Ignasi Álvarez y Ramón Casares

Razones catalanas para una victoria
Los resultados en Cataluña, Euskadi, Navarra y Andalucía

(Página Abierta, 191, abril de 2008)


            A pesar de que nadie dudaba de que el PSC-PSOE se fuera a imponer en Catalunya, como ha hecho en todas las elecciones generales, la magnitud de su victoria del 9 de marzo es más que apabullante. La distancia entre PP y PSOE es sideral. La diferencia entre PSC y PP es de 17 diputados, mientras que en todo el Estado es de 15. Hay 870.000 votos de diferencia en el Estado y más de 1.000.000 en Catalunya. El PSC obtiene más diputados que todos los otros partidos catalanes juntos. Más impresionante si se tiene en cuenta que, exceptuando las legislativas de 2004, la trayectoria electoral del PSC era descendente. Y aún más sorprendente si se considera que el PP sube en todas partes, incluida la propia Catalunya.
            El PSC-PSOE ha conseguido movilizar un voto que en las elecciones catalanas y en el referéndum estatutario se abstuvo; ha rebañado buena parte del electorado de IC y ha atraído una parte del voto que obtuvo ERC en 2004. Además, se ha beneficiado de un sector del electorado que tradicionalmente vota a CDC en las autonómicas y al PSC-PSOE en las generales.
            Ahora parece coser y cantar, pero no faltaron las dificultades. La mala gestión de las infraestructuras había creado un cabreo sordo, pero extendido. El hundimiento del Carmelo, el retraso en la llegada del TGV, el caos de los trenes de cercanías o la indefinición en relación con el aeropuerto del Prat no han sido fáciles de tragar. El català emprenyat (catalán cabreado) se podía encontrar en las filas de los votantes de todos los partidos, incluido el socialista. De hacer caso al propio president Montilla, la cosa podía ser todavía más grave, llegando a la “desafección” hacia el Estado. Se refería, seguramente, al mal sabor de boca dejado por el proceso de negociación del Estatuto, en el que el papel de los partidos catalanes fue poco airoso. Al final de la negociación, en los medios de comunicación catalanes, empezando por los de la propia Generalitat, quedó la impresión de que Zapatero anduvo cicatero y poco comprometido. La defensa del Estatuto fue débil –el PSC no estuvo en la negociación final, ERC llamó a votar no y CiU, que sí estuvo, no tenía mucho interés en resaltar el papel del Gobierno central–. Esta impresión se sobreponía a la idea, muy extendida, del maltrato fiscal hacia Catalunya. En boca de Montilla, la “desafección” alertaba sobre la necesidad de un trato mejor hacia su Gobierno por parte del Gobierno central. Pero no es menos cierto que las encuestas registran un incremento de la definición soberanista e independentista entre la población.
            En cualquier caso, las encuestas electorales también vaticinaban un retroceso importante del voto nacionalista. CiU, fuera de la Generalitat y con una actitud tradicionalmente accidentalista en relación con el PP, no aparecía como una opción fuerte ni fiable. Con todo y con ello, a pesar de hacer uno de los resultados más pobres de su historia electoral, ha mantenido el tipo, con 10 diputados, los mismos que en 2004. ERC, en cambio, se ha hundido mucho más de lo esperado, y de los 8 diputados alcanzados en 2004, pasa ahora a 3. Seguramente los 8 diputados respondían al clima enrarecido de 2004, cuando lo más previsible era el triunfo del PP, y ERC planteó las elecciones como un plebiscito después de convertirse en cabeza de turco por la excursión de Carod a Perpinyà. Pero cuando más cerca estaba del sorpaso, la trayectoria de ERC devino errática. Trabajó denodadamente para sacar el Estatuto adelante; tras algunos titubeos, la militancia impuso el no porque lo había negociado Mas; con el nuevo tripartito ha hecho bandera de su aplicación integral, a la que añade el “horizonte” de un referéndum de autodeterminación en 2014. Tales bandazos responden a cierta idiosincrasia de ERC, un partido con necesidades políticas más moderadas que la ideología de sus militantes, procedentes mayoritariamente del nacionalismo radical. La ruptura entre Carod y Puigcercós se sobrepone a esta tensión. Partidarios ambos de mantenerse en el tripartito, Puigcercós parece decidido a atizar una militancia radicalizada y con una concepción muy tosca de la política para arrinconar definitivamente a un Carod pendiente de un electorado más diverso y evanescente. En estas circunstancias era muy difícil que el nacionalismo catalán apareciera como una fuerza capaz de frenar o de moderar al PP en España, como había ocurrido en otras ocasiones.
