Manuel Lario Bastida
Los medios pacíficos son mejor opción que la violencia,
que, inevitablemente, genera más violencia.
Entrevista a Johan Galtung
(Página Abierta, nº 128, julio 2002)
A principios del mes de mayo, Johan Galtung viajó a Murcia para intervenir en unas jornadas que tenían como título Primer seminario-taller trasnacional intensivo para el entrenamiento en la transformación activa y pacífica de los conflictos nacidos de la exclusión ilegítima y la inclusión forzada, organizadas por la Facultad de Educación de la Universidad de Murcia.
Johan Vincent Galtung nació en Oslo, la capital de Noruega, en 1930. Es sociólogo y matemático, de formación; científico social, de ejercicio intelectual; y ciudadano del mundo, de vocación y compromiso político. Es una de las personalidades más fecundas y creativas de las ciencias sociales actuales, como puede apreciarse en el tamaño, perspectiva y estilo de su obra.
Cuenta Johan Galtung que no se sintió muy cómodo con los profesores y contenidos de la educación básica de su época, con los que adoptó una actitud de crítica constante, a excepción de las lenguas. En la Universidad de Oslo estudió filosofía, matemáticas y sociología. Recuerda con afecto intelectual y amistad el magisterio del gran pensador Arne Naes, quien le mostró algunas de las líneas maestras del pensamiento (cultura e ideología, paz, India, Gandhi) que, más tarde, él constituiría en su propio programa científico. A principios de los años cincuenta se negó a hacer el servicio militar. Propuso a las autoridades sustituirlo por un servicio civil a la nación, algo no previsto en las leyes. Le aceptaron la propuesta, con lo que pasó unos meses trabajando para un departamento del Gobierno. Una disconformidad con el tiempo que le habían ordenado da con su persona en la cárcel. En ese ambiente revive de nuevo la experiencia del contacto descarnado con otras clases sociales, con el mundo de los marginados y la delincuencia.
Galtung cultiva y labora su sociología de la paz, el desarrollo, la política y la cultura, su epistemología taoísta, y su ética gandhiana y budista, a partir de estas experiencias, y se proyecta al mundo entero. Es el creador de la perspectiva y la metodología de la investigación sobre la paz (peace research). En la Universidad de Columbia (EE UU) estudió sociología con maestros como Lazarsfeld, de quien aprendió el virtuosismo metodológico, y Merton, de quien recibió una sólida e integradora formación teórica. En Columbia conoció también a Charles Writh Mills. Con ellos compartió lo positivo y lo negativo de la sociedad y de la época. Entre las cosas buenas está su inmersión en la sociología y en las ciencias sociales desde uno de los círculos científicos, de las bibliotecas y de los laboratorios y observatorios más creativos del mundo, cual es la Columbia University, así como su proyección sudamericana y cultural a otras civilizaciones, como la de la India, China y Japón. Entre los problemas está su participación muy activa y crítica contra el programa del Gobierno norteamericano de uso de los científicos sociales para extraer información de carácter político en Sudamérica, conocido como Camelot. Le costó algunos disgustos políticos con el Gobierno norteamericano de Johnson y con diversos colegas, al ser tildado de activista antinorteamericano.
Ha impartido la enseñanza en universidades, institutos y círculos profesionales de Europa, América y Oriente, particularmente en Japón, con sus temas fundamentales: investigación sobre la paz, cultura profunda, civilizaciones, economía y política, claves sociológicas y holísticas, los verdaderos mundos, epistemología y metodología. El fruto de su vida de investigador es una vasta obra, compuesta por más de cien libros y varios centenares de artículos, entre los que se pueden citar Investigaciones teóricas. Sociedad y cultura contemporáneas (1995), una antología de su obra realizada por profesores del Departamento de Sociología I de la Universidad de Alicante; y el ensayo reciente September 11: Diagnosis, Prognosis, Therapy (Transcend, noviembre de 2001).
Con Johan Galtung en Murcia
Johan Galtung es presidente de Transcend, organización para la información y acción cívica en los ámbitos de la paz, el desarrollo y la cultura, que opera en Internet, y presidente de honor de la Fundación de Ciencias Sociales y Mundo Mediterráneo, con sede en Altea (Alicante), dedicada a la investigación, documentación y seminarios sobre culturas, civilizaciones y sociedades mediterráneas en una línea temporal de los últimos 11.000 años.
