Frodo
Se acaba la Guerra del Norte
(Hika, 175zka. 2006eko martxoa)

           
La declaración del alto el fuego permanente de ETA ha suscitado una satisfacción casi universal, lo que, sin duda, es absolutamente lógico desde todos los puntos de vista. La conciencia de la absoluta y profunda inutilidad política y social de la dichosa guerra del norte estaba, desde hace tiempo, intensamente asumida por la sociedad vasca. Con la aplastante fuerza de las realidades incuestionables –­y más allá de los juicios y de las valoraciones de carácter ideológico, moral o ético que cada cual pudiera hacerse de la actividad armada de ETA–, todo el mundo era consciente de que ETA, en tanto que organización político-militar ya no aportaba ninguna dinámica positiva para nadie y sí, en cambio, generaba una muy amplia panoplia de tensiones destructivas muy diversas, incluidas, y éste es un factor decisivo para llegar al resultado que estamos llegando, unas muy importantes consecuencias autodestructivas para las gentes que, de una manera o de otra, pueden sentirse vinculadas con lo que ETA ha representado en el último medio siglo de nuestra historia.
            Y es que los elementos de legitimidad y de legitimación moral que cualquier movimiento político necesita para poder existir con un mínimo de posibilidades de éxito, especialmente cuando ese movimiento se manifiesta adoptando formas de actuación más o menos violentas, se han ido desgastando y consumiendo hasta su práctica extinción. Desaparecieron, por supuesto, aquellos elementos que dieron sentido, ante un sector importante de la ciudadanía vasca, que ETA obtuvo en el momento de su nacimiento y primer desarrollo del cúmulo de estragos económicos, políticos, nacionales y sociales que el triunfo del franquismo desencadenó sobre la mayoría de la ciudadanía vasca. Y se han ido extinguiendo las profundas frustraciones de todo tipo que, en sectores importantes de nuestra población, se crearon durante la transición del franquismo a la democracia, sobre las que ETA legitimó la ofensiva militar más potente de su historia desarrollada a comienzos de la década de los ochenta del pasado siglo. El largo proceso de normalización política que el conjunto del Estado español ha conocido, con sus más y sus menos, este último cuarto de siglo unido, entre otras muchas cosas, y el incremento del bienestar de partes importantes de la población redujeron de manera muy importante las tensiones políticas y sociales que se manifestaron de manera muy virulenta en los años inmediatamente posteriores a la muerte de Franco.
            Pero la legitimación histórica de ETA no sólo reposó sobre grandes realidades político-sociales objetivas, del tipo de las que acabo de mencionar; también cuentan otros elementos ideológicos y culturales menos tangibles, pero no por ello de importancia secundaria o insignificante. Por ejemplo, la legitimidad de la violencia política como un recurso ante el cual las gentes de izquierda no sólo no debían estar cerradas sino todo lo contrario. No se trata de reflexionar aquí sobre este complejo problema, pero sí es evidente que el prestigio de la lucha armada como herramienta legítima y hasta imprescindible para lograr la liberación de los pueblos o para poner fin al capitalismo, por razones complejas y variopintas, ha caído muchos enteros en la conciencia de la izquierda social, y la imagen del guerrillero heroico (peleando en las resistencias antifascistas, en los combates de liberación nacional del Tercer Mundo o en las luchas populares de América Latina o Palestina) se ha desmoronado muy considerablemente. Al menos, como referencia positiva para la gente que quiere cambiar nuestras relativamente prósperas sociedades capitalistas.

