Imanol Zubero
Cada vez más, cada vez menos
(Hika, 156 zka. 2004ko ekaina)
Escribía Iñaki Anasagasti en Deia el 6 de octubre de 2002: “Nos queda pues un arduo trabajo de recuperar a quienes son propensos a entender nuestras propuestas, sobre todo después de comprobar cómo Llamazares, Sartorius, Maragall, Madina, Tusell, Aguilar, Carnicero, Gabilondo, María Antonia Iglesias y varios más han recibido la propuesta del lehendakari tan de uñas. En unas horas nos hemos quedado sin nadie”. Estas palabras reflejan a la perfección el efecto que tuvo la presentación ante el Parlamento Vasco el 27 de septiembre de 2002 lo que en aquel momento recibió la denominación de Una iniciativa para la convivencia. Rechazado incluso por aquellos que, en otras muchas delicadas cuestiones, habían manifestado siempre comprensión (aún desde la discrepancia) hacia el nacionalismo vasco democrático No encuentro mejor indicador de la fragilidad de origen del llamado plan Ibarretxe. Ahora bien: ¿no es hasta cierto punto lógico que un proyecto político novedoso, propositivo, complejo, sea en principio recibido con cautela y hasta con críticas? Tal era, parece, la convicción del PNV: “Queda por tanto continuaba Anasagasti- un serio intento de explicación, de desmenuzamiento de la iniciativa, de recuperar a esos pocos amigos, que ahora nos critican abiertamente en sus tertulias, de desmontar con argumentos las acusaciones...”.
Ha pasado año y medio desde que Anasagasti escribiera esas líneas. Nadie podrá poner en duda el laborioso esfuerzo realizado por el lehendakari Ibarretxe para explicar su proyecto a propios y a extraños. Ello no obstante, nadie podrá negar, tampoco, que los apoyos al plan no han aumentado ni un ápice. Cuando estoy redactando estas líneas leo (El Mundo, 13-5-04, página 9) dos noticias que apoyan esta afirmación. La primera: tras reunirse con el presidente del PNV, Josu Jon Imaz, el coordinador general de EB-IU, Javier Madrazo, considera que el plan Ibarretxe está acotado de tal manera que no ve probable una aproximación de las posturas mantenidas al respecto por PNV-EA y las de su propia formación. La segunda: en su comparecencia ante la Comisión de Autogobierno del Parlamento Vasco el secretario general de ELA, José Elorrieta, advierte que sólo apoyarán el plan Ibarretxe si se encamina claramente hacia un proceso soberanista, pero no si se limita a una regeneración estatutista. Nada se ha avanzado, pues, en todo este tiempo. Más aún, cabe sostener que si todavía hoy, año y medio después de su presentación, el lehendakari y los partidos nacionalistas que lo apoyan continúan hablando de su plan en los términos en que lo hacen (como una propuesta de diálogo, no nacionalista, incluyente, abierta, respaldada por una mayoría social, destinada a ser sometida a consulta en breve) es, exclusivamente, gracias al cada vez más incomprensible apoyo que EB ha dado al proceso de desenvolvimiento parlamentario del citado plan. De no haber sido así, Ibarretxe se hubiera visto obligado a retirarlo o, en todo caso, a modificarlo. El apoyo mismo de EB se tornará cada vez más problemático pues, como plantea Miquel Caminal, “el federalismo se hace necesario históricamente como alternativa al nacionalismo a partir del momento en que se hace evidente la imposibilidad de un nacionalismo para todas las naciones”.
Pero en estas estamos, y la cuestión que se nos plantea es la de reflexionar sobre el margen de maniobra que, en el actual contexto político, tienen los impulsores del denominado, a partir del 25 de octubre de 2003, Estatuto Político de la Comunidad de Euskadi.
TABLA DE SALVACIÓN. Antes que nada, hay que recordar el momento político en el que se presentó originalmente el plan Ibarretxe. Un momento en el que el nacionalismo vasco en su conjunto se encontraba a la defensiva. Eran los tiempos del Espíritu de Ermua (en su versión PP), del aberrante Acuerdo de Lizarra y de su sangriento final (¿o continuación?), del pacto Antiterrorista... El nacionalismo vasco elevaba cada vez más la voz, pero el constitucionalismo (versión PP) ganaba terreno. Eran tiempos de advertencias como esta de Andrés de Blas: “Cada vez cobra más fuerza la hipótesis de que el nacionalismo vasco pueda desencadenar una ofensiva secesionista en el futuro inmediato”, y su recomendación de empezar a preparar la defensa frente a tal pretensión, sin descartar “un eventual recurso a medidas de excepción proporcionadas al posible desafío nacionalista” (El País, 26-7-01). Versión ilustrada del mismo temor expresado por José Mª Aznar y por Manuel Fraga: “No queremos que haya marcha atrás ni que se juegue con aventuras que pongan en riesgo el futuro de España”, advertía el primero. Más lejos iba el presidente de la Xunta: “El nacionalismo es la guerra. No hay más que ver lo que sucede en los Balcanes, donde el asesinato está a la orden del día. No quiero pensar lo que sucedería si en el País Vasco se llevara a cabo la idea insensata de la autodeterminación. Muchos miles de vascos morirían los primeros días” (El País, 21-7-01).
