Pasos a la izquierda, 22 de noviembre de 2018.
[Entrevista publicada originariamente en Le Monde, 2/10/2018.
Traducción de Javier Aristu]
Mark Lilla y Eric Fassin se conocen desde la década de los 90,
cuando enseñaban en la Universidad de Nueva York y ambos se
proclaman de izquierda, pero sin embargo mantienen puntos de vista
muy enfrentados. Mark Lilla, ensayista y profesor de ciencias
humanas en la universidad Columbia de Nueva York, acaba de
publicar El regreso liberal: Más allá de la política de la identidad
(Debate, traducción de Daniel Gascón), una dura crítica del
progresismo norteamericano, atrapado según su autor en las batallas
culturales a favor de minorías. Eric Fassin es sociólogo y codirige el
departamento de estudios de género de la universidad Paris-VIIIVincennes-
Saint-Denis. Es autor, entre otras, de las obras:
Populisme: le grand ressentiment (Textuel, 2017) et Gauche:
l’avenir d’une désillusion (Textuel, 2014).
Pregunta. La izquierda americana se ha encerrado, según Mark Lilla, en la cuestión
identitaria, remitiendo a cada cual a sus «compromisos personales» para de ese modo
defender mejor a las minorías. ¿Podría Mark Lilla ampliar algo más esta opinión?
Mark Lilla. La crítica fundamental que yo hago a la izquierda identitaria tiene que ver
con esa retirada sobre uno mismo que ella promueve. A fuerza de incitar a cada cual a
preguntarse sobre las diferentes identidades que le atraviesan, de raza, orientación
sexual, etc., esta izquierda está cada vez menos en condiciones de ganar las elecciones
precisamente allí donde sería necesario defender los derechos de las minorías o alcanzar
otro objetivo. Recordemos que los Estados Unidos son una federación en la que los
Estados tienen grandes poderes. Entre ellos el de la libertad de adoptar sus propias leyes
y de interpretar los textos federales como les parece. Si usted quiere ayudar a los gays y
a los afro-americanos en Iowa, Estado blanco y profundamente religioso, es imperativo
ganar allí las elecciones, y no solamente en California o Nueva York. Y por eso es
necesario desplegar una visión del bien común y del futuro del país susceptible de
inspirar y de reunir a tantas personas como sea posible.
Concentrarse de forma obsesiva en las «diferencias sociales» es exactamente lo
contrario de lo que hay que hacer. Los movimientos sociales opuestos a Trump son
incorregibles al repetir continuamente este error, pero me alegra constatar que las cosas
han mejorado un poco este año dentro del Partido Demócrata. La amenaza del
trumpismo ha provocado que surjan nuevos candidatos que vienen de diferentes grupos
sociales. Y aquellos que están en buena posición para ganar en las elecciones del 6 de
noviembre no ponen el acento en sus identidades personales, o en las de los demás. Se
concentran en los problemas políticos concretos y les anima unas verdaderas ganas de
congregar.