Ion Arregi

De pelis y patrias
(Hika, 186zka. 2007ko martxoa)

            He visto las dos últimas películas de Clint Eastwood (Banderas de nuestros padres y Cartas desde Iwo Jima) y me han parecido muy interesantes. Se ha escrito ya bastante crítica sobre ellas y sólo haré unos apuntes.
            La crueldad y el sinsentido de aquella guerra inunda los dos trabajos; la manipulación, la mentira, el todo vale al servicio de la patria, construidos desde los poderes omnipotentes; el respetuoso aterrizaje con el otro, un prisma humanista que arranca tanto desde la visualización de los vencidos –japoneses- y marginados -indios norteamericanos- con sus nombres, apellidos, sensibilidades y dudas, como de la vertiente personal de los soldados implicados que no tienen nada que ver con el falso heroísmo patriótico si no con circunstancias personales alejadas de las grandes gestas y de la propaganda oficial.
            No hubiera visto con malos ojos un remate más incisivo sobre los intereses USA en aquellas batallas o sobre la inutilidad actual del recurso a la guerra, pero el caso es que ambos filmes ofrecen abundante materia para reflexionar sobre muchas ideologizaciones con las que se han construido los sentimientos identitarios en nuestras sociedades. La excusa, digamos, son estas películas y el fondo el deseo de hablar de patrias.

LAS PATRIAS

            Existe en nuestra civilización, en nuestra cultura, una frondosa maraña construida con los hilos de conceptos como patria, nación, soberanía y autodeterminación, fronteras, naciones con estado, naciones sin estado, banderas, himnos..., o sea, una construcción contundente que en demasiadas ocasiones se convierte en altisonante oratoria y papel en llamas que toca el sentir de muchísimas poblaciones como una de las grandes ideas fuerza que junto con lo sobrenatural atraviesan las conciencias y movilizan grandes energías.
            Muchos estudiosos colocan el inicio del fenómeno de pertenencia nacional en fechas relativamente recientes, como de un par de siglos atrás, más o menos. En torno a la guerra de la independencia contra los franceses en el caso español, a partir de la Revolución Francesa, y más reciente aún -finales del XIX- en el caso vasco o catalán. Sí hay, históricamente, una España, Francia, Italia..., que tuvieron un recorrido de siglos en torno a la religión, a diversas gestas, territorios, etc., pero la construcción del ser nacional, del sentimiento nacional social, la creación de identidades amplias es un fenómeno relativamente reciente.
            Este sentimiento se induce, se promueve, incluso, en momentos de relativas o escasas unidades lingüísticas o culturales de los territorios afectados, de la mano de clases que desean batir a las monarquías absolutas para la creación de países con nuevas bases económicas. Territorios y estados modernos, que van a construir habitantes patriotizados y territorializados, identificados con una cosmovisión que va alcanzando en gran medida a la población y que acabará mostrándose decidida en su defensa. Es decir, no estamos ante un fenómeno que nos traslade a lo más lejano y desconocido de la historia, ahistórico y por lo tanto intocable, sino bien definido y acotado en la modernidad.
            Los nacionalismos sin estado también han recurrido al mismo tipo de construcción acercando tradiciones e historias, hechos y gestas que han acomodado a su universo ideológico, mitificando invasiones y opresiones colonizadoras, con el fin de erigir la pica de los derechos históricos como fuente de legitimidad y obtener su propio territorio enfrentándose, en nuestro caso vasco, a la España de las cerrazones y también a sentimientos importantes de la población vasca.
            Son variadas las construcciones de estados y naciones en Europa, diferentes la construcción francesa de la suiza, la alemana o española, donde las articulaciones institucionales, con más o menos fortuna, han buscado ubicar las circunstancias y preocupaciones de las partes. Es cierto que, como en el caso español, existen junto con apuntes positivos –posiblemente más que los destacados por sus opositores a lo largo de estos 30 últimos años-, desconjunción de voluntades para la construcción de un edificio satisfactorio para la convivencia, regulada por ley y con derecho incluso a la separación democrática.
            Al calor de las variopintas exaltaciones de las patrias, las banderas, las naciones, las fronteras y los nacionalismos, se han cometido muchas tropelías, se han vulnerado muchos derechos individuales y se han manifestado y/o escondido abundantes intereses espúreos, han sido grandes las zozobras y enfrentamientos entre pueblos y gentes, las exclusiones y desconfianzas, muchas veces enaltecidas hasta lo irrespirable e inhumano.
            La propia democracia como régimen político (de libertades positivas que representan un importante avance para la sociedad) queda subordinada al conjunto nacional, a todo el pueblo que dice representar. Nuestros otros rasgos de hecho y de sentimiento pintan poco y desde luego no responden a la pregunta esencial de quién eres. Los derechos individuales quedan sometidos al interés nacional y al supuesto bien general, todo queda nacionalizado y encajado en un pasaporte o DNI que marcan las exigencias oficiales del ser o no ser.

