Javier Villanueva

Elecciones autonómicas del País Vasco.
A ver si por fin estalla la primavera

(Página Abierta, 159, mayo de 2005, Hika, 166 zka. 2005ko maiatza)

Con las elecciones autonómicas del pasado 17 de abril acabamos de ejercitar el trigésimo tercer proceso electoral desde 1977, contando los cuatro referendos que hemos tenido desde entonces, en uno de los cuales, por cierto, celebrado el 25 de octubre de 1979, la mayoría social decidió constituirse en un ámbito vasco de decisión refrendando el Estatuto de autonomía que se le proponía. Desde entonces, ésta es la octava vez, además, en que los ciudadanos y ciudadanas de este particular y exclusivo ámbito de decisión que es la Comunidad Autónoma Vasca nos autoconvocamos para elegir un Parlamento del que a su vez saldrá el nuevo Gobierno vasco y su lehendakari.
Desde otra perspectiva más cercana, estas autonómicas han sido el octavo proceso electoral desde que la política vasca dio un giro frentista [a partir de las dinámicas impulsadas con la tregua de ETA y el acuerdo secreto de PNV y EA con ETA en septiembre de 1998 para formar un frente nacionalista-vasco que pretendía decidir el destino del País Vasco sin tener en cuenta las aspiraciones y opiniones de los “no-nacionalistas”] que hasta la fecha la ha condicionado poderosamente. Lamentablemente, todo ha estado sometido desde entonces al alineamiento banderizo de frentes, incluido un plan Ibarretxe que ha pretendido ser la expresión del frente nacionalista-vasco, aunque eso sí, elaborada desde la posición de fuerza que las elecciones de 2001 le dieron al PNV-EA.
Desde 1998, todas las elecciones habidas han estado sujetas al imperativo frentista, y cada elección ha venido siendo como un examen del mismo, esto es, acerca de cuánto pesaba y medía cada bando (el nacionalista-vasco y el no-nacionalista-vasco) y sobre las peleas internas más determinantes entre los componentes de cada uno de los dos frentes. La celebrada el pasado 17 de abril estaba condenada, además, a ser también un examen, en particular, de las tres novedades más relevantes de la política vasca: 1) el plan Ibarretxe; 2) la exclusión de Batasuna tras su ilegalización al amparo de la Ley de Partidos; 3) la predisposición del PSE a una reforma consensuada del Estatuto y su conexión con la vía catalana del PSC y con el plan Zapatero de reforma de la Constitución y de otros estatutos de autonomía.
No se pueden dejar de lado, finalmente, las circunstancias peculiares en que se han realizado las elecciones. La no intervención, de hecho, de ETA, y que lleve ya más de dos años sin haber llevado a cabo ningún atentado mortal, es una de ellas. Otra, el nuevo clima político existente desde que Zapatero es presidente y los hechos que lo acompañan, que van más allá de un cambio de talante y de meras formas. Una muestra del cambio, impensable bajo el Gobierno de Aznar, es la aceptación –al menos hasta ahora– de la candidatura del Partido Comunista de las Tierras Vascas (EHAK, en sus siglas en euskera) y de sus resultados por parte del Gobierno de Zapatero y de un poder judicial perfectamente conocedores del significado político de los votos que ha obtenido.
           
