Kepa Bilbao Ariztimuño
Sobre economía y justicia
(En respuesta a J. M. Soroa
)
27 de mayo de 2011.
                      
            En el artículo publicado en este periódico el pasado 22 de mayo bajo el mismo título, J.M. Ruiz Soroa expresa una visión abstracta sobre el funcionamiento de la economía y de las relaciones de ésta con la política y la moral. La separación entre las relaciones económicas y el resto de las relaciones sociales que postula ofrece una imagen irreal del individuo y de las propias relaciones económicas. Por el contrario, las economías de mercado y todas las economías funcionan en un marco institucionalizado: político, ideológico, cultural e incluso moral. De ahí que el capitalismo no funciona  de la misma manera en la Rusia actual, en los Estados Unidos o en Europa. No es lo mismo el capitalismo mafioso de Rusia que el capitalismo más regulado de la Unión Europea.

            Ruiz Soroa nos resume así el núcleo de su planteamiento: “la economía moderna no responde al código binario de lo justo/injusto en ninguna manera que este se interprete. La economía de mercado no tiene nada que ver con la justicia. Y, peor todavía, es bueno que así sea si queremos que funcione y pueda reproducirse la base material de la sociedad”. La política sólo debería ser mero vigilante de las reglas del mercado.

            Para J.M. Ruiz Soroa, la economía no responde a criterio alguno de justicia: “el código al que responde el sistema económico es el de beneficio/pérdida”. ¿Por qué no aplicarlo también a la política, donde el código binario sería como postulaba Carl Schmitt amigo/ enemigo? Evidentemente hay quien justifica así que la política no tiene nada que ver con la ética. Es sabido que una cosa es el “ser” y otro el “deber ser”. Si abandonamos esta última perspectiva ¿cómo decir que aspiramos a mejorar algo el mundo? Si la economía está concebida para buscar el fin del lucro exclusivo a toda costa no podemos pretender que aparezca ninguna clase de equilibrio equitativo en materia social y económica y, como ocurre en el mundo actual, los problemas fundamentales serán irresolubles.

            Al mismo tiempo que afirma una “supuesta neutralidad ante los fines” (lo que supone un juicio de valor), nos dice que no podemos emitir “juicios de valor”. La economía es vista como algo técnico, meramente instrumental, separada de la moral, una visión intelectual falsa e incluso peligrosa que nos podría llevar a cualquier clase de totalitarismo político-económico. En mi opinión, esta autonomización absoluta de las diversas esferas de la actividad humana (económica, política, científica, ética, etc.) es la manera más simple y menos convincente de abordar el complejo problema de la interrelación que se da entre ellas en la vida real.

            Otorga a la política dos misiones con respecto a la economía: “vigilar para que las reglas del mercado se apliquen con toda la pureza posible” y “corregir los efectos desafortunados de la lógica económica sobre las personas concretas”. Aparte de ser una ficción, la formulación se ajusta al programa liberal económico conservador cuya base doctrinal dogmática procede del siglo XIX: el Estado no debe intervenir, sino para garantizar el funcionamiento del mercado, ya que este se autorregula por sí mismo, y luego debe remediar la situación de los más desfavorecidos. En esta perspectiva sobra el Estado de Bienestar, bastaría con habilitar un sistema de protección para los pobres.

            Evidentemente esta es una visión ideológica e irreal de la economía, un reflejo sumamente distorsionado de nuestra cultura política, que ignora o reprime los ejemplos de cooperación y de acción estatal, y que niega la significación de las luchas políticas por la seguridad en el lugar de trabajo, la democracia industrial, el control medioambiental, etc. La política del liberalismo económico es un ataque contra el Estado de bienestar, olvidando la subsidiación pública a gran escala de la que es objeto la empresa capitalista. Nadie duda de la facilidad que tiene la riqueza para traducirse en poder, pero bien se cuida este liberalismo de no mostrar la cara de este poder privado  condicionando al poder político público. Y eso cuando ese poder en la sombra de los mercados y las grandes empresas y corporaciones ha crecido de forma alarmante en los últimos años. Este ocultamiento sí que me parece una estafa intelectual, no solo a una juventud que, según Soroa, “se emborracha de indignación moral” sino a toda la sociedad. 

            El funcionamiento de la economía, del mercado, está afectado permanentemente por políticas monetarias, fiscales, regulaciones financieras, regulaciones laborales, etc.,  que condicionan e intervienen en su funcionamiento. Estas políticas, pueden favorecer desarrollos de la economía que benefician ampliamente a unos grupos sociales frente a otros. Así, la desregulación financiera de la década de los ochenta favoreció el desplazamiento del ahorro y demás capitales hacia la especulación, de la que se beneficiaron sobre todo las instituciones financieras (ni tan siquiera la producción) y propició una mayor desigualdad. Las regulaciones laborales, por poner otro caso, intervienen y condicionan permanentemente “leyes del mercado” como la de la oferta y la demanda. Afortunadamente, añado por mi parte.

