José Abu-Tarbush
Cuestiones de actualidad del mundo árabe y musulmán
(Entrevista realizada por Anouar Marrero.
En Diálogo, nº 41, mayo de 2011).
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José Abu-Tarbush es profesor titular de Sociología en la Universidad de La Laguna. Es autor de los libros: La cuestión palestina: identidad nacional y acción colectiva. (Madrid, 1997); e Islam y comunidad islámica en Canarias: prejuicios y realidades. (La Laguna, 2002). En esta misma línea de investigación, es también autor de otros trabajos sobre el mundo árabe y, en particular, el conflicto israelo-palestino, aparecidos en obras colectivas y revistas especializadas. Tuvo la amabilidad de conceder una entrevista a la revista “enDiálogo” para reflexionar acerca de la actualidad del mundo árabe-musulmán. |
Buenos dias, José. En primer lugar hay que detenerse un segundo en la que ha sido una de las noticias más cubiertas de los últimos años. La muerte de Bin Laden en Pakistán a manos del ejército de los EE.UU.: Hay quién habla de una segunda muerte de Bin Laden, en el sentido de que las revueltas democráticas ya habían certificado el fracaso de su proyecto islamista radical. ¿Es esta visión acertada?
Sin duda alguna. Pero quizás convenga matizar que no cabe comparación alguna ni en el método aplicado ni en la finalidad perseguida. Tanto las formas pacíficas secundadas por las revueltas como el cambio político que propugnan muestra a las claras que el fenómeno terrorista (de corte yihadista) en la región no cuenta con una base de apoyo social significativa. Por el contrario, se viene observando en los últimos años que son en situaciones extremadamente conflictivas y confusas, derivadas de guerras civiles, colapso del Estado e intervenciones militares extranjeras, en las que organizaciones como Al Qaeda encuentran cierto eco o el terreno más propicio para desarrollar su estrategia terrorista.
Desde un punto de vista sociológico ¿qué repercusiones tiene entre los árabes y musulmanes la desaparición del terrorista? ¿Ayudará a que cambie paulatinamente la visión occidental del mundo árabe y musulmán y no solo aparezcan en los medios por cuestiones relacionadas con Al-Qaeda?
Conveniente subrayar, para no crear falsas expectativas, que la eliminación de Osama Bin Laden no implica la desaparición de la amenaza terrorista. Supone un descabezamiento parcial de la red terrorista que capitaneaba. Pero sólo del núcleo central de Al-Qaeda que, según algunas fuentes especializadas, estaba bastante limitado en su operatividad; y actualmente mantiene una presencia muy residual en Afganistán, sin la influencia que pudo haber ejercido sobre los talibanes en otra época. La red está integrada, en un segundo nivel, por sus ramas territoriales en la península arábiga, Irak y el Magreb. En tercer lugar se encuentran las organizaciones afines en algunas zonas de conflicto en el mundo islámico; y, finalmente, en cuarto lugar, aparecen las células e individuos que potencialmente se pueden hacer eco de sus proclamas o directrices en diferentes partes del mundo. Como señaló en su momento Jason Burke, el principal reto que plantea Al-Qaeda no es tanto su estructura organizativa, que no conviene menospreciar, como su ideología de la que se pueden hacer eco algunos grupos e individuos sin necesidad de mantener una relación orgánica con el núcleo central de Al-Qaeda. En cuanto a la visión occidental del mundo árabe-musulmán es cierto que en los últimos tiempos ha estado reducida, mediatizada o asociada al terrorismo, el fanatismo y los conflictos. No obstante, los estereotipos occidentales son conocidos y están muy arraigados en su imaginario colectivo. Sus mecanismos de construcción han sido estudiados y desvelados por Edward W. Said en su conocida obra El Orientalismo. Una de las principales contribuciones de las revueltas árabes ha sido la de alterar esa imagen de inmovilidad; y, en particular, la de una supuesta excepcionalidad islámica, renuente al cambio social y político.
Pasemos ahora a hacer un repaso del estado de las revoluciones árabes. La represión en Siria se está recrudeciendo. Los muertos se cuentan por cientos pero sin embargo la comunidad internacional no ha adoptado medidas contra Bachar El Asad. ¿Tanto miedo existe a romper el frágil equilibrio geoestratégico en la zona?
