José Ignacio Calleja
Un pacto para otros 25 años
(El Correo, 31.1.06)

Entre nosotros, hoy, parece inevitable hablar de política. No lo es, pero parece inevitable. Si trabajas en una empresa con escaso futuro o, sencillamente, que va a cerrar; si tu propia situación laboral y personal es precaria, o vives en la cuerda floja, todo el debate político español tiene que parecerte ridículo y hasta ofensivo. Efectivamente, por todas esas cuestiones políticas que llamamos «nuevos estatutos y cambios constitucionales» se interesa la sociedad de los satisfechos. Siendo optimistas, se trata de esos dos tercios de nuestra sociedad que, teniendo más o menos bien resuelta la vida, nos volcamos en discusiones de índole ideológica y sobre el reparto del poder político. Hay excepciones, desde luego; gente que vive con tal pasión la cuestión identitaria que lo daría casi todo por ella; son pocos, claro está, y, por lo general, más que darlo todo por la defensa de su identidad, lo que suelen hacer es quitar los derechos a otros, incluso la vida, para sacar adelante los suyos, o, mejor dicho, una versión inaceptable de los suyos.
Ahora bien, por más que se enfaden los grupos sociales más débiles al ver cómo nos enredamos en cuestiones como la organización del Estado, la política que atiende a este problema es, entre nosotros, inevitable. Digo entre nosotros, porque se nos impone una realidad heredada. En concreto, es evidente que España tiene un problema de encaje de sus regiones y pueblos. Si dejo a un lado la solución de que «esto es así, y no hay nada más que hablar», lo hago porque con ella termina el problema pero, en realidad, lo que hacemos es ponerlo en el congelador. Por tanto, al abordarlo, es legítimo pensar que Zapatero nos lleva por un camino lleno de dificultades; y, también, defender que en cuestiones de Estado debió pactar con el PP, y se acabaron los problemas. Es legítimo pensar esto, desde luego, pero también lo es pensar que ésa es una salida en falso. Consigues que dure la calma unos 25 años más, pero el pescado sigue en el congelador, más viejo y más difícil de cocinar.
Así que la política no debe empeorar un problema y la solución que ya tenía, pero, a la vez, si hay un problema, tampoco debe congelarlo. Para mí, el problema es cuándo. Para el cómo, ahí está la democracia. En el caso de la articulación de los pueblos de España, la buena política tiene que pactar un punto de equilibrio que sea razonable para esta generación. A mi juicio, España tiene un problema, y el País Vasco, Galicia, Cataluña y otros, también, y tienen que darle una salida pactada y provisional; cada uno y entre todos, hacia dentro de cada uno y todos juntos; una salida pactada y provisional, que nos dé el equilibrio posible a un conflicto todavía antagónico para muchos y, por eso mismo, sin posible superación definitiva. El problema, digo, es cuándo, y visto lo visto, la hora está aquí.
Ahora bien, que todavía no tenga solución definitiva no es un drama. Dramatizamos por causa de las creencias nacionales más que democráticas. Sacamos provecho de esas creencias, haciendo como que nos mueve el celo por ellas, pero no dejamos de tener otros intereses políticos más inmediatos y partidistas. Por tanto, el drama es y sería no darle a nuestro problema una salida justa por democrática, pacífica, solidaria y respetuosa de los derechos de las víctimas. Yo creo que hay que atreverse a hacerlo y se necesita la colaboración de todos. Si cada uno piensa que al otro sólo le mueve el cálculo y la estrategia partidista ante las siguientes elecciones, se acabó. Precisamente, éste es el segundo inconveniente: todo el mundo desconfía del otro en clave electoralista. Si dramatizamos por causa de unas creencias ideológicas y desconfiamos de que alguien haga algo con visión y responsabilidad históricas, no hay salida posible. Eso sí, en el caso vasco, desde donde escribo, hay una condición imprescindible: me refiero a la renuncia definitiva de ETA a la violencia y, los demás, a no sacar provecho político de su final.
Pero, nos guste o no, en España la vuelta sobre el modelo de Estado hay que hacerla de vez en cuando, y nos ha tocado a nosotros para otros 25 años. Vamos a ver si acertamos y si, a río revuelto, cada cual no sólo va tras lo suyo: los unos para gobernar (PSOE) y los otros para volver al gobierno (PP); aquéllos para recuperarlo con más poder (CiU) y éstos para seguir disfrutándolo (PNV); ellos para ser alternativa (PSE) y los otros para entrar en la política con la herencia de ETA por bandera (Batasuna). Si ocurre esto, y así, sería muy injusto con las víctimas del terrorismo y, además, pronto el Estado social de Derecho no podría soportarlo. Quiero creer que haya algo de visión y de responsabilidad histórica en todo lo que pasa. Lo creo. Pero, por si casi todo es estrategia política para el día a día, sumo mi voz a quienes exigen la responsabilidad de una salida democrática y pactada para otros 25 años. Nos toca a nosotros abordar un quiebro de la historia y, para ello, contar con políticos a su medida. Me temo que no tendríamos suerte si se pasaran el día comparando la calidad de su patriotismo.
Concluyo. Las creencias nacionales y las citas electorales son una realidad subordinada y quienes las absolutizan, un peso insoportable para la paz. ETA es un ejemplo meridiano, pero su enfermedad es muy contagiosa y, por lo visto, duradera. Creo con buenas razones que este país va a dar con una salida institucional adecuada.
Hoy mismo, concluidas estas líneas, el túnel catalán ya no es tan oscuro. Cuidemos, como cristianos, de que no sea un Estado menos social y solidario. Lo del patriotismo ya tiene vigilantes más que de sobra.