De ahí el nuevo eslogan que, junto al ya visto en anteriores ediciones, hizo historia en el Alderdi Eguna del año 2003: “Nos quieren joder pero tenemos un plan”. En efecto, el plan Ibarretxe sirvió para construir esa pared necesaria para que el nacionalismo vasco apoyara firmemente el pie, aguantara los envites del constitucionalismo pepero, para posteriormente plantar cara y ganar terreno. Es por eso que el plan del lehendakari es más que un plan: ha sido la tabla de salvación de un nacionalismo desconcertado. Y uno no abandona fácilmente su tabla de salvación.
Sin embargo y diga lo que diga el refrán, no siempre dar primero significa dar dos veces, ni por el hecho de madrugar tiene uno garantizada la ayuda de dios. Es lo que tiene el refranero: que atesora dichos tan variados y contradictorios que lo mismo permite sostener una cosa y su contraria. Junto a todas esas sentencias que nos animan a tomar la iniciativa, a ser los primeros, prometiéndonos la recompensa del éxito, no faltan tampoco las que nos advierten de la posibilidad de que no gane aquel que parte en primera posición, de que sea el último quien ría mejor o de que no por mucho madrugar amanezca más temprano. Tomar la iniciativa puede ser, en principio, una buena cosa, pero en la práctica la bondad del asunto depende de muchas cosas: del tipo de competición, de la duración de la contienda, etc. Ocupar la pool position puede ser una ventaja en una carrera de coches, donde las posibilidades de adelantar al adversario son exiguas; pero es, seguro, una faena si de lo que se trata es de asaltar las posiciones enemigas en una guerra de trincheras. Chutar el primero a puerta, aún cuando no se logre el gol, puede servir como acicate al equipo y a su afición; disparar el primero y errar el tiro en un duelo a pistola, en cambio, augura lo peor para el animoso duelista.
NUEVO CONTEXTO. El plan Ibarretxe permitió al nacionalismo vasco recuperar la iniciativa política en unos momentos en los que el acoso del PP, junto a los errores de bulto del propio nacionalismo vasco, lo situaba en una posición ciertamente crítica. Pudiera ocurrir, sin embargo, que esa iniciativa se vuelva ahora un pesado lastre. ¿Cuál es el margen de maniobra que permite al nacionalismo vasco? A la luz de lo dicho, depende de quien lo diga. A la luz de lo escrito, poco, por no decir nada. A pesar de lo que sostiene Miren Azkarate, portavoz del Gobierno vasco y consejera de Cultura (“El Estado que nunca existió”, El País, 13-5-04), quien niega tajantemente que la propuesta del lehendakari busque crear un Estado o impulsar la independencia. Planteado en términos de sujeto único de soberanía versus sujeto único de soberanía, el plan Ibarretxe es innegociable. Lo único negociable es la manera de afirmar ese nuevo sujeto soberano distinto del demos definido por la Constitución, no así la existencia del mismo. Pero es que, además, el plan Ibarretxe no es ya el plan del lehendakari; ni tan siquiera es ya el plan del Gobierno Vasco. Desde que Mary Shelley publicara su Frankenstein es sabido que hay circunstancias en las que los productos de la acción humana pueden autonomizarse y hasta volverse contra sus creadores. El plan Ibarretxe es, en estos momentos, el plan de aquellos nacionalistas que nunca lo asumirán como propio: de quienes siempre lo considerarán como un planito, como un divertimento (unos, los que lo apoyan por razones estrictamente tácticas, mientras no sean capaces de algo mejor) o como una distracción de diletantes (otros, los que no lo apoyan pero confían en que pueda tornarse cuña de la misma madera de quienes lo impulsan).
Hace tiempo escribí que no habrá salida consensuada al conflicto sobre el autogobierno vasco mientras lleven la voz cantante quienes, por un lado, no conciben una España distinta de la históricamente realizada, y por otro, quienes no son capaces de concebir una Euskal Herria distinta de la históricamente soñada. Hoy, en aquel lado la voz cantante ya no la llevan los mismos. ¿Será capaz el nacionalismo vasco de situarse de manera distinta ante la nueva situación política? El PNV tiene que optar entre la construcción de un nuevo estado en Europa, el Estado vasco, o la progresiva desestatonacionalización de Europa. Es el PNV, dentro del campo nacionalista vasco, el único que puede hacerlo, ya que es el único que aún conserva la suficiente autonomía política como para no hacer depender su existencia como partido de la depredación de los recursos de las otras fuerzas nacionalistas; depredación para la que, según parece, están mejor preparados aquellos que más afilan sus dientes independentistas.
