Iosu Perales
Hamás, interrogantes
(Hika, 205zka. 2009ko otsaila)
A la declaración unilateral de alto el fuego por parte del gobierno sionista, siguió en pocas horas una proclama de la dirección de Hamás residente en Damasco asegurando su victoria. Afirmación sorprendente si nos atenemos a los hechos: unos 1.400 muertos y más de 5.000 heridos del lado palestino, por poco más de una quincena de muertos de la otra parte. Comparación escalofriante. Sí a ello añadimos la visión de la destrucción masiva de edificios públicos y viviendas, es difícil entender de qué victoria habla Hamás. “Los sionistas huyen” gritaba el diputado de Hamás Abu Mujehad al observar como tanques y soldados israelíes cruzaban la frontera hacia sus cuarteles. Pero más allá de semejante euforia pareciera que es Israel quien ha logrado sus objetivos, al menos militares, eso sí al precio de destrozar su imagen internacional, algo que tampoco es objeto de muchos cuidados desde hace sesenta años.
Es muy posible que la dirección de Hamás, por distintas razones, coincida en su apreciación con el análisis del diputado de Al Fatah, Fayyez Saqqa, quien en declaraciones al diario El País decía: “Uno de los principales objetivos de la agresión a Gaza es debilitar al presidente Abu Mazen. Se trata de colocar cadáveres encima de la mesa para que no pueda negociar. Para cualquier dirigente será doloroso estrechar la mano a alguno de los líderes que han ordenado la masacre”. El propio Saqqa afirma: “Hamás puede perder su arsenal, pero gana argumentos. Abandera la idea de que la negociación es inútil. Israel lo sabe y lo alimenta”. Esta línea de razonamiento nos viene a decir que a pesar del desastre Hamás se ha reforzado políticamente. Tiene lógica. Sin embargo, me cuesta aceptar la afirmación victoriosa de los dirigentes de Hamás. ¿Acaso debo pensar que a más destrucción y matanza en Gaza, mayor desprestigio de Israel y, en consecuencia, mayor victoria política de Hamás? Si así fuera, ¿habría que pensar que el mayor capital de la resistencia en Gaza no han sido los cohetes Qassam sino el sufrimiento del propio pueblo, su martirio? Lo terrible es que, tal vez, sea así, incluso a su pesar. Y, entonces, sí entramos en dilemas muy graves.
Lo que sí parece razonable es lo siguiente: cualquier proceso de paz deberá incorporar a Hamás a la mesa de conversaciones y de posibles acuerdos. Nadie puede excluir a una fuerza social y política muy representativa. Sin embargo, no será tarea fácil aproximar a Hamás a una negociación que incluya la aceptación como vecino del Estado de Israel. Veamos de manera sencilla algunos rasgos de su pensamiento.
ANTECEDENTES
Hamás, se creó oficialmente en 1987 como rama de los Hermanos Musulmanes de Palestina (HMP), que había sido creada en 1945 por influencia directa de uno de los movimientos islámicos más grandes de la era moderna con raíces en Egipto. El movimiento se extendió inicialmente como organización religiosa, centrada en acciones asistenciales y no violentas. Pero el 25 de enero del 2006, presentándose como Cambio y Reforma, Hamás obtuvo 74 de los 132 escaños del Parlamento palestino. Este hecho representó un terremoto político interno y sobre todo internacional: una organización clasificada como terrorista por Estados Unidos desde 1997 y por la Unión Europea desde 2003, ganaba unas elecciones plenamente democráticas. Los primeros análisis insistieron en la tesis de que su victoria fue posible gracias a la extendida corrupción de la Autoridad Nacional Palestina. Algunos observadores más atrevidos recordaron la figura de Yasir Arafat, reprochando a Estados Unidos, Israel y a la misma Europa, que derribaran el único muro de contención del avance islamista. Pero lo cierto es que su triunfo fue, en gran medida, resultado de un trabajo combinado, durante años, de asistencia social y educacional a la población palestina, y resistencia afianzada en los duros años de la Intifada de Al Aqsa.
A la victoria de Hamás sucedió una reacción orquestada, radicalmente contraria, encabezada por Estados Unidos e Israel, y en la que participaron activamente gobiernos europeos. Por supuesto, la mayor parte de los medios de comunicación occidentales se sumaron asimismo a una campaña que exigía, primero, el aislamiento de Hamás y, segundo, su derrocamiento por la vía de la asfixia económica. La propia Autoridad Nacional Palestina, presidida por Abu Mazen, no tardó en sumarse a lo que consideró como su oportunidad para recuperar lo que había pedido en las urnas. ¿Por qué semejante respuesta a lo que fue un resultado impecablemente democrático? La respuesta la podemos encontrar en el programa de Hamás, en su posición frente al Estado de Israel, y sólo en segundo lugar en su proyecto de sociedad islámica.
El ideario y programa de Hamás está perfectamente explicado en su Carta fundacional. En ella, el movimiento se presenta como la vanguardia que ha de recuperar la tierra que ha sido confiada a todas las generaciones de musulmanes hasta el Juicio Final. Ello supone que nadie, ninguna autoridad o institución, puede entregar parte o toda la tierra, pues nadie tiene el derecho legítimo de representar a todas las generaciones islámicas venideras. Palestina, toda, tiene por consiguiente una base religiosa inconmovible, que no puede ser negociada. En la práctica, esto significa que, si bien el sector moderado de Hamás acepta tácticamente un Estado de Israel al lado, no puede reconocerlo. El nacionalismo de Hamás forma un todo con las creencias religiosas, por lo que nos encontramos ante un nacionalismo diferente al laico que profesan otras organizaciones palestinas. El mandato de esta conjugación nacionalismo-Islam obliga a no ceder ni un metro de la Palestina histórica y, recurriendo a una narrativa atemporal, rechaza cualquier arreglo y proclama la yihad. Este enfoque niega por consiguiente cualquier vía de negociación de las impulsadas por Al Fatah y la ANP, y particularmente los acuerdos de Oslo.