            No debería olvidarse que eran unas elecciones españolas. La razón principal de la victoria socialista en Catalunya hay que atribuirla a lo que ya ponía de relieve uno de sus lemas electorales: “si tú no vas, ellos vuelven”. El voto al PSC-PSOE ha sido, en parte, un voto-refugio frente a lo que se percibía como la amenaza del triunfo del PP.
Pero, ¿por qué esta angustia frente al PP? El PP aparece en Catalunya  como un conglomerado de intereses hostiles, por su apoyo a los trasvases o su rechazo a alterar el reparto fiscal. La mirada uniformizadora que tanto el PP como sus adláteres de El Mundo y de la COPE dirigen hacia las singularidades identitarias catalanas, hacia los consensos en materia de lengua, por ejemplo, se puede entender como puro anticatalanismo. Tanto más si menosprecia la convivencia y la cohesión, valores básicos en sectores muy diversos en Catalunya, pero especialmente entre los de origen inmigrante.
            Existe también algo más, y este plus se encuentra en la política del propio Gobierno socialista. Si más de un 60% de la población española es partidaria, si hay oportunidad, del diálogo con ETA, esta opinión está mucho más irreflexivamente extendida en Catalunya. Tanto es así que el compromiso temerario de Zapatero con la negociación, incluso tras el atentado de Barajas, ha sido ampliamente apreciado en Catalunya. Algo parecido sucede con el enfrentamiento con la cúpula eclesial, cuyo documento de noviembre suscitó una reacción de cerrada oposición en la sociedad catalana, incluyendo una buena parte de la Iglesia catalana. Por no hablar del significado de la retirada de las tropas de Irak en una sociedad que vivió las manifestaciones más masivas de su historia contra la guerra en la primavera de 2003. Para el electorado catalán, PP y PSOE están muy lejos de ser lo mismo, como algunas voces tanto nacionalistas como izquierdistas pretendían.
            Éstas son también singularidades catalanas. Pero en estas singularidades se encuentra la explicación tanto de la victoria socialista como de la derrota del PP. El período de Aznar levantó el techo y afianzó electoralmente al PP. Pero el precio político que tiene que pagar por mantener movilizado a su electorado se traduce en la activación defensiva del electorado catalán. Los avances que el PP logra en el resto del Estado los pierde en Catalunya. Parece que el PSOE algo ha aprendido sobre ello. El PP no tendrá más remedio que hacerlo. Esperemos.

Javier Villanueva
País Vasco: De sabios es rectificar y de prudentes no despeñarse


            1. Esta vez no ha habido discusión sobre los resultados de las elecciones en el ámbito de la Comunidad Autónoma Vasca: sólo ha ganado el PSE, todos los demás han perdido. Nadie discute que su efecto más llamativo ha sido el retroceso del PNV y del Gobierno tripartito, definido unánimemente en términos de batacazo (del cual sólo se salva, por su valor con vistas a la estabilidad del próximo Gobierno de Zapatero, el haber mantenido el grupo parlamentario del PNV, con seis diputados, aunque sea menor del deseado). Tampoco se discute un segundo e inesperado efecto: el vuelco que se ha producido en la relación entre el nicho de votantes a partidos de confesión nacionalista vasca y el nicho de votantes a partidos no nacionalistas vascos. Estos últimos nunca habían sacado tanta diferencia a su favor en unas elecciones generales.
            2. A tenor de este dato, y del hecho de que el PP haya mantenido su electorado (pues ha perdido sólo 26.000 votos), se han roto dos mitos: la imbatibilidad del PNV (con su corolario: la no alternancia al PNV) y el no trasvase de votos entre los dos nichos. Por primera vez ha habido trasvase, en este caso a favor del PSE, de votantes del otro nicho. Si en las elecciones anteriores, de 2003 a 2007, se venía mostrando una tendencia al estrechamiento de las diferencias entre ambos nichos (tendencia que también había prevalecido en el ciclo anterior de 1989 a 2000), las de ahora no sólo confirman dicha tendencia sino que la desbordan y ponen sobre la mesa la posibilidad de la alternancia a la hegemonía del PNV. Se puede decir, por tanto, que hay síntomas de un nuevo ciclo (de fin de la hegemonía nacionalista vasca), si bien es prematuro ir más allá. Esta tendencia tendrá que confirmarse en próximas elecciones. El futuro está abierto en todos los sentidos.
