Nueva Tribuna, 22 de enero de 2017.
Luz verde para otra gran coalición en Alemania
Por una amplia mayoría de 326 votos a favor y una no desdeñable oposición de 279 votos en contra, el congreso de la socialdemocracia alemana (SPD) celebrado este domingo en Bonn aprobó el inicio de las conversaciones con la democracia cristiana (CDU-CSU) para concretar el acuerdo inicial alcanzado por ambas partes el pasado 12 de enero y conformar un nuevo gobierno de gran coalición encabezado por Merkel para los próximos cuatro años.
Unas difíciles negociaciones que durarán varias semanas y en las que el SPD dará su apoyo a una nueva alianza de gobierno dirigida por Merkel, a pesar de que pasadas experiencias han desgastado profundamente las relaciones de la socialdemocracia con su tradicional base electoral, al difuminar sus perfiles propios y reforzar su papel de subordinación a la derecha y al poderoso capital financiero e industrial alemán que reclama estabilidad política. La oposición en el seno del SPD a esa alianza es importante, pero no ofrece más alternativa que la de mantenerse en la oposición, con el riesgo de que unas nuevas elecciones reduzcan aún más su apoyo electoral.
El rechazo en el SPD a conformar otra gran coalición se sustenta en las concesiones, consideradas excesivas, que se han hecho en el acuerdo provisional alcanzado con la democracia cristiana (principalmente, en materia de sanidad, inmigración y fiscalidad) y en los malos resultados de las dos grandes coaliciones precedentes presididas por Merkel, que no evitaron el desgaste político, social y electoral de la socialdemocracia ni el ascenso de una extrema derecha xenófoba y antieuropeísta. Y reforzaron la concepción del SPD como una fuerza auxiliar de la derecha que es incapaz de ofrecer un programa alternativo.
Para Schulz y la actual dirección del SPD, la alianza con Merkel, a la que habían renunciado tras los malos resultados electorales obtenidos en las elecciones federales del pasado 24 de septiembre, es la única forma de encajar las presiones ejercidas por la gran patronal, evitar un nuevo desastre electoral, en caso de convocatoria de nuevas elecciones, y poner en valor su sacrifico político en aras de la responsabilidad institucional. Y procurar, a cambio de su apoyo, concesiones de Merkel en muy diferentes asuntos: impulsar la recuperación de las rentas salariales, con un aumento de los salarios más acompasado con el crecimiento de la productividad y de los beneficios empresariales; promover el aumento de la demanda interna, ya que Alemania muestra un exceso de ahorro interno que limita la modernización productiva de su aparato productivo e impone un sesgo recesivo al conjunto de la economía europea; lograr un reparto más equitativo de la presión fiscal, reduciendo la que sufren las rentas del trabajo y los sectores sociales con menores rentas; servir de cierto contrapeso a las presiones xenófobas que va a ejercer en el tema de la inmigración una extrema derecha crecida por el respaldo electoral recibido en la última cita electoral y que ha contaminado a una parte de la democracia cristiana y a sectores sociales en situación de vulnerabilidad que han aceptado acríticamente que la inmigración es la causa de sus males y las simplistas y contraproducentes soluciones de repliegue soberanista que propone Alternativa para Alemania (AfD).
En los temas europeos, la posibilidad de una nueva gran coalición también presenta una decisiva derivada. El SPD va a intentar suavizar las políticas de austeridad y consolidación fiscal impuestas a los países del sur de la eurozona y promover las reformas institucionales que requiere el euro, presentándose como el mejor aliado del impulso europeísta que reclama el presidente Macron para afianzar el eje franco-alemán como pilar de esas reformas y en el tema, también crucial, de las negociaciones con el Reino Unido a propósito de su abandono de la UE.
Pero al tiempo que la alianza entre Merkel y Schulz abre la puerta y refuerza las posibilidades de una reforma institucional de la eurozona, podría servir también para limitar su alcance y frenar el ritmo de las moderadas reformas que plantean Macron o la Comisión Europea. Finalmente, las reformas tenderán a concretarse en un espacio intermedio entre los mínimos que Macron puede aceptar, para no sentirse
desairado y poder ofrecer soluciones a los problemas y necesidades que tiene la economía francesa, y lo máximo que Merkel puede ofrecer, para defender los intereses de Alemania o la percepción de esos intereses que es hegemónica en la sociedad alemana y en sus elites.