Mas pérdidas que ganancias

A medida en que nos vamos alejando de la fecha del escrutinio, lo que queda es, o bien la valoración estrictamente cuantitativa de los resultados obtenidos en votos y en escaños, o bien la valoración de dichos resultados en comparación con los objetivos que se proponían los distintos partidos.
En el primer orden de cosas, lo verdaderamente significativo, por su valor objetivo hasta las próximas elecciones, es lo siguiente: 1) la coalición PNV-EA ha ganado las elecciones en los tres territorios, mantiene 29 diputados y le corresponde la iniciativa para la formación del nuevo Gobierno; 2) el PSE (18) y el PP (15) suman más que la coalición PNV-EA (33-29) o que el Gobierno tripartito PNV-EA-EB (33-32) y empatan a 33 si se le añade la representación de Aralar; 3) Batasuna sigue presente en el Parlamento a través de la candidatura de EHAK y mejora sus resultados de las anteriores autonómicas; 4) el Parlamento vasco sigue bajo una mayoría de confesión nacionalista-vasca gracias a los 39 escaños de PNV, EA, EHAK y Aralar.
Pero si medimos los resultados en relación con los objetivos explícitos de los partidos, no hay ningún ganador neto y sí bastantes damnificados, según mis cuentas. En la lista de mayores damnificados están, por este orden, la coalición PNV-EA, el PP y Ezker Batua. Pero incluso los que a primera vista parece que han tenido una ganancia neta, como el PSE o Aralar, también presentan algunos números rojos en la cuenta de resultados.
El PSE no está para echar cohetes. Aparte de que no alcanza sus mejores resultados en escaños (los 19 de 1984 y 1986) ni en votos (los 337.000 votos de las generales de 2004), no puede decir que haya captado el voto nacionalista discretamente descontento con la orientación “frentista-soberanista” de los últimos años. Para ser un aspirante a la alternancia se ha quedado excesivamente corto de empuje electoral, una vez más.
Aralar puede presumir de tres cosas importantes: haber logrado entrar en el Parlamento, que era su principal objetivo; hacerlo ampliando la base electoral de Batasuna, y no como una opción que le resta votos; y haber contribuido a que el conjunto del voto nacionalista-vasco subiera un punto su techo en porcentaje de votos alcanzado en el mítico año de 2001. Pero más allá de esto prevalecen las sombras: se ha quedado a demasiada distancia del voto a EHAK, su escaño no es decisivo y ha mostrado excesiva debilidad en Vizcaya y Álava, donde ha obtenido unos magros porcentajes de voto de entre el 1,57% y el 1,51%, respectivamente. Da la impresión de que sus recursos políticos actuales son demasiado escasos para aspirar a tener una influencia decisiva en la conformación de la izquierda abertzale post-ETA.
Es verdad que los resultados han derrumbado una de las certezas más sólidas de estos  últimos años: que el espacio político de Batasuna se lo estaba comiendo Ibarretxe a marchas forzadas. Tal cosa ha quedado desmentida. Éste es, probablemente, el dato más revelador e inesperado de estas elecciones. El resultado de EHAK ha supuesto poco menos que la resurrección política de Batasuna, y reabre la lucha por la hegemonía interior del nacionalismo-vasco que parecía ya liquidada con el plan Ibarretxe. A corto plazo, Batasuna puede aspirar a condicionar al nacionalismo gobernante y todavía tiene a su favor la expectativa de un “subidón” político-electoral si hay fumata blanca en poco tiempo (por ejemplo, para las próximas elecciones forales y municipales en 2007) y se abre definitivamente el período post-ETA. En el debe hay que anotar su compleja presencia en el Parlamento a través de una representación, la de EHAK. Habrá que ver cómo funciona de hecho. Pero su principal lastre es que sigue dependiendo de ETA.
La coalición PNV-EA, que ha ganado si nos atenemos a la cuenta de la vieja, es la que más ha perdido en estas elecciones. No ha cumplido sus expectativas anunciadas, ni siquiera las más modestas, como sacar un diputado más que la suma de PP y PSE. No ha habido el clamor plebiscitario que pedía Ibarretxe ni se ha reforzado su posición negociadora ante “Madrid”. No ha concentrado el voto nacionalista-vasco ni ha absorbido el voto radical abertzale, como hace cuatro años. Se ha quedado lejos de la mayoría absoluta (incluso sumando los 3 escaños de EB y el de Aralar) y no ha conseguido librarse de la constante dependencia de otros grupos parlamentarios a que ha estado sometida la pasada legislatura para sacar adelante sus políticas de Gobierno o sus planes de cualquier tipo. En la próxima legislatura está condenada a mantener un Gobierno en minoría y a tener que negociar cada paso que pretenda dar con el PSE, el PP o EHAK.
El PP pierde votos (120.000, uno de cada tres que obtuvo hace cuatro años), escaños (pasa de 19 a 15) y la primacía del campo “constitucionalista”; se ha confirmado así una triple pérdida ya anunciada en las elecciones generales de 2004. Pero si se tiene en cuenta la soledad de un discurso político caracterizado por un mensaje claro y sin ambigüedades, es obligado reconocer que ha confirmado asimismo un electorado leal y consistente.
En cuanto a Ezker Batua, aparte de mantener sus tres diputados, no ha conseguido nada de lo que se proponía. Su presencia en el Gobierno vasco en los últimos años no le ha catapultado hacia arriba y deja la duda razonable de si no ha desconcertado a su hipotético electorado. Ha perdido votos y fuerza representativa. Pero, sobre todo, ha perdido margen de maniobra. Su posición será menos relevante y estará sometida a una mayor competencia. Lo que le deja en una situación más complicada para afrontar un futuro post-ETA que puede estar, tal vez, a la vuelta de la esquina.  

