Luis Hernández Navarro
Oaxaca hoy: dinámica de la resistencia popular

            En Oaxaca, México, en mayo de 2006, una protesta gremial de los maestros del sistema de educación pública se convirtió en una sublevación popular contra el gobernador Ulises Ruiz. Casi diez meses después de iniciada, a pesar de haber sufrido el asesinato de 23 de sus integrantes, la detención ilegal de más de 200 miembros, algunos de los cuales han sido torturados y la intervención de la Policía Federal Preventiva (PFP) y de la desaparición de luchadores sociales, la movilización se mantiene.Hay luchas sociales que anticipan conflictos de mayor envergadura. Son una señal de alarma que alerta sobre graves problemas políticos sin solución en un país. La movilización magisterial-popular que desde el pasado 22 de mayo sacude Oaxaca es una expresión de este tipo de protestas. Ha puesto al descubierto el agotamiento de un modelo de mando, la crisis de relación existente entre la clase política y la sociedad, y la vía que el descontento popular puede seguir en un futuro próximo en todo el país.
            La sociedad oaxaqueña está altamente organizada en agrupaciones etnopolíticas, comunitarias, agrarias, de productores, civiles, sindicales, de defensa ambiental y de inmigrantes. Ha construido sólidas redes transnacionales permanentes. Ese denso tejido asociativo, forjado en más de tres décadas de lucha y con una fuerte vocación autónoma, rompió masivamente en los últimos tres meses con el control del PRI y los mediadores políticos tradicionales. Los métodos tradicionales de dominio gubernamental, basados en una combinación de cooptación, negociación, división, manipulación de demandas y represión, se agotaron. El modelo saltó por los cielos hecho pedazos. La nueva guerra sucia se convirtió así en el último recurso de una clase política arrinconada para recuperar la cadena de mando-obediencia.
            En Oaxaca la desobediencia civil se transformó en un levantamiento popular que, a pesar de la represión, se mantiene vivo. El movimiento dejó de ser una lucha tradicional de protesta, comenzó a transformarse en el embrión de un gobierno alternativo y, a raíz de la represión, se convirtió en un movimiento de resistencia inédito en la historia de México. Durante más de tres meses, las instituciones gubernamentales locales se volvieron cascarones vacíos carentes autoridad, mientras las asambleas populares se convirtieron en instancias de las que emana un nuevo mandato político.
            A pesar de la indudable importancia que desempeña el sindicato magisterial, no se trata de un mero movimiento gremial. En la lucha encontraron un lugar y una identidad aquellos que no tienen futuro. Los jóvenes punk y los desempleados, los excluidos que no han emigrado a Estados Unidos, al valle de San Quintín o la periferia de la ciudad de México han encontrado en la protesta un espacio de dignidad y la posibilidad de hacerse de un lugar en el mundo. Su radicalidad es notable, como también su arrojo.
            El tejido fino de la sublevación oaxaqueña está integrado por una convergencia de pobres urbanos, jóvenes sin futuro, comunidades indígenas, organizaciones campesinas, gremios, ONG y maestros democráticos, con su respectivo memorial de agravios. Muchos ya no tienen miedo del gobierno. La horizontalidad de su funcionamiento hace muy difícil que un acuerdo entre autoridades gubernamentales y dirigentes sociales que no resuelva la demanda central -la cabeza del gobernador- sea viable. Oaxaca de abajo sabe que la permanencia de Ulises Ruiz al frente del estado provocará una carnicería. No puede abandonar la lucha por su salida.
            Es la batalla de Oaxaca. Es la revuelta popular más importante en muchos años y el intento de sofocarla por la vía de la represión. En ella está contenida la prefiguración del rumbo que pueden tomar las protestas populares en México. Quienes integran el movimiento pelean es su proyecto autónomo, tanto como por su vida misma.

