José Miguel Martín

Melillenses
(Sobre el documental de Moisés Salama Melillenses)
(Página Abierta, 165, diciembre de 2005)

«Melilla es nuestro Jerusalén». Así resumía la periodista Maruja Torres su visión sobre la ciudad norteafricana tras reseñar el muy interesante documental de Moisés Salama, Melillenses (2004). En él se entretejen las historias de Culi, Yonaida, Hassan, Ali..., que ejercen no sólo de narradores e intérpretes de la compleja realidad melillense, sino casi de conjuradores de la necesidad, y acaso la posibilidad, de un futuro de convivencia entre pueblos y culturas en aquel “cuartel con calles”, como irónicamente uno de los participantes en este relato define a Melilla. Aprenderemos, a través de la mirada de Julia, narrataria inmanente del mensaje, que la plaza africana es bastante más que eso.
Melillenses no es un documental acerca de los problemas de la inmigración. Es preciso aclarar pronto que ni es la intención de Salama ni haría justicia al recorrido que el realizador propone por los conflictos y aspiraciones de esta ciudad, oficialmente española desde 1497. Es antes un viaje al fondo de los entresijos de unas comunidades que viven juntas y separadas a la vez, con un alto grado de etnificación social, con la cuestión pendiente acerca de las pretendidas españolidad y marroquinidad del territorio, la convivencia entre culturas, la tensión árabe-bereber (la población musulmana de Melilla es mayoritariamente de origen bereber y habla el tamazigh), el presente y futuro económico de la ciudad (poseedora junto a Ceuta de un estatuto económico y fiscal específico), su pasado militar y colonial y, por supuesto también de fondo, los problemas derivados de su condición de vía de entrada para la inmigración ilegal (especialmente ilustrativo resulta el pasaje dedicado a mostrarnos el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes, CETI).
Convendrá el lector conmigo en que este catálogo de cuestiones remite a conflictos de actualidad y mucho interés a la luz no sólo de los lamentables sucesos del pasado mes de octubre en las vallas fronterizas en Ceuta y Melilla, sino también al origen de los disturbios acaecidos en Francia en las mismas fechas, así como a todo lo que hace a la construcción de nuestras complejas sociedades multiculturales, la negociación entre identidades, la gestión de las demandas comunitarias, el acomodo de los diversos intereses a la cultura política, social y jurídica de estas sociedades en el marco del legado de ideas y valores de la modernidad... Así, Melilla nos es presentada en este documental, que busca antes la crónica inmediata que el preciosismo técnico y visual, como un excelente laboratorio desde el que poder avanzar soluciones a algunas de las cuestiones más espinosas antes comentadas.
No ayuda en este empeño el hecho de que las tres comunidades mayoritarias en la ciudad (cristiana, musulmana y, en menor medida, judía) participen de una sociedad estructurada en segmentos étnicos, en la que los trabajadores cristianos ocupan casi exclusivamente el sector público (49%), con altos salarios y contratos indefinidos, relegando a los musulmanes a la “economía privada e informal” (1). Dicha segmentación étnica también tiene su reflejo en la composición de la representación política (2). Estas comunidades encuentran, además, en la enseñanza religiosa otro terreno más para la diferenciación: actualmente 11 profesores de religión islámica imparten clase en Melilla frente a los 10 profesores de religión católica. Teniendo en cuenta la dimensión identitaria que adquiere la religión en este contexto, no es baladí señalar que la escuela no parece estar siendo un espacio de atenuación de las diferencias o de construcción de espacios compartidos.
Para hacer aún más complejo el panorama ya descrito, y si bien no podemos, afortunadamente, hablar de ningún modo de una situación remotamente parecida a la anterior a la revuelta de la población melillense musulmana de 1986 liderada por Aomar Mohamedi Duddú (3), el documental expone la marginalidad en que amplios sectores de la comunidad musulmana melillense viven al mostrarnos las condiciones de vida en la Cañada de Hidum. Que en un enclave de 13 kilómetros cuadrados, habitado por 66.542 personas, donde en torno a un 50% de la población es de origen musulmán, podamos hablar de segmentación étnica del territorio o guetización, debiera encender las luces de alarma de una ciudadanía informada y preocupada por la defensa de los derechos humanos, sociales y políticos en democracia. No es la menor virtud de Melillenses situarnos crudamente ante esta realidad, tantas veces obviada.