            Sobre el carácter cuasi natural de las leyes del mercado de las que nos habla Ruiz Soroa, Keynes solía decir que tanto los economistas clásicos como los socialistas (se refería a los doctrinarios de la época) creían en las mismas leyes económicas, pero mientras que los primeros las consideraban ciertas e inevitables, los segundos las consideraban ciertas e intolerables. Keynes se propuso demostrar que no eran ciertas y tenía razón. Los teóricos de la economía “descubren” leyes de la economía que son cuestionadas por teóricos que les siguen o que pertenecen a otras tradiciones. Algunas teorías, construidas en los últimos treinta años sobre unas pretendidas reglas del mercado, como la teoría de los mercados eficientes, la teoría de las expectativas racionales, la teoría de los ciclos económicos reales o los modelos de evaluación de riesgo han fracasado estrepitosamente. Su carácter predictivo era una falacia porque no se ajustaban al funcionamiento real de la economía y de los agentes económicos.

            En lo de defender la “pureza de las reglas del mercado” hay una cierta identidad entre Ruiz Soroa y algunos fundamentalistas de la izquierda. Ambos creen que funcionan las mismas leyes y que no hay quien las modifique. Éstos últimos extraen de ello la conclusión de que intentar cambiar la política económica es inútil y que sólo vale derribar al capitalismo. Soroa deduce de ello, que todo intento de modificar la economía es estéril y, más aún, perjudicial.

            Respecto a la actual crisis económica se hace eco de la explicación que la presenta como un producto de los errores y excesos de los gestores financieros.

            La cosa es más compleja. Ha habido una convergencia de diversos factores como la desregulación de los mercados financieros, el auge de las culturas de enriquecimiento rápido y sin esfuerzo, errores de bulto en la evaluación de riesgos por fiarse de las pretendidas leyes del mercado y de sus equilibrios naturales, el favorecimiento de los procesos de especulación por parte de las instituciones políticas y financieras y una acusada desigualdad de rentas que llevó a las instituciones políticas y financieras a la expansión ilimitada del crédito con el fin de absorber la sobreproducción de mercancías. ¿Qué podemos aprender de ello? Que la economía funciona unas veces de una manera y otras de otra, pero, sobre todo, que es producto de decisiones que afectan de distinta manera a los diversos grupos sociales. No hay un único camino en la economía (o en el capitalismo, vamos a llamarle por su nombre), depende de decisiones políticas que están atravesadas, ¡como no!,  por criterios de justicia.  

            Ruiz Soroa caricaturiza posibles objeciones a su postura, y afirma: “lo que sería realmente funesto para el progreso de la humanidad, sería intentar organizar un sistema económico en el que la justicia fuera su valor central (...) Esto ya se intentó y sabemos que no funciona, que así solo se consigue detener o averiar el motor económico del mundo”.

            Me parece algo trivial tener que decir, a estas alturas de la Historia, que cualquier intento de tratar de buscar la justicia o la igualdad absoluta lleva al totalitarismo, la pérdida de libertad y a la obsolescencia económica, aunque esta no es una buena razón para no tratar de alcanzarla en absoluto. Lo mismo de trivial que tener que recordar  que la libertad total para los lobos es la muerte para los corderos.

            En mi opinión, la conclusión sensata en este tema de la justicia es que deberíamos estar interesados en reducir la injusticia social al nivel más bajo factible que sea compatible con otros objetivos valiosos.

            Ruiz Soroa defiende en el artículo tanto la idea de que hay que excluir la justicia de la economía como la de que no se puede convertir la justicia en el valor central de la economía. ¿En qué quedamos? Porque la segunda afirmación puede ser perfectamente compatible con la idea de reducir la injusticia. No conviene olvidar la historia para ver cómo se han reducido las injusticias en la economía desde el capitalismo semi esclavista primitivo al capitalismo de los países desarrollados del día de hoy.

            Ningún pueblo de nuestras sociedades modernas tendrá entusiasmo por el mercado libre si éste no opera dentro de un entorno de “justicia distributiva” con el que estén tolerablemente satisfechos. Un programa económico liberal que se limitara a la preservación o restauración de un mercado libre, sin decir nada o incluso oponiéndose a la adopción de nuevas (o la retención de viejas) medidas en el campo de la justicia distributiva, me parecería totalmente carente de realismo con respecto a sus posibilidades de éxito político, y altamente cuestionable en función de otros criterios más nobles o elevados.