José Luis Zubizarreta
Vías cruzadas
(El Correo, 4 de Junio de 2006)

            Cuando se aprobó la Ley de Partidos y se procedió a la ilegalización de Batasuna, ninguno de sus promotores pensó por un momento que ambas iniciativas se erigirían un día en obstáculos para un proceso de superación de la violencia como el que ahora estamos viviendo. Se trataba de dos instrumentos que, concebidos al amparo del Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo, estaban orientados a alcanzar el final del terrorismo mediante la derrota incondicional de quienes lo ejercían. No se previó que podría llegar el momento en que, derrotada efectivamente ETA por la presión del Estado de Derecho, se demostrara conveniente transitar el tramo final del camino por la senda del diálogo, con el fin de liquidar, de manera definitiva, las secuelas de uno y otro tipo que el prolongado ejercicio del terrorismo habría dejado a su paso.
            Pese a la imprevisión, ese momento ha llegado. El alto el fuego permanente que ETA declaró el pasado mes de marzo ofrece precisamente al Estado de Derecho la posibilidad de liquidar, total y definitivamente, todo un pasado de violencia mediante el instrumento en que había dejado de pensarse en los últimos años: el diálogo. Para aprovecharla, se sacan ahora del cajón las viejas recetas que se habían dado por ya periclitadas. La resolución parlamentaria del 17 de mayo de 2005 no es, en efecto, sino la recuperación del instrumental que se había preparado cuando la idea de la 'derrota policial' parecía todavía una quimera y la búsqueda de un 'final dialogado' se presentaba como el procedimiento más idóneo para acabar con el terrorismo.
            Ocurre, sin embargo, que, como vino añejo en odres nuevos, esas antiguas recetas amenazan con agriarse al ser aplicadas en esta novedosa situación que se ha creado a raíz de la Ley de Partidos y de la ilegalización de Batasuna. Las dos líneas de solución -el 'final dialogado' y la 'derrota policial'- se han cruzado, y se requiere ahora de una habilidad casi imposible, si se pretende hacerlas converger en un mismo objetivo.
            No valen, desde luego, los simplismos. El primero y principal de ellos es el del 'ya lo decía yo'. A él se acogen -aparte, por supuesto, de la propia Batasuna- los que, de una forma u otra, siempre estuvieron dispuestos a proteger a esta organización de los supuestos desmanes del Estado. Abogan ahora, con más fuerza que nunca, por la derogación de la Ley de Partidos y el retorno automático de Batasuna a la legalidad. Prefieren así olvidar que tanto la medida del poder legislativo como la del judicial no fueron sino la legítima defensa del Estado de Derecho frente al cinismo de quienes socavaban sus cimientos al amparo de la legalidad que él mismo les proporcionaba. No puede exigirse ahora solidaridad gratuita para quienes ni pestañearon siquiera ante el espectáculo de liquidación física a que estaban sometidos por entonces sus adversarios. La solución no está, pues, en que el Estado desmonte hoy los mecanismos que ayer se procuró en defensa propia y que han contribuido, como ningún otro, a hacer esperanzada una situación desesperada.
            Pero, si el simplismo está fuera de lugar, tampoco cabe cerrar los ojos ante lo que ha ocurrido. No pueden aplicarse a la situación de alto el fuego permanente que hoy vivimos, reforzada, además, por tres años sin atentados mortales, las mismas recetas que se aplicaron en los tiempos del más cruel ejercicio del terrorismo. Ni pueden tampoco presentarse como infalibles remedios que, por buenos que fueren, nunca llevaron a una solución definitiva del problema. Procurar, en concreto, mediante un diálogo con Batasuna, la incorporación de esta organización a las normas de la legalidad no es más escandaloso que dialogar con ETA para alcanzar su definitiva renuncia a la violencia. Ni lo primero legaliza, por sí mismo, lo ilegalizado ni lo segundo tiene por qué interpretarse como la legitimación de una banda terrorista. Ambas iniciativas no son sino tanteos obligados en este camino incierto que el Estado en su conjunto tiene la responsabilidad de recorrer con el fin de hacer converger estas dos líneas que ahora se han cruzado.
            Ahora bien, precisamente porque de tanteos se trata en un camino incierto, resulta exigible que quien se dispone a recorrerlo proceda con el máximo tiento. La izquierda abertzale se ha revelado experta en la táctica del enredo. Siempre juega la carta del amago -la amenaza de volver- y con ella acumula, baza a baza, tantos para el recuento final. Hoy es una reunión; mañana, la negociación. Informal, primero; oficial, después. El objetivo es la confusión, en la que ganancias y pérdidas acaban repartiéndose por igual entre los jugadores. Al Gobierno le toca plantarse en el momento oportuno. Frente al amago y a la amenaza ha de saber que, en esta partida, el Estado juega con la ventaja de ser mano. Si esto fracasa, son ellos los que tienen las de perder.