Javier Villanueva
Mesías, mártires y terroristas
(Hika, nº 136, septiembre de 2002)
Hace ya un año que salió al mercado El escudo de Arquíloco. Sobre mesías, mártires y terroristas, de Juan Aranzadi, un libro muy apropiado para reseñar en Hika, a pesar del retraso, pues se trata de una obra que resulta insólita en el panorama actual del ensayo tanto por su honradez intelectual o por su claridad y densidad o por sus resultados en cuanto a pensamiento crítico como por su desmesurado volumen: nada menos que 1.256 páginas distribuidas en dos tomos, lo que hubiera dado para cuatro o cinco libros distintos, por lo menos, de haberse empeñado el autor en ello.
MOTIVOS E INTENCIONES. A pesar del tiempo que lleva leerlo y del esfuerzo que exige rumiarlo, debo confesar que resulta un libro gratificante. Primero, porque trata asuntos de permanente actualidad e interés y de manera sugerente y polémica: sobre ETA, la actual y la de los años sesenta, y por qué se valora ahora de manera tan diferente; sobre la formación y evolución de la etnicidad vasca y su relación con la formación y evolución de la etnicidad española; sobre las afinidades de Sabino Arana y los fundadores de la antropología vasca: Telesforo Aranzadi, tío-abuelo del autor de este libro, y José Miguel Barandiarán, y sobre la influencia de ambos en la actual antropología vasca; sobre las democracias etnistas norteamericana e israelita-sionista; sobre el racismo actual en las sociedades liberal-occidentales; sobre la religión y su influencia en toda clase de milenarismos, etc. En segundo lugar, porque el lector tiene permanentemente la sensación, tras su lectura, de aprender y saber más de toda esa amplia temática. Y, en particular, porque este libro es como un espejo que refleja una mirada y unas preocupaciones que resultan muy afines a toda una generación de la izquierda antifranquista vasca surgida en los años sesenta del pasado siglo XX.
Como él mismo reconoce en el prólogo, su primera intención fue la de preparar una reedición actualizada y revisada, veinte años después, de aquella primicia suya que fue El milenarismo vasco. Pero aunque tal intención haya tomado finalmente otra forma, está omnipresente en todo el texto la preocupación por reivindicar lo sustancial de aquella obra y por sacudirse de algunas críticas que recibió entonces, sobre todo de algunos "colegas" antropólogos que le consideraron poco menos que un intruso en la profesión. A propósito de esto, es como si Aranzadi hubiera reescrito aquella obra ahora, mucho mejor armado que entonces de recursos críticos. El propio Aranzadi confiesa un sentimiento de incomodidad al releer ahora muchos pasajes de su Milenarismo vasco en los que percibe "un pathos más cercano a la simpatía hacia la acción violenta de ETA que al rechazo aunque sin llegar a la justificación ético-política" (I, 86).
Veinte años después, Aranzadi sigue viendo en ETA, y en el nacionalismo vasco en general, un sustrato nativista y religioso de carácter milenarista, coincidiendo en esto -según dice- con el antropólogo Zulaika, cuando éste aprecia en ETA una concepción de la política como sacramento, con su ética martirial, o cuando ve en sus acciones una dimensión ritual comunicativa tanto o más que político-instrumental (I, 174).
También está presente en este nuevo libro de Juan Aranzadi una preocupación por no confundir el rechazo de ETA y de sus crímenes políticos con la defensa de la Constitución y el estatuto (I, 652). Da la impresión de que esta preocupación va unida estrechamente al interés por despegarse de ciertas compañías intelectuales con las que ha estado vinculado en los últimos veinte años que o bien tienen la marca de ser muy beligerantes con el nacionalismo vasco o bien incluso se cuentan ya en la nómina de los intelectuales orgánicos del poder estatal. Juan Aranzadi se siente sumamente incómodo ahora si se le asocia a una u otra marca. Así que, a fin de prevenir y atajar ese posible estigma, aprovecha la menor oportunidad para que se conozcan sus críticas a la constitución española y a la democracia española y al nacionalismo español y no sólo sus críticas al nacionalismo vasco y a la democracia etnicista vasca; hasta el punto de que en estas últimas se advierte incluso un cuidado por el matiz y la precisión que a veces se echa algo en falta en las primeras.