Retrato de sociedad

La foto de familia en la que están presentes todos los clanes políticos vascos es la misma, básicamente, de hace 20 años, y recoge un sistema político parlamentario muy plural y bastante fragmentado. En este caso, nada menos que siete fuerzas políticas distintas se sentarán en los escaños del Parlamento.
Segundo dato para interpretar la fotografía de la sociedad vasca: es “una sociedad de partes” que se encuentra dividida principalmente por un eje: “nacionalistas-vascos” y “no nacionalistas”. Otras categorías utilizadas al respecto, como el eje “autodeterministas” y “autonomistas” o el de “soberanistas versus españolistas” o el que divide a los partidarios “de un cambio fuerte” y los “inmovilistas” o partidarios del “cambio débil”, me parece que son otras tantas formas de encubrir con eufemismos reduccionistas propios del lenguaje político ese eje principal que más divide hoy por hoy a la sociedad vasca. Matizo brevemente, por si acaso, que esta división es más intensa y expresa o directa en las élites, mientras que en el pueblo llano se manifiesta por ahora con menos intensidad y de forma más indirecta, esto es, como una inclinación privada o íntima hacia opciones distintas en un caso u otro.
De las siete fuerzas representadas en el Parlamento, cuatro se confiesan como “nacionalistas-vascas” (PNV, EA, EHAK y Aralar) y las otras tres se reclaman como “no nacionalistas” (PSE, PP y EB/IU). La relación entre ambas partes ha sido siempre y sigue siendo ahora claramente asimétrica, como se puede observar en los cuadros 3 y 4: la parte “nacionalista-vasca” es mayor que la otra desde el primer Parlamento de 1980. No se puede hablar de dos mitades en un sentido estricto, puramente cuantitativo, por tanto, si no se especifica que se trata de dos mitades asimétricas o de distinto tamaño.
Dicho esto, creo que se autoengañan quienes no quieren aceptar importantes matices acerca de este asunto: 1) la “mayoría” nacionalista-vasca viene representando en los últimos años entre el 36,45% y el 41,21% del censo, de manera que no se puede hablar en rigor de una “mayoría social” sino, en todo caso, de la minoría mayoritaria; basta una sencilla cuenta para ver que la mayoría social está entre unos 160.000 y 250.000 votos más de los que han solido sumar en el último período; 2) esa “mayoría” se distribuye territorialmente de una manera desigual; así, por ejemplo, en estas elecciones, las once primeras ciudades, incluidas las tres capitales, han tenido un voto mayoritario a PSE y PP; 3) los cuadros que ilustran la evolución del voto en los últimos 20 años muestran una inequívoca tendencia a la reducción de las diferencias entre ambas partes tanto en votantes como en porcentajes del censo; 4) en las últimas elecciones generales, desde las de 1993, es mayoritario el voto a los partidos de ámbito estatal; 5) esta realidad asimétrica se ha conformado en unas condiciones muy particulares, bajo la pinza de dos hegemonías de distinto signo (la hegemonía institucional y social del nacionalismo-vasco por el efecto pendular antifranquista y la hegemonía del miedo a ETA), de manera que es razonable pensar que la mayoría nacionalista-vasca puede haberse beneficiado de la misma y gozar de una sobrerrepresentación que tal vez desaparezca en la medida en que desaparezca ETA y, con ella, se formalice el agotamiento del efecto pendular antifranquista.
El discreto porcentaje de participación (el 69%) en estas elecciones y el discreto tono en que ha transcurrido la campaña permiten suponer que el grueso de la sociedad ha vivido más bien con baja intensidad el llamamiento al cierre de filas identitario a que se le convocaba. Ni el plan “ilusionante” de Ibarretxe ni los “contundentes” argumentos de sus opositores han demostrado la capacidad de conexión con la parte respectiva de la sociedad que querían movilizar a su favor. Nada ha demostrado un punch arrasador, y el resultado que queda es una gran pluralidad de inclinaciones o motivaciones que explica la fragmentación del voto.
Dentro de la pluralidad que refleja el voto merecen destacarse dos fenómenos sociales cuya interpretación suele ser más problemática y discutible: la representatividad del PP y la representatividad de Batasuna a través del voto a EHAK, las dos fuerzas de la sociedad vasca hoy más estigmatizadas por sectores contrapuestos y que, tal vez por ello mismo, le han echado más intensidad a su voto.
En la interpretación del voto a Batasuna en estas elecciones creo que ha tenido un peso importante en un sector de su electorado (el menos participante en la comunidad de creencias y ritos batasuneros) la convicción de estar defendiendo de manera solidaria una causa democrática frente a una Ley de Partidos considerada injusta y esencialmente antidemocrática. No sé cuánto ha podido significar esto cuantitativamente, pero sí que suma un tipo distinto de votantes a su tradicional electorado.
En cuanto al voto al PP, buena parte de su electorado refleja una gran identificación con unas ideas fuerza y unos sentimientos de pertenencia o afectivos (la “firmeza” de la sociedad y del Estado frente a ETA, la identidad vasco-española, la voluntad de formar parte de un ámbito cultural, social y político español) que merecen más consideración en “el ámbito vasco de decisión”, aunque sólo sea porque su representatividad social se asemeja a la de Herri Batasuna en sus mejores momentos. Se comprende que a las oficinas de agitprop de sus adversarios políticos les baste un calificativo despectivo, como el de tacharlos de “inmovilistas”, para referirse al electorado del PP, pero no se entiende bien que una parte de la intelectualidad de izquierda limite también su análisis de este amplio sector social a un expediente tan politicista y pobre como ése. 
Por lo demás, la fotografía de la sociedad vasca nos muestra un sistema político que sigue caracterizado por la estanqueidad entre sus dos nichos principales: el nacionalista-vasco y el no nacionalista. A gran escala, cada uno de estos nichos electorales sigue siendo impermeable a la seducción del exterior, lo cual reduce la posibilidad actual de transversalidad del uno al otro, o viceversa, a unas magnitudes más bien modestas. Un periodista norteamericano acostumbrado a escribir sus crónicas desde países muy conflictivos diagnosticaba recientemente en el Diario Vasco que esa falta de reconocimiento y respeto del otro era lo que le parecía más característico del conflicto vasco. No le falta razón.

