Javier Villanueva

Dilemas del socialismo vasco
(Hika, 131, marzo de 2002)

Desde hace un tiempo bajan las aguas revueltas en el PSE-EE. Lo cual, bien mirado, no es tampoco una gran novedad en su caso ya que la de ahora es su enésima crisis desde el inicio de la transición post-franquista. Es más, uno tiende a pensar que ésta no es la más grave de su reciente historia, pese al mucho ruido que se oye y pese a que la de ahora es, en efecto, una crisis múltiple. De dirigentes, por la dimisión del secretario general, Nicolás Redondo-hijo, y la elección del nuevo equipo dirigente. De relación entre sus líderes, cosa que parece ser una maldición que arrastra en esta época todo el PSOE. De orientación política, con el lío de la traída y llevada ponencia de Egiguren y con el dilema de tener que refrendar o corregir el rumbo seguido en el último tiempo tras los resultados electorales del 13-M y tras el relativo fracaso de la apuesta por un frentismo antinacionalista-vasco y por la alternancia al PNV entre otras cosas.

Tal vez por la comodidad de seguir un guión similar al que explica eficazmente la historia del PNV a través de la dialéctica pendular entre sus dos almas, autonomista e independentista, se viene hablando recientemente asimismo de las dos almas del PSE, vasquista y españolista, que en su caso también estarían en un conflicto permanente y pendular. Pero, a mi juicio, y sin desdeñar esa clave, creo que el mero repaso de las circunstancias que más condicionan la realidad actual del PSE puede ser una buena ayuda para comprender mejor sus vicisitudes actuales.

DEBILIDAD. La debilidad sociológica y político-electoral del socialismo vasco es la primera circunstancia que debe mencionarse, a mi juicio, en un orden lógico de cosas. Tal debilidad se manifiesta a través de una doble imposibilidad a corto y medio plazo. De un lado, en la imposibilidad práctica de romper la actual polarización que condiciona la vida política vasca. El PSE no tiene fuerza suficiente para romper esa dinámica y se ve arrastrado una y otra vez a lugares extraordinariamente incómodos. La segunda es la imposibilidad práctica de poner en pie una alternativa encabezada por el socialismo vasco que aventaje al nacionalismo vasco y le obligue a éste a pactar. El PSE tiene una dificultad insuperable para hacer creíble, con las fuerzas de que dispone, su “alternativa propia autonomista y socialdemócrata, de izquierda y no nacionalista, no frentista y no soberanista, para hacer País, desde el entendimiento y la integración de la pluralidad, desde la autonomía y la constitución, con España, en Europa”.

PODEROSAS PRESIONES. Otra circunstancia muy relevante es que se encuentra bajo poderosas presiones de todo tipo, sobre todo externas.

Del PP, quien está desplegando todo el enorme aparato de comunicación e intoxicación controlado desde los establos y alcantarillas del poder, para que el PSE no le abandone ni abandone el pacto que ambos partidos suscribieron hace un par de años. Un pacto que, visto desde el PP, se pretende como un proyecto político que aúna un cuádruple propósito: pro-constitucionalista, pro-español, antinacionalista, además de antiterrorista desde la defensa del estado de derecho. Y que tiene la particularidad de distribuir esos cuatro propósitos en dos parejas indivisibles, donde lo español se tiene de forma unívoca como indisociable de lo pro-constitucional y donde el antiterrorismo no puede separarse del antinacionalismo-vasco.

Pero también está bajo la poderosa presión a que le somete el nacionalismo vasco. Sea en la versión PNV y EA, interesados en romper ese pacto PSOE-PP y en contar con los socialistas para hacerle “la pinza” al PP. Sea en la de la izquierda abertzale, interesada en romper todo pacto “centrista” entre el PSE y los PNV-EA y la consiguiente moderación del nacionalismo de éstos. [Del nacionalismo-vasco cabe decir, aquí entre nosotros y entre paréntesis, que dispone de un aparato de creación y/o intoxicación de opinión pública que no le va a zaga al del PP si se mide a pequeña escala: en su capacidad de influencia por metro cuadrado en el territorio de la CAV. Capacidad que se traduce en este caso en una estigmatización muy efectiva del PSE por ser un partido “españolista” y “sucursalista”, al que se le restriega una y otra vez “que nació español en tierra vasca y que trata de españolizar Euskal Herria”. Como si fuera un partido de judíos marranos en los tiempos en que se exigía la limpieza de sangre. ]

