusiva, por debajo del ritmo de aumento del Producto Interior Bruto, lo cual significa que la economía española está sufriendo una fuerte disminución de su eficiencia energética. Los aumentos del consumo experimentados en los últimos años son del 5,8% en el 2000, 6,7% en 1999, 7,1% en 1998 y 4,8% en 1997. Este ritmo es claramente insostenible y no se corresponde con un mayor desarrollo económico ni con una mejora de las condiciones de vida, sino más bien con un aumento de los consumos suntuarios, como muestra el hecho ya citado de que el PIB crezca por debajo del consumo.
Los apagones producidos en California y en Barcelona en 2001, que se han usado como argumento para pedir el desarrollo de la energía nuclear, no se deben a problemas en la producción de energía, sino en la distribución de electricidad. Luego la deseable seguridad del suministro no debe buscarse mediante un aumento de la generación de electricidad, sino en una mejora de la distribución y en el mantenimiento y modernización adecuados de los sistemas de transformación y distribución, justo en los sectores donde las eléctricas no tiene su volumen fundamental de negocio.
El consumo por sectores se distribuye así en España en 2001: la industria consume el 38,9%, el transporte consume el 39,5%, y el 21,5% restante se consume entre usos domésticos y del sector servicios. Es claro que el consumo del sector transportes, basado sobre todo en el consumo de derivados del petróleo, es elevadísimo. Por lo mismo, este sector ofrece muchas posibilidades de políticas de ahorro. La energía nuclear sólo puede contribuir a la parte electrificada del transporte, es decir, a los ferrocarriles y al metro.
La magnitud del problema de la conservación de la energía, sus consecuencias sobre la economía y sobre la protección del medio ambiente, hacen que ningún sector del consumo pueda considerarse más importante que los demás y que ningún esfuerzo resulte insignificante. Usar un vehículo privado en lugar del transporte público; mantener encendido todo el día un calentador que no vamos a necesitar más que en determinadas horas; pagar por un envoltorio que va a convertirse rápidamente en basura... son ejemplos que tienen trascendencia no sólo por lo que puedan afectar directamente al consumo global de la energía, sino por lo que revelan de unos hábitos de conducta cuya transformación está al alcance de nosotros mismos. No se trata, por tanto, de reducir nuestro nivel de bienestar sino de dar lugar a un cambio en los comportamientos que conduzcan a una mayor eficiencia energética y a un uso racional de la energía. El efecto invernadero y los posibles cambios climáticos por sobrecalentamiento de la atmósfera, las lluvias ácidas y su capacidad de destruir las masas arbóreas, o la enorme capacidad de contaminación de los residuos radiactivos durante cientos de miles de años, son facetas negativas ligadas al consumo de energía que han hecho acuñar el principio de que la única energía que no contamina es la que no se consume.
En la Edad Media, las principales instalaciones productoras de energía eran los molinos de viento y de agua. Transformaban la energía del viento y de los ríos en trabajo que se usaba para, por ejemplo, moler el grano. Los señores feudales se preocupaban de destruir los molinos de viento que no controlaban y, en más de una ocasión, se luchó duramente por estas instalaciones. Recientemente, tenemos ejemplos de guerras con el fin de controlar los pozos de petróleo de Oriente Próximo. La guerra Irán-Irak, que se produjo en los primeros años ochenta y en la que ambas potencias combatían por la hegemonía en la zona, produjo, entre otros efectos, la bajada de los precios del petróleo. En aquel entonces, el Irak de Sadam Husein era aliado de los EE UU, que le permitieron invadir el Irán de la revolución islámica. Para mantener la guerra, ambos países se vieron obligados a aumentar su producción de petróleo, con la consiguiente bajada de precios.
Sin embargo, cuando Irak toma de nuevo la iniciativa bélica e invade Kuwait, los aliados occidentales ya no lo ven con buenos ojos y desencadenan en 1989 un tremendo ataque contra Irak en la llamada Operación Tormenta del Desierto. Una de las consecuencias de esa defensa de la independencia de Kuwait fue una sensible mejora de las relaciones de Occidente con los principales productores de petróleo del mundo. En la actualidad se le pasa a Kuwait una factura de unos 20.000 millones de euros por su defensa frente al otrora amigo de Occidente, Sadam Husein. La última guerra contra Irak, que tiene lugar en 2003, conduce a los EE UU a la invasión de aquel país saltándose la legalidad internacional. El control del petróleo no es sin duda la única motivación para aquella guerra, sino que existen numerosas causas imbricadas para la invasión de Irak y la aniquilación del régimen de Sadam Husein por EE UU entre las que figuran en un lugar preponderante la forma de entender el mundo de los gobernantes de ese país. También se puede decir que dicho control no implica necesariamente el uso de las armas. Sin embargo, es claro que el hecho de que los dos tercios de las reservas de petróleo del mundo estén en el subsuelo del área y que Irak tengan las segundas reservas del mundo, son factores claves para que se produzca la guerra y para que Occidente esté más pendiente de este conflicto que de otros.
La historia futura nos dirá cuáles son las implicaciones energéticas de la guerra de EE UU contra Afganistán en 2001, tras los terribles atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono el día 11 de septiembre de dicho año. Parece ser que las reservas de gas y petróleo que hay en esa zona son de similar cantidad a las que se encuentran en la zona del Golfo Pérsico. Los conflictos locales, con sus dinámicas propias, siempre complejas, son a menudo explotados para obtener ventajas energéticas.
Las luchas por el control de la energía no sólo se producen a nivel internacional, sino que, de forma mucho menos cruenta, se dan dentro de cada país. Nos podemos fijar en las páginas de economía de los diarios para darnos cuenta de este hecho: se vienen produciendo grandes movimientos de capital para controlar las centrales productoras de electricidad y de gas, de las que, a la postre, los grandes bancos son los principales accionistas.
