Javier Villanueva
Después del comunicado de ETA.
Esperanza, claridad y buena mano
Por fin ha llegado el acontecimiento sin duda más deseado y esperado en este momento: el anuncio de un alto el fuego “permanente” por parte de ETA, cosa que a estas alturas debe interpretarse como el principio del final de ETA. Un acontecimiento que se está viviendo con pálpitos diferentes. Es universal el alivio y la esperanza genérica en que las cosas mejorarán algo por lo menos. Pero eso no quita el temor y la preocupación. Por ejemplo, ante la amargura de sus víctimas al iniciarse un camino sin que ETA dé muestras de reconocer el daño que les ha causado y ante la evidencia de que quienes (políticos o ciudadanos) no esconden su deseo de pasar página cuanto antes.
El primer acto se ha expresado de una forma racionalmente previsible: ETA y Batasuna lo necesitaban, el reloj corría en su contra, todos los indicadores apuntaban a que, si se inclinaba por una declaración formal y un día D, lo iba a hacer más o menos en los términos en que lo ha hecho, esto es: a) mediante un cambio estrictamente fáctico: el anuncio de un parón permanente de sus actividades violentas; b) con una fórmula que elude lo principal que se espera de ETA: su expresa renuncia a imponer a la sociedad sus objetivos políticos por la fuerza de las armas, las bombas y la extorsión y, a la vez, el reconocimiento del daño causado a sus víctimas y al conjunto de la sociedad; c) con un comunicado que rezuma la pretensión de pasar página del pasado y de convertir su trágico y sangriento historial en un capital político para el futuro de los “suyos”.
Bien mirado, no cabía esperar otra cosa de ETA y de su entorno. ETA ha tenido que admitir por necesidad que debe parar, para no echar piedras a su propio tejado. Ese el significado estricto de su declaración de “alto el fuego permanente”. Pero está verde para reconocer el enorme daño que ha hecho (o que ha hecho también a los suyos) y está verde aún para revisar lo que le ha llevado a meterse en un lodazal totalitario y etnicista, antidemocrático y antipluralista y renunciar a ello. Por lo que conozco a través de Gara, el “entorno” que se manifiesta a través de sus páginas está básicamente tan verde como ETA.
Esta forma de anunciar su salida por parte de ETA es probablemente la única viable, tal y como están las cosas. Ahora se trata de hacerles entender con buena mano y pedagogía, tanto a ETA como a su entorno, que esa fórmula es muy insuficiente.
Para ello, lo primero que han de entender es, dicho en negativo, que no vale el borrón y cuenta nueva (cosa muy de actualidad, vista la desafortunada utilización reciente del ejemplo de la Transición por algunos, como si fuera un buen modelo a seguir). Dicho en positivo, el futuro ha de construirse sobre la memoria del pasado, mediante un trabajo ideológico, político, cultural y social que profundice en la crítica de la causa terrorista y también del amplio sector social que ha compartido sus fines y medios. Ese trabajo ha de facilitar la autocrítica que algún día habrán de hacer. Ese esfuerzo de memoria incluye la autocrítica de quienes han/hemos tenido alguna corresponsabilidad en la legitimación y en la persistencia de ETA.
Este trabajo de rescate de la memoria de las décadas pasadas no ha de olvidarse de otras demandas de justicia que han envenenado el clima vasco en una espiral interminable de agravios y que están ahí clamorosamente desatendidas. Por ejemplo, la de las víctimas de las tropelías de torturadores o de operaciones de guerra sucia (desde el BVE hasta el GAL) o del injusto retorcimiento de las leyes... O la de los presos –y de sus más próximos y de sus afines– en la parte legítima que les toca: como personas en situación especial de privación de libertad cuyos derechos fundamentales han de ser respetados, como sector que reclama una humanización de las leyes...
Por razones tanto de equidad y justicia como de interés y oportunidad política debe haber un cierto equilibrio entre estas dos demandas de revivir la memoria del pasado. Este equilibrio permite poder recordar a unos y a otros la parte que olvidan o no quieren tener en cuenta. Es un equilibrio necesario también para mantener una posición anclada en la legitimidad moral, cosa que exige mirar en ambas direcciones.
Lo segundo es que no hay que tener una posición cicatera ante las cosas que pueden asentar un nuevo tiempo político.
Una de ellas es la excarcelación de los presos de ETA. La excarcelación es una pieza lógica e imprescindible en el camino de saldar cuentas con un pasado que se quiere superar sin que deje como herencia un rescoldo de rencores y resentimientos que marque negativamente a las siguientes generaciones. Pero cualquiera entiende que, para llegar a ese punto, antes habrá de pasar un tiempo y algunas etapas intermedias. Ha de haber un orden “lógico” de las cosas: 1) Ha de pasar un tiempo para verificar que el parón fáctico de las armas es definitivo, incondicional y universal (en todos los frentes y sin ninguna sombra ni duda). Ha de comprobarse seriamente que ETA abandona su papel de vigilante de la playa. 2) Además, y en otro orden de cosas, ese hecho fáctico ha de traducirse de algún modo en un nuevo discurso moral-político-ideológico en relación con sus víctimas y con el conjunto de la sociedad. En relación con sus víctimas, ha de haber algún reconocimiento del daño causado, gestos de reparación y restitución moral respecto a la estigmatización social que les endosó en su día. En relación con la sociedad, ha de haber un reconocimiento de la ilegitimidad de los medios violentos, declaraciones de renuncia a imponerse por la fuerza a la sociedad, a amedrentarla y extorsionarla con la fuerza; gestos de reconocimiento de los derechos fundamentales de todas las personas; gestos de reconocimiento de la democracia, de sus reglas de juego e instituciones, de los valores democráticos; gestos de reconocimiento de la pluralidad de la sociedad, de sus opiniones y aspiraciones (renuncia a la supremacía jerárquica y “ontológica” de unas sobre otras por razones de identidad étnica o etnicistas). 3) En la medida en que se cumplan o satisfagan las dos primeras, será posible, conveniente y justo entrar en medidas de excarcelación.
Tampoco se ha de tener una posición cicatera ante el diálogo político. Hay que disociarlo formal y temporalmente del final de ETA. Hay que abordarlo, por tanto, sin prisas y sin pausas, sin miedo ni racanería. Con sincera voluntad de integración: de comprometerse en buscar una salida positiva a todos los proyectos defendidos democráticamente. Con voluntad de buscar un procedimiento adecuado para el acuerdo: un principio de consentimiento o del consenso suficiente. Respetando la pluralidad intrínseca de la sociedad vasca. Reconociendo y respetando los derechos de terceros a quienes conciernen nuestras decisiones.
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