A esa doble presión se suma una tercera, la de ETA, sin duda alguna la más dura e insoportable de todas ellas, que pretende ablandar tanto a sus bases y entornos como a sus líderes y dirigentes. Pero aunque sea una obviedad, conviene no ignorar el hecho de que la presión de ETA tiene un doble agravante. Primero, su extensión, pues la amenaza de ETA afecta a todas las escalas del mundo socialista: locales, sectoriales y generales, que han quedado señaladas todas ellas dentro del círculo de sus blancos, cosa que corrobora además con persistencia la kale borroka mediante sus reiteradas acciones en el mismo sentido en los entretiempos de las intervenciones de ETA. Segundo, su trascendencia, en este caso y nunca mejor dicho: una cuestión de vida o muerte. Nada tenemos entre manos de mayor trascendencia que la propia vida, aunque sólo sea porque es condición sine qua non para sostener cualquier proyecto alternativo de vida “mejor”.

Y aunque también sea otra obviedad, tampoco conviene ignorar los inevitables efectos colaterales que esta presión de ETA genera en las filas socialistas. Me refiero a lo más evidente, esto es, a las situaciones de tensión personal insoportables, multiplicadas en una u otra medida en un elevado número de gentes. Y me refiero, sobre todo, a ese sentimiento de soledad y exilio interior, de ser blanco impotente de una operación de limpieza ideológico-política y de vivir en una sociedad que no les da calor solidario y que no muestra suficiente sensibilidad ante su dramática situación; a esa sensación amarga de que unos ponen hasta la vida y otros se llevan el premio, tanto más cuando se da la perversión de que se les mata en nombre de una ideología que es también la de los partidos gobernantes (PNV y EA) y al menos la de la mitad de la población. Con lo que la cosa desemboca, irremediablemente, en la cuestión tabú de este tiempo: la responsabilidad del nacionalismo-vasco en la persistencia de ETA y en su acción terrorista. Es verdad que el PP simplifica y manipula hasta la saciedad y de manera sucia la respuesta a esa inquietante cuestión. Pero no es menos cierto que el nacionalismo-vasco también la simplifica y manipula a su manera.

EL SOCIO MAS CORTEJADO. El PSE es, en las circunstancias actuales, el socio (o novio y/o novia) más cortejado tanto por parte del “nacionalismo-vasco-democrático” como por parte del “españolismo intransigente”. En cualquiera de ambos casos, y mientras no cambien las circunstancias hoy predominantes, el concurso del PSE resulta indispensable para los proyectos hegemónicos de unos y otros.

Para el nacionalismo vasco, el PSE es clave tanto en la cuestión navarra como en la de poder presentar un proyecto nacionalista que supere el sectarismo actual y que no rompa el territorio cultural e histórico del país vasco-navarro ni rompa la sociedad que se ha constituido en el último medio siglo. Sin un arreglo-acuerdo de fondo con el PSE y con el PSN ambas cosas son un imposible en las circunstancias actuales.

Para el PP, lo es en otro sentido más sectario y parcial. Sin el apoyo del PSE no puede aspirar a la representación de la mitad de la población ni a mantener Navarra o Alava o las más significadas ciudades vizcaínas o guipuzcoanas bajo una hegemonía “no-nacionalista”. No hay tal hegemonía “no nacionalista”, aunque tan sólo sea político-electoral, ni la fuerza derivada de ella en cualquier negociación sobre el status jurídico y político del País Vasco-navarro, si no suma lo que son y representan el PSE y el PSN.