Es necesario detenernos también, puesto que así se hace en el documental, en la configuración de los sectores sociales privilegiados en la actual sociedad melillense. Mayoritariamente de origen peninsular y cristiano, vinculados a la Administración del Estado, especialmente al Ejército (10.656 efectivos en el año 2000) y también al comercio, Salama establece una línea de continuidad entre la conformación de estos sectores, el golpe de Estado franquista, las élites favorecidas por la dictadura y una cierta concepción compartida en el imaginario colectivo de la idea de frontera, que tantas veces ha sido utilizada para justificar el expansionismo e imperialismo estadounidense, por ejemplo. Si bien esta línea de continuidad puede ayudar, efectivamente, a explicar la formación de estos sectores, el espectador de Melillenses comprende ya a estas alturas del relato que la realidad de la ciudad norteafricana es bastante más compleja.
Las imágenes que se nos muestran del centro de la ciudad ilustran bastante acerca de un pasado colonial en un presente venido a menos, que contrasta fuertemente con las barriadas de autoconstrucción habitadas mayoritariamente por melillenses de origen musulmán. Y las encendidas y nostálgicas peroratas de los militares veteranos en el Club Español nos hablan de una época de triste recuerdo.
La acertadísima utilización de imágenes de archivo redunda en la idea de cierto detenimiento histórico que afectara a la plaza norteafricana. Sin embargo, el dinamismo comercial (formal e informal) de Melilla parece alumbrar relaciones económicas y de poder que escapan a la retórica al uso del Estado español y el Reino de Marruecos en lo que concierne a la definición de Melilla y su papel geoestratégico. No parece descabellado pensar que la conformación de la sociedad melillense pudiera responder a bastantes más claves de las que aparecen en el documental.
En la exposición de todas estas cuestiones, con el detenimiento y buen hacer de quien tiene una historia que contar, reside la principal virtud de Melillenses. Habría que añadir a ella la oportunidad de lanzar esta reflexión, ya insoslayable, precisamente en este momento, sobre la sociedad que se nos anuncia y que desde hace décadas es ya una realidad en Melilla. ¿Seremos capaces de enfrentarnos a todos estos problemas con más altas miras que las demostradas en el pasado?
Culi, principal narrador de la historia, nos muestra los tres cementerios de la ciudad: cristiano, musulmán (reciente, ya que hasta hace diez años se trasladaban los muertos a Marruecos) y judío. Al hacerlo, reflexiona en voz alta sobre el mayor respeto que, al parecer, merecen los muertos con respecto a los vivos. ¿Lograremos que en nuestras sociedades no haya que morir antes para ser merecedor de una vida plena de justicia y dignidad? A responder a preguntas como éstas nos invita Melillenses.

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(*) Ficha técnica: formato: Betacam digital; dirección: Moisés Salama; guión: Moisés Salama, Miguel Ángel Martín e Ignacio Mendiguchía; duración: 76 minutos; año: 2004; producción: Ático Siete.
(1) Santos Ruesga en “Melilla cruje bajo presión”, de Luis Gómez, en El País, 9 de octubre de 2005, suplemento Domingo, pág. 3.
(2) En la Asamblea de Melilla, el Partido Popular tiene 15 escaños (recogiendo mayoritariamente el voto cristiano); Coalición por Melilla, 7 (voto musulmán), y PSOE, 3. Ibídem,  pág. 3.
(3) La población musulmana de Melilla protagonizó airadas protestas ante la negación de su derecho a la ciudadanía española en el proyecto de Ley de Extranjería del Gobierno socialista del momento. Por el contrario, la población cristiana organizó manifestaciones en defensa de la españolidad de la ciudad. En muchos casos, los musulmanes habían vivido hasta al menos tres generaciones en Melilla sin poseer nacionalidad española.