Iñaki Urdanibia
Banderas negras en Siberia
(Hika, 197zka. 2008ko martxoa)
Ya con solo la presencia de los desasosegantes libros que tengo entre manos y el tema, de la muerte gélida servida al por mayor en el norte helado ruso, del que tratan, se agolpan ciertas frases hechas o no tan hechas: desde la típica de buenas intenciones está empedrado el infierno, o a mayor promesa de paraíso más terrible es el infierno, o como dijese con lucidez el situacionista belga Raoul Vaneighem, la construcción del socialismo sin libertad acaba siendo un cuartel; o algo peor me atrevería a decir yo, y a las pruebas me remito. Me abstendré de entrar en las diferencias con los campos alemanes (lager), y las dispares intencionalidades que guiaban una y otra de estas macabras empresas (los alemanes organizando la muerte tal cual, fabricando cadáveres; los del Este la producción como sumo objetivo basada en mano de obra cuasi-esclava de los detenidos), no me detendré tampoco en las cantidades de muertes producidas, y declaradas, por unos y otros. Me ceñiré a dar cuenta de tres libros cuya publicación es per se un acontecimiento literario, y quizá según las valoraciones de algunos, algo más que eso.
Junto al muro rojo
Diecisiete meses le tocó hacer cola en la prisión de Leningrado a Anna Ajmátova (1889-1966), aquella poetisa de quien alguien dijo que “transformaba en oro los fragmentos rotos de vida”. En tal lugar, una anciana muerta de frío, le preguntó -al oir que alguien había reconocido a la escritora- cuchicheando a ver si sería capaz de explicar ella todo esto con palabras. La respuesta de la interpelada fue “sí puedo”. Ya lo venía haciendo junto a otra pléyade de destacados poetas de su generación Gumiliov, Mandelstam, Maiakovski, Pasternak, Tsvetaieva, pues había empezado a publicar sus versos entre 1912 y 1922, poniendo en verso la proclama de Dovstoievski: “la poesía no puede pasar de la pasión, de vuestra idea señalada por el dedo, él mismo dirigido con pasión. La indiferencia no vale nada pues, la reproducción realista de la realidad tampoco, si lo esencial no quiere decir nada”. La poesía de aquella mujer no era un mero pasatiempo sino que trataba de entonar un requiem por la oscuridad de los tiempos padecidos por ella y sus seres cercanos, además de por amplios sectores del pueblo ruso, y de las nacionalidades absorbidas por los gran rusos. Señora que habiendo nacido en la noche de san Juan la vida que le tocó vivir no hizo bueno el dicho tradicional que auguraba grandes dichas para los seres queridos y herederos de quienes en tal señalada fecha veían la luz de este mundo; su exmarido, el poeta Gumiliov fue fusilado en 1921, su hijo Lev, nacido en 1912, fue detenido a los dos años del fusilamiento de su padre y conducido a un campo siberiano en donde permaneció recluido varios años, bajo la terrible acusación de ser hijo de ambos poetas.
Anna Ajmátova no se achantó ante la amenazante situación que se cernía sobre ella: había órdenes expresas de no tocarla pero reducirla al silencio y al ostracismo, y en vez de huir hizo frente a la dura vida con ejemplar entereza. Y perseveró cumpliendo sus afectos maternos y su dedicación casi mística -y semiclandestina- a la poesía, que recitaba a una amiga que fue la que transcribió sus poemas editados bajo el significativo nombre de Requiem.
De todo ello, de todos los avatares existenciales, con destacable puntillosidad escribe Elaine Feinstein, entregándonos una lograda biografía que bien sirve, a la vez, para acercarnos al quehacer poético de quien convirtió sus versos en bandera negra que cubría los hechos del dolor, y la muerte.