¿Podrá el socialismo vasco imponerles a unos y otros su propio juego y no tener que jugar permanentemente en campo ajeno, con cartas ajenas? ¿Podrá librarse de estar demasiado arrimado al PNV y de quedar salpicado por la imagen de querer estar más cerca del pesebre institucional que aquel controla... o de estar demasiado cerca del PP y de quedar mal salpicado por ello en buena parte de sus bases? Esto depende sin duda de la evolución de la correlación de fuerzas, cosa que no pinta a su favor en el corto plazo. Pero tal vez ayude a mejorar su fuerza el hecho de que sepa deslindar un motivo propio, lógico y justo, para acercarse simultáneamente a unos y otros.

En las circunstancias actuales, mientras les hermane la común condición de ser víctimas de ETA, no tiene más remedio que estar al lado del PP en la defensa de la libertad y de un bloque democrático frente a ETA, compartiendo con el PP la susceptibilidad hacia las connivencias ideológicas y políticas del conjunto del mundo nacionalista con ETA y la kale borroka; así como, mientras sea lo que es, su opción política contraria al “soberanismo” y al “autodeterminismo” del nacionalismo-vasco le coloca en un lugar también próximo al PP inevitablemente, con el que coincide en la defensa de una Euskadi “no nacionalista”. Creo que en todas esas cuestiones hay un campo de juego para que los socialistas vascos defiendan sus propias ideas y matices y no queden marcados por una imagen de seguidismo al PP y de trabajar “para otros”.

Otro tanto puede decirse respecto a su acercamiento al nacionalismo del PNV-EA. Está claro que no puede darse un gran acercamiento mientras el PSE sea lo que es y mientras los PNV y EA mantengan el rumbo “soberanista” y anticonstitucional del último período y mientras ambos partidos no den muestras de que puedan ser leales a un compromiso estable y duradero en el tiempo sobre el “estar” mínimamente cómodo y satisfactorio de Euskadi en España. Pero no es menos cierto que puede darse de manera más parcial y troceada en muchas cosas y sin que genere una imagen de subalternidad y sumisión por su parte respecto al PNV. Dentro del socialismo vasco hay una elevada conciencia además de que son muy sustanciosas las razones a favor del acercamiento. Parece claro, por ejemplo, que una política hostil al PNV cierra las puertas a las posibilidades de compartir esferas de poder en instituciones locales y provinciales, cosa nada menospreciable en un partido como el PSE con vocación de tocar poder permanentemente. O que abundar en la política frentista y sectaria del último tiempo acentúa la polarización y ruptura en el plano político y no ayuda en todo caso a la mayor integración y cohesión de la sociedad. Pero más allá de los efectos a corto plazo está la evidencia, demostrada de forma concluyente a lo largo de los últimos setenta años, de que puede dar otros frutos más trascendentes, como una razonable moderación de la vida política vasca y una mayor clarificación de sus perspectivas a medio plazo.

MESTIZAJE. ¿Hay una tradición socialista genuina, hacia la cual pueda exigirse una fidelidad unívoca de todos sus miembros? No sólo no la hay sino que cabe invocar razonablemente todo lo contrario. Esto es, que el PSE-EE es un producto mestizo, variadísimo, repleto de matices distintos y en no pocas ocasiones contrapuestos incluso, como es propio de un partido-crisol de diversas herencias a lo largo de su centenaria historia. Entre estas herencias podemos distinguir cinco al menos, entresacadas por mi parte de la historia del socialismo vasco escrita por Jesús Eguiguren y de otras lecturas.

1) El prototipo Perezagua sirve, aun hoy día, para describir un socialismo marcado por una combinación curiosa de: sensibilidad cultural unilateral (reductora de lo español y castellanizante), desinterés ante la “cuestión vasca” y doctrinarismo antinacionalista-vasco intransigente. Este arquetipo hace honor al primer apóstol obrero y obrerista del socialismo, el tipógrafo Facundo Perezagua, que fundó en 1886 la agrupación socialista de Bilbao y que también estuvo, treinta años más tarde, entre los fundadores del primer comunismo vasco.

