José Ignacio Calleja
ETA, más que un síntoma
(El Correo, 10 de enero de 2006)

Hace tiempo que no escribo de ETA. Siempre he creído que si no había atentados, la política democrática tendría recursos justos para darle una salida. No es fácil, pero confiaba y lo sigo haciendo. Además, me dedico a la reflexión moral, no a la política. El caso es que había escrito estas líneas, apareció lo de José María Calleja, 'El cura irlandés y los síntomas' (EL CORREO, 3-1-05), y pensé en tirarlas a la papelera. Ya se sabe que mi homónimo dice las cosas de un modo que o las tomas o las dejas. No hay espacio para la diferencia. ¿O, quizá, sí? Al final no tiré estas líneas.
En el pasado, me ha interesado ante todo la aportación peculiar de la ética frente la barbarie que conlleva un atentado. Un atentado con víctimas, y sin víctimas también, es una acción inhumana y totalitaria. Hablo de nosotros, del País Vasco. Para mí, esto era tan claro hace muchos años, que callarlo sólo podía significar complicidad política y moral. Ocurre, sin embargo, que de tanto recordar los mejores principios morales, podemos devaluarlos y convertirlos en tópicos. De ahí que, a mi juicio, haya un tiempo para gritarlos, porque casi no se puede hacer otra cosa, y un tiempo para hacerlos estrategia política justa. Ojalá que los elegidos para esta función atinen con su sabia combinación. Ellos deben saber que estamos expectantes y que les confiamos nuestra representación para una buena salida.
Pero, ¿qué es bueno, qué es justo, qué es democrático? Éstas son palabras y cuestiones mayores. Suele decirse que cada cual tiene su idea, y tampoco es eso. ¡Como si todo fuese igual! Hemos de evaluar si en los medios y en los fines estamos respetando la dignidad y libertad de todos los ciudadanos. No mañana, sino ayer y hoy. ¿Estamos respetando, hoy, y cómo, la dignidad y libertad igual de todos los ciudadanos de esta sociedad, la de los vascos? No pensemos tanto en el Estado, sino en nosotros, en nuestros barrios, pueblos y ciudades. En esos lugares y entre la gente que vivo, ¿podemos decir que tú, o él, o yo, estamos respetando y, por tanto, pactando entre distintos un proyecto de vida en común? O, por el contrario, ¿das por verdadera una idea, seguramente un 'prejuicio', sobre España o Euskalherria, que es anterior y superior a tu respeto a la libertad y dignidad de todos? Parece mentira que haya que volver sobre estos principios tan elementales, pero el fundamentalismo político es ciego y no ve ni sus gafas.
Una cosa a aclarar y previa. Lo oigo y me quedo pensativo por lo que tiene de falso. ETA, se dice, no es el problema, sino un síntoma. No se trata de poner palos en la rueda de la paz, pero la comparación con la enfermedad y sus síntomas no es correcta. Los síntomas de una enfermedad o de un problema no son voluntarios, y ETA es un síntoma voluntario. No puede interpretarse la existencia de ETA, ni queriendo ni sin querer, como un hecho físico, un síntoma impuesto por los hechos. No es cierto.
No podemos callar que pasaron muchas cosas injustas antes y durante ETA; incluso contra ETA; pero tampoco ignorar que en ETA hubo y hay una voluntad personal que, contra el parecer de la inmensa mayoría de su sociedad, siguió y sigue un camino perverso. Hay mucha gente muy patriota e igual de ilusionada por la libertad de su pueblo, pero sólo ellos, una minoría, decidieron desarrollar una estrategia de terror contra sus adversarios. En ello hay un problema político, desde luego, pero también moral y personal, es decir, una decisión voluntaria y minoritaria por seguir una vía inhumana, ayer, hoy y tal vez, ¿ojalá no!, mañana. Conviene aclarar muchas cosas para fijar la verdad histórica, pero ésta es muy importante. Algunas cosas pueden tener explicaciones históricas, pero no justificaciones fácticas y, menos aún, éticas. ¿O habrá que decir, en su defecto, que la inmensa mayoría de los vascos se opuso a ETA, pero poco y tarde, con la boca pequeña y sólo ante algunos 'excesos' como Hipercor, Miguel Ángel Blanco o Fernando Buesa? Porque, entonces, ETA sí que fue y es un síntoma necesario de una sociedad enferma y, por tanto, obligada a recuperarse moralmente. Prefiero pensar que no; o, al menos, que, en estos momentos, ya no. Y es que hemos crecido mucho, ¿gracias a Dios?