Cambiar una noción del nosotros y del ellos
profundamente pervertida


             Es otro de los elementos sobre los que ha reposado la legitimación de ETA en el pasado: la consolidación de un nosotros y de un ellos ajustados a las necesidades de la legitimación de su lucha político-militar. Un nosotros y un ellos que establece, en primer lugar, dos varas de medir radicalmente distintas para valorar a nosotros –para nuestra gente, para los amigos– y para juzgar a ellos, al enemigo.
            Si decidir que un conocido torturador de la policía que goza de plena impunidad es merecedor de la pena de muerte resulta ya un problema muy delicado por los serios riesgos de derivas antidemocráticas, autoritarias y militaristas que entrañan las respuestas afirmativas ante este tipo de dilemas, generalizar esa sentencia, por ejemplo, a todos los miembros del cuerpo policial del que forme parte el torturador, a todos los servidores del Estado en el cual se emplee dicho individuo, a todos los miembros de los partidos que apoyen al gobierno de ese Estado, o a toda la comunidad nacional que puede representarlo, constituyen rasgos característicos de la aberrante noción del nosotros y el ellos propia de toda deriva militarista, hacia la que ETA tantas veces se ha dejado llevar.
            Pero no sólo ETA. El otro lado, las fuerzas que se han enfrentado históricamente a ETA participan también, y retroalimentan permanentemente, esa misma noción radicalmente excluyente del nosotros y del ellos estableciendo, a su vez, dos varas de medir bien diferenciadas para juzgar a los amigos y a los enemigos. El comportamiento del Estado español de cara a ETA y a la izquierda abertzale está lleno de episodios de esta naturaleza que es imposible, por su tamaño, tratar de enumerar aquí. Por ejemplo, y por citar sólo un par de ejemplos recientes: la decisión del Tribunal Supremo sobre el cómputo de los beneficios penitenciarios de Henri Parot, en sí misma y por las derivaciones que esa aplicación retroactiva de la ley penal en perjuicio del reo puede tener para otras personas encarceladas, es una evidente aplicación de las dos varas de medir. Lo mismo, que el encarcelamiento sin fianza de Olano y Petrikorena, acusados de promover las movilizaciones de protesta por la muerte en la cárcel de dos presos de ETA del pasado día 9 de marzo, unas movilizaciones que tuvieron unas repercusiones más bien discretas y, en ningún caso, revistieron formas vandálicas que tuvieran un mínimo relieve. Esta también es otra durísima aplicación de la justicia para el enemigo.
            Remodelar profundamente la noción del ellos y del nosotros, vigente de una manera o de otra durante el último periodo de nuestra historia, constituye uno de los grandes retos para el futuro inmediato; una remodelación que forje un nosotros mucho más plural e inclusivo que el actualmente vigente en muchas de nuestras cabezas, y un ellos más reducido, racionalizado y matizado.

Reconocer todas las víctimas y todos los sufrimientos

           
Debería de ser una consecuencia directa de lo que acabamos de apuntar. Si en las víctimas no viéramos sólo una representación abstracta del otro sino, en primer lugar, un ser humano de carne y hueso y, en segundo lugar, a una parte de un nuevo nosotros, el problema se plantearía de un modo radicalmente distinto al actual.
            Se plantearía, en primer lugar, desde una perspectiva que excluya el olvido y el borrón y cuenta nueva. La reconstrucción de un nuevo nosotros es difícil de hacerse sin que cada cual asuma la parte de responsabilidad que le corresponda del pasado. Sin ella, ni las víctimas de ETA admitirán de buen grado una excarcelación de actuales presos de las cárceles, ni muchas gentes de la izquierda abertzale y de sus entornos entenderán que unas víctimas, las de ETA, sean subidas a los altares mientras sobre otras, las de la represión estatal y paraestatal, se corre un tupido velo.
            Y se plantearía, en segundo lugar, sin represalias políticas, sean éstas cuales fueren. Ninguna idea sobre el futuro político de Euskal Herria, de sus diferentes territorios, debe quedar excluida o estigmatizada por el comportamiento de sus defensores en el pasado. Es necesario un compromiso para buscar una salida positiva a todos los proyectos defendidos democráticamente. Con voluntad de buscar un procedimiento adecuado para el acuerdo: principio de consentimiento o del consenso suficiente. Respetando a la pluralidad y a la esencia de la democracia: que nada está proscrito.
            ¿Es posible avanzar realmente en esa dirección o constituye una muestra de buenismo ingenuo y fácilmente manipulable? Es algo difícil de contestar hoy. En la configuración del actual nosotros y ellos, las dinámicas violentas, –las del franquismo, las de ETA y las del Estado actual, por citar sólo las principales– han sido determinantes. Hay otras tensiones políticas y sociales que pueden realimentarlas, aunque las cuestiones más vinculadas a la violencia política se atenúen o desaparezcan, como son las tensiones unidas al electoralismo desalmado o las directamente conectadas al nacionalismo exclusivista, sea vasquista o españolista. O, lo que resulta más preocupante, la conjunción de ambas dinámicas.