2) El prototipo Carretero describe otra combinación no menos curiosa de: sensibilidad por el autogobierno vasco (y la herencia fuerista), apología del abandono del euskera y anti-nacionalismo, todo ello fundamentado en la razón progresista. Felipe Carretero fue un euskaldun de Aulesti (o Murélaga) que teorizó el antinacionalismo del socialismo vasco, tras la huella de los bilbaínos Tomás Meabe y Unamuno; y en su caso lo hizo desde la preocupación de rescatar la tradición anticlerical del fuerismo vizcaino frente al teocrático lema sabiniano Jaungoikoa eta lege zaharrak, tradición anticlerical asimismo reivindicada por Krutwig, sesenta años después, en su obra Vasconia.

3) Al prototipo eibarrés se le puede poner diversos nombres, según el líder que se escoja (Aquilino Amuategui, Toribio Echeverría u otros). Describe un socialismo de origen autóctono, mayoritariamente euskaldun y que usa el euskera en su actividad interna y pública, predominantemente preocupado por conseguir reformas sociales de toda clase en la vida local, permeable a la influencia de la tradición local republicana eibarresa (pro-autonomista desde la herencia del fuerismo liberal) y cuyos líderes evolucionan desde una indiferencia inicial ante la cuestión nacional hasta una posición favorable a la actualización del autogobierno vasco en una confederación de nacionalidades ibéricas.

4) El prototipo Prieto sigue un recorrido convergente en gran medida con el del socialismo eibarrés, aunque desde otra sensibilidad y otra tradición cultural marcada por la condición de inmigrado a Vizcaya y por la vocación regeneracionista-españolista explícita de Indalecio Prieto. Identifica un socialismo rival del nacionalismo-vasco en lo político y en lo ideológico, y en ese sentido anti-nacionalista, que pretende regenerar España mediante la instauración de la República, la cual a su vez, entre otras cosas, habría de dar una razonable solución a la cuestión vasca mediante un estatuto autonómico que continuara y actualizara la tradición del autogobierno foral.

5) El socialista “desviado”. Bien sea por situarse demasiado cerca del nacionalismo-vasco y acabar fagocitado por él, o bien sea por situarse demasiado cerca del PP y acabar absorbido bajo su influencia. En este caso no les pongo nombre, ya que ni uno ni otro son demasiado significativos en la historia del socialismo vasco.

SINTESIS. La síntesis propugnada por Ramón Jáuregui conjuga los prototipos 3 y 4 al tiempo que desautoriza expresamente los restantes (1, 2 y 5). Sus claves principales se pueden condensar en estas cuatro proposiciones. A) Mantener la voluntad política de derrotar a ETA desde un bloque ético y democrático y con un liderazgo institucional y social del nacionalismo en el poder. Mantener la idea de separar el conflicto histórico vasco del problema del terrorismo y de que el principal déficit democrático es la falta de libertad, por la presión terrorista, y sus mortales consecuencias. B) Hacer una oposición al nacionalismo-vasco en el poder alternativa, independiente, “centrada” y que no se confunda con la tesis antinacionalista del PP (de que la derrota del nacionalismo sea la clave de la derrota de ETA y de la construcción política del País). 3) Contra todo proyecto etnicista. Por una nación de ciudadanos que integre la pluralidad de territorios, ideologías, símbolos... y en particular a las gentes “nacionalistas” y “no nacionalistas”. Actualizar el consenso estatutario y ensanchar el autogobierno desde el acuerdo para regenerar el estatuto y explorar todas sus potencialidades. 4) Rechazo a los procesos consultivos o a la autodeterminación genéricamente planteada, pero a favor de una consulta que refrende un consenso político ya logrado y afirmación expresa de que cualquier proyecto político democrático es posible además de legítimo, incluido el de la independencia, en libertad y en paz. Punto, este último, que facilita las cosas a una declaración tipo Downing Street sobre la legitimidad y viabilidad de los proyectos nacionalistas democráticos y sobre la permanente adaptación del ordenamiento jurídico-político a la decisión democrática de la sociedad vasca.

Más allá de que todo esto aguante bien sobre el papel, habrá que ver si el PSE tiene mimbres para hacer ese cesto. Lo cual depende sobre todo de que consiga la fuerza social y la credibilidad político-moral que es menester para dar sentido a todas esas palabras. Se me antoja, dicho con franqueza, que ambas cosas son casi un imposible metafísico en el corto plazo.

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