Alemania podría aceptar, sin muchas resistencias, la creación de un nuevo instrumento permanente de intervención suplementaria en materia de nuevas inversiones comunitarias (energías renovables, innovación, infraestructuras, formación y educación…) que impulsarían el crecimiento, promoverían cierto cambio estructural modernizador y tendrían efectos contracíclicos. Siempre, claro está, que tal instrumento no implicara un alza significativa de la presión fiscal, mutualización de la deuda actual, paralización de las reformas estructurales que deben llevar a cabo los países del sur de la eurozona o transferencias permanentes hacia los socios de menor renta o mayores desequilibrios presupuestarios. Ese impulso de las inversiones comunitarias sería suficiente para mejorar en algo la situación económica de la eurozona, pero no bastante para resistir nuevas crisis financieras, impulsar la reducción de las desigualdades o democratizar y completar las instituciones europeas.
El proyecto de unidad europea requiere para afianzarse de una verdadera refundación política y para ello necesita de un reforzamiento y un salto en la presencia de la ciudadanía europea y de fuerzas progresistas de carácter europeísta con capacidad para desarrollar un programa de reformas con más alcance que el que presentan Macron o la Comisión Europea. Un programa alternativo con objetivos más ambiciosos de reducción de desigualdades y de incremento de las inversiones de futuro que, entre otros objetivos, permitieran: recuperar los principios de solidaridad y cohesión económica, social y territorial como guías de la acción política comunitaria; frenar la deriva de la globalización hacia un mercado mundial desregulado que promueve un crecimiento no inclusivo, favorece las desigualdades y facilita que el rechazo de la ciudadanía a sus impactos antisociales se manifieste como repliegue nacionalista identitario favorable al proteccionismo y al cierre de fronteras; completar la unión bancaria con una garantía de depósitos común; salvar la fragmentación del mercado único y, especialmente, del mercado de capitales y el sistema bancario europeo y las brechas que se han abierto entre, por un lado, el norte y el sur de la eurozona, y por otro, el este y el oeste de la UE; crear mecanismos de reestructuración de la deuda existente e introducir dosis de federalismo que permitan la mutualización de futuras deudas.
En todos estos terrenos, las elites y el gran capital financiero e industrial alemanes no van a ceder fácilmente, esté o no esté en el gobierno el SPD. Y por eso cobra aún mayor importancia que las fuerzas progresistas y de izquierdas europeas elaboren y propongan a la ciudadanía europea y a las mayorías sociales de los Estados miembros una estrategia alternativa al limitado plan de reformas que ofrecen Macron y la Comisión Europea y que está condenado a pasar por el filtro de Alemania y la gran coalición que van a conformar Merkel y Schulz.
Las izquierdas y fuerzas progresistas europeas no pueden contentarse con ser peones de los planes reformistas de Macron o un contrapeso para frenar las ambiciones elitistas y clasistas del bloque de poder que lidera Merkel a favor de los intereses empresariales y el libre despliegue de las fuerzas del mercado.
Tras las negociaciones y el acuerdo programático que alcancen en las próximas semanas Merkel y Schultz, los 450.000 afiliados del SPD tendrán que dilucidar qué opción es la menos mala o presenta menos inconvenientes: si sacrificarse en el apoyo de otra gran coalición que asegure la estabilidad política, pero podría debilitar aún más a su partido, o apostar por una renovación de sus señas de izquierda en la oposición que podría concluir a corto plazo en una nueva convocatoria electoral que confirme su declive y proporcione más combustible para la división interna. Los desafíos que afronta Europa son también desafíos decisivos para el futuro de la socialdemocracia alemana y europea.