La Noche del Norte
“Estas palabras no son castillos de naipes
Es mi fuerza contra la indiferencia,
Es en el invierno mi fortaleza construida”
(Cahiers de la Kolyma)
El primer volumen del necesario Relatos de Kolimá acaba de ver la luz; en la presente edición va a ser completada, según anuncia la editorial, por cinco volúmenes más. El mismo traductor, Ricardo San Vicente, que antes realizó el trabajo para la edición parcial de la obra en Mondadori-Grijalbo (Barcelona, 1997), es el encargado de vertir al castellano la escritura de Varlam Shálámov (1907-1982). Los males del alma y del cuerpo se cebaron en el escritor, tal era su vocación antes de ser encerrado en el gélido y grandioso Norte, en donde probó el frío (“el frío helado, el mismo frío que convertía en hielo la saliva en vuelo, había alcanzado también el alma humana”), el hambre, la fatiga, y la visión de la muerte al por mayor. Más de veinte años, casi treinta, de experiencia directa en Kolimá o en otros centros de reclusión, o de forzada domiciliación. Todas sus desgracias comenzaron por repartir el testamento de Lenin, texto que al jefe del Kremlin no le resultaba agradable, pues se sentía señalado, allá quedaba dicho que la concentración de poder -que estaba consiguiendo el camarada Stalin- y su carácter brusco no auguraban nada bueno según Vladimir Illich Ulianov, por lo que indicaba de la conveniencia de separarle del cargo; más adelante la condena, a Shalámov, le vendría asociada a la etiqueta que valía para todo: “actividad contrarevolucionaria trotskista” (como podía ser el socorrido añadido: bujarinista, zinovievista o hitlero-lo-que-sea).
Se preguntaba más de una vez Shalámov si era posible que la literatura pudiera alcanzar a dar cuenta de lo que para él era el problema esencial del siglo que le tocó padecer. “El exterminio del hombre por el Estado, ¿no es la pregunta esencial de nuestro tiempo, de nuestra moral, una cuestión que ha marcado la psicología de cada familia?”.
Y de estos gélidos fríos del siglo XX da cuenta huyendo del yo propio para hablar desde distintos yoes que son los distintos protagonistas, y personajes, de sus impactantes relatos, hasta constituir un nosotros fragmentado, sintiente y sufriente que a coro nos entrega la vida en los bordes de la muerte, un nosotros deshilvanado y carente de ligazón que se componía de distintos yoes, túes, ellos, vosotros, etc. con el único denominador común de una vida deshumanizada ; y lo hace incrustando hermosas descripciones que pintan hasta el contagio, en el inmenso paisaje nevado, el mundo de los zeks (detenidos), de los moribundos (equivalente de lo que en los campos nazis serían los musulmanes), de los privilegiados -las más de las veces, delincuentes- que imponían su (hampón) orden de la mano de los guardianes.
Shalámov teje una red de cuentos que se van entrecruzando hasta darnos el cuadro completo de la ignominia vivida, y revivida al pasarlo a limpio, en la hoja. Con el telón de fondo del hielo, de las tempestades, de la piedra, de las minas, de los árboles, de la naturaleza como testigo mudo e indiferente a los gritos, a los gemidos, al hambre, a la enfermedad… a la muerte. Y… “toda la vida ingresaba ligera en los versos y allí cómodamente se instalaba. Y así tenía que ser, pues los versos eran la palabra… eran lo único que el cansancio, el frío, el hambre y las constantes humillaciones aún no habían logrado exterminar”… y luego las entregó a los lectores para que nos hiciéramos al menos una remota idea de lo que allá pasó… en las heladoras tempestades del siglo XX.
Gulag
Del Moscú de aquellos años -que dijese Shalámov en sus Fragmentos de mis vidas: “bullían de vida por todas las esquinas. Se discutía hasta el infinito sobre el porvenir del globo terrestre… tenían lugar debates sobre todo. Sobre qué serían los perfumes en el comunismo… o bien, si las mujeres serían comunes como en los falansterios de Fourier. O a ver si la función de los abogados resultaba necesaria, o si eran necesarias ¿la poesía?, o ¿la pintura?, ¿la escultura?… y si sí bajo qué forma…”-, de este hervidero de discusiones en absoluta libertad se pasó al ensalzamiento de la obediencia, de la justeza de las consignas emanadas del Partido, a las depuraciones sin cuento y a las denuncias entre camaradas fomentadas por un delirio persecutorio contagiado desde la propia cúspide del partido-estado, por el mismo secretario general, y se pasó al dominio atosigante de la omnipresente y omnipotente KGB y otros aparatos represivos. El propio Shalámov vio como su hija renegaba de él por traidor.