Las empresas productoras de energía tienen un enorme poder. Las más importantes son las petroleras y las productoras de energía eléctrica. Las primeras suelen ser transnacionales que se encargan de la obtención, distribución, refinado y comercialización del petróleo. Además de considerar los porcentajes del consumo energético citados más arriba, no hay más que echar un vistazo a nuestro alrededor para darse cuenta de la omnipresencia del petróleo y sus derivados: gasolina y gasoil para los automóviles; gas natural, butano y propano para calentar; y, cómo no, los plásticos, que hoy son componentes indispensables de nuestra vida cotidiana.
Las empresas productoras de electricidad suelen ser de menor tamaño, pero su importancia es igualmente grande. Se reparten el territorio español en zonas de influencia y cada una de ellas se encarga de la distribución y venta de electricidad a una zona geográfica. Por ejemplo, el centro de la península, se lo reparten entre Iberdrola y Unión Fenosa. Nos hemos acostumbrado de tal manera a disfrutar de la energía eléctrica que no soportaríamos un apagón. Por esta razón el Gobierno se ve obligado a velar para que las empresas eléctricas no quiebren, a pesar de su gigantesca deuda, que asciende a varias decenas de miles de millones de euros y oscila al ritmo del cambio entre el dólar y el euro, puesto que una buena porción de la deuda es en dólares. El grueso de la deuda era en el 2003 de unos 18.000 millones de euros.
Las empresas energéticas obtienen su beneficio justamente de vender energía. Así pues, cuanto mayor sea el consumo, más beneficios obtendrán. Esta simple razón explica los pocos esfuerzos que se hacen por fomentar el ahorro y la eficiencia energéticos. De la misma forma, basan su negocio en la venta de ciertos tipos de energía, llamémoslas tradicionales, por lo que su interés en el desarrollo de fuentes de energía alternativas más respetuosas con el medio ambiente es limitado. En la actualidad, la energía eólica podría ser la excepción a esta regla: algunas grandes empresas han encontrado un interesante volumen de negocio en este campo, lo cual facilita un rápido desarrollo de esta fuente de energía, una vez que se han despejado los principales obstáculos para su crecimiento.
Por otra parte, las empresas eléctricas y de bienes de equipo están interesadas en la construcción de grandes centrales, puesto que en ellas se produce una mayor acumulación de capital, un mayor volumen de negocio y unos mayores beneficios económicos. Esta forma de producción encaja a la perfección con la existencia de grandes focos consumidores de energía y con el modelo de vida en grandes ciudades, que cada vez se extiende más por todo el mundo. Sin embargo, se puede pensar en un modelo de ciudad más humanizado y con un abastecimiento energético basado en las fuentes renovables distribuidas combinado con alguna fuente centralizada.
La energía nuclear encaja perfectamente en el actual esquema energético. Su desarrollo es un ejemplo de cómo actúan los grandes poderes económicos en su beneficio y sin tener en cuenta los graves perjuicios que pueden causar al medio. Algunos grandes bancos y operadores financieros son simultáneamente accionistas de las empresas que construyen centrales y de las eléctricas que las compran. Obtienen pingües beneficios en la construcción de las centrales y prestan a las eléctricas el dinero necesario para que puedan pagarlas. Las eléctricas nunca quebrarán, porque cuentan con el apoyo del Estado y sus pérdidas se financian a través del recibo de la luz. Los poderes económicos obtienen beneficios por partida doble y todos los ciudadanos contribuimos a enjugar las pérdidas de las empresas.
Es también claro que el desarrollo de fuentes de energía que posibiliten la autonomía de los ciudadanos tropezará con la resistencia de las grandes compañías eléctricas. En la medida en que cada cual produjera su propia energía podría independizarse del suministro de la red y no dependería de las grandes compañías eléctricas. Sin pretender llegar a la situación utópica de que todo el mundo pudiera independizarse de la red, cabe imaginar una situación mixta de centrales grandes y pequeños productores distribuidos.
Los diferentes intereses que entran en juego serán fundamentales a la hora de definir el futuro del modelo energético. La industria nuclear jugará sus bazas de forma que se contemple esta fuente de energía como una alternativa de futuro. El movimiento antinuclear y los agentes políticos y sociales que se oponen a la energía nuclear tienen por delante una dura tarea.
Muchas cosas pueden cambiar en un futuro no muy lejano. Los defensores de los diferentes modelos energéticos están tomando posiciones. La industria nuclear y sus agentes defensores están desarrollando una intensa batalla propagandística y están realizando presiones al más alto nivel político para que en la encrucijada descrita se tenga en cuenta esta fuente de energía como alternativa de futuro. No es fácil predecir en qué mundo viviremos y de qué se abastecerá. Lo que habría que intentar es vivir de energías que procedan del Sol o la Luna (a través de las mareas) en la medida en que podamos. Si esto no fuera posible a medio plazo porque los cambios sociales, económicos y políticos necesarios no se hayan producido, quizá fuera necesario echar mano de alguna fuente no renovable cuyo impacto no fuera grave. ¿Es la energía de fusión esta fuente? ¿Nos depara la tecnología algún otro hallazgo? No parece sensato confiarnos absolutamente en la tecnología cuando se ha demostrado a lo largo de la historia humana que ésta abre muchas puertas, pero cierra otras.
Los argumentos que usan los agentes pronucleares son los siguientes: la energía nuclear proporciona independencia energética, aporta seguridad en el suministro y permite la reducción de las emisiones de dióxido de carbono que contribuye al cambio climático. Estos argumentos son débiles y se pueden contestar, como se demostrará en los capítulos siguientes.
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