Un ciclo agotado

Hace tres meses, el no del Congreso al plan Ibarretxe puso al desnudo su inviabilidad política, tal y cual se ha planteado, esto es, como la pretensión de imponer un proyecto nacionalista-vasco de nuevo Estatuto y de nueva relación con España a los no nacionalistas vascos y al resto de España. Ese no vino a decir que en la España democrática de Zapatero no es viable un proyecto político tan sectario en su contenido y en su forma de elaboración y tramitación. Los estrategas de la confrontación de legitimidades (la “vasca” versus la española) pudieron concluir, a partir de entonces, que el resultado de la misma era cero patatero en lo que hace al asunto de conseguir un nuevo Estatuto, aparte de una cosecha de otras más bien turbias, como frustración o un envenenamiento de sentimientos nacionales. El no del Congreso fue sobre todo y ante todo el fracaso de estos estrategas.
Ahora, tras estas elecciones, sus resultados han puesto al desnudo, asimismo, los límites del plan Ibarrexe en el terreno en que presumía mayor poderío: como banderín de enganche electoral, como artefacto para achicarle el espacio político a Batasuna y para llevarse sus votos, como proyecto para aglutinar a todo el mundo nacionalista-vasco bajo la hegemonía del PNV... Todo esto ha quedado seriamente cuestionado. Si bien, dicho sea de paso, ya les había dado muy cuantiosos beneficios en todo ello durante los pasados cuatros años.
Ahora, pues, lo que queda es un fino trabajo de los estrategas que lo han promovido para replantear el plan Ibarretxe, separando el grano de la paja o, si se quiere, lo más coyuntural de lo verdaderamente de fondo. Entiendo por coyuntural todo lo relativo al plan Ibarretxe como artefacto defensivo frente a los desmanes y las amenazas reales o imaginarias del aznarato, así como su utilidad político-electoral a corto plazo. Todo eso ya está ampliamente amortizado. Y me parece que el fondo está en plantear de manera más razonable, tanto en su forma de elaboración como en su contenido, las tres o cuatro cuestiones verdaderamente importantes en la revisión o reforma del Estatuto tras 25 años de andadura.
No está claro, ni mucho menos, que las cosas vayan a ir por ahí a corto plazo. Pero sí parece que será decisivo a ese respecto lo que resulte de la vía catalana de reforma del Estatut. Si ésta da a luz un buen producto, capaz de proyectar que se trata de un buen pacto entre la gran mayoría de las fuerzas catalanas y que, por tanto, coloca en una posición sumamente incómoda e impresentable al que quisiera cargárselo, ese rumbo tendrá el necesario viento a favor para poder superar todas las trabas que se le pongan por delante.
Como la clase política vasca ha demostrado en estos años una capacidad insuperable para encasquillarse en la lucha banderiza, no estaría mal que se tomara muy en serio esa “Mesa de todos” de la que tanto se habla desde que conocimos el resultado de las elecciones del pasado 17 de abril. Y aún estaría mejor que se propusiera elaborar un plan concreto que contribuyese a darle la puntilla a lo que un servidor entiende por “pacificación” o “normalización” o superación del “conflicto”. Me refiero, para no dar lugar a ningún equívoco, a que ETA lo deje y a que todos sus corolarios de muy diverso signo pierdan el protagonismo y las nefastas consecuencias que ahora tienen. Para lo cual es imprescindible una única condición: que ETA se convenza de que debe dejarlo cuanto antes por el bien de todos, incluido el de sus gentes. Dicho de otra forma, la condición es que ETA no se equivoque, otra vez más, para lo cual es importante que no se le ayude a equivocarse.
Si se propusieran esto en serio, evitarían la tentación de repetir el mismo guión estéril de estos años pasados, incluidos los errores de 1998-1999, dedicarían su tiempo a algo que verdaderamente merece la pena y, de paso, hasta podrían preparar el terreno a un impulso mejor orientado y más fructífero de revisión y reforma del Estatuto. Amén.