            3. El resultado de la abstención tampoco ha sorprendido demasiado. Su cifra absoluta: el 35,10% del censo, diez puntos por encima de la media, no es excesivamente alta en comparación con otras elecciones. Y está dentro de lo esperado que en Guipúzcoa haya subido hasta el 41,82%, o que haya sido inferior a la media en Vizcaya (32,49%) y Álava (29,72%). Lo sorprendente es que el periódico Gara haya sostenido la valoración, poco realista a mi juicio, de que el PSE y la abstención han sido los dos ganadores de las elecciones. Su particular raca-raca postelectoral: pedir sensatez y pragmatismo y exigir recuperar «la negociación para la superación del conflicto», se queda en retórica para la propia parroquia. El mundo de Batasuna/ANV ha quedado marginado de la vida política por su empecinamiento en no apartarse de ETA, y no está para condicionarla. Su recorrido es cero mientras esté ETA de por medio. Su manera de plantear la vuelta al diálogo con ETA y el hecho de hacerlo –tras el asesinato de Isaías Carrasco–, como quien tras consumarse la batalla se dispone a parar la guerra y contar las habas, es todo un alarde de cinismo, o, mejor, de moralidad cínica-militar, a mi juicio.
            4. En cuanto a la interpretación de los resultados, el tema estrella ha sido explicar la desmovilización del voto nacionalista vasco, cosa en la que se ha empeñado sobre todo un PNV interesado en escenificar esa reflexión con un aire de catarsis colectiva de su equipo dirigente. La primera razón aludida, la polarización y la fuerza de arrastre del bipartidismo en estas elecciones legislativas, no resulta convincente cuando se esgrime como eximente por quienes han perdido, pues desconsidera el interés de la ciudadanía por el Gobierno de España y por quién lo ocupa. Un fenómeno antípoda del anterior: el desistimiento de unas elecciones “españolas” por inercia de una política pública vasca “ajena” a España, también se queda corto en su fuerza explicativa habida cuenta de que se le ha solicitado su voto expresamente al electorado afín a la causa nacionalista vasca; máxime si se justifica con un supuesto estado de desencanto de los partidarios de una política más “soberanista” y de confrontación con España. No digo que no haya gente desencantada por ese motivo, pero todo parece indicar que en este momento es mucho más relevante la insatisfacción contraria, es decir, el desencanto de quienes preferirían un nacionalismo vasco menos centrado en sus esencias y en la diferenciación e incompatibilidad de identidades nacionales. Por ahí va lo que ha destilado acerca de la reflexión del PNV su mismísimo presidente, Urkullu, cuando dice que la mayoría de la ciudadanía –y sobre todo el voto joven y urbano– está en otra onda, no de confrontación ni tan ideologizada, sino más apegada a los problemas cotidianos. A lo que añado, por mi parte, que en esa inclinación se muestra un hartazgo considerable del raca-raca del “conflicto”.
            5. Tras el resultado claro y contundente de estas elecciones se ha impuesto un nuevo escenario político que corrige hasta las próximas autonómicas la relación de fuerzas de salida de las anteriores elecciones autonómicas de 2005, sean cuando sean, y el margen de maniobra derivado de ellas. No podía ser de otra forma ya que el “cauce central” de la sociedad vasca, según dice el lehendakari, esto es, el Gobierno vasco tripartito, queda “tocado”, pues ha perdido el 32,61% de su caudal desde las elecciones de 2004 y la oposición le ha superado ampliamente: 632.000/403.000. La consecuencia política de esto es que la “hoja de ruta” de Ibarretxe ha quedado desautorizada en su exagerado dramatismo, en la desmedida urgencia de sus plazos imperativos, en su irrealista unilateralidad, de modo que ahora –aprisionada entre el batacazo electoral y la vuelta de ETA al asesinato político– todavía es más imposible e innegociable si cabe. Opino, como muchos han señalado, que hay que buscar una fórmula que salve el honor de Ibarretxe y le permita cambiar de “hoja de ruta”. De sabios es rectificar. Y de políticos prudentes no precipitarse por el despeñadero político y moral de dejar en manos de los diputados de EHAK (y de quien dirige esa orquesta) el calendario político de los meses próximos.