En el transcurso de ese seminario-taller, mediante el que se pretendía crear una red de activistas sociales que colaboren en la transformación pacífica de conflictos e intenten resolverlos de acuerdo con los derechos humanos, pudimos conversar con él.
Con la caída del Muro de Berlín empezó una época histórica en la que se nos aseguraba que con la desaparición de la bipolaridad podría acercarse un tiempo más pacífico en las relaciones internacionales. Sin embargo, la realidad es precisamente la contraria, con más de sesenta conflictos armados abiertos en el mundo. ¿Cómo definiría la situación internacional actual?
En primer lugar, diré que los que vaticinaban eso, como las tonterías del fin de la Historia, no habían comprendido nada. Al caer la URSS entramos en una fase distinta, caracterizada por la hegemonía de un superestado como Estados Unidos y un florecimiento de todo tipo de tensiones nacionales, políticas... soterradas y reprimidas anteriormente. Además, hay que tener en cuenta el hecho de que la globalización económica está siendo percibida como negativa por gran cantidad de pueblos, especialmente los del ámbito cultural musulmán, no sólo por sus efectos económicos perversos, sino porque reivindicaciones como las del pueblo palestino siguen sin ser atendidas precisamente por los mismos que se presentan como los garantes de la democracia y los derechos humanos.
Es inevitable que le pregunte por su opinión sobre lo ocurrido el 11 de septiembre.
Nos estamos encaminando hacia una situación muy peligrosa. De todos modos, hay que empezar a analizar lo sucedido antes del 11-S. Hay que preguntar qué hubiera pasado si EE UU hubiera reconocido, en mayo de 2001, a Palestina como Estado, si hubiera retirado sus tropas de Arabia, si hubiera entablado un diálogo para dar fin a las sanciones a Irak, y empezar otro diálogo con Irán. Quizás entonces no hubiera habido el 11-S.
Eso suena a justificación a posteriori de los atentados, como si sólo Estados Unidos tuviera responsabilidad en lo ocurrido.
Bombardear a 4.000 personas no me parece un acto muy honorable, es terror puro y duro, propio de un fundamentalismo de origen wahabita que se enfrenta a otro fundamentalismo de signo contrario, el de Bush.
¿Entonces, qué propone como posible solución alternativa a la intervención militar?
Lo dije ya entonces. Primero, tomarse una pausa para reflexionar; segundo, diálogo; tercero, intentar entender qué es lo que está pasando; cuarto, reconciliación; quinto, solucionar los conflictos. Ése es el esquema que deberíamos aplicar en cualquier conflicto. Y que no se me diga que no se puede hablar con los extremistas. Hay que hablar siempre, en Afganistán o en Palestina, porque lo primero que hay que entender es por qué los miembros de Al Qaeda se han encontrado con un terreno abonado. Es algo que tiene que ver con la política que Occidente está aplicando. Por ello, yo procuro evitar la palabra terrorista, porque también los extremistas tienen razones para actuar como actúan. Además, todavía no han acabado con Bin Laden, y aunque lo hicieran surgirían otros diez. La ira y la sed de venganza, en los dos bandos, está muy arraigada. Y los bombardeos sobre Afganistán o la pasividad ante lo que sucede en Palestina es el caldo de cultivo para alimentar nuevas olas de revancha: si por las buenas no se me hace caso, recurriremos al lenguaje que parece que Occidente entiende.
Usted ha sido considerado uno de los padres intelectuales del movimiento antiglobalización. ¿Cuál es su opinión sobre la globalización y ese movimiento de oposición a ella?
La globalización es simplemente americanización. Hay mucha gente que no sabe que la globalización la inventaron los americanos para poder invertir en bolsas extranjeras. Además, es percibida como un elemento de unificación cultural que arrasa con los valores arraigados en otras culturas. Un ejemplo es la diferencia de concepto que se tiene del comercio en el mundo árabe, donde es concebido como una relación personal total, holística, mientras que en Occidente es concebido simplemente como transacción económica.
Además, ha sido fundador del movimiento Trascend. ¿Podría explicar qué es ese movimiento y en qué consiste exactamente el método Galtung?
Es un método para transformar los conflictos violentos que surgen entre los pueblos y Estados, es un plan para darles una salida pacifica. Está basado en el diálogo, en la imaginación y en la creatividad.
