coronavirusysaludpublica, 8 de octubre de 2020.
Me pregunto si la desconfianza creciente hacia la ciencia, los investigadores, las vacunas o las instituciones sanitarias, que ha crecido de manera significativa en nuestro país durante la pandemia provocada por el SARS–CoV–2, no constituye un problema de salud pública. Es, desde luego, una cuestión que afecta al ámbito político, entendiendo ese concepto en su más puro y ya casi irreconocible significado, es decir, en tanto que incumbe a la polis concebida como una comunidad entrelazada de ciudadanos diversos y dialogantes, pero que afecta también al acuerdo social tácito en torno a la preeminencia del saber sobre la superchería, de los hechos sobre las especulaciones, de la coherencia sobre la extravagancia. La democracia moderna, que no podemos identificar únicamente con la deteriorada y a menudo corrompida actividad parlamentaria de los países, se ha sustentado sobre un conjunto de leyes, valores y consensos que la hace superior a cualquier otro sistema político: la utilidad de la razón, la igualdad de derechos, la garantía de las libertades, la importancia del humanismo, el beneficio de la educación…