Jesús Urra
Navarra: El cambio sigue siendo viable


            Las tres principales fuerzas, UPN, PSN y Na-Bai, pueden autoasignarse el éxito en estas elecciones, pese a que el principal triunfador a escala navarra haya sido el PSN. Obtiene una ligera subida en votos en comparación con las generales de 2004, pero hay diferencias con las autonómicas de hace un año: UPN ha obtenido 133.059 votos y 2 diputados ahora, y 138.000 en las autonómicas; el PSN, 117.920 votos y 2 diputados ahora, y 73.000 en las autonómicas; y Na-Bai, 62.398 votos y 1 diputado ahora, y 77.000 en las autonómicas.
            IU, con 11.098 votos, sufre una pérdida muy importante de votos y porcentaje. A ANV/Batasuna, el sociólogo Ander Gurrutxaga le atribuye 14.000 seguidores de su llamada a la abstención; un resultado flojo, aunque el desastre de sus competidores (PNV, EA y Aralar) en la Comunidad Autónoma Vasca y la no subida de Na-Bai le permite salvar la cara y apañar su discurso postelectoral. ANV está diciendo a su parroquia que la ilegalización ha fracasado y presenta a Zapatero y a la izquierda abertzale como las dos fuerzas determinantes, condenadas a entenderse, para protagonizar la salida al conflicto.
            Los resultados de Na-Bai son buenos; y, además, sale fortalecida por la evolución de fuerzas más o menos similares a ella en otras partes del Estado. Pero no se puede ignorar que revelan un serio problema respecto a los objetivos y a las expectativas creados, así como a la orientación de su campaña.
            Ha habido, por parte de Na-Bai, una falta palmaria de realismo en los objetivos: sacar dos diputados y un senador, ser la segunda fuerza, liderar el centro-izquierda navarro, arrinconar al PSN..., cuando este partido casi le ha duplicado en votos. Su planteamiento no ha tenido en cuenta los límites electorales de las fuerzas de Na-Bai (y del nacionalismo vasco en Navarra) desde el inicio de la democracia. En lugar de una línea ante el PSOE compensada y selectivamente crítica se ha diseñado un producto más anti-PSOE que anti-PP, lo cual es erróneo y encona las relaciones con los socialistas.
            Se ha presentado a Na-Bai como la única voz de Navarra, postura que repite el latiguillo de “somos los auténticos navarros”. Na-Bai representa a un 18-23% de la población y debe respetar la existencia de fuerzas navarras con otra forma de entender la defensa de sus intereses o de sentirse navarros, que son tan legítimas como la suya. Estas otras formas toman cuerpo en la identidad navarro-española, se organizan de acuerdo a ella y desean estar representadas en las Cortes generales por Zapatero y por gente socialista de Navarra en el caso del PSOE, por UPN y Rajoy, o por Llamazares y gente de IUN en el caso de IU. Con la salvedad de que en esta ocasión, además, han logrado más del 80% de los votos emitidos.
            A tenor de los resultados de estas elecciones, el cambio en Navarra sería hoy viable al disponer de mayoría parlamentaria para sacarlo adelante y habida cuenta de las dificultades de UPN para conseguir la mayoría absoluta. Ésta es su consecuencia más relevante.
            Sin embargo, no ha de olvidarse que el cambio sigue tropezando en la misma piedra: los intereses contrapuestos, las desconfianzas y la falta de entendimiento existente entre el PSN y Na-Bai. Todo lo cual está conectado en el fondo con la excepcionalidad y complejidad de la situación existente en Narrara derivada del fenómeno de ETA, de su valor simbólico en la disputa entre el nacionalismo vasco y el español, así como de la pluralidad identitaria; o con los problemas específicos del PSN, en especial de la desconfianza de una parte importante del centro-izquierda navarrista (que también se muestra de un modo mucho más amplio en el centro-izquierda español) para un acuerdo con el nacionalismo vaco y con Na-Bai; o con los propios problemas de Na-Bai para entender la situación del PSN y para realizar una política ajustada respecto a ETA/ANV/Batasuna; o con los problemas que entraña la persistencia de ETA (que ahora cuenta en Navarra con la representatividad electoral más baja de su historia y con una capacidad nula para determinar la inclusión de Navarra en Euskadi, pero mantiene la capacidad de desestabilizar la situación), cuya acción se complementa con la interferencia practicada por ANV/Batasuna en ciertos espacios de izquierdas y sobre todo en los medios abertzales, una interferencia enteramente subordinada a la estrategia de ETA y que ha sido un obstáculo importante para el cambio de izquierdas e interidentitario en Navarra.