El movimiento Trascend es una red internacional, con experiencia en conflictos internacionales, que puede intervenir en cualquier momento. Hacemos una especial incidencia en intentar escuchar a todas las partes y buscar soluciones imaginativas que los actores del conflicto, precisamente por su situación de inmersión en el propio conflicto, no pueden ver. Además, hacemos un especial seguimiento en la reconciliación de las partes, que es lo más complicado siempre.
¿En qué conflictos han intervenido y qué ha supuesto su intervención?
Pues hemos acudido ya a más de 45 conflictos, incluso en Afganistán, país al que el Gobierno de Canadá ha enviado a uno de nuestros equipos. Nuestra forma de trabajar insiste fundamentalmente en buscar la verdad de las partes en conflicto, porque en todo conflicto nunca hay un bien y un mal absolutos, como en el caso de Afganistán. Se podría decir con razón que hay conflictos que parecen irresolubles, pero para mí es una cuestión casi de fe, como la que tiene el médico en que todas las vidas se pueden salvar. Pero las soluciones pueden ser difíciles y no necesariamente buenas para todos, por eso hace falta mucho diálogo con todas las partes. En el caso de Yugoslavia llegamos a tener casi 27 actores en la negociación, por lo que las posibilidades para una salida son muy variadas. Hay que tratar de no ser dogmáticos, ya que todas las propuestas pueden ser inaceptables para alguien.
¿Está hablando de sentar en la misma mesa y poner a hablar a líderes que se odian?
Jamás. Eso haría imposible el diálogo. Es un gran error plantear el diálogo así en un primer momento. El diálogo es un arte que tiene trucos diabólicos. Pero si dos enemigos se miran a los ojos, puede dar por seguro que no van a comenzar a hablar. Todo el trabajo inicial ha de correr a cargo de un mediador de conflictos, una persona que habla con todas las partes y que les ofrece una solución imaginativa, un plan de futuro que permite a los enemigos darse cuenta de que lo que se les sugiere es mejor que lo que tienen actualmente. En esta estrategia desempeñan un papel muy importante los periodistas, como transmisores de nuevas perspectivas de diálogo, no como meros narradores de las explosiones de violencia y de sus consecuencias. Los periodistas tienen un apetito inmenso de violencia. Es muy importante educar a los medios de comunicación en un periodismo para la paz, que huya de mostrar sólo los conflictos sangrientos porque eso es lo que vende. En Trascend tenemos un equipo especial de trabajo en este sentido.
¿Podría poner un ejemplo de una intervención de diálogo exitosa que demuestre la eficacia de su método?
Pues hemos participado asesorando a la ONU en muy diversos conflictos. Algunos de los casos en los que me siento más satisfecho son el del conflicto entre Checoslovaquia y la antigua URSS, o el de las guerras entre Ecuador y Perú, en el que ayudamos a acabar con un conflicto que duraba más de cincuenta años. En 1995 propusimos que la zona selvática en disputa se convirtiera en un parque natural con soberanía compartida. Una solución nueva que permite que las dos partes disfruten de ese terreno. Lo propusimos por primera vez en 1995, y entonces nos dijeron que era una solución demasiado imaginativa. De todas formas, a los tres años se firmó el tratado. Y esas noticias no son las que a la prensa le gusta promocionar.
Un conflicto importante en las civilizaciones occidentales es su actitud ante las migraciones. En España, tras el caso de El Ejido, vemos imágenes que pensábamos propias de otro tiempo o lugar, y la tensión crece en determinados momentos y situaciones. ¿Cómo ve el panorama del fenómeno de la inmigración?
Es evidente que el diálogo intercultural es fundamental. Los españoles, como muchos europeos, intuyen que los inmigrantes son portadores de una cultura extraña y profunda, y se sienten amenazados porque creen que ocultan algo peligroso. Y como, encima, no se habla, el foso crece. Visité El Ejido, y lo que más me llamó la atención es que no había ni un solo lugar donde españoles y marroquíes pudieran discutir sus asuntos cotidianos. Es claro que los cafés, por ejemplo, unos lugares privilegiados de encuentro, están divididos, son espacios de desencuentro. No pudimos encontrar un local en el que se pudieran sentar a hablar.
¿Cuál es su concepción del pacifismo?