El término que encabeza el presente epígrafe y que ha pasado a designar el mundo concentracionario soviético -introducción léxica debida en gran parte al autor de Un día en la vida de Iván Denisovich- es tomado de unas siglas (GULag, Glavnoe Upravlenie Laguereï) que significan Dirección General de los Campos. El Archipiélago Gulag (1918-1956), que había sido publicada entre 1973 y 1980 (fecha de la versión definitiva), hubo de esperar de Pirineos abajo hasta 1988, que fue cuando se publicó el primer volumen de este “ensayo de investigación literaria”; el segundo apareció en 1995 y ahora, al fin, se completa su publicación con el tercer volumen.
Once años se pasó encerrado en los campos Solzhenitsyn, en los tiempos ya no tan duros, y ya en 1963 saltó a la fama con la publicación de Un día en la vida de Iván Denisovich (obra sorprendentemente no traducida por acá y que trata precisamente de un día del detenido que se nombra en el título del libro), y no digamos nada con la concesión en 1970 del Premio Nobel de Literatura. La publicación de la obra de la que hablo -en Inglaterra y Francia en 1974; en su país natal hubo de esperar todavía muchos años- levantó polvareda, pues, por una parte, las declaraciones -y la propia obra- dejaban ver un anticomunismo visceral, un autoritarismo reivindicado con altanería, un acendrado espítitu ultrarreligioso, y un no disimulado antisemitismo, a lo que había que sumar que en la época cualquier crítica a la patria del socialismo pasaba a ser automáticamente pura bazofia burguesa, armas del enemigo, sin olvidar que la barbarie nazi había dejado la barbarie -que ahora se revelaba en toda su crudeza- en el secreto, o al menos en un segundo plano. Hasta recuerdo aquella patética valoración del partido comunista chino sobre Stalin -en respuesta a la denuncia del culto a la personalidad presentada por Jruschov en el XX congreso del PCUS-, en el que cuantificando la labor del desaparecido dirigente georgiano hablaban de que su labor era defendible pues era un 60% de aciertos frente a un 40% de errores, por muy graves que estos hubieran sido. ¡Proletario método de porcentuar las escabechinas!
Cierto es igualmente que la publicación del polémico libro pareció ser la señal de salida -o al menos coincidió- con los intentos de dar por finalizado el carnaval del 68 de la mano -en transparente línea popperiana- de los nouveaux philosophes (a los que sirvió de clara inspiración, especialmente a BHL superstar), quienes aprovechaban para borrar cualquier forma de rebeldía o revuelta arrojando al bebé con el agua del baño como lo explicase tajante Gilles Deleuze: “creo que su pensamiento es nulo. Veo dos razones posibles para explicar tal nulidad. En primer lugar, proceden por conceptos gruesos, igual de gruesos que dientes huecos. LA ley, EL poder, EL maestro, EL mundo, LA rebelión, LA fe, etc. Pueden así llevar a cabo mezclas grotescas, dualismos sumarios, la ley y el rebelde, el poder y el ángel. Al mismo tiempo que el contenido del pensamiento se va debilitando, más importancia toma el pensador, más el sujeto de enunciación más importancia cobra con respecto a los enunciados vacíos”.