            El cambio habrá de afrontar estos problemas. A la sociedad que representan PSN, Na-Bai e IUN le interesa un cambio de izquierdas y un pacto de convivencia interidentitario. Y esto pasa por un acuerdo razonable y sólido a tres bandas, donde el PSN exponga y negocie los límites y las condiciones que considere oportunos. Un pacto de estas características sería, sin duda, una pieza muy positiva para el arreglo del laberinto vasco, algo en lo que están interesados el PSOE y el PSE.
            La previsible línea del PSN para los próximos años será facilitar la gobernabilidad de UPN en Navarra, sazonada de cierta oposición en algunas materias, y presentarse como la alternativa central para las forales de 2011. Esta línea se inscribe en la operación puesta en marcha por Zapatero: meter una cuña entre PP y UPN pagando el precio de permitir el Gobierno UPN-CDN en minoría. Esta maniobra no nos gusta nada, pues impide el entendimiento entre las izquierdas y el cambio en Navarra.
Na-Bai tiene que hacer sus propios deberes: comprender mejor los problemas del PSOE-PSN con su electorado, tener en cuenta la excepcionalidad y complejidad de Navarra en estos momentos, comprometerse con una política firme en contra de ETA y de crítica a Batasuna/ANV, impulsar una política de entendimiento entre las izquierdas, exigirle al PSN un cambio de rumbo hacia la izquierda... Tras haber perdido un pulso contra el PSN, Na-Bai debe dejarse de veleidades para sustituir al PSOE, que son irreales y se convierten en un obstáculo innecesario para el cambio.
            Los tiempos que se avecinan pueden abundar en la confrontación entre las izquierdas navarras. Hay acuerdos municipales que se hicieron mal y no es fácil reconducirlos positivamente. Puede darse una actitud revanchista por parte de la dirección del PSN a la luz de los resultados electorales. No son las mejores circunstancias para invocar el cambio ni una reflexión conjunta, favorable para el cambio. Pero con el enfrentamiento actual no vamos a ninguna parte.

José Federico Barcelona y José Sánchez
Andalucía: Nuevo éxito electoral del PSOE
 

            En Andalucía han votado en estas elecciones generales 4.493.949 personas, el 73,78% del censo (1), lo que representa un 1% y 31.000 votantes menos que en 2004.
Los resultados de las generales de 2008 en Andalucía han certificado la extrema concentración del voto en los dos grandes partidos que ya se dio el 14 de marzo de 2004. El electorado, en sus cifras grandes, se ha polarizado respondiendo posiblemente a motivaciones muy parecidas con las que fueron a votar en 2004: unos escogiendo el camino más corto para frenar la posible vuelta al Gobierno del PP en Madrid (2), y otros agrupándose en una opción que, hoy por hoy, es la única alternativa efectiva en Andalucía para quien no ha deseado votar a partidos de izquierda.
            El PSOE andaluz ha cosechado otro éxito electoral en estas generales, esto es indudable. Aun perdiendo 2 escaños respecto a 2004, sobrepasar el 50% de los sufragios y superar de largo los 2 millones de electores no puede calificarse de otra manera. Seguramente, los socialistas andaluces han mantenido estos resultados tan contundentes gracias a la atracción hacia su opción política de casi todo el electorado más a la izquierda de esta tierra “sociológicamente de izquierdas”, y no por ampliar netamente su caudal de votos por el “centro sociológico”. En su momento, el PSOE andaluz consiguió el voto de una gran parte de los electores de la izquierda moderada andalucista, y en los últimos años ha dejado a cero a IU, sus competidores en la izquierda tradicional, cosa que ya casi ocurrió cuando Felipe González arrasó en 1982 (3). El trasvase de votos en Andalucía entre IU y el PSOE en las elecciones generales ha sido una constante y no ha sido pequeño, pero en las dos últimas elecciones ha triunfado plenamente la polarización del voto de izquierda hacia los socialistas, mediante el que han logrado mantener el elevado listón con el que el PSOE andaluz garantiza al PSOE estatal un buen resultado para contribuir al triunfo socialista en Madrid (4).
