Manuel Llusia Los referendos de Francia y Holanda

Manuel Llusia

Los referendos de Francia y Holanda
(Página Abierta, 161, julio de 2005)

Para la obligada ratificación del Tratado por el que se establece una Constitución para Europa, firmado por los veinticinco Jefes de Estado de la Unión Europea y aprobado muy mayoritariamente por el Parlamento Europeo, Francia y Holanda celebraron sendos referendos en el intervalo de tres días. En ambos, una amplia mayoría social rechazó la ratificación promovida por sus respectivos Gobiernos y Parlamentos. El Tratado, tal cual, ha quedado herido de muerte, si no totalmente anulado, y la UE queda, de momento, en una situación de cierto impasse en los proyectos trazados.

El caso francés

Con una alta participación, el 69,74% –similar a la del referéndum sobre el Tratado de Maastricht (69,69%)–, la mayoría de los votantes ha dicho “no”: el 54,87%.  De un censo de 41.347.483 electores, han votado cerca de 29 millones, de los cuales casi 15,5 millones han votado “no”, más de 12,5 millones han votado “sí” y un poco más de 700.000 han votado blanco o nulo. 
Estamos, en primer lugar, ante una de las cifras de abstención más bajas de las consultas europeas, y la más baja de los referendos franceses en una docena de años. La población francesa, pues, ha vivido un intenso y controvertido debate sobre la construcción europea y la posición de Francia en ella, de la mano de la propuesta de ratificación –mediante un referéndum vinculante– del Tratado constitucional aprobado por los Estados mayores de los 25 y el Parlamento Europeo.
El pasado 28 de febrero, el 90% del Parlamento francés había aprobado la revisión constitucional previa a la ratificación de la Constitución europea. Se abría la puerta a la consulta en referéndum: «¿Aprueba usted el proyecto de ley que autoriza la ratificación del tratado que establece una Constitución para Europa?».
Las fuerzas parlamentarias mayoritarias de izquierda y derecha –la Unión por un Movimiento Popular (UMP), el Partido Socialista (PS) y la Unión por la Democracia Francesa (UDF)– y algunas minoritarias (los Verdes), grandes sindicatos (CFDT), los principales medios de comunicación, organizaciones empresariales y buena parte de la intelectualidad francesa, apostaban por el “sí” (1).
En el “no” se situaban, por un lado, el PCF (Partido Comunista); el grupo disidente del PS encabezado por Laurent Fabius; el extraparlamentario Polo Republicano-MRC, del ex socialista Jean-Pierre Chevenèment; los grupos trotskistas (LO, LCR), y otros grupos de izquierda. Y por otro, fuerzas de derecha y extrema derecha, como parte de la parlamentaria RPF (Agrupamiento por Francia); el MPF (Movimiento por Francia), de Philippe de Villiers; el MNR, y el FN  de Le Pen.
También en el rechazo del Tratado, y con no poca influencia, han estado movimientos como Attac, junto con otros grupos del movimiento “Otro mundo es posible”, y sindicatos como la CGT.  
Este resultado final, tras la serie continua de prospecciones sobre intención de voto, en las que el ascenso del “no” parecía imparable, ha forzado más que nunca, por la trascendencia del resultado, la búsqueda de una explicación lo más detallada posible. Una forma de hacerlo es echar mano de las encuestas cruzadas que han mostrado las razones del voto aducidas y las características políticas, sociales, de edad, etc., del electorado que ha votado una