Javier Villanueva

Oportunidad para una “salida digna” de ETA
(Página Abierta, 147, abril 2004) 

Me ciño a un asunto que no ha pasado desapercibido a casi nadie: la imputación generalizada del atentado del 11-M a ETA, aunque algunos datos importantes de él (que hubiera bombas en cuatro trenes del transporte público repletos de trabajadores y estudiantes del sur de Madrid, la magnitud del número de víctimas o la ausencia de aviso previo) apuntaban en otra dirección y exigían más prudencia. Una prudencia que escaseó a lo largo de todo el jueves, es menester reconocerlo, pese a las circunstancias concretas del atentado. Muchos no dimos crédito a las palabras de Arnaldo Otegi cuando descartó la hipótesis de la autoría de ETA, y quizás no estimamos suficientemente los indicios que apuntaban a las tramas terroristas relacionadas con el fanatismo religioso islámico.
Sobre este asunto se ha escrito ya mucho y desde diversos ángulos tras el 11-M. Por ejemplo, sobre la manipulación informativa o desinformativa del Gobierno de Aznar, determinante en la generalización de dicha imputación. O, desde una perspectiva más personal, sobre los diferentes argumentos y mecanismos mentales que a unos u otros les llevó a considerar únicamente la posibilidad de que ETA fuera el autor de la masacre. O, desde un interés más analítico, rescatando debates ya planteados hace tiempo por los estudiosos de ETA sobre la racionalidad o no de sus atentados, sobre si hay o no una degradación en los criterios (en la selección y cualificación de sus víctimas, en los riesgos de daños a terceros o imprevistos, etc.) que ha venido manejando a lo largo de su dilatada trayectoria.
Pero, a mi juicio, sin menospreciar éstos u otros debates similares, en este asunto lo verdaderamente relevante es la constatación del descrédito moral y político de ETA, que ha alcanzado una dimensión inconmensurable. Tengo la impresión de que hasta los ojeadores de ETA más reacios a reconocer la realidad de las cosas que no les gustan han tomado nota de que el jueves 11 de marzo casi todo el mundo (políticos o simples ciudadanos) creyó o que ETA lo había hecho, o que podía haberlo hecho, o que no se puede descartar que haga algo similar mientras persista en persistir. Por lo que leo, veo y oigo, deduzco que ese descrédito es absoluto y atañe no sólo a la justificación de sus atentados, sino incluso a la justificación misma de su existencia y persistencia.

Una vez que ya se ha planteado que ETA no tiene sentido ni justificación y que se ha confirmado una vez más que la representatividad de ese planteamiento en la sociedad civil y en sus instituciones es casi absoluta, no hay que perder de vista el meollo central del asunto: que todo el mundo le digamos a ETA que debe dejarlo de forma inmediata, incondicional y definitiva. Deben decírselo incluso los que sostienen que no es útil “condenar” sus atentados, aunque sólo sea por evitar que su cuenta de resultados vaya engordando aún más de números rojos. Cada quien a su manera y con sus argumentos, éticos o políticos, pero de forma que todo confluya en la misma dirección. Lo importante es que a ETA le llegue este triple mensaje: 1) que ya no tiene margen alguno para recuperar el crédito perdido mediante atentados (más “selectivos” y más “simbólicos”) que no susciten tanto rechazo social; 2) que la vía de intentar doblegar a la sociedad civil y a sus instituciones a golpe de atentados ha fracasado y sólo conduce a su propia degradación; 3) que no le queda más camino de redención que aquel que pasa por el abandono inmediato de sus atentados y de la amenaza de cometerlos.
Desde hace casi una década, ha habido bastante gente que ha intentado explorar cuál pudiera ser la pista de aterrizaje más idónea para que ETA abandonara las armas de un modo definitivo. Ejemplo de ello, entre otros, son la vía Ollora, el plan Ardanza, el Pacto de Lizarra, el mismo plan Ibarretxe o incluso, más recientemente, la propuesta de Bergara. No discuto la buena intención de los propulsores de estas iniciativas ni tengo el menor interés en meter el dedo en el ojo de nadie. Pero ya es hora de reconocer que, tras estos años últimos, y aún más tras el 11-M, la lógica presente en todas ellas, de una forma u otra, de ofrecer un “incentivo” político, un “precio”, que ETA pudiera entenderlo como contraprestación a su abandono de las armas y le estimulara a dar ese paso, aparte de que no ha funcionado, ha quedado ampliamente desfasada. Hoy por hoy, cada día que pasa va quedando más claro que la mejor pista de aterrizaje para ETA es su propia decisión de dejarlo, una decisión unilateral e incondicionada por su parte, que cuanto antes la tome será tanto mejor acogida por nuestra sociedad, por el conjunto de la sociedad española y por la opinión pública internacional.
No se me oculta que el final definitivo de un fenómeno como el de ETA tiene muchos y muy delicados flecos. Basta ver el caso análogo del IRA en Irlanda del Norte para tenerlo presente. Pero sin simplificar un proceso que tendrá no pocas complicaciones aun cuando todo se haga bien, hoy día es menester plantear con toda claridad que la clave para que se abra ese proceso es la decisión unilateral e incondicional de ETA de dejarlo. La ecuación que está sobre el tapete es esta: si ETA dice solemnemente que se va y que ya no va a cometer más atentados, se podrá entrar a considerar todo lo que debe discutirse y hacerse para asegurar la pacificación efectiva de nuestra sociedad. Dicho de otra forma, ETA debe decidir terminar lo que un día decidió comenzar y lo que durante años y años ha decidido mantener. Hoy por hoy, nada puede dignificarle más que tomar la decisión de abandonar las armas. Y cuanto más paladinamente lo haga, tanto más “digna” podrá ser su salida.