            IU baja en todas las provincias, pero el varapalo en sus dos plazas fuertes, Córdoba, donde pierde 14.000 votos (9.000 de ellos en la capital), y Sevilla, donde baja más de 15.000 votos, son los ejemplos más ilustrativos del trasvase de voto al PSOE.
El PP también ha triunfado. Incluso se puede decir que, en términos relativos, ha triunfado más que el PSOE: ha pasado de 23 a 25 diputados. Siguiendo idéntico proceso de concentración del voto, el PP se puede haber embolsado buena parte de esos 138.000 votos perdidos por las formaciones andalucistas, un electorado en su mayoría poco definido ideológicamente, tal vez la mayoría de centro y centro-derecha, pragmático, cansado de las interminables luchas internas andalucistas, decepcionado por el desvarío de su orientación política (oposición al Estatuto de Autonomía) y por sus líderes, y susceptible, sobre todo en las elecciones generales, de abandonar el “lecho andalucista”.
            Posiblemente, el sello relativamente moderado y autonomista que Javier Arenas viene dando al PP andaluz en los últimos años ha sido el mayor reclamo de este partido para disputar al PSOE el espacio de centro y ganar votos en este “nicho electoral”. Además, el PP ha consolidado sus posiciones en el medio urbano (ciudades con más de 50.000 habitantes), ha ganado en votos y diputados por primera vez en las provincias de Almería y de Málaga, y ha tenido subidas significativas de entre el 3% y el 5% en las demás capitales (excepto Jaén) y en muchas ciudades grandes, mientras que el PSOE ha bajado sus porcentajes en seis de las ocho capitales andaluzas (Córdoba y Jaén son la excepción) y su poderío está replegándose cada vez más a los numerosos núcleos rurales y pueblos medianos de Andalucía.
            Por otra, parece que el PP no encuentra “su techo” y, por el contrario, amplía poco a poco su base electoral en Andalucía, con el avance y consolidación del voto urbano, la disputa al PSOE del voto centrista moderado y la conquista de una parte del voto andalucista. Se ha formado un mapa electoral marcado por un bipartidismo muy fuerte y un estrechamiento del espacio electoral entre PSOE y PP, pero ¿se consolidará definitivamente? (5). Las evoluciones y cambios de las mentalidades sociales no parecen ser lineales ni absolutamente transparentes, y su influencia en el mundo de la política no es tampoco definitiva ni completamente previsible.

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(1) Un total de 6.161.995 andaluces con derecho a voto. En 2004, el censo electoral tenía unas 110.000 personas menos.
(2) Un peligro que de ninguna manera estaba presente en las elecciones andaluzas.
(3) En 1979, el PCE obtuvo 7 diputados andaluces en Madrid; en 1982, 1 diputado; en 1986, IU sacó 3 diputados; en 1989, 5; en 1993, 4 diputados; en 1996, 6; en 2000, 3 diputados; y en 2004, ninguno.
(4) Además, la imagen renovada que proporciona Zapatero como referencia socialista en las generales ha podido suponer un bálsamo que facilite este trasvase ante a la irritación que produce la inextinguible nomenclatura socialista andaluza en una parte del electorado que ha votado al PSOE en la generales.
(5) El PSOE andaluz perdió muchos votos por el centro y por la izquierda en las generales de 1996 y de 2000, reduciéndose su diferencia con el PP al 6,5% y al 3,5% respectivamente, pero en 2004 esa diferencia volvió a subir al 19,2%, lo que no se explica sin la vuelta de votos de centro, además de los de izquierda.


J. F. B. y J. S.
Elecciones autonómicas en Andalucía.
Octava victoria consecutiva del PSOE


            En las elecciones autonómicas andaluzas, que se celebraron también el 9 de marzo, coincidiendo con las generales, votaron 4.486.009 personas, un 73,65% del censo (1) (en 2004 votaron 4.518.545, un 74,66%). La abstención ha sido del 26,35%.
