Javier Lozano, Javier Villanueva y Juan Zubillaga*
Mondragón, dos meses después.
Los árboles y el bosque
(Hika, 198zka. 2008ko maiatza)
Se reunieron en algún lugar secreto. Ni la sociedad, ni los Gobiernos se avenían a sus exigencias. Pero estaban tan convencidos de ser dueños absolutos de la verdad que se saldrían con la suya por las buenas o por las malas. Pondrían más muertos sobre la mesa, hasta que los demás dieran su brazo a torcer.
Sabían también que no estaban en su mejor momento. Habría que elegir una presa fácil, una víctima desprotegida que tuviera, en cambio, un alto valor simbólico. Alguien que sirviera para mandar el terrorífico mensaje de que podían condenar a muerte a cualquiera que considerasen enemigo, por escasa que fuera su relevancia.
Prepararon minuciosamente la acción: información, armamento, grupo de apoyo, vías de escape... Seguramente contaron con la colaboración de vecinos del pueblo: tal vez alguien con aspecto amistoso fue quien les facilitó la información precisa de su nombre, su domicilio y sus rutinas diarias. Lo demás era pan comido.
Así fue asesinado Isaías Carrasco. A sangre fría. A la puerta de su casa. Cuando iba a su trabajo en la cabina del acceso a la autopista. Por el horrendo crimen de ser un ex concejal que se había atrevido a representar al electorado que el Partido Socialista de Euskadi tiene en Mondragón.
Estos son los hechos y conviene que los miremos en toda su crudeza, sin dejarnos enredar en la maraña de las coartadas ideológicas y políticas. Hay que quedarse con lo fundamental y no consentir que las gafas ideológicas lo distorsionen, hasta el punto de que los árboles no nos permitan ver el bosque.
Sandra Carrasco señaló rudamente la realidad cuando no pudo reprimir sus sentimientos y exclamó que los asesinos de su padre eran “unos cobardes y unos hijos de puta”. Más allá de la expresión, puso el dedo en la llaga al despojar a lo sucedido de toda terminología política y situarlo en un plano anterior y radical: esa acción sólo puede ser obra de matones fanáticos.
Porque podemos hablar de conflictos, autodeterminaciones, voluntades, derechos, procesos, democracias, territorialidades, y mil historias más que forman parte, por suerte o por desgracia, de nuestra vida política cotidiana. Podemos hablar de ello y tomar nota de puntos de acuerdo y de desacuerdo, de las diferentes interpretaciones de cada término, o de los intereses y cálculos que esconden muchas veces las palabras más nobles. Pero es difícil hacerlo con quien, en función de lo que pienses -y sobre todo si, además de pensarlo, te atreves a decirlo-, se considera con derecho a declararte enemigo del pueblo vasco y, una vez señalado como tal, a amenazarte, acosarte, golpearte, atemorizar a tus familiares, quemar tus bienes o incluirte en el círculo de quienes soportan el peso de una incierta condena a muerte. Y es difícil hacerlo asimismo con quienes trabajan políticamente a las órdenes de los verdugos. Porque sabes que en el caso de que te ocurra algo, aunque algunos de ellos puedan darte, en privado, una palmadita en la espalda y decirte que los autores directos “son unos descerebrados”, pública y políticamente van a mirar a otro lado y a guardar silencio. No van a alzar la voz para decir algo tan elemental como que lo sucedido es inadmisible porque viola las mínimas reglas que hacen posible la convivencia humana.
El silencio de ANV/Batasuna ante el asesinato de Isaías Carrasco es elocuente. Suelen decirnos que guardan silencio porque “las condenas no nos acercan a la solución del conflicto”. Pero nadie les está pidiendo que solucionen nada. Lo que les pedimos está más allá de la política, porque un asesinato, como otras muchas cuestiones que tocan la fibra moral de la sociedad, se mueve en otra esfera.
A nadie se le ocurriría que pudiera seguir tranquilamente en su cargo un alcalde que no se posicionara con contundencia ante el asesinato de un concejal de ANV o ante un caso de corrupción o un asesinato de género o un abuso de menores o una agresión racista. Ciertamente en ninguno de esos casos la mera condena de lo sucedido sería suficiente para reparar los daños causados o evitar que volvieran a repetirse. Pero en todos ellos el silencio haría del alcalde una persona indigna, por no hacerse portavoz de los mínimos éticos que deberían soportar la actividad política democrática, por no marcar con claridad las líneas rojas de lo humanamente inadmisible.
Lo de Arrasate no es distinto: la alcaldesa Inocencia Galparsoro será indigna de representar a su pueblo mientras no sea capaz de mostrar la humanidad y moralidad suficiente para reprobar o condenar el asesinato político del convecino que piensa de forma diferente. Su conducta al acudir al hospital a dar el pésame a la familia de la víctima, la escisión entre su pesar -suponemos que sincero- ante el dolor producido por el asesinato de un convecino y su lealtad al principio político de no condenar a ETA es pura esquizofrenia. Su corazón le dicta la verdad, sus gafas ideológicas la llevan a disfrazarla con todo tipo de coartadas. Una escisión entre la ética, los sentimientos y la política.