La inspiración le vino a Solzhenitsyn allá a mediados de los treinta cuando participó en un viaje organizado -para intelectuales- a ver los campos de trabajo de Siberia, algunos episodios de lo poco, pero significativo, que observó le llevaron a pensar que debía escribir sobre aquello. Tras sufrir, entre 1945 y 1956, en propia carne las duras condiciones de los campos, se dedicó en los años sesenta a plasmar la obra, para lo que se puso en contacto con 227 ex-zeks que le informaron, con pelos y señales, de todos los detalles que precisaba para escribir la oceánica visión del conjunto de islas concentracionarias. Propuso a Shalámov escribir la obra entre los dos, a lo que éste se negó. Sus visiones de la literatura eran netamente diferentes (para Shalámov, cada uno de sus relatos era una “bofetada en el rostro del estalinismo”; para Solzhenitsyn sus prosas eran entregas de “puñados de verdad”); por otra parte Shalámov había criticado algunos detalles de la obra de Solzhenitsyn -como éste mismo lo recuerda en el tomo II de su Archipiélago- que mostraba, por ejemplo, un gato vivo (!?!) en el campo, además de encontrarlo repetitivo y poco poético en su modo de expresión. Reconocía, no obstante, Solzhenitsyn que Shalámov había ido más al fondo que él, ya que por otra parte había experimentado más tiempo, y con mayor dureza y profundidad los heladores males de los campos.
El resultado de todos los testimonios escuchados fue un profundo trabajo de análisis e historia que deriva en distintas vertientes: política, sociológica, antropológica, etnológica, económica, autobiográfica, etc. En los tres volúmenes se puede encontrar el descenso a los infiernos: la organización de la economía e industria de aquel universo concentracionario, la muerte por hambre, frío y agotamiento, los fusilamientos de trotskistas y otros, los moribundos deambulando como almas en pena, la vergüenza acumulada por los silencios cómplices, el poder de los delincuentes, el léxico de los campos, las distinciones entre detenidos y condenas (actividades contrarrevolucionarias, actividades contrarrevolucionarias trotskistas, propaganda antisoviética, pensamiento contrarrevolucionario, sentimientos antisoviéticos en gestación, miembro de alguna familia en la que hubiese algún condenado por tales delitos), el conocimiento de lo monstruoso y la infamia llevada a sus últimas consecuencias (en el tercer volumen, por ejemplo, se llega a rozar el mal cuerpo, del lector, cuando se ve a una madre hacerlo con su hijo o a una hija dar de mamar a su moribundo padre).
Y frente a las condenas de tal obra que se dieron -y algunos seguirán erre que erre- en su momento (sobre las medias verdades que eran mentiras, sobre las falsificaciones, sobre la falta de matices, y hasta recurriendo a argumentos ad hominem… obviando que una verdad es verdad aunque la diga el mayor de los impresentables), Claude Lefort –quien, por cierto, ya había tenido sus más y sus menos (más bien éstos que los otros) con Jean-Paul Sartre a raíz del affaire Kratvchenko- alzó la voz a favor de la obra por el instrumento antiautoritario, y hasta libertario, que Solzhenitsyn entregaba con ella, malgré sa volonté, a quienes luchan por un mundo mejor, más solidario, más igualitario, obra de la que se pueden extraer claras lecciones pues “una, si el Estado debe invadir todos los sectores de la sociedad, si el pueblo debe ser el Uno, es preciso eliminar a los hombres sobrantes, encarnizarse en la producción de enemigos; solamente así se establece el Uno, en la supresión del Otro… [y dos, si el Estado, el poder de Estado, se separa de la sociedad, si el Uno es su producto, es preciso que la potencia, la voluntad, el saber estén concentrados en algUno, hace falta añadir un otro, el gran Otro; es necesario su ojo, su mano, su nombre” (Un homme en trop).