El PSOE, que ha obtenido 2.148.328 votos (un 48,19%) y 56 diputados, ha ganado estas elecciones. Consigue así su octava victoria consecutiva –gobierna en Andalucía desde 1982 (2)–, y es su quinta mayoría absoluta (3). Revalida el cargo Manuel Chaves, que  lleva 18 años como presidente autonómico, y son las sextas elecciones a las que se presenta como candidato a la Junta desde 1990. El PSOE gana al PP, en votos, en todas las provincias excepto en Almería y Málaga. Sin embargo, también ha bajado en votos en todas las provincias con respecto a 2004; ha perdido 112.217 votos y 5 diputados, pasando de 61 a 56 (ha perdido un diputado en las provincias de Almería, Granada, Córdoba, Málaga y Huelva).
            El PP, por su parte, ha obtenido 1.721.964 votos (el 38,63%) y 47 diputados. Este partido ha recogido 295.190 votos y 10 diputados más en relación con 2004. Los resultados electorales del PP son los mejores de su historia. La distancia con el PSOE en votos se acorta a 426.363, cuando en 2004 era de 833.771. Comparando sus resultados  con los de las elecciones de 2004, el PP aumenta sus votos en las ocho provincias andaluzas; y lo mismo ocurre con los parlamentarios: gana uno en todas las provincias excepto en Málaga y Almería, en las que gana dos diputados. Los populares sacan más votos que el PSOE en todas las capitales de provincia, menos en Huelva y Sevilla (4). En las 28 ciudades con más de 50.000 habitantes, el PP es el más votado (aumenta 145.000 votos, mientras que el PSOE pierde unos 48.000 votos). En núcleos menores de 50.000 habitantes, el PP gana 156.000 votos más que en 2004. El PP crece más donde el PSOE pierde más votos, en las llamadas ciudades medias de entre 20.000 y 50.000 habitantes (5).
            IU ha conseguido 315.209 votos en las autonómicas (un 7,09%) y 6 diputados. El aumento de sus votos en las provincias de Almería, Granada y Huelva no ha sido suficiente para compensar la pérdida de votos que sufre en el resto de las provincias, donde pierde 21.121 votos con respecto a 2004. Mantiene sus 6 diputados, al igual que en 2004 y 2000. Quizás lo más novedoso para la coalición es que su líder, Diego Valderas, volverá a estar en el Parlamento andaluz por Huelva, pero pierde, a cambio, el parlamentario por Jaén.
            Coalición Andalucista (6) obtiene 123.776 votos, un 2,78%. Pierde 152.898 con respecto a 2004, pasando de 276.674 a 123.776 y se queda por primera vez sin representación parlamentaria. Son los peores resultados de su historia (7).
            En la interpretación de los resultados electorales se repiten algunas tendencias de elecciones pasadas. En primer lugar, el arraigo del voto al PSOE en Andalucía, lo que confirma lo que otras veces hemos dicho, que en Andalucía tiene un fuerte peso el electorado de centro- izquierda (8), aunque el PP recoge cada vez más posiciones electorales de centro, acortando la distancia entre la izquierda y la derecha; pero falta por ver si esta tendencia puede poner en peligro la hegemonía socialista. Aparece un mapa electoral en el que se dibuja una diferencia electoral entre Andalucía occidental (más favorable al PSOE)  y oriental.
            La influencia del bipartidismo también ha sido importante en las elecciones andaluzas: los dos grandes partidos suman el 86,82% de los votos, mientras que en 2004 sumaron el 82,14%.
            Existen también otras particularidades andaluzas que siguen en menor medida las tendencia de las elecciones generales: IU resiste la tendencia al bipartidismo. El “voto útil” por  parte de la izquierda, que en las elecciones generales ha jugado un papel muy importante, en el caso de las elecciones andaluzas no ha existido, y la desaparición de la Coalición Andalucista se explica más por factores endógenos (rencillas históricas entre sus líderes, posición mantenida frente al proyecto de reforma del Estatuto o la mantenida frente al referéndum  europeo...) a los andalucistas que por factores externos. Ello es también la expresión de un voto más plural en las autonómicas, relativamente menos marcado por la eficacia y más por la preferencia ideológica, así como por la convicción de contener las reiteradas mayorías del PSOE en Andalucía (9). También la posición activa mantenida por IU en el proceso de reforma del Estatuto le ha beneficiado (10).
