Iñaki Uribarri
Crisis
(Hika, 199zka. 2008ko maiatza)
A estas alturas de la película, iniciada hace ya casi un año (con el estallido de la crisis de las hipotecas subprime en EE.UU. en agosto de 2007), todo el mundo que siga los medios de comunicación estará saturado de noticias sobre la crisis. Por eso, en este artículo, quiero detenerme en aspectos que no aparecen con relevancia en los medios y que, desde mi punto de vista, son claves para tener una mirada crítica sobre este tema.
Robert Brenner, un marxista norteamericano, historiador de la economía, lleva toda su vida analizando las crisis del capitalismo. Cuando ha surgido ésta, la ha comparado con crisis pasadas y ha propuesto, entre otras, las siguientes ideas:
• El rendimiento económico de los EE.UU., Europa Occidental y Japón, medido con todos los indicadores posibles, no ha hecho sino deteriorarse, década tras década, ciclo económico tras ciclo económico, desde comienzos de los 70.
• Los gobiernos, con el de EE.UU. a la cabeza, han emitido volúmenes cada vez mayores de deuda, a través de canales cada vez más barrocos, para subsidiar el poder de compra (el mantenimiento bajo de los salarios, fruto de la presión empresarial para mejorar su tasa de beneficios, reduce la demanda agregada y constituye el principal obstáculo para un crecimiento estable en las economías avanzadas). En los 70 y 80 recurrieron al déficit público para sostener el crecimiento; desde mediados de los 90, han substituido los déficits públicos del keynesianismo tradicional por los déficits privados y la inflación de activos, en lo que bien podría llamarse una política económica de la burbuja.
• Alan Greenspan (anterior responsable de la Reserva Federal) lanzó el experimento macroeconómico que alimentó la gran carrera especulativa de los mercados de valores a fines de los 90. La potente expansión del efecto riqueza, creó la burbuja de la nueva economía. Aquel espejismo acabó con el estallido de las empresas punto.com y generó la recesión de 2000-2001.
• Imperturbables, los bancos centrales recurrieron de nuevo a la inflación de los precios de los activos. Reduciendo las tasas de interés real a corto plazo a cero durante tres años, facilitaron una explosión del préstamo hipotecario en el mercado inmobiliario, lo que a su vez contribuyó a que se dispararan los precios de las viviendas.
• El incremento de la demanda resucitó la economía. Pero, aunque los consumidores hicieron su tarea, no puede decirse lo mismo del mundo de los negocios. Centradas en restaurar sus tasas de beneficios, las grandes empresas desencadenaron una brutal ofensiva contra la gente trabajadora, logrando apropiarse una parte sin precedentes del incremento del PIB. Las corporaciones empresariales no-financieras aumentaron sus tasas de beneficios significativamente (aunque ni siquiera a los niveles ya rebajados de los 90), pero al contener en bajos niveles la creación de empleo, la inversión y los salarios, mantuvieron también bajo el crecimiento de la demanda agregada. Lo que hicieron fue explotar las ventajas del crédito barato y dedicar una parte sin precedentes de sus recursos a la recompra de sus propias acciones, a la financiación de fusiones y adquisiciones de otras empresas y a pagar dividendos a accionistas.
• Con ese trasfondo de debilidad de los fundamentos de la economía productiva real, la crisis desencadenada por el colapso del mercado de las hipotecas de alto riesgo resulta extremadamente amenazante. Hay razones para dudar de la eficacia de los tipos reducidos de la Reserva Federal. ¿Cómo habrían de lanzarse al consumo quienes viendo los precios en declive de sus viviendas estarían más bien tentados y tentadas al ahorro? El boom estimulado por el consumo parece más bien destinado a su fin.
El análisis de Brenner, aunque tenga mucho sabor norteamericano, retrata en lo fundamental la tendencia que está en la base de la crisis actual. Sin embargo, cabría añadir otros elementos de interés que, además de enredar la dinámica y el futuro de la crisis, han sumido a las recetas del neoliberalismo en un descrédito del que difícilmente se recuperará.
• En el cambio de ciclo que marca esta crisis, no solo está presente la crisis financiera, sino también la inflación del petróleo y las materias primas alimentarias y el papel determinante de los países emergentes. El regreso de la inflación afecta a los países desarrollados y a los emergentes. No están claras todas las causas del regreso de la inflación, pero la opinión común es que ha vuelto para quedarse, más aún si las presiones salariales (desconocidas en la última década) entran en acción.
• Existe un temor a la vuelta al proteccionismo como respuesta al incremento de las desigualdades provocadas por la globalización. Lo novedoso es que este debate sobre el proteccionismo ha cambiado de campo. Antes cuestionaban la globalización los países empobrecidos, ahora lo hacen países ganadores como EE.UU.
• Existe un desequilibrio creciente entre ahorro e inversión en diversas zonas del planeta. Las tres cuartas partes de las reservas financieras mundiales están en manos de los países emergentes. El superávit de ahorro de China y los países productores de petróleo y materias primas se canaliza a EE.UU. y la UE.
• El sistema financiero ha demostrado una absoluta incapacidad para superar las pruebas del mercado sin ayuda pública. Hay una necesidad perentoria de abordar el modelo financiero global para reformar sus deficiencias y combatir sus abusos. Se cuenta con instituciones de regulación propias de otra época y que son ineficaces ante la proliferación de instrumentos financieros, del predominio de la opacidad y de una ingeniería financiera que deja enormes partidas fuera del balance, de empresas financieras distintas a los bancos, de agencias de valoración de riesgos que engañan a quienes invierten, etc.
• La geopolítica tradicional está de capa caída. El reparto del poder a escala mundial cuenta con nuevas realidades. EE.UU. y Europa juntas, ya no son capaces de resolver los problemas pendientes en este siglo XXI.
La preocupación que se detecta en las élites del capitalismo mundial es una buena noticia para quienes nos seguimos considerando anticapitalistas. Sin embargo, no debemos caer en la ingenuidad y en el triunfalismo. Hoy no están dadas las condiciones para que el capital, como ocurrió en los años 40, tras la crisis del liberalismo económico, acepte la vuelta a políticas de tipo keynesiano que abran la puerta a un sistema capitalista de rostro más humano.
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