La APPO

            La Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) es una de las más importantes experiencias organizativas del movimiento social en México. Se trata de una asamblea de asambleas nacida el 17 de junio de 2006 en el marco de la sublevación popular contra Ulises Ruiz. Participaron en su formación 365 organizaciones sociales, ayuntamientos populares y sindicatos con una demanda única: la salida del gobernador.
            Las asambleas populares son el espacio donde tradicionalmente deliberan y toman acuerdos las comunidades oaxaqueñas. En muchos municipios son la institución donde se nombran las autoridades locales. En gran cantidad de organizaciones sociales son el lugar desde el cual se decide el rumbo de la lucha y se escoge a los dirigentes.
            Oaxaca es un estado pluriétnico y multicultural. Viven allí 16 pueblos indios. Las ocho regiones y los 570 municipios que la integran son el espacio territorial que da identidad y horizonte de lucha a gran diversidad de organizaciones etnopolíticas, comunitarias, campesinas, populares y civiles.
            La APPO sintetiza la cultura política local nacida de las asambleas populares, el sindicalismo magisterial, el comunalismo indígena, el municipalismo, el extensionismo religioso, la izquierda radical, el regionalismo y la diversidad étnica de la entidad. Expresa, además, las nuevas formas asociativas que se crearon en Oaxaca a raíz del levantamiento popular pacífico: las organizaciones de los barrios pobres de la ciudad de Oaxaca y su zona conurbada, las redes juveniles libertarias y las barricadas.
            En el entorno de la APPO, pero más amplio que ella, se ha creado un movimiento sociopolítico conocido como la Comuna de Oaxaca. Ella es la expresión organizativa autónoma de la resistencia popular, el embrión de un poder distinto. Ese "otro poder" en construcción se expresa en la creación y consolidación de la Policía del Magisterio Oaxaqueño y el Honorable Cuerpo de Topiles. Allí está contenida la voluntad de transformación política profunda de una parte muy importante de la sociedad oaxaqueña.
            La Asamblea plantea ir democratizando la instituciones mientras trabaja en una nueva constituyente que elabore una nueva Constitución. Busca transformar la revuelta popular en una "revolución pacífica, democrática y humanista". En su último congreso rechazó la posición que afirmaba la importancia de que "la APPO negocie y vaya ocupando espacios de decisión y de poder en las instituciones vigentes".
            La APPO no es un partido político ni el movimiento de masas de alguno de ellos. No aspira a convertirse en uno. Tampoco es creación de una guerrilla, o de alguna iglesia u ONG. Aunque en su interior participan muchas corrientes políticas no está dirigida por ninguna en particular. Unas y otras se hacen contrapeso.
            La APPO no es un pacto de líderes políticos, sociales o religiosos. No es una organización de cabecillas. No hay en su conducción una figura que destaque sobre las demás. Es un movimiento de bases. Su dirección está integrada por 260 personas. Pretender explicar su nacimiento como producto del retiro gubernamental de subvenciones a varios dirigentes locales es un buen argumento propagandístico contra el movimiento, pero una torpeza analítica.
            La APPO es imposible de comprender al margen de la sección 22 del Sindicato Nacional de trabajadores de la Educación (SNTE). Y no sólo porque surgió como resultado de su convocatoria y el gremio tiene presencia en todos los rincones de Oaxaca. Desde que el sindicato comenzó su proceso de democratización, en 1980, los maestros han buscado vincularse con los padres de familia y sus luchas. El resultado de este proceso ha sido desigual. Muchos se han convertido en forjadores y dirigentes de organizaciones campesinas e indígenas regionales, pero otros han chocado con el mundo indígena.
            A la rica e inédita experiencia del movimiento no le corresponde un lenguaje novedoso. Su práctica apenas ha comenzado a sistematizarse. En su interior coexisten distintos discursos. Es común en las protestas encontrar simultáneamente contingentes con mantas con la hoz y el martillo, jóvenes antiautoritarios con la simbología ácrata y comunidades eclesiales de base con imágenes de la Virgen de Guadalupe. Esta diversidad lingüística refleja tanto proyectos diferentes sobre las vías para la transformación política como enorme dificultad para pensar y nombrar lo nuevo. A pesar de ello, hay una práctica unitaria que, hasta el momento, ha logrado dejar de lado las diferencias ideológicas.