¿QUÉ CONSTRUIR?

            La oratoria dirigida a presentar las naciones sin estado con legitimidad incuestionable al ser dominadas por el grande carecen de credibilidad, ni porque el argumento tiene base real por nuestras latitudes ni porque pequeño sea análogo a justicia. Para muestra, los botones vasco y catalán, con partidos nacionalistas (PNV o CIU) a su mando durante más de 25 años en los que el conservadurismo político y social han marcado demasiados comportamientos y decisiones. Hay también partidos menores -hoy incluidos en los gobiernos autonómicos- ubicados en discursos autodeterminativos, soberanistas e independentistas –discursos muy legítimos-, que agitan banderas de máxima sensibilidad nacionalista como sinónimos de derecho histórico y de felicidad social pero que chirrían demasiado a la hora de entender sus propias comunidades nacionales y que dejan al descubierto sus deseos de poder.
            El PNV administra la CAV desde hace 25 años con las competencias del Estatuto de Gernika -que no son ninguna nadería aún y con los cicaterismos de sucesivos gobiernos centrales- en los que ha ido fraguando todo un tejido de relaciones de poder acorde con su concepción conservadora y neoliberal de construcción de país. No obstante, siempre está en funcionamiento el molinillo que agita las banderas que hablan de la falta de derecho de decisión, de un pueblo con insuficiente democracia aunque solo parte de ello tiene visos de realidad puesto que la gente ejerce una y otra vez –desde hace 30 años- y se manifiesta de forma concluyente de diferentes formas y maneras con un resultado que se repite hasta la saciedad: la música no es monocorde, el proyecto de país no es unívoco, las gentes nos sentimos con identidades diversas y es aquí donde chocan los mensajes del nacionalismo vasco, especialmente con el propio pueblo vasco. Los nacionalistas del PNV o de la IA desean el país de sus sueños, de su particular construcción subjetiva, quieren un territorio de propiedad exclusiva, indiscutible, edificado en función de sus ideas y no más que eso son sus propuestas unilaterales acerca del derecho a expresarse, del derecho del 50%+1 a decidir, partir de cero en el reconocimiento del llamado problema vasco o el mismo Plan Ibarretxe y sus parlamentarias decisiones por exigua mayoría sobre el derecho a la autodeterminación.
            Los discursos políticos vascos y navarros con el nacionalismo vasco en todas sus vertientes, el PSE y no digamos el PP y UPN, el PSN, son una tupida jungla por donde se hace difícil transitar. Exceso de palabras, demasiados argumentos, agresividad sin cuento y mucho dramatismo, para asuntos que habrían de ser superables a condición de que reconocieran las sensibilidades que en estos territorios cohabitamos, reconocernos y aceptarnos en nuestras plurales querencias y aspiraciones. Esta pareciera ser la clave básica, la condición imprescindible para el entendimiento, ya que de lo contrario sólo seguirá habiendo lo repetido hasta la saciedad en todos estos años. Tanto al nacionalismo vasco como a los no nacionalistas vascos les falta recorrer los caminos del entendimiento y les sobran intereses acumulados. Esta es la primera y principal clave: el respeto hacia todas las partes, su reconocimiento plural. Otras correcciones corresponden a los gobiernos centrales, a sus concepciones o tendencias monocordes para la construcción de una España más respetuosa y más democrática.
            En fin, permítaseme mi escepticismo por la patria, al menos, en las versiones usuales. No me cuadran los nacionalismos, ni español ni vasco, aunque estoy lejos de máximas como las de que los obreros no tienen patria o que debamos ser ciudadanos del mundo. Pero a estas alturas los envoltorios divulgados de las patrias me parecen pesados y peligrosos artefactos.
            Las grandes pasiones de los pueblos –y las pequeñas también- han de tener acomodamientos justos y democráticos, no me cabe la menor duda. Los asuntos de la convivencia, de pertenencia e identidad, han de tener un encaje adecuado en las relaciones inter-territoriales y han de evitarse uniones forzadas. Las restricciones legales o propagandísticas para subordinar a las partes, las discriminaciones o el desprecio identitario y lingüístico, no generan sino enfrentamientos. La institucionalización democrática ha de ser cabal, acordada y respetada para unir a las partes con fórmulas que desarrollen libremente las opciones de cada cual.
            Mis particulares sentimientos se han construido de manera diversa, como las de cada quisqui, normalitas y a la vez complejas, con muchos cogidos y pegados de aquí y de allá. Una forma de ser con varias lenguas y sensibilidades culturales ambivalentes; podría ser vasco y español, europeo y de más allá, pero no me agradan los encasillamientos por sus significados y connotaciones políticas e ideológicas. Me parece bien ser quien soy, hijo de..., con nombre y mote, profesión, barrio de residencia…, es decir, que la patria no sea un aparato asfixiante que se cargue la individualidad, sino que las ideas con más o menos enteros patrióticos respete a quienes no piensen de igual manera.
            Mi lanza en favor de los individuos, de las personas, de sus derechos -por el hecho de serlo y de vivir en este mundo-, por su reconocimiento y su respeto integral, independientemente de su procedencia, sexo o credo, dentro de un sistema de libertades que profundice la defensa universal de los derechos humanos.
            Ideas de fuerte raigambre social del siglo XIX y primera parte del XX, las del socialismo y el marxismo con sus variantes y prácticas, han resultado muy tocadas en su credibilidad; su mención apenas sugiere nada positivo y sí mucho de sufrimiento, su descrédito y casi el olvido, al día de hoy, tienen una nota muy alta. Diferentes son las propuestas de los partidos socialistas o socialdemócratas modernos con muchas opciones para el ejercicio de funciones políticas aunque alejadas de las propuestas originarias. Están muy presentes a nivel planetario las ideas sobrenaturales –más devaluadas en el occidente europeo- que personalmente no observo sino como mera opción privada. Por último ha de reconocerse que no son pocos los bienestares logrados y derechos recorridos e implantados -nada gratuitamente- en las sociedades occidentales, unos sistemas político-sociales basados en valores morales positivos que aún con hirientes desigualdades y comportamientos rechazables no han conocido aún nada comparativamente mejor.
            Me suenan bien las cosas cotidianas que se hacen a favor del público y que apuntan a futuros mejores. Los bienestares, las solidaridades, las igualdades, las fraternidades, los cariños, las ternuras sociales, el trabajo dependiente, poco, nada precario y bien pagado, una vivienda que no esclavice, la sanidad y la enseñanza públicas, laicas y dotadas de medios, los servicios públicos integrales, las pensiones y ayudas sociales dignas..., y por encima los individuos, las personas, con capacidad autónoma y de decisión, sin molestar a la colectividad, pero con derechos vitales que no necesitan ser reconocidos o tolerados por nadie, en todo lugar y situación; los pobres y marginados, las putas, los gitanos, los homosexuales y las lesbianas, los emigrantes, las mujeres y los jóvenes.., el mundo de las miserias y las opresiones planetarias.
            Que pare pues este tren de las intransigencias patrias y que tengamos derecho a bajarnos sin permiso.