José Luis Zubizarreta

Vuelco en Euskadi
(El Correo, 10 de marzo de 2008)

            La llamada a la abstención que han realizado ETA y la izquierda abertzale no ha perdido efecto por el asesinato de Isaías Carrasco. Por el contrario, el diferencial respecto de la inhibición electoral que se produjo hace cuatro años indica que, en esta ocasión, se han abstenido más electores que los que entonces votaron nulo. No son, sin embargo, los que han promovido expresamente la abstención quienes han de atribuirse todo el éxito. A él han contribuido también, y en buena medida, los votantes del nacionalismo democrático, que han optado por esta forma de expresar su descontento con sus respectivos partidos. En todo caso, ahí sigue, irreductible, un electorado blindado ante el dolor ajeno. No es sólo el miedo, como suele decirse, el que le ha impedido acudir a las urnas. Es también, y sobre todo, la identificación resistente con lo que la banda terrorista es y hace. Mientras este referente exista, su lealtad será difícilmente quebrantable.
            Quienes han acudido a las urnas, por su parte, se han volcado, en una histórica proporción, por el Partido Socialista de Euskadi. Nunca había tenido éste un resultado tan brillante en nuestra comunidad. También en este caso, el éxito ha de compartirse. El efecto Zapatero y el temor a un triunfo de Rajoy han sido en Euskadi más fuertes que en ninguna otra parte de España. Pero esta constatación no puede, en absoluto, restarles méritos propios a los socialistas vascos. El electorado ha premiado su discurso y su praxis, mantenidos a veces en circunstancias muy adversas, y los ha situado, como nunca hasta ahora, en una posición de clara alternativa al nacionalismo. Su tarea ahora no es sentarse a disfrutar en la autocomplacencia, sino tratar de encontrar los instrumentos más adecuados para proyectar estos resultados sobre las próximas autonómicas.
            El nacionalismo democrático y, más en concreto, el PNV se han dado un auténtico batacazo. Vendrán ahora, sin duda, las excusas. Eran -dirán- unas elecciones generales muy polarizadas, en las que los partidos minoritarios tenían todas las de perder. Atribuirán también el éxito socialista -como ya hizo anoche Josu Erkoreka con una muy poco edificante falta de pudor- al efecto de solidaridad que produjo en la sociedad vasca el asesinato de su ex concejal en Mondragón. Pero se equivocarán radicalmente si no hurgan un poco más en el fondo de su descalabro. Tendrán que pensar, en primer lugar, que la pérdida de votos ha afectado a todos los partidos del tripartito, a los que se ha juzgado tanto por su defecto de gestión como, sobre todo, por su exceso de ideología. En este sentido, la 'hoja de ruta' del lehendakari, que es el factor cohesionador por antonomasia del tripartito, ha sufrido una clara derrota por adelantado. Su electorado le ha dado la espalda de manera más clamorosa de lo que podría haberse temido y ha traspasado su confianza a quienes, como los socialistas, le han ofrecido un proyecto más estabilizador de la convivencia y más cercano a sus preocupaciones reales. Estos resultados, sumados a los obtenidos en las elecciones que se han celebrado desde 2005, exigen, por tanto, del nacionalismo y, sobre todo, del PNV una reflexión en profundidad sobre la tortuosa y ambigua línea que viene siguiendo en la última década o, lo que es lo mismo, desde la aventura de Lizarra, nunca del todo corregida. Casi un 40% de su electorado lo ha abandonado, bien trasvasando sus votos al PSE, bien refugiándose en la abstención. En cualquier caso, el aviso es de los que deben tomarse muy en serio y apunta directamente al fondo del discurso político. Tiempo tendrán para reflexionar sobre éste, toda vez que, prescindibles como han resultado ser para la gobernabilidad en el Estado, podrán dedicar su tiempo a poner en orden la propia casa.
            En definitiva, los resultados de estas elecciones han supuesto en Euskadi un auténtico vuelco. Leídas desde el interior del país, presentan un panorama novedoso, en el que no sólo se ha puesto en duda, antes siquiera de debatirla, la viabilidad de la estrategia política marcada por el nacionalismo a iniciativa del lehendakari, sino que se ha abierto además el interrogante que, entre nosotros, parecía fatalmente cerrado: la posibilidad de una alternancia en la gobernación del país. La última fase de esta legislatura puede ser en Euskadi realmente apasionante. Es de esperar que vencedores y vencidos no se atrincheren en estos resultados, sino que sean capaces de gestionarlos de manera productiva para todos los ciudadanos. Es todo un reto.