Pese a la complejidad del panorama regional, no considero que sea una cuestión de miedo, sino falta de una política más común y decidida. No existe una posición común para toda la región árabe, secundada por acciones conjuntas que vayan más allá de las meras declaraciones formales. Nuevamente, el mensaje que se ha transmitido es equívoco al tratar a unos gobiernos de forma diferente que a otros. Semejantes resquicios, e incluso contradicciones, son aprovechados por los tiranos de turno. No menos cierto es que, además de esa ausencia de posición común por parte de Estados Unidos y de la Unión Europea, otros actores internacionales tampoco son muy partidarios de ejercer algún tipo de presión.
De continuar la represión a estos niveles, ¿qué medidas se pueden esperar? ¿Es posible una salida del poder de El-Asad?
Dudo que los Asad abandonen el poder debido a la presión popular. Hasta ahora, los acontecimientos apuntan en la dirección contraria. Esto es, la tendencia al atrincheramiento en el poder y una respuesta fuertemente represiva y sangrienta que, paradójicamente, sólo contribuye a deslegitimar aún más, si cabe, al régimen. El divorcio entre la sociedad y la cúpula del poder es evidente. En el pasado semejante comportamiento dio aparentemente sus frutos, después de una represión igualmente sangrienta siguió la calma de los cementerios, de las cárceles y del terror. Pero, en las circunstancias actuales, cabe admitir serias dudas de que se consiga los mismos efectos que entonces. Se ha rebasado el umbral del miedo. De momento, la situación parece estar en un callejón sin salida. Siria es un claro ejemplo de lo que Nazih N. Ayubi definió como Estado árabe “duro” e incluso “feroz”, pero no fuerte, basado sólo y, en estos momentos, exclusivamente en la coerción, sin ningún tipo de consentimiento ni legitimidad.
Al mismo tiempo que apoyaban la intervención militar en Libia, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos enviaban tropas para sofocar de manera violenta el conato de revuelta en Bahréin. ¿Por qué no se han extendido las revueltas a estos dos países? ¿La democratización de la zona va a hacer perder relevancia a Arabia Saudí y por lo tanto a sus aliados tradicionales, EE.UU.?
En efecto, de ahí la poca credibilidad que acompaña a las denominadas “intervenciones humanitarias”. Insisto en lo de la ausencia de una posición común. Pese a la heterogeneidad del panorama regional, existen elementos comunes como el autoritarismo que debería ser rechazado en todos los casos. Bahréin no tenía que haber sido una excepción. No obstante, en su reciente discurso sobre el mundo árabe el presidente Obama rompió su silencio sobre Bahréin sin mencionar a Arabia Saudí, evidenciando las contradicciones existentes entre Washington y Riad a propósito de las revueltas árabes.
Los Estados del Golfo presentan algunas características comunes que, salvando las distancias existentes, explicarían el menor eco que han tenido las revueltas en su entorno social. Son países que cuentan con abundantes recursos y poblaciones escasas. Sus economías no están en crisis o en bancarrota precisamente. Una buena parte de su población asalariada es extranjera, fruto de la inmigración laboral y carente de toda protección en materia de derechos. El sector público emplea a una buena parte de los nacionales (administración, servicios, ejército, empresas e industria petroquímica). En Qatar, por ejemplo, menos del 10% de su población trabaja en sector privado. Su política de cooptación, de garantizar o sufragar unos mínimos de seguridad (alimentaria y sanitaria, principalmente) y bienestar o servicios (educación e infraestructuras) ha permitido el desarrollo de un Estado rentista, que no exige impuestos a cambio de no otorgar tampoco representación. Obviamente, esto no significa que no existan desigualdades económicas, injusticias sociales y cierto descontento político ante la corrupción, nepotismo y autoritarismo de las familias gobernantes, pero su impacto es muy inferior al del resto de los Estados árabes que carecen de recursos o bien que poseen fuentes energéticas, pero cuentan con una abundante población (caso de Argelia, por ejemplo).