Los tres concejales de EB-Zutik condenaron el asesinato de Isaías desde una mirada ética que compartimos y con un lenguaje que nos satisfizo. Luego les hemos visto salirse del equipo de gobierno municipal que formaban con ANV en nombre de una razón eminentemente ética. Así, el martes 11 de marzo, la prensa recogió estas declaraciones del portavoz de la coalición EB-Zutik Ander Rodríguez a la vez que anunciaba su salida del gobierno municipal: “ANV ha quebrado nuestra confianza al no rechazar el asesinato de Isaías Carrasco (…) No rechazar el atentado ocurrido en Mondragón es inaceptable, incomprensible e injustificable, e implica un quebranto de la ética". Buenas y sabias palabras.
Por eso entendemos menos aún por qué esa misma razón ética que justificó la ruptura del pacto de gobierno municipal entre EB-Zutik y ANV no sirve ahora para remover a la alcaldesa de su cargo.
Reconocemos que no lo tenían nada fácil. Hicieran lo que hicieran. Además, el mundo de Batasuna/ANV advirtió enseguida públicamente sobre la extrema gravedad de esta decisión: quienes apoyen la moción de censura pasarán la línea roja. Y ya se sabe lo que esto significa aquí y ahora.
Pero, por más vueltas que le damos, no entendemos las razones para hacer lo que han hecho. No entendemos en particular la diferencia que han establecido entre romper el pacto de gobierno y apoyar la moción de censura. Dicen que la moción de censura no favorece la normalización y pacificación, sino que vuelve a vías ya agotadas de represión y aislamiento sobre un amplio sector social al que cierra todas las puertas. Dicen que la moción de censura tiene otra dimensión: el nuevo gobierno municipal alternativo, la composición y los problemas de un gobierno municipal de concentración, el programa municipal... y que su aprobación no garantiza el programa de izquierdas que pactaron con ANV. Dicen que la forma posterior de plantearse, con una cascada de mociones éticas fallidas, ha añadido confusión en vez de claridad, y que su orquestación suena demasiado a estrategia politiquera.
Pero estamos volviendo a las razones políticas, a hablar de los árboles. No nos cabe duda de la nobleza de muchas de ellas; nosotros tampoco estamos por la exclusión de nadie, y pensamos que al pueblo de Mondragón le convendría una política de izquierdas que mirase a los sectores menos favorecidos y aumentase la cohesión social. Pero alguien debería explicarnos qué credibilidad tiene quien se queja de ser políticamente excluido y es capaz de asistir, sin mover una ceja, a la exclusión de un vecino del mundo de los vivos. O qué credibilidad tiene quien se dice de izquierdas y expresa su preocupación por los que menos poseen y calla cuando a un vecino le arrebatan cruelmente todo lo que poseía: su propia vida. No nos perdamos entre los matorrales y miremos al bosque.
El meollo del asunto es si una alcaldesa incapaz de condenar el asesinato de un convecino es digna de continuar en su puesto. Si su indignidad es un fundamento sólido y suficiente para votar a favor de desalojarle de su cargo. Alguien dijo que lo que más distingue al ser humano del resto de los seres vivientes en el planeta Tierra es su capacidad moral. Moralmente, la pregunta clave se refiere a nuestra implicación ante esa disyuntiva.
La alcaldesa de Mondragón, Ino Galparsoro, ha sido encarcelada por auto del Juez Garzón en aplicación de las leyes penales. Como ciudadanos de a pie, esta actuación judicial nos puede parecer políticamente inconveniente o podemos sospechar de la solidez de sus fundamentos jurídicos. Pero conviene no mezclar las cosas.
En la ciudad de Chicago todo el mundo sabía que Al Capone era el jefe de la mafia. En otro tiempo y lugar, más respetuoso con las garantías jurídicas, esa “verdad social” no fue suficiente para procesarle por ello y fue finalmente condenado por una miserable evasión de impuestos. Aquí todos “sabemos” quién es el brazo político de ETA. Su subordinación a un poder fanáticamente autoritario no despierta en nosotros ningún tipo de simpatía. Pero las simpatías o antipatías no deberían contar en un Estado garantista. Hay que probar en cada caso su vinculación en actividades delictivas, y no recurrir al “todos a la cárcel”, violando derechos individuales y garantías jurídicas. El conjunto de las instituciones democráticas (desde el Gobierno central al Gobierno vasco o al Gobierno foral navarro, desde el sistema judicial a todas las policías) son responsables de combatir el terrorismo de ETA ateniéndose a la ley, no saltándosela ni retorciéndola, aplicándola con prudencia, humanizándola aún más. Y los ciudadanos y ciudadanas somos responsables de en qué lugar nos situamos en la batalla diaria que se libra entre la justificación y la deslegitimación de ETA.
Todavía no ha terminado la partida. Nos gustaría que los tres concejales de EB-Zutik contribuyeran con sus votos a devolver la dignidad al Ayuntamiento de Arrasate. Nadie va a devolver la vida a Isaías Carrasco. La injusticia cometida es tan radical que ni las más exquisitas pruebas de solidaridad van a aliviar el dolor de una familia rota. Pero vivir en un pueblo gobernado por gentes que consideran héroes a los asesinos de Isaías es añadir una ración diaria de sal sobre las heridas. Desearíamos que, después de tomar su decisión, la gente de EB-Zutik de Mondragón pudiera sostener la mirada de Sandra Carrasco. Y desearíamos que Sandra tenga la certeza de que EB-Zutik apoyará su demanda de justicia, esto es, que sean detenidos y condenados con todas las garantías quienes han asesinado a su padre.
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* Miembros de Zutik.
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