Derivas reflexivas al hilo
Sabiendo lo que hoy sabemos, y qué duda cabe que estos libros ayudan en la tarea de acercarnos a la comprensión cabal de los hechos, me permito salpicar varias pinceladas de asuntos que se agolpan al leer estas obras, especialmente a quienes hemos andado embarcados en esos empeños transformadores. Nec ridere, nec iugere neque detestari sed intelligere (no reir, no llorar sino comprender) que venía a decir el autor de la Ética. A estas alturas de la película, todo lo que podemos leer en estas obras está claro; únicamente no lo está para quienes no quieren enterarse y así tratan de minimizar, de esconder, de justificar los crímenes cometidos, como si no hubieran pasado o como si hubiesen sido necesarios, e inevitables, en el cerrado combate contra el terror blanco, el cerco, y otras cuestiones (decía Bertrand Russell que uno de los mayores problemas del mundo era que “los imbéciles siempre están seguros de sí mismos y la gente sensata, siempre llena de dudas”). Sea como sea, cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad se verá conmovido por estos testimonios especialmente teniendo en cuenta que las tropelías al por mayor cometidas lo fueron en nombre de la emancipación del proletariado y las clases populares, por el comunismo.
Como decía, estos testimonio han de servir además de para conocer la verdad, para reflexionar y aprender, y sacar las lecciones pertinentes, al menos para cualquiera que se reclame de la izquierda y que sueñe con transfromar el mundo, del mismo modo que pueden complementar/completar la visión de los hechos, y explicarlos en cierta medida, los análisis que hablaban del “estado obrero degenerado” (Mandel y compañía), o del “capitalismo burocrático” de los socialbárbaros Castoriadis y Lefort, o el estudio de la “lucha de clases en la URSS” de Charles Bettelheim, en donde se veía el deslizamiento desde los tiempos de la NEP hacia la consolidación del aparato burocrático como nueva clase social, que iba haciendo buena aquella admonición de los últimos escritos leninistas, cuando el autor de El Estado y la Revolución hablaba de que lo que habían logrado era “teñir el estado zarista de rojo”… habiendo desembocado todo ello en un marxismo simplificado y fosilizado hasta la caricatura, y en un burdo catecismo ideológico para la defensa estatal, que sirvió para cometer todo tipo de crímenes en nombre del pueblo y su siempre segura vanguardia, y ahí están los paraísos de la Albania de Enver Hoxa, la Camboya de Pol Pot o la China de la revolución cultural proletaria… y es obvio que los campos de trabajo o de reeducación (eufemismo terrible) no supusieron muertes a modo de daños colaterales, sino castigos programados hasta en sus más ínfimos detalles (recuerdo estremecido la cruel práctica de clasicidio de kulaks relatado en un libro aparecido hace como un par de años en el Hexágono y cuyo título -y hablo de memoria- era L’Île des cannibales. Abandonados en una helada isla siberiana sin medios de susbsistencia todos aquellos seres acabaron como, resistiéndome a detallarlo, consta en el título del libro)… y lo que se proclamó en origen la dictadura del pueblo acabó siendo la dictadura sobre el pueblo. Resultados que hicieron responder a Michel Foucault preguntado acerca de la posibilidad de la revolución, que la cuestión no era saber si era posible sino si era deseable, habiendo visto lo visto… el infierno construido en nombre de la emancipación de la humanidad.
Así -y acabo- la pregunta acerca de si otro mundo es posible, trae automáticamente la respuesta de lo que sí que es es deseable, haciendo caso al ruego lyotardiano de “seamos paganos, seamos justos”, huyendo -si es que hoy, tiempos repartidos entre el neoliberalismo de derechas y de izquierdas, estos asuntos del porvenir están al orden del día-, evitando, digo, las sendas nefastas anteriormente transitadas… “somos pasantes aplicados en pasar, en fomentar la inquietud, en infligir nuestro calor, en dejar clara nuestra exuberancia. ¡He aquí por qué intervenimos!” (René Char).
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(Elaine Feinstein. Anna Ajmátova. 429 págs. 28€. Circe, 2007.
Varlam Shalámov. Relatos de Kolimá. 354 págs. 18,50€. Minúscula, 2007.
Alexandr Solzhenitsyn. Archipiélago Gulag. 741 págs. 25€. Tusquets editores, 2007)
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