Jorge Stratós
Obama, del sueño calculado a la realidad por cambiar
(La Garuja, enero de 2009)
Los retos del presente
La crisis de las economías y de las políticas hegemónicas en el planeta es hoy más visible que nunca para la inmensa mayoría de la humanidad. El descontento se ha generalizado. Una parte importante de los seres humanos también está descontenta con lo que sabemos al respecto. Porque las mentiras y falsedades que dábamos por buenas se han venido abajo. Es el momento de empezar un nuevo aprendizaje. Podemos tener la certeza de que observando atentamente las nuevas realidades económicas y políticas aprenderemos más que conservando los tópicos acumulados a lo largo de nuestra vida, sea todavía corta o más bien dilatada. Se ha hecho evidente que casi todo lo que creemos “saber” sobre cómo funcionan y deberían funcionar no vale para nada. Habrá que des-aprenderlo. Los tiempos así lo exigen (al menos a quienes queremos entender lo que realmente ocurre a nuestro alrededor y en todo el mundo). Sólo de esta manera será posible afrontar los grandes retos del presente inmediato.
Dentro de una docena de años, en el año 2020, habrá mil millones más de seres humanos en el mundo y seremos ya unos ocho mil millones de personas las que poblaremos el planeta (jamás en la historia de la humanidad fuimos tantos: en 1600, por ejemplo, la población mundial no pasaba de los quinientos millones de habitantes y en 1900 sólo alcanzaba la cifra de mil seiscientos millones). Como se preguntaba alguien hace tan sólo una década, ¿seremos capaces de hacer que esos ocho mil millones de seres humanos puedan satisfacer las necesidades básicas de agua potable, vivienda, alimentación, energía, salud, educación, infraestructuras, transportes, comunicación, participación en el gobierno de la sociedad, ocio y expresión creadora, haciendo así que seamos una humanidad de personas dignas de tal nombre? (R. Petrella, El bien común).
De momento sabemos que los ocho altisonantes Objetivos del milenio, fijados en el año 2000 para el 2015, no se están cumpliendo. Reparemos sólo en el problema del hambre mundial (a la que se refiere, junto a la pobreza, el primer objetivo). Se acordó reducir a la mitad los ochocientos millones de personas hambrientas, pero hasta el momento no se ha hecho nada de lo necesario para cumplir este propósito, por otro lado, tan limitado (hoy es técnicamente factible alimentar una población tres veces mayor que la actual). Entre otras cosas, la FAO ha reconocido que nadie ha visto un centavo de los 11.000 millones de dólares prometidos para combatir el hambre y la pobreza. Y no sólo eso: la cifra de personas que padecen hambre diaria ha aumentado vertiginosamente, de modo que a finales de 2008 se aproxima ya a los mil millones, más del quince por ciento de la actual población mundial. No hablamos de números. Estamos hablando de sufrimiento y de muerte, estamos hablando de que el sufrimiento y muerte de los hambrientos de este mundo es cada vez mayor. Y tengamos en cuenta que los restantes objetivos de la Cumbre del milenio (referidos a pobreza, educación, mujer, mortalidad, salud, sida, sostenibilidad y desarrollo) no andan mucho mejor en su cumplimiento.
Un mundo imperial
¿Puede la humanidad hacer frente a este conjunto de gigantescos problemas tal como esta económica y políticamente organizada? Si Max Weber levantara la cabeza de su tumba tal vez ratificaría su afirmación de que la humanidad sigue autoencarcelada en una “jaula de hierro” social. Con la particularidad de que las personas encerradas y los barrotes que impiden su salida se han multiplicado por cuatro. Así, pues, antes de postular fáciles visiones pesimistas u optimistas de la cosa, conviene interpretar de forma realista y razonable el actual orden mundial, para luego ver las posibilidades y probabilidades de afrontar su necesaria transformación.
En lo que a mí respecta, me apunto a la interpretación que entiende que actualmente vivimos en sociedades informacionales del espectáculo organizadas según un orden de dominación imperial y glocalizado. Como ha escrito quien acuñó esta interpretación (que no es otro que mi heterónimo P. Utray en El mundo del nuevo milenio), este ordenamiento puede entenderse desde tres grandes lineamientos políticos. El primero —geopolítico y arquitectónico— alude a que este orden global de órdenes locales ha surgido del desbordamiento de las soberanías nacionales, en dirección a una asimétrica soberanía mundial, inter-mercantil e inter-estatal, de naturaleza imperial y de carácter militarista-capitalista. El segundo gran lineamiento —biopolítico y disciplinar— señala que predominan nuevos estilos de vida basados en el entrelazamiento de valores ultraliberales uniformizadores y valores neoconservadores de la más diversa particularidad y genealogía. Y el tercero —sociopolítico y coercitivo— se refiere a las diferentes modalidades que está adoptando la violencia belicista ilegítima, de alta y baja intensidad, en los distintos ámbitos individuales y societales.
Es decir, el particular ordenamiento político del mundo actual puede ser considerado según la ecuación que entiende su estructuración imperial y glocalizada a partir de la coerción militarista y de la hegemonía capitalista. Esa asimétrica estructuración en red del dominio mundial es ahora de tipo uni-multi-polar y su núcleo lo ocupa el estado que en los primeros años noventa pasó de ser una de las dos grandes potencias mundiales a convertirse en la hiper-potencia solitaria, rodeada de potencias medias emergentes y de varios cientos más de países muy diversos. De nombre desproporcionado y vocación expansionista, Estados Unidos de América, siendo aún un país joven resulta que ya es una de las más antiguas democracias del mundo, pero una democracia sui generis, una democracia imperial, para algunos benigna y necesaria y para otros letal y contraproducente. Y además, como cada vez más analistas señalan, entrando no sólo en crisis sino en decadencia.
El sueño calculado
En cualquier caso, las últimas elecciones presidenciales usamericanas se saldaron en el otoño de 2008 con el triunfo del candidato del partido demócrata, Barack Hussein Obama. Gran parte de la minoría negra de EEUU y de otras minorías progresistas, así como la mayoría de los jóvenes, acogieron el triunfo de Obama como la realización de un sueño y un sueño que además parece entroncar con las luchas por los derechos civiles de los años sesenta. Y de la misma manera lo recibieron amplios y variados sectores de una buena parte del mundo, particularmente descontentos con el aventurerismo militar y económico de la Administración usamericana bajo la presidencia de George W. Bush. En enero de 2009 se producirá el relevo y poco a poco iremos comprobando qué parte de las promesas del sueño Obama se hará realidad y qué parte quedará incumplida, como suele ocurrir con los programas genéricos de cambio que enarbolan los partidos de oposición que acceden al gobierno.
No es el propósito de estas líneas prolongar el inacabable comentario sobre el personaje Obama, sobre su larga campaña electoral en contienda con Hillary Clinton primero y John McCain luego, y tampoco sobre los avatares de la poscampaña, empezando por los nuevos nombramientos de los viejos gerifaltes de la anterior Administración demócrata y continuando con los primeros escándalos de la corrupción del partido demócrata de Illinois, su comunidad originaria. Porque la reflexión que nos importa en estos momentos se centra en las expectativas que se han depositado desde el principio tras la candidatura y posterior victoria del próximo presidente de EEUU. No se trata de apuntar que son expectativas exageradas, que lo son. Tampoco de sugerir que quedarán en parte satisfechas, aunque así será. En general, la gente lo sabe y no se hace excesivas ilusiones al respecto. Y este es el problema.
Veamos. Más allá de las capacidades de la persona elegida, sabemos que la opción Obama es un calculado producto de marketing electoral. Un producto fabricado de forma que cumpla varias condiciones: uno, que pueda ser votado como nuevo líder con carisma una vez que el anterior ha fracasado, y dos, que lo sea con una aspiración de cambio que facilite que la hiper-potencia empiece a salir del atolladero en que la metieron los torpes halcones republicanos. “Carisma” y “cambio” son, pues, las dos primeras palabras que resultan cruciales para entender este asunto. Pero, cuidado, el producto incorpora una tercera condición: que después de elegido, el nuevo guía del nuevo ideal satisfaga el gran sueño de la nación usamericana. La palabra “sueño” es el tercer y decisivo término a tener en cuenta en esta operación política. Pero, ¿de qué sueño hablamos? ¿Del de Martin Luther King y los defensores de una sociedad más justa? ¿O del sueño de quienes se autocomprenden como la tierra prometida destinada a la salvación del mundo mediante la imposición de su dominio militar y económico (que es lo que eufemísticamente se conoce como el “sueño americano”)? La respuesta a estas preguntas no es sencilla, al contrario de lo que puedan pensar quienes creen que se trata de un sueño espontáneo de mayor libertad e igualdad o quienes creen que se trata sólo de una coartada de los poderes imperiales —militaristas y capitalistas— de EEUU.
¿Cambiar la realidad?
El sueño Obama es en parte un producto del azar (es decir, de la casualidad) y en parte un producto de la necesidad (de la causalidad). Pero también es en parte un producto de la voluntad (del cálculo). En el contexto de los fracasos del imperio usamericano en lo que va de década, Obama puede aportar alivio y solución incluso a algunos de los grandes males de la democracia de su país. Por ejemplo, puede ilegalizar nuevamente la práctica de la tortura y acabar con la ignominia de Guantánamo y demás centros de tortura que tienen instalados por el mundo. Incluso puede iniciar el proceso de finalización de las bárbaras invasiones de Afganistán e Irak y volver al multilateralismo en la ONU. Puede también hacer frente a la grave crisis económica de su país a partir de medidas políticas regulatorias e intervencionistas (puede aumentar hasta cierto punto el control contable del sistema financiero, puede inyectar cifras multimillonarias de dólares en los mercados, proporcionando liquidez y realizando nacionalizaciones parciales, puede garantizar ahorros y puede promover la ayuda a la industria, el empleo y las familias, etcétera). Pero seamos sinceros, las ilusiones depositadas en el del sueño Obama no llegan más lejos. Y este es el problema.
¿Acaso incluye una ruptura con el “sueño americano” o hay que entenderlo precisamente como su actualización? Esto es, ¿incluye una decidida lucha contra la desigualdad, la explotación, la discriminación y la exclusión dentro y fuera de EEUU? ¿Incluye la renuncia a los seculares planes imperiales de la nación usamericana, empezando por la renuncia a la colonialista doctrina Monroe y al criminal bloqueo a Cuba? Dicho en relación a medidas con las que podría empezar su mandato pero que no son previsibles, ¿incluye el sueño Obama el apoyo a las rentas del trabajo antes que a las del capital, incluye la lucha contra los paraísos fiscales de usureros, corruptos y ladrones financieros, incluye la lucha por restablecer el derecho internacional garantista y mejorarlo, incluye la lucha por el logro efectivo y no retórico de los Objetivos del milenio? Si no es así, si fuese todo lo contrario lo va a hacer, ¿qué futuro espera a la humanidad en los próximos doce años, cuando seamos ocho mil millones de personas que en su inmensa mayoría no puedan satisfacer sus necesidades básicas? ¿No es razón suficiente para incrementar los esfuerzos de lucha por otro mundo más justo y posible?
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