De una incertidumbre a otra: en Alemania se juega el futuro de Europa
nuevatribuna.es, 08 de Febrero de 2018
Los dirigentes de la derecha democristiana (CDU/CSU) y la izquierda socialdemócrata (SPD) alemanas acaban de alcanzar este miércoles, 7 de febrero, un pacto que hará posible otra gran coalición presidida por Merkel para los próximos cuatro años. Superado ese primer obstáculo, la incertidumbre continuará varias semanas. Será difícil que la mayoría de los casi 464.000 afiliados del SPD acepten el acuerdo, pero se antoja mucho más difícil que rechace el contrato de coalición recién firmado por Merkel y Schulz: se trata de un mamotreto de 177 páginas en 14 capítulos que indica las líneas generales de actuación del nuevo gobierno. Habrá que leerlo con atención porque apuntará el tono, con un amplio margen de acción e interpretación, de los cambios que adoptará el nuevo poder ejecutivo alemán en materia de política económica doméstica y en el impulso de la reforma institucional de la eurozona que intentará gobernar y, probablemente, limitar.
Si las cosas transcurren normalmente, antes de la Pascua se habrá constituido una nueva gran coalición. Y pasarán a compartir su destino los dos grandes partidos que han gobernado Alemania en los últimos setenta años y su resurgir como gran potencia europea en momentos decisivos para ambos, sometidos a un fuerte desgaste, y para el futuro de Europa, debilitada en múltiples terrenos por los errores cometidos en la estrategia de austeridad y devaluación salarial impuesta a los países del sur de la eurozona y por la cerrazón de los sucesivos gobiernos alemanes, que desde el estallido de la crisis en 2008 se han negado sistemáticamente a realizar la mayoría de las reformas institucionales que exigía el mal funcionamiento de la eurozona. Merkel no tiene una alternativa mejor a la gran coalición. Y Schultz, tampoco.
Merkel podría intentar conformar un gobierno en minoría que sería hostigado por el resto de partidos, a su izquierda y a su derecha, y marcaría su nuevo mandato con la inestabilidad, reduciendo su capacidad de actuación en Alemania y en Europa. O, como alternativa más probable, convocar unas nuevas elecciones que evidenciarían su nuevo fracaso, tras las fallidas negociaciones para formar una heterogénea alianza gubernamental con liberales y ecologistas. Nuevas elecciones que podrían concluir en un mayor avance de la extrema derecha xenófoba y antieuropeísta de Alternativa para Alemania (AfD), lo que multiplicaría la tensión sociopolítica e incrementaría las dificultades para acordar, en un escenario político más atomizado, alianzas de gobierno.
SPD: consulta a las bases
Para Schulz y el SPD, las cosas pintan mucho peor. Cualquiera de sus opciones es mala. La consulta vinculante a las bases del SPD puede provocar profundas heridas en su seno y profundizar el distanciamiento de las nuevas generaciones de las juventudes socialistas que quieren recuperar señas de identidad de izquierdas y sólo han conocido desde 2005 a un SPD que no ha logrado presentarse como una alternativa progresista a las políticas de Merkel y ha visto reducidas sus funciones a matizar a la derecha conservadora y, finalmente, aceptar su papel secundario como auxiliar o colaborador. Después del batacazo electoral sufrido en las últimas elecciones federales del pasado 24 de septiembre (en las que obtuvo un 20,51% de los votos o, lo que es lo mismo, el peor resultado del SPD desde 1949), Schultz y la dirección del SPD habían apostado por mantenerse en la oposición para no sufrir el desgaste asociado a volver aparecer ante buena parte del electorado como comparsas de las políticas de la derecha; su posterior cambio de postura, a favor de negociar con Merkel otra gran coalición, ha activado la oposición interna de la izquierda y las juventudes socialdemócratas, que en el congreso celebrado el pasado 21 de enero de enero obtuvieron un respaldo de 279 votos frente a los 326 votos que apoyó a la dirección del SPD en su propuesta de negociar con Merkel otra gran coalición. El problema para el SPD, si sus afiliados se pronuncian en contra de formar parte del nuevo gobierno presidido por Merkel, sería doble. Por una parte, no podría rentabilizar las concesiones logradas en el contrato de coalición recién firmado, a propósito, por ejemplo, del sistema sanitario, para reducir la desigualdad entre la sanidad pública y privada, evitando una medicina a dos velocidades, o de una regulación más estricta de los contratos de trabajo de duración determinada, para limitar su proliferación en la actual situación de pleno empleo. Y, por otra parte, dejaría de estar en una posición privilegiada para influir, desde el gobierno de la primera potencia europea, en el aligeramiento de las dañinas políticas de austeridad y devaluación salarial impuestas a los
países del sur de la eurozona con mayores desequilibrios macroeconómicos y, sobre todo, en la reforma institucional de la eurozona, cuya negociación comenzará en breve y en la que las posiciones de Alemania serán claves.