CONDICIÓN PARA EL ACUERDO. ¿Dónde está hoy el nacionalismo vasco? ¿Cuáles son sus aspiraciones? ¿Hacia qué objetivo orienta su actividad? Es cierto que desde hace unos años (el Acuerdo de Estella es el hito fundamental del proceso) el nacionalismo vasco en general y el PNV en particular está embarcado en un complejo proyecto de clarificación política en el transcurso del cual ha desarrollado una nueva teorización centrada en la idea de soberanismo. Concebido como un concepto matriz que define a la comunidad vasca como sujeto soberano, el soberanismo lleva aparejada una orientación estratégica de naturaleza procesual, en virtud de la cual de lo que se trata es de acumular actos concretos de autodeterminación que permitan a Euskadi funcionar, cuando menos, como si de un Estado-nación se tratara. El Plan Ibarretxe, en la medida en que define una serie de herramientas políticas que buscan alejarse todo lo que pueda del Estado español para aproximarse, tanto cuanto sea posible en cada momento histórico, al Estado vasco, es la expresión hoy por hoy más acabada de esta perspectiva soberanista. Ahora bien, esta clarificación, que parece detener el péndulo en su fase de oscilación más nacionalista, es más aparente que real. Si el nacionalismo renuncia a alcanzar y ejercitar la hegemonía política, optando por buscar consensos con los no nacionalistas, el proceso soberanista está inevitablemente destinado a terminar en un escenario de reforma pactada de la estructura territorial del Estado. Es por eso que la clarificación ha vuelto a tornarse en incertidumbre.
Dejando claro que separarse no tiene por qué significar desgarrarse, desentenderse ni, mucho menos, enfrentarse, sino, mantener relaciones de tú a tú (expresión favorita del soberanismo) con una España que sería un Otro para Euskadi (como Otros son Francia o Portugal para España), la pregunta a la que el nacionalismo vasco debería responder para así despejar definitivamente las incertidumbres que su reivindicación genera es la siguiente: ¿Quiere o no el nacionalismo vasco separarse de España? ¿aspira o no a construir una Euskadi para la que España sea un Otro, como Alemania o Eslovenia? En otras palabras: ¿es o no España el Nosotros común dentro del cuál Euskadi va a desarrollar hasta el máximo su voluntad de autogobierno? Si el nacionalismo vasco quiere construir una Euskadi separada de España debería plantearlo con toda claridad. A este objetivo le correspondería una estrategia dirigida a lograr una hegemonía política suficiente para una amplia mayoría de ciudadanas y ciudadanos expresara su voluntad de separarse. Y debería, pues es la única manera de democratizar en la práctica un proyecto sólo teóricamente legítimo, orientar toda su capacidad institucional a combatir a ETA y a conformar un espacio de auténtica libertad, cuyo mejor indicador sería la capacidad de quienes se oponen a ese proyecto de actuar sin verse amenazados o asesinados. Si así ocurriera, habría que recordar lo expuesto por Stéphane Dion, Ministro de Asuntos Intergubernamentales de Canadá, en su conferencia en Bilbao del pasado noviembre: “Creo que la secesión de Quebec de Canadá sería un error terrible, pero estaría dispuesto a aceptarla en la medida en que se llevara a cabo de conformidad con la democracia y las normas del Estado de derecho... Hay medios que un Estado democrático no debería emplear para retener contra su voluntad, claramente expresada, a una población concentrada en una parte de su territorio”.
Si, por el contrario, el nacionalismo aspira a construir el Nosotros vasco en el marco de un Nosotros español incluyente, debe igualmente afirmarlo con claridad. Es evidente que la cuestión del autogobierno tiene que ver con la discusión sobre cuánta capacidad de decisión corresponde a un determinado espacio sub-estatal, pero esta discusión no se plantearía ya como un pulso entre Euskadi y el Estado, sino que el nacionalismo vasco superaría definitivamente su querencia por una Euskadi que actúa como free rider, una Euskadi que va a lo suyo, para involucrarse junto con otras fuerzas políticas y comunidades autónomas en la transformación democrática del Estado.
Estatonacionalizar o desestatonacionalizar, esa es la cuestión. Y lo primero no sirve como medio para lograr lo segundo. Las posibilidades de consenso dependerán de cual se la opción que, realmente, tome el PNV. Avanzar en una o en otra dirección le permitirá contar con unos u otros apoyos. En principio, el PNV juega con la ventaja de poder elegir dirección y, por lo mismo, compañeros de viaje. Eso sí: un proyecto cada vez más nacionalista supondrá cada vez menos apoyos o, cuando menos, apoyos cada vez menos plurales. Pero hay un texto escrito y un proceso trazado, lo que de hecho limita esas opciones. Todo indica que el nacionalismo vasco está dispuesto a apurar su propio cáliz hasta las heces. Que después de hacerlo pida otra ronda o decida apuntarse a estatonacionalistas anónimos es, hoy por hoy, una incógnita.
|
|