Público/Nortes, 23 de diciembre de 2024.
Esa metamorfosis de Administración pública en comisión de festejos quizá sea reflejo de una mudanza en los grupos sociales más influyentes en la vida local.
Dicen que cuando el diablo no tiene qué hacer con el rabo se espanta las moscas, así que durante las Navidades muchos ayuntamientos compiten para ver cuál es capaz de tupir con más adornos luminosos el tejido urbano, y sus regidores se vanaglorian de superar cada año el elevado listón de las últimas pascuas, convencidos –no sin motivo– de que la resplandeciente fronda contagia brillo a su gobierno. El asunto se acompaña de una liturgia que tiene uno de sus hitos en el acto inaugural –calco quizá de los lanzamientos de cohetes espaciales–, ese momento solemne en que con asistencia de público el señor alcalde aprieta el botón de encendido y obra el milagro de mostrar a la altura de las farolas una réplica del espacio sideral, un firmamento del que penden miríadas de bombillas que dibujan atavíos de árbol de Navidad y figuras de belén. En calles, plazas y rotondas, desde el centro de las ciudades a la periferia, aunque con una intensidad decreciente –a mayor lejanía, más realismo–, un mundo de fantasía envuelve como en papel de regalo la contaminada atmósfera. El suceso se remata con exhibición pirotécnica y conciertos musicales.