Hay que considerar, además, que una nueva convocatoria electoral, en la situación de titubeo que ha mostrado desde las últimas elecciones la dirección del SPD y de fuerte división interna sobre la decisión de intentar una nueva gran coalición con la democracia cristiana, tal y como se pudo visualizar en su reciente congreso de Bonn, podría multiplicar su desgaste electoral. La pérdida de apoyos ya ha comenzado a ser reflejada por recientes sondeos, como los de Infratest dimap, que en sus dos últimas entregas reducía al 19% (el 26 de enero) y al 18% (el 1 de febrero) la intención de voto al SPD, mientras CDU/CSU experimentaba un desgaste imperceptible, manteniendo su 33%, y la extrema derecha de Alternativa para Alemania (AfD) subía al 14% (por encima del 12,6% conseguido en las últimas elecciones federales ), mantenía el avance continuo del último año y se aproximaba al SPD. Por eso es tan altamente improbable que, ante semejante disyuntiva, las bases del SPD se pronuncien en contra del pacto negociado por los dirigentes socialdemócratas. Pero conviene ser precavido, porque como afirmaba Keynes lo inevitable no sucede nunca, lo inesperado, siempre.
Fortalecer la Unión Europea
En el contrato de coalición que se acaba de firmar aparece como prioridad la necesidad de fortalecer la Unión Europea, aceptando la idea de un presupuesto de inversión de la zona euro y el aumento de la contribución de Alemania, que mejoraría las estructuras y especializaciones productivas del conjunto de la economía europea. Y sin nombrar ni cerrar la puerta, de entrada, a la negociación con Francia de las propuestas de Macron de un ministro de Finanzas de la eurozona encargado de la gestión de ese presupuesto y de un control parlamentario específico de su labor. No es gran cosa, Alemania seguirá poniendo el acento en la reducción de los riesgos, frente a la idea de crear mecanismos europeos de solidaridad y mutualización de riesgos, y seguirá resistiendo las presiones para empezar ya a construir una unión presupuestaria de cierta entidad o, menos aún, una unión de transferencias que disponga de eurobonos que permitan mutualizar riesgos y deudas públicas. Pero se van a iniciar debates y negociaciones de nuevos instrumentos y políticas que casan mal con las políticas de austeridad impuestas hasta ahora, con la obsesión alemana por fortalecer los controles y disponer de una batería de duras sanciones como únicos instrumentos para evitar el temido riesgo moral que implicaría una reiteración de la acción irresponsable de los países del sur de la eurozona. Nuevas políticas e instrumentos como, por ejemplo, la creación de algún tipo de activo financiero común de mínimo riesgo, sobre el que la Comisión Europea ya dispone de un diseño inicial; nuevos avances en la integración que permitan completar la unión bancaria; o un impulso de la inversión común en proyectos europeos de interés general (formación e infraestructuras digitales y energéticas) que aumenten la productividad global de los factores y el potencial de crecimiento. Queda aún mucho por debatir, acordar y hacer, pero está a punto de producirse un cambio de dinámica en las políticas y reformas institucionales de la eurozona en el que la izquierda debe intentar influir y tratar de fortalecer.
También en el terreno doméstico alemán, el acuerdo supone un cambio en la misma dirección favorable al impulso de la demanda interna que, por el volumen de la economía alemana, impulsaría la demanda y la reactivación económica del conjunto de la eurozona: mayor inversión en educación, investigación y digitalización y una mayor preocupación por reducir el importante superávit de las cuentas públicas (sin abandonar el objetivo del equilibrio presupuestario) y el también fuerte superávit alemán por cuenta corriente que, de lograrse, supondría reducir el obstáculo que para los principales socios comerciales de Alemania supone el más que notable ahorro que acumulan sus agentes económicos.
Hay que esperar y ver lo que sucede en las próximas semanas en Alemania, pero convendría que las izquierdas de nuestro país tomaran nota de la nueva situación que, probablemente, va a abrirse a muy corto plazo y se aplicaran en serio a la tarea de proponer alternativas e influir en las negociaciones, los objetivos y la evolución de las reformas que se van a poner en marcha.