No me gusta la idea del pacificador, impregnada de connotaciones religiosas y espirituales, ese no es mi estilo. Creo en las enseñanzas de Gandhi, pero tampoco lo sacralizo, porque él también cometía errores, pedía demasiado a la gente, era muy duro. Nosotros trabajamos con medios pacíficos, pero no por una convicción moral, sino porque pensamos que es una opción siempre mejor a la violencia, que genera inevitablemente más violencia. Por ello, hay que dar pasos en lo que llamamos transarmamento, optar por modelos de defensa no ofensivos que permitan ir rebajando la tensión y dar más opciones a la utilización de la ONU, una ONU distinta a la actual, en la que, por ejemplo, no se den situaciones como el que en el Consejo de Seguridad no haya ni un solo representante permanente del mundo musulmán.
Tras la violencia
Comentarios de Manuel Lario sobre el libro Tras la violencia, 3 R: reconstrucción, reconciliación, resolución. Afrontando los efectos visibles e invisibles de la guerra y la violencia, de Johan Galtung. Bakeaz/Gernika Gogoratuz. Bilbao, 1998. 126 páginas.
La palabra paz puede convertirse en un instrumento muy eficaz de bloqueo de la auténtica paz si es entendida como la simple ausencia de violencia directa y visible. Este libro, escrito para después de la guerra, indica que el alto el fuego, la tregua y la firma de un tratado de paz, aun siendo muy importantes, no lo son todo. El proceso posterior al fin del enfrentamiento armado es complejo, delicado, y puede resultar engañoso en la medida en que puede convertirse fácilmente en un antes de una nueva violencia. Puede ser un mero período entre guerras si no se tiene en consideración que por debajo de la violencia visible existe una violencia estructural (represión, explotación, injusticia, alienación) y una cultura de la violencia (heroica, patriótica, patriarcal). Estas estructuras y valores no desaparecen mecánicamente con la firma de un acuerdo de paz, y, además, pueden seguir siendo fuente de conflictos violentos. La construcción de la paz comienza en las mentes humanas, pero no puede prosperar si, paralelamente, no se desarrolla una cultura de paz sobre estructuras justas.
Johan Galtung articula en este libro la teoría y la práctica para hacer propuestas de construcción de la paz después de una guerra, desbloqueando el proceso más allá del alto el fuego. La respuesta que presenta se centra en tres R: reconstrucción, reconciliación y resolución.
La reconstrucción está destinada a afrontar los efectos de la violencia visible y directa. Galtung entiende la reconstrucción como un concepto amplio que abarca varios enfoques: reconstrucción como rehabilitación, cierre de heridas y superación del trauma individual y colectivo. Reconstrucción física de los daños materiales, con cuidado de no sustituir la invasión militar por la invasión económica del sector privado, es decir, haciendo hincapié en la necesidad de un diálogo nacional con amplia participación ciudadana. Reconstrucción como restablecimiento de la democracia, entendiendo por ésta no sólo la celebración de elecciones, sino la eliminación de la exclusión social mediante la elevación de los niveles de educación y salud de los marginados. La democracia política no funciona por encima de las brechas de desigualdad. Por último, reconstrucción como reculturación, modificando los valores machistas, racistas y maniqueos imperantes por valores de igualdad, de respeto a la diferencia, de comunicación y diálogo entre todos los sectores de la sociedad.
La reconciliación busca atajar la violencia cultural. Se entiende la reconciliación como cierre y curación de las heridas provocadas por la guerra, lo cual debe reflejarse tanto en la conducta como en la actitud de las personas. El autor presenta doce métodos de diferentes culturas con propuestas indicativas en cada uno de ellos. Pero apunta que, tomados individualmente, ninguno de estos enfoques es la panacea, ni es capaz de manejar la complejidad de la situación después de la guerra. En el campo de la reconciliación es necesaria la combinación, e invita al eclecticismo cultural.
La resolución está dirigida a la violencia estructural, y se han de abordar las causas profundas del conflicto. Para ello es preciso poner en práctica la empatía, la no violencia y la creatividad.
Las tres fases se necesitan y complementan entre sí. Es más, si falta una de ellas, no se obtendrá ninguna de las otras dos. La enorme complejidad de los problemas después de una guerra exige una interacción rica y diacrónica de las tareas de la construcción de la paz para, de este modo, desarrollar la capacidad de transformar los conflictos de un modo pacífico y creativo.