El quesillo oaxaqueño

            La política oaxaqueña puede ser tan enredada como su célebre queso. Es difícil encontrar en otras regiones del país la complejidad con que se sobreponen allí los poderes fácticos y las instituciones políticas. La enorme lista de mañas para negociar y gobernar de la autoritaria clase política local ha alcanzado una mezcla de sofisticación y crudeza sorprendente. La forma en la que, en el acto de gobernar la entidad, los funcionarios en turno utilizan la concesión, la corrupción y la represión es de una complejidad notable.
            Las luchas sociales han debido desplegarse a partir de esta complejidad. La resistencia indígena encontró la forma de conservar lo propio resimbolizando lo ajeno. Al hacerlo generó una cultura política donde nada es como parece ser y marcó a fuego las formas de hacer política en la entidad. Los políticos profesionales han debido adaptarse a ese continuo forcejeo.
            Guillermo Bonfil proporcionó una clave fundamental para entender esta dinámica. En México profundo escribió: "Vencidos por la fuerza, los pueblos indios, sin embargo, han resistido: permanecen como unidades sociales diferenciadas, con una identidad propia que se sustenta en una cultura particular de la que participan, exclusivamente, los miembros de cada grupo. Casi cinco siglos de dominación, de agresión brutal o sutil contra la cultura de los pueblos indios, no han logrado impedir la sobrevivencia histórica fundamental del México profundo. Los caminos de la resistencia forman una intrincada red de estrategias que ocupan un amplio espacio en la cultura y en la vida cotidiana de los pueblos indios".
            La resistencia, entendida como la lucha de los sectores subalternos para no ser absorbidos por sus dominadores, ha sabido encontrar en estos enredos trincheras para su desarrollo. Las modalidades de la resistencia indígena han permeado al conjunto de la sociedad oaxaqueña. Expresión de ello son los centenares de organizaciones de base que existen en el estado. En pocos lugares de México es posible encontrar un tejido asociativo tan denso y estructurado como el que existe ahí.
            Esa resistencia tuvo que gestar nuevas formas para recrearse en el contexto de una urbanización caótica y salvaje, como la que han vivido la ciudad de Oaxaca y sus poblados conurbados. Una urbanización que devora las tierras comunes, seca los pozos, contamina los mantos acuíferos, llena de basura los campos, al tiempo que provee de empleos precarios, vivienda cara y servicios deficientes a los expulsados de las comunidades. Para subsistir, los nuevos indios urbanos trasladaron a la polis su comunalidad, su voluntad de ser colectivo. Es por ello que la revuelta oaxaqueña tiene en los barrios pobres de la capital del estado, en sus mujeres y jóvenes, un actor central. La Comuna oaxaqueña se alimentó e inspiró de la comunalidad indígena.
            La comunalidad es la base en la que se mantienen vivas las culturas indígenas. Según Jaime Martínez Luna “es lo que nos explica, es nuestra esencia, es nuestra manera de pensar. ”Tiene cuatro elementos centrales: el territorio comunal; el poder comunal; el trabajo comunal y el disfrute comunal.
            Esta resistencia ancestral, adaptada a las nuevas condiciones urbanas, es lo que explica, en mucho, que el movimiento popular para exigir la caída de Ulises Ruiz no cese, a pesar de la salvaje represión que ha vivido. Ni la presencia masiva de la Policía Federal Preventiva (PFP), ni los convoyes de la muerte, ni las ejecuciones extrajudiciales, ni las detenciones arbitrarias de dirigentes sociales y ciudadanos de a pie, ni la tortura, ni el soborno a algunos líderes, ni las campañas de satanización han logrado frenar la protesta.
            Ciertamente, hay miedo. Un miedo que se había extraviado durante el arranque del movimiento, que regresó de la mano de los toletes y la represión salvaje, pero que no ha paralizado la protesta. Porque el temor se ha transformado en indignación y la angustia en acción.
            Resulta, además, que una parte de la dirección del movimiento ha debido pasar a la clandestinidad. Para algunos de sus integrantes no hay en ello novedad alguna. Aprendieron a vivir a "salto de mata" por la intolerancia y el autoritarismo con el que los gobiernos locales han enfrentado durante décadas las protestas sociales. A pesar de ello, resguardarse de esa manera aleja inevitablemente a los representantes de las comunidades a las que representan. Pero, como la protesta viene realmente de abajo, como su existencia no depende de lo que los dirigentes hagan, su empuje se mantiene.
            Es así como, pese a todo, las tomas de edificios gubernamentales continúan; Ulises Ruiz tiene grandes impedimentos para participar en actos públicos, miles de personas siguen tomando las calles de la ciudad de Oaxaca para protestar contra el desgobernador, los ayuntamientos populares continúan funcionando y cientos de voces se alzan para denunciar los atropellos y los agravios que sufren.
            De la misma manera, a pesar de sus diferencias internas, la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) acordó que en los próximos comicios locales promoverá el voto de castigo contra Ulises Ruiz y sus aliados, pero no presentará candidatos propios a puestos de elección popular ni avalará que sus consejeros sean postulados por partido político alguno. Respetará, sí, la decisión de quienes deseen participar en el proceso electoral.
            Los próximos comicios para renovar el Congreso local y los municipios que funcionan por el sistema de partidos y para diputados (5 de agosto y 7 de octubre, respectivamente) avivarán la hoguera de los conflictos por la representación política. De hecho han metido en un grave dilema a la APPO. En su interior se ha dado un fuerte debate sobre si participar o no en ellos. Finalmente se ha dejado a sus integrantes en libertad para decidir lo que quieren hacer y se ha resuelto hacer campaña contra Ulises Ruiz y sus aliados.
            Lejos de amainar, la tormenta política en la entidad arreciará en las próximas semanas. De Oaxaca se volverá a escuchar.