De la mano de esa preocupación, se advierte asimismo un interés de Aranzadi por ampliar la perspectiva de nuestros debates (ibéricos) sobre la democracia y sobre el antiterrorismo mediante las prolijas y jugosas páginas que dedica tanto a la crítica de las democracias etnistas de los Estados Unidos de América (bajo la hegemonía de los WASP: blancos, anglosajones y protestantes) o del sionismo israelita o a la crítica del racismo como a la clarificación de los muy diversos milenarismos (religioso-confesos o seculares) que han brotado en la cultura judeo-cristiana y su comparación con movimientos similares presentes en otras culturas o "religiones". Esto incluye, según Aranzadi, al terrorismo de estado, que es "desde la perspectiva de la ideología democrática, moralmente, mucho más envilecedor y corruptor para los ciudadanos" (I, 664). Pero también incluye la paradoja de que los terroristas de hoy, en Estados Unidos, en Irlanda, en Israel y en Euskadi, matan por la democracia, por la democracia nacional (norteamericana, irlandesa, judía, vasca); son terroristas demócratas o demócratas terroristas (I, 581). Incluso ETA se ha convertido a la democracia formal, dice Aranzadi. Un ejemplo de ello es que su alternativa democrática ha sustituido desde hace unos años a la alternativa KAS. Otro ejemplo, que su propuesta política durante el tiempo de la tregua reposaba en unas elecciones libres en toda Euskal Herria para elegir un parlamento soberano (I, 579).
Los mesianismos, mártires y terroristas a los que se refiere Juan Aranzadi pertenecen, por tanto, a ámbitos culturales y religiosos muy distintos. Es de agradecer esa amplitud de su mirada, ese interés por criticar no sólo los mitos milenaristas que sustentan el nacionalismo vasco sino también el mito de la revolución como secularización del mito de milenio y, más en general, las raíces religiosas (cristianas) de la modernidad (I, 95). No me cabe duda de que ayudan a comprender mejor nuestros específicos mesías, mártires y terroristas.
Este libro de Aranzadi es una vuelta a sus propios orígenes. Por ejemplo, a su manifiesta inclinación ácrata que asoma en muchas páginas del libro. Una muestra relevante de esa inclinación es su interés por una ética para fugitivos del parentesco, el estado y el mercado (I, 24), a imagen y semejanza de las sociedades de cazadores-recolectores que han pervivido en los últimos 10.000 años huyendo primero -y con éxito- del Estado hacia bosques y desiertos y más tarde -pero ya sin éxito- del Mercado destructor del nicho ecológico imprescindible para poder vivir de la caza y la recolección (II, 550). A Juan Aranzadi le interesa esa ética, tan cercana a la opción de aquel legendario soldado griego, Arquíloco, que para salvar su vida arrojó su escudo al suelo y abandonó el campo de batalla en la guerra contra los tracios, por ser una ética muy poco patriótica, muy poco sensible al deshonor, muy poco seducida por la ilusión de pertenencia a un pueblo, lo mismo da que sea el volk del romanticismo alemán o el demos liberal-occidental. Por ahí va también su muy amigo Rafael Sánchez Ferlosio, quien en su último libro, publicado este año, ha sentenciado que la patria no puede ser sino hija de la guerra.
Por otra parte, si hace veinte años Juan Aranzadi exploró las raíces milenaristas del etnicismo vasco, en esta obra recupera esa perspectiva con un mayor sentido crítico y su resultado es un libro que atribuye a la vida humana un valor supremo y es a la vez un libro contra la valoración positiva del martirio y contra el mesianismo así como contra el terrorismo (I, 16). A este respecto, Aranzadi, cree que es muy corta la distancia entre el mártir y el asesino e insiste una y otra vez en el carácter intrínsecamente perverso de la moral cristiana que incita a entregar la vida por la más noble de las causas, pues nadie se siente más legitimado para matar por una Causa que quien está dispuesto a morir por ella (I, 69).
POSDATA. Refiriéndose al declive actual de ETA, Juan Aranzadi apunta que uno de los factores de su notable retroceso en la última década es el cambio radical que se ha producido en las otras dos constelaciones ideológicas que configuraron el universo simbólico de ETA desde su nacimiento, junto al nacionalismo vasco: el izquierdismo y el cristianismo. A su juicio, este último, ha cogido otros vuelos en la juventud, que ahora es preferentemente pacifista. Mientras que el primero, el izquierdismo, ha desaparecido con el muro de Berlín (I, 577-578).
En mi opinión, merece la pena estirar aún más de este hilo, la importancia de esta triple constelación ideológica en la historia de ETA. Creo que ahora mismo la persistencia de ETA se sostiene sobre una triple legitimación: nacionalista, de izquierda y cristiana. Es verdad que esta legitimación hoy es incomparablemente más débil que hace unos años, sobre todo porque se ha reducido cuantitativamente, en especial la "de la izquierda". Pero, si se mira bien, apenas han variado los argumentos (nacionalistas, cristianos o de izquierda), que siguen siendo los mismos ahora que antes. Personalmente me parece que esta observación es importante y que la deslegitimación de ETA es una asignatura pendiente aquí y ahora, en particular de los creadores de opinión interesados por los mejores valores nacionalistas, cristianos o de izquierda, así como en la regeneración moral y política de nuestra sociedad.
Otro factor del cambio, esto es, del declive actual de ETA, está relacionado con el alejamiento del tiempo antifranquista. Según Juan Aranzadi, "ETA se ha beneficiado durante mucho tiempo de la beatificación de todo antifranquismo", incluidas las formas del mismo que reproducían algunos aspectos de lo que atacaban (I, 534).
Aranzadi apunta aquí un hilo fundamental para entender un país como el nuestro que hoy día está dirigido por gentes de varias generaciones personalmente vinculadas a la experiencia antifranquista. Creo que es importante cultivar la memoria antifranquista. Pero creo que es todavía más importante el que esa memoria sea más autocrítica de sus lagunas de todo tipo, que no son pocas, en especial de aquellas que proceden de ciertas adherencias ideológicas fuertemente legitimadas en épocas anteriores. Esas lagunas son más que evidentes en el campo moral o en el de la acrítica visión de la violencia o en la seducción de la fuerza y la eficacia, por mencionar algunas herencias de época que han alcanzado mayor trascendencia entre nosotros.
_____________________________________________________________
¿Ha cambiado ETA o hemos cambiado nosotros?
He aquí un muestrario significativo de lo que dice Juan Aranzadi acerca de uno sólo de los múltiples temas de su libro, en este caso sobre ETA y contra ETA, cuya selección, orden y transcripción literal queda bajo mi entera responsabilidad (J.V).
OPCION LIBRE POR LA VIOLENCIA
* Es falsa la idea de que la opción de ETA por la violencia fuese la respuesta a una represión especialmente intensa del País Vasco bajo el franquismo. En Euskadi, la represión no fue apreciablemente más bestial que en Andalucía, Extremadura o Castilla al menos antes de la aparición de ETA (I, 79-80).
* No se puede entender el surgimiento de ETA y su inicial arraigo sin entender el particular desarrollo y desenlace de la guerra civil en el País Vasco y las características del régimen de Franco. Tampoco es fácil de entender la agravación y perduración del terrorismo bajo la democracia sin analizar las sombras de la transición política española en las que se apoyó ETA como pretexto para continuar; de la misma forma que la sombra de la guerra sucia y la persistencia de la tortura han retrasado y dificultado el lento proceso de distanciamiento respecto a ETA de muchos vascos. Pero nada de eso disculpa o justifica el terrorismo de ETA. La lucha armada de ETA no tiene justificación ética o política ni tan siquiera bajo el franquismo (I, 533).
* ETA sólo se lanza a la violencia cuando ya se ha terminado el período más salvaje y criminal de la dictadura franquista, cuando el régimen nacional-católico, adormecido por el incipiente bienestar económico de los años sesenta, entra en una fase de relativo reblandecimiento y tímida "apertura" (I, 516). Además, el apogeo criminal de ETA entre 1978 y 1980, con 242 muertos, coincide con la discusión y aprobación de la Constitución y el Estatuto (I, 529).
* El recurso a la violencia es asumido inicialmente por ETA en el último lustro de los años sesenta, tras vencer muchas resistencias internas, como una decisión libre, discutible y nada obvia; en modo alguno fue una decisión impuesta, inevitable, necesaria o espontánea. ETA elige la violencia porque su ideología (mezcla de irredentismo sabiniano independentista, etnismo esencialista y marxismo-leninismo antiimperialista) le lleva a representarse alucinatoriamente el País Vasco como una nación colonizada y militarmente sometida por España y por Francia que sólo mediante la insurrección armada puede acceder a la anhelada independencia (I, 518).
* A partir del proceso de Burgos, ETA descubre la utilidad táctica y estratégica de la violencia: a) para establecer una frontera entre abertzales y enemigos, b) para revalorizar su propia cotización en el mercado político, c) para provocar la represión indiscriminada sobre la población civil y la consiguiente respuesta popular de solidaridad, d) para dramatizar la situación nacional vasca, e) para "naturalizar" la violencia como un hecho necesario (I, 519). ETA utiliza la muerte para mantener nítidas las fronteras étnicas y "limpia" la comunidad abertzale (I, 173).
* Tan importante o más que las víctimas son los mártires propios que suscitan la adhesión a su proyecto político y que obliga a sus familiares y entorno a creer en aquello por lo que entregan sus vidas para no privar de sentido y justificación a su muerte. Cada miembro de ETA preso o muerto, cada nuevo mártir, cada nuevo mililitro de sangre abertzale derramada aumenta el número de conversos al nacionalismo, fortalece la fe de los creyentes tibios, difunde la alucinación abertzale, materializa el sueño: incrementa en suma la densidad ontológica de Euskadi, amasa la patria con cadáveres, sangre y dolor. La explotación cristiano-revolucionaria de la lógica del martirio, sus propios muertos, ha sido el principal carburante de la reproducción orgánica de ETA y de la mística abertzale que la alimenta. ETA y su persistencia se convierten en el testimonio más inequívoco y radical de que Euskadi, la Patria, sigue viva e indómita (I, 526-528).
RECHAZO ETICO
* Entre la ETA actual y la del pasado no hay ninguna diferencia ética sustancial. Postular que ha habido una diferencia sustancial obliga a considerar: a) que la vida humana es un valor subordinado a finalidades políticas de valor superior, b) que hay situaciones en las que está justificado el terrorismo y el asesinato político, c) dilucidar en qué momento se convirtió la ETA de antaño en la ETA actual, d) aclarar cual fue la última víctima mortal de ETA que "tuvo sentido" y en qué preciso momento y en qué situación política se produjo el cambio que convirtió en injustificable el terrorismo anteriormente justificado (I, 665).
* Rechazo de ETA desde un motivo ético: desde el rechazo incondicional de la muerte como instrumento político, sea cual fuere la finalidad que se invoque (I/652).
¿HA CAMBIADO ETA?
* ¿Ha cambiado la sociedad? ¿Hemos cambiado nosotros? ¿Hubo una ETA buena antifascista y democrática y una ETA mala fascista y antidemocrática? ¿Qué o quién es lo que cambió? ¿Cuándo, cómo y por qué? Hace falta una explicación convincente del largo período de apoyo primero, luego de disculpa y comprensión, y sólo mucho más tarde de rechazo a los crímenes de ETA (I, 32).
* La versión canónica de los hechos se olvidó de que Echevarrieta mató primero al guardia civil Pardiñas, se olvidó después de la existencia de esa víctima y se atuvo a que habían matado a un patriota vasco, convirtiendo al criminal en víctima y mártir, lo que reclamaba una venganza que se consumó con el asesinato del conocido torturador Melitón Manzanas (I, 524-525).
* El cambio de la actitud política, ética, estética y sentimental de cada cual ante la violencia de ETA es un asunto en el que la afición de la conciencia moral a hacer todo tipo de trampas para suministrar buena conciencia se alía gustosa con la función homeostática de la memoria en la generación de discursos explicativos exculpatorios, flagelatorios o apologéticos (I, 85). El problema de la relación entre identidad personal, relato autobiográfico, memoria individual, fidelidad al pasado y adaptación pragmática de éste a las necesidades presentes no es sino una variante sicológico-individual de un problema análogo en el plano sicológico-colectivo: el problema de la relación entre identidad grupal, relato histórico, memoria colectiva, objetividad histórica y mitificación pragmática del pasado por imperativos políticos del presente (I, 93).
* El cambio de la mirada social sobre ETA tiene que ver con un conjunto de hechos que se van acumulando desde la segunda mitad de los ochenta: la consolidación de la democracia, la legitimación peneuvista del estatuto de autonomía, la formación y presencia de la ertzantza (que difumina la imagen del policía-txakurra como paradigma del enemigo franquista)...
* Contribuye a ello también un conjunto de novedades: aumentan sus errores y las acciones de pura supervivencia organizativa (el llamado impuesto revolucionario, secuestros, asesinato de empresarios), hay una pérdida en la selectividad de sus acciones, se advierte una tendencia a la facilidad y a la disminución de riesgos, así como una ampliación y descualificación de las víctimas de ETA, que se van alejando del prototipo inicial y van perdiendo con el tiempo definición simbólica. Inicialmente, sus víctimas, preferentemente policías y militares, son metáforas de Franco, metonimias del estado militar-policial, símbolos de la ilegítima violencia fascista. Pero con el tiempo la inocencia de sus víctimas se convierte en irrelevante para ETA y adquieren "significación" en virtud de su cantidad, como muestra o indicio de la fuerza de ETA, de modo que sus comunicados sustituyen las explicaciones por la mera contabilidad. Si antes se entendían sus acciones por criterios objetivos (profesión, uniforme, militancia política, conducta conocida), su significado pasa a quedar definido exclusivamente por la identidad de su autor: -algo habrán hecho! si ETA las elige como blancos y las mata. Es más, la tecnología permite acentuar la descualificación de las víctimas con el recurso al coche bomba, el control a distancia, los medios electrónico, a la par que aumenta su eficacia mortífera y protege la seguridad del autor (I, 526-530).
* La salvaje campaña de asesinatos de concejales del PP y su desesperada estrategia de "socialización del sufrimiento" tiene como único efecto añadir a su debilidad militar una fuerte aceleración en el progresivo deterioro de su pasada eficacia simbólica (I, 640).
* El resultado de todo esto, en suma, es que se incrementa el carácter despiadado e inasumible de las acciones de ETA y se altera gravemente la imagen del militante de ETA, que antes comparecía como un guerrillero romántico o un mártir y ahora aparece como un frío profesional del crimen y un mafioso (I, 531).
* Pero el más importante factor de cambio ha sido el debilitamiento de ETA. "No conozco ni un sólo caso en que el cuestionamiento de la violencia haya comenzado como una reflexión moral, como un distanciamiento ético; eso llega, si es que llega, sólo después de un proceso que se inicia con las dudas sobre la utilidad de la "lucha armada", sobre su rentabilidad política; y esas dudas las provoca el fracaso de ETA" (I, 574-5).
* Ha sido la pérdida de poder de ETA, de un modo más claro desde la caída de Bidart en 1992, la que ha provocado un desprestigio de la violencia. Desde esa caída, se resquebraja el mito de la invencibilidad de ETA, una vez que se va desgastando y desactivando la "martirio-lógica" que le daba sentido ante amplios sectores y cuando ya no hay muertos con los que renovar el carisma sacramental de la Causa y cuando va perdiendo peso la seducción por la fuerza (I, 532). La pérdida de poder por parte de ETA, o la evidencia de su debilitamiento, está en los antípodas de la seducción que suscitaba ETA en los setenta (I, 574-575).
* En los noventa es ya evidente el fracaso político de ETA y lo único que está en juego para ETA, HB y la comunidad nacionalista es el reconocimiento o repudio del pasado de ETA, si tuvo algún sentido, justificación y legitimidad en el pasado (y hasta qué fecha) como efecto de la opresión nacional de Euskadi, si la violencia de ETA ha sido y es un síntoma del "problema vasco" o el problema vasco mismo (I, 532-533).
* En los años noventa, es patente el cansancio por la cosecha de dolor y muerte recogida tras tantos años. Es evidente que se ha pagado un altísimo precio, que se hace aún más amargo por la derrota política. La derrota no permite mixtificar el precio pagado (I, 575).
* La retórica predominante al final de los noventa da cuenta de este cambio. Del orgulloso rechazo de la amnistía otorgada (Amnistia ez da negotziatzen) de antaño y de la lógica bélica se pasa al terreno del derecho y a la demanda de piedad: a una defensa de los derechos humanos de los presos y a pedir su acercamiento (I, 576).
EL FINAL DE ETA
* ETA ha cosechado un estrepitoso fracaso militar y un indudable éxito simbólico. Muestra de dicho éxito, por ejemplo, es que se le puede atribuir la regeneración del nacionalismo vasco en la postguerra y la remodelación del criterio de etnicidad vasca (I, 634). Una serie de hechos: los residuos franquistas del aparato estatal, la inercia fascista de la policía, la amenaza golpista del ejército, la perduración de las torturas, la torpeza de una represión global y poco selectiva, la actividad criminal del GAL... le permiten convertir el rechazo a las FOP en criterio de etnicidad de la comunidad abertzale y conquistar, hasta mediados los ochenta, el mayor capital ideológico y simbólico de que ha gozado a lo largo de toda su historia (I, 529).
* ETA sabe que los tiempos "gloriosos" no volverán, sabe que está al final de un ciclo de su historia y que los ánimos del País Vasco no están para refundaciones de una lucha armada concebida, al modo maoísta, como "guerra prolongada" (I/645). Hoy siguen vigentes y operativos los factores socio-políticos que determinaron su progresivo debilitamiento desde mediados los ochenta. Hoy los beneficios políticos que antes producía la violencia al nacionalismo vasco se han transformado en su contrario. Antes de Lizarra, ETA ya era una rémora política hasta para HB, después de Lizarra los crímenes de ETA son una pesada losa para el futuro político de todo el nacionalismo (I, 655). El final de ETA puede venir, paradójicamente, de la mano de quienes invocan sus mismos fines. No porque rechacen éticamente la muerte, sino porque la muerte se ha vuelto políticamente perjudicial para sus fines (I, 655).
* La disolución de ETA es función exclusiva de dos factores: la eficacia policial en la detención de sus comandos y la desaparición de las condiciones socio-políticas, ideológicas, religiosas, etc., favorables a su reproducción (I, 655). Con dos condiciones: que ambas cosas sean conciliables con los valores democráticos predominantes en la sociedad vasca y española y que sean realistas (I, 657).
* Sólo hay dos cosas realmente eficaces en la lucha contra el terrorismo: contribuir a la detención de sus miembros y contribuir a que su militancia no se renueve (I, 666). Lo segundo, que no se renueve, puede lograrse por dos vías contrapuestas cuyos tipos ideales son: a) la disuasión coactiva, b) la persuasión política. El PP ha optado por una política extrema de disuasión colectiva, orientada a eliminar cualquier expectativa de éxito político por parte de ETA. El pacto de Lizarra es un ejemplo extremo de la vía de persuasión política (I, 668). Pero ambas vías se necesitan mutuamente. La estrategia de promover un bloque nacionalista soberanista con la condición del abandono del terrorismo, necesita que ETA sea debilitada por la represión policial; dicho de otra forma, necesita como condición previa el éxito parcial de la estrategia del PP. Mientras que la estrategia del PP necesita al final, tarde o temprano, del concurso de la estrategia soberanista del PNV. Sólo se trata de una variante de la estrategia del palo y la zanahoria (I, 668-669).
* La pregunta pertinente a este respecto (el final de ETA), en suma, no es cual es el partido más ético, más demócrata y más defensor de la vida, sino qué programa antiterrorista tiene visos de ser más eficaz, de ser capaz de incrementar la eficacia policial y de impedir la reproducción de ETA (I, 690).
ETA EN LOS AÑOS SESENTA
* La independencia de Euskadi como objetivo final y el activismo armado son los dos únicos rasgos caracterizadores de todas las distintas ramas de ETA desde 1959 hasta hoy. El núcleo dogmático permanente e inalterable es esta afirmación: "Euskadi es una Nación, la única patria de los vascos, que alcanzará la independencia por la vía de la violencia" (I, 522). Al comienzo sólo le separa del PNV su radicalismo, su independentismo intransigente, su prédica del activismo, su disposición teórica al uso de la violencia, su voluntad de renovar ideológicamente el nacionalismo prescindiendo de aquellos aspectos como el racismo que se habían vuelto impresentables. Pero por esa tímida brecha aperturista penetraron en ETA todos los vientos ideológicos que agitaron el mundo durante la década de los años sesenta, todas las ideologías revolucionarias y todas las variedades del marxismo (I, 57).
* En el último lustro de los sesenta, ETA se presenta como una síntesis revolucionaria de nacionalismo y socialismo, de activismo violento y lucha de masas en el movimiento obrero. En 1972, tras abandonar el nacionalismo los distintos gropúsculos izquierdistas en que se desmiga ETA-VI, hay una refundación de ETA-V como organización abertzale radical que practica la lucha armada. Luego, la división ETA-m y ETA-pm no afectó al núcleo inamovible de independencia y violencia (I, 58). La ETA de los años sesenta se nutre de gentes que hacen itinerarios múltiples y muy distintos: abertzalismo, compromiso cristiano, tercermundismo, izquierdismo (I, 68). "Las ETAs que yo conocí entre 1968 y 1972 despedían un inequívoco tufo cristiano-milenarista y estaban bastante más obsesionadas por los revolucionarios cantos de sirena de Fanon, Guevara, Mao, Lenin y Trotsky que por las patrióticas voces ancestrales de Chao, Sabino, Krutwig o Txillardegui" (I, 91).
* Atracción a la militancia por un gusto adolescente muy similar a la estética fascista del vivere pericolosamente (I, 88). No fue por rechazo moral sino por el bendito miedo a la muerte y a las torturas de la policía por lo que muchos no seguimos a ETA (I, 84). "O estaba muy sordo o la fuerza de las voces ancestrales no era tan apremiante en aquellos años cincuenta, sesenta y setenta o sus ecos se mezclaban a otras quizás más poderosas que llamaban a la redención de los pobres y oprimidos, a la revolución. Nunca tomé mínimamente en serio las voces ancestrales de una aberri inane (...) Sólo empecé a tener cierta consideración por Euskadi cuando la actividad de ETA me presentó el nacionalismo vasco bajo una nueva luz revolucionaria" (I, 57).
* Influencia del Concilio Vaticano II y de las encíclicas papales de Juan XXIII y de Pablo VI Pacem in terris y Populorum progressio sobre el modo de concebir y vivir el cristianismo; influencia que tiene como desenlace la adhesión al marxismo y el compromiso con los oprimidos (I/58 y 62-63). Profundo proceso de secularización "protestante" y milenarista que en los sesenta y en los setenta se produce en amplios sectores de la Iglesia española y vasca y que permite ver un elevado grado de continuidad entre el cristianismo post-conciliar y las organizaciones revolucionarias que surgen o se renuevan en esa época (I, 73).
______________________________________________________________________