            Ha sido importante la subida del PP, que acorta su distancia de manera notable con el PSOE, subida que se viene sosteniendo sobre los núcleos de mayor población, pero que en esta ocasión se extiende también a los núcleos más pequeños y del interior, que hasta ahora venían resistiéndose al PP. Por el contrario, este partido sigue topándose con problemas en el litoral occidental y ciudades medias del interior. La subida del PP de Arenas probablemente se haya debido a la confluencia de varios factores: ha apostado fuertemente por una imagen de partido de centro (11), a pesar del lastre que le ha supuesto la oposición del PP a nivel estatal, lo que, junto al hartazgo de tanto años de PSOE gobernando, así como la desaparición de Coalición Andalucista, puede explicar su notoria subida electoral. Una parte importante de sus votos viene de los andalucistas (en Cádiz, Córdoba, Málaga y Sevilla, el diputado que pierde la Coalición Andalucista parece que lo gana el PP), pero la pérdida de votos de la Coalición Andalucista (152.898) no explica todo el incremento de votos del PP, que ha sido de 295.190.
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(1) De un censo de 6.091.124 votantes.  La media andaluza de participación para las generales es del 73,78%.
(2) Las primeras elecciones andaluzas que se produjeron. Lleva 26 años en el Gobierno.
(3) En 1982, 1986, 1990, 2004 y 2008. Es la primera mayoría absoluta que baja de 60 parlamentarios. El Parlamento andaluz tiene 109 parlamentarios.
(4) Invirtiendo así el cambio que se produjo en las elecciones de 2004 respecto al voto urbano de capitales de provincia. En los resultados de las autonómicas de 2000, el PSOE sólo aventajaba al PP en Sevilla. En las autonómicas de 2004, el PSOE ganó en cuatro capitales andaluzas (Sevilla, Málaga, Huelva y Jaén) y recortó muchísimo la distancia con el PP en las otras cuatro: Cádiz, Granada, Córdoba y Almería. En estas elecciones se vuelve a la tónica de 2000, en el que voto urbano es mayoritariamente del PP
(5) Es en los núcleos menores de 10.000 habitantes (653) donde menos avanza el PP: sólo encuentra el 18% de sus apoyos, 11 puntos menos que los que suma el PSOE. En el conjunto de estos pueblos, los socialistas casi doblan al PP en número de sufragios (626.955 frente a 317.014).
(6) Formada por PA, PSA y otros siete grupos políticos.
(7) En las elecciones generales la caída ha sido igualmente importante. En 2004 obtuvo 181.868 votos y ahora 68.344. Pierde, pues, 113.524 votos.
(8) La imagen del PP andaluz se ha suavizado algo respecto a lo que indicaba el Estudio General de Opinión Pública de Andalucía, de enero de 2004, donde los andaluces “ubican” al PP en posiciones de derecha y centro-derecha, en el nivel 7,50 de una escala ideológica entre 1 (más izquierda) y 10 (más derecha). Por otra parte, la suma de los porcentajes del PSOE y de IU siempre ha estado por encima del 55% de votantes (sobrepasando el 60% en varios casos), salvo en las elecciones generales y autonómicas de 2000 (52% y 53% respectivamente). En estas elecciones ha sumado el 56,28% en las autonómicas y el 56,89% en las generales.
(9) Voto dual, muy habitual y estudiado en Andalucía: hasta ahora votar al PSOE para las generales y a IU para las autonómicas. La opción de los andalucistas ha desaparecido en estas elecciones.
(10) Ello explica que IU se mantenga y salve “los  muebles” a pesar de que las divisiones y conflictos internos podían ir en su contra. En las andaluzas le han votado 315.909 personas y en las generales 229.159. Han votado 86.050 personas más a IU en las andaluzas que en las generales. Curiosamente, en las elecciones de 2004 esta diferencia fue menor: 49.656 personas más votaron a IU en las andaluzas y no lo hicieron en las generales.
(11) El PP saca 198.678 votos más en las generales de 2008 que de 2004. En Andalucía han votado 8.299 personas más a Arenas que a Rajoy. La posición favorable frente al Estatuto es un ejemplo de este situarse en el centro.