Ello no quiere decir que en el interior de Hamás el pensamiento sea absolutamente uniforme. De hecho hay una tensión entre el universalismo islámico que hace de Palestina apenas una pieza en el gran puzzle de la yihad mundial, y un islamismo palestinizado que da lugar a un nacionalismo sensible a lo local. Esto se plantea como lucha entre doctrina y pragmatismo, o, dicho de otra manera, entre quienes consideran las elecciones como vía política y los que no; entre quienes aceptan el hecho de que Israel es una realidad aunque no la reconozcan como Estado legítimo, y los que de ninguna manera están dispuestos a dar ese paso. Ahora bien, ambas sensibilidades están bien unidas en la lucha común contra el sionismo, que es la encarnación de lo malo, el verdadero enemigo. Y es desde esta base común que Hamás plantea su lucha contra la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y Al Fatah.
Opuesta doctrinal y políticamente a las negociaciones con Israel, en 1992 Hamás era ya una organización amplia, estructurada de forma compartimentada, que seguía desarrollando una labor social, sobre todo en Gaza, a la par que construía relaciones más estrechas con Hizbulah y otras ramas islamistas protegidas por Irán. De modo que, cuando en septiembre de 1993 israelíes y palestinos firmaron el acuerdo-marco de Oslo, que establecía la creación de una Autonomía Palestina y la formación de un Consejo Legislativo, los líderes de Hamás reaccionaron con vehemencia declarando que los negociadores palestinos eran unos traidores que no representaban al pueblo, pues no habían sido elegidos, lo que convertía todo el proceso en ilegítimo e ilegal.
Sin considerar en este artículo los pormenores de Oslo, cabe decir que tuvieron dos caras: una de esperanza, para un pueblo que llevaba cinco años de dura Intifada; y otra asimétrica, que daba clara ventaja a Israel en los asuntos claves. Del lado crítico se situaron desde el primer momento intelectuales tan respetados internacionalmente como Edward Said, decidido defensor del nacionalismo palestino. Pero, volviendo a Hamás, su rama militar respondió incrementando sus acciones y anunciando una nueva fase contra objetivos israelíes en los territorios ocupados. A partir de ese momento, la lista de atentados suicidas fue en aumento.
LA VICTORIA DE HAMÁS
El movimiento de resistencia islámico palestino es hoy por hoy mucho más aliado de Hizbulah y de los regímenes de Irán y Siria que de las otras organizaciones palestinas. Ello constituye una fuente de problemas sumamente complicados. En otro sentido, no puede decirse que la ANP y Al Fatah no reciban favores de regímenes como Egipto y Jordania, que practican la obediencia a Estados Unidos. Incluso gozan de ciertas consideraciones del lado sionista. El resultado es una fractura interna palestina, una enorme dificultad para trabajar unidos con una agenda común que reúna también a las otras organizaciones minoritarias.
Considerando este desgarro interno he venido pensando en la matanza de Gaza como un allanamiento del terreno para después ofrecer desde Israel al presidente Abu Mazen un Estado palestino débil, permanentemente vulnerable, pero un Estado al fin y al cabo, que pueda ser acogido como una tenaza por la comunidad internacional como la única salvación, y que tendrá en Barak Obama su gran padrino. Es decir, he vivido la acción diseñada y ordenada por un grupo de criminales de guerra como una acción planificada para imponer después, con mayor facilidad, una solución edulcorada. Por ello, las palabras del diputado Saqqa me descolocan. No digo que no tenga razón, pero sí que me resultan un tanto rebuscadas sus afirmaciones. Habrá que dejar que transcurra el tiempo para entender mejor qué está detrás del genocidio.
Lo que no puedo aceptar, de ninguna manera, es que tanta muerte y tanta destrucción pueda presentarse como debilidad para el verdugo y victoria para la víctima. “Nos matan, pues peor para ellos” parecen decir los líderes de Hamás que, yendo más lejos, afirman que seguirán disparando los Qassam, que matar no matan pero pueden ser un buen reclamo para una segunda matanza. Si la victoria o la derrota se miden por la capacidad de supervivencia de Hamás, entonces tendré que reconocer su triunfo, pues Israel está lejos de haber destruido la resistencia islámica. Pero si medimos la victoria y la derrota por los resultados sobre el terreno, ¿tendrá alguien la suficiente inhumanidad para decir delante de los más de cuatrocientos menores muertos, ¡hemos ganado!? ¿Alguien puede hacer del sufrimiento del pueblo de carne y hueso el motor de su propia estrategia? “No hay solución al problema palestino salvo la yihad. Las iniciativas, las propuestas y conferencias internacionales son una farsa y una pérdida de tiempo”, dice la Carta de Hamás. Si a ello añadimos su artículo 8 que dice: “Alá es su meta. El Profeta es su guía. El Corán es su Constitución. La yihad es su metodología y la muerte al servicio de Alá es su más codiciado anhelo”, entonces nos encontramos con un canto al martirio que sigue invitando al pesimismo.
Si al menos el lado pragmático de Hamás ganara terreno en su interior, habría un lugar para la esperanza. Pues como ya he afirmado, sin Hamás no es probable ningún acuerdo de paz realmente viable.
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