Ioseba Eceolaza
Pactar para decidir bien
(Diario de Noticias, 20 de agosto de 2006)
Hoy en día, la concepción mayoritaria del derecho de autodeterminación en el mundo abertzale tiene que ver con el derecho de los pueblos, ilimitado, absoluto, incondicional, unilateral que conecta directamente con la tradición leninista. Concepción que es necesario problematizar en una sociedad secularmente plural como la nuestra, donde existe una profunda división interna entre los diferentes sentimientos nacionales. Pluralidad de la que se derivan percepciones, sentimientos de pertenencia, aspiraciones, identificaciones... diferentes y según en qué materias hasta contrapuestas.
Otro obstáculo con el que tropieza el derecho de autodeterminación en los últimos diez años es el frentismo nacional, esto es, una política propiciadora del enfrentamiento entre identidades. El frentismo suscita una profunda desconfianza en “los otros”. Por ejemplo, el frentismo hace que el citado derecho no se perciba como un bien general de toda la sociedad sino como un bien de parte, como una imposición de la comunidad nacionalista-vasca a las gentes no-nacionalistas y a quienes se sienten nacionalmente “duales” (vasco-españoles o navarro-españoles o vasco-franceses). Así mismo, el nacionalismo español descansa sobre los tres primeros artículos de la constitución española (el 1.2, el 2 y el 3.1) que definen un estado mono nacional, excluyente de otros nacionalismos y de otros sentimientos nacionales. Otro tanto ocurre con el amejoramiento del Fuero que promueve únicamente la identidad españolista, y esto genera una serie de agravios a la identidad pro abertzale.
La falta de claridad, la ambigüedad calculada por parte de quienes esgrimen con mayor pasión el derecho de autodeterminación, es también un problema a tener en cuenta. No se concreta quienes constituyen el sujeto de dicho derecho, ni si previamente ha de pronunciarse la ciudadanía de los diferentes territorios vasco-navarros acerca de si desean o no formar parte de la nueva entidad política que es sujeto. Normalmente se deja en una nebulosa abstracta la inclusión de los siete territorios sin saber muy bien por voluntad de qué ciudadanía en concreto se afirma la premisa indiscutible e innegociable de que el sujeto del derecho de autodeterminación es toda Euskal Herrria. O se da por supuesto una realidad nacional como si hubiera una homogeneidad que permitiera elegir entre proyectos de la misma raíz nacional o como si la visión soberanista-vasca fuera la única legítima, natural e indiscutible…
Así pues, el argumento no reposa en la demanda de un derecho sino en la fuerza del hecho democrático pro-secesionista y únicamente en la medida en que éste se manifieste como tal de manera clara y suficiente; esto es, no como potencia o posibilidad, sino como una realidad tangible: como una demanda clara de secesión expresamente sostenida por una clara mayoría del Parlamento vasco por ejemplo. De manera que en las actuales circunstancias socio-políticas de nuestra sociedad, la viabilidad de la autodeterminación descansaría, por consiguiente, en la necesidad intrínseca de la democracia (española), para no desnaturalizarse, de darle una salida democrática a un hecho democrático pro-secesionista.
El título del artículo “pactar para decidir bien”, condensa bien cuáles son mis preferencias al respecto. A mi juicio, es la vía más interesante desde una óptica igualitarista y defensora de una buena convivencia entre sus distintas identidades. Y ello implica adoptar la vía del diálogo y el acuerdo para encarar no sólo cómo se ejercita el derecho a la autodeterminación sino también cómo se concibe incluso. Diálogo y pacto sin exigir la renuncia a los planteamientos de cada parte, sin imposiciones de unos sobre otros, sin defender la supremacía de una identidad sobre la otra, con concesiones reciprocas.
Los diversos nacionalismos tradicionalmente enfrentados entre sí, el vasco y el español por ejemplo, se han de reconocer la legitimidad y viabilidad de sus respectivos proyectos siempre y cuando se atengan estrictamente a las reglas democráticas, respeten la pluralidad y los derechos fundamentales de todos. Y todos los nacionalismos de un signo y otro han de reconocer a su vez la legitimidad y viabilidad de los proyectos que emanen de una concepción laica de organizar la sociedad y la cultura pública.
Este pacto implica encontrar y establecer conceptos, esferas comunes para todas las sensibilidades y a su vez lograr acuerdos del conjunto del País con el Estado de las autonomías. Son necesarios avances en un papel más participativo y co-decisorio en los asuntos de la Unión Europea y en la propia dirección del Estado. A mayor sensibilidad y apertura del conjunto estatal (español) de cara a una mayor implicación de las partes en la dirección del mismo, se dará una mayor satisfacción e inserción de éstas en el conjunto. Pactar una salida democrática para el independentismo bajo el espíritu de la celebre sentencia de la Corte Suprema de Canadá (su Tribunal Supremo). Un pacto que incluya la obligación de negociar una salida en el caso de que se constituya de hecho una mayoría con vocación claramente pro-independentista y de establecer los criterios (claros, pactados y respetuosos con la pluralidad) que han de seguirse en tal caso si así lo decide democráticamente una mayoría clara de nuestra sociedad. Un papel más participativo en los asuntos de la Unión Europea. Excluir las vías negativas de tratar la pluralidad de nuestra sociedad: la asimilación cultural, el ataque identitario, la supremacía más o menos sutil de uno u otro nacionalismo, el dogma de la unidad indivisible de España, el concepto propietarista, centralista y excluyente del Estado en lugar de verlo como la realidad conjunta de las comunidades autónomas.
En resumen, implica concebir el derecho a la autodeterminación en su acepción menos rígida: no como un punto de partida sino como un punto de llegada a una sociedad nacionalmente más laica e incluyente, a una cultura pública común más desarrollada e igualitarista entre sus identidades, a un clima democrático más maduro... donde sea posible encontrar fórmulas relativamente satisfactorias para todas las partes, por que no sólo es necesario ponerse en el lugar del otro sino que hace falta, principalmente, hacerle un lugar al otro.
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