En Egipto la Junta Militar parece haber frenado en cierta manera la transición. El resurgimiento de enfrentamientos entre musulmanes y cristianos ha dado la voz de alarma. ¿Pueden estos dos elementos dar al traste con el proceso democratizador?
Es evidente el peso del ejército en el proceso de cambio político en Egipto desde sus inicios, cuando se negó a disparar a la ciudadanía, pese a que formaba parte del régimen. Su ambigüedad era obvia, parece que quería tener un píe a cada lado de las trincheras. De hecho, según algunos análisis, conjuntamente con la revuelta popular se produjo un golpe de Estado en la sombra. En este sentido, la transición egipcia estará marcada por esta característica. Su tutelaje del proceso de cambio es obvio. No obstante, dudo que lo pueda frenar del todo, pese a su pretensión por controlarlo y limitarlo. En cuanto a los enfrentamientos inter-confesionales no son nuevos, pero se han visto recrudecidos en un periodo muy delicado de su historia. No están en consonancia ni favorecen el objetivo de las revueltas. En cualquier caso, todavía es pronto para hacer balance de todo el proceso de cambio político. Estamos asistiendo a un proceso muy largo y complejo.
Centrémonos ahora por un momento en Marruecos. ¿Qué implicaciones puede tener el atentado de Marrakech en el proceso en el que está inmerso Marruecos encabezado por el movimiento 20 de febrero? ¿Puede haber un antes y un después?
Si el efecto que buscaba era acallar la contestación política o justificar una política retardataria se ha conseguido justo lo contrario. La mejor respuesta procedió de la ciudadanía marroquí, que ha reafirmado su compromiso con la acción política pacífica y su rechazo al terrorismo. En la manifestación del Primero de Mayo, los principales sindicatos se sumaron a las demandas de reformas iniciadas por los jóvenes; y una de las consignas más destacadas fue “No al terrorismo, sí a las reformas”. No cabe la menor duda que el triunfo de las revueltas será el mejor antídoto contra este tipo de terrorismo.
¿Cómo debemos interpretar las visita del Rey de España a Marruecos en un momento tan convulso? ¿Es en cierto modo un posicionamiento de España con respecto a las protestas?
La visita entra de lleno en las relaciones bilaterales que sostienen ambos Estados. Sin duda el momento elegido es muy significativo, tanto por las revueltas como por el atentado sufrido en Marrakech. Pero en cualquier otro momento se hubiera especulado con otras cuestiones, dada la naturaleza de las relaciones hispano-marroquíes, que suele registrar algunos desencuentros. En esta ocasión se ha especulado, como dejó de entrever la ministra española de asuntos exteriores, sobre el asesoramiento en materia de transición y vertebración de una monarquía constitucional y parlamentaria. En definitiva, la visita no necesitaría mayor justificación, pues entra dentro de la normalidad de dos países vecinos y con áreas de intereses comunes, pese a ciertas discrepancias.
El domingo 15 de mayo vivimos en España una jornada de manifestaciones en la que miles de personas, en su mayoría jóvenes protestaban contra el sistema político. Salvando las distancias ¿Son hasta cierto punto equiparables ambos movimientos? ¿Se puede hablar de un efecto contagio incluso en España?
Son dos contextos y reivindicaciones completamente diferentes, pese a ciertas semejanzas que se advierten en las formas de las convocatorias (mediante las redes sociales), de los actores (principalmente jóvenes sin partidos políticos detrás) y de las protestas (en particular, la acampada que puede recordar en cierto modo a la de la plaza de Tahrir en El Cairo como ha recogido algunos medios de comunicación). Sin embargo, mientras los jóvenes árabes reclamaban un espacio de libertad, de respeto a los derechos humanos y a las reglas del juego democrático, los jóvenes españoles están usando esos mismos espacios (de los que carecen los jóvenes árabes) para exigir una profundización de la democracia, que no se reduzca a un mínimo margen de elección política sin efectos reales sobre sus vidas cotidianas y su futuro más inmediato. Sin olvidar el trasfondo de la crisis y el descontento político que genera, en particular, que los sectores sociales más débiles y sin responsabilidad ni beneficio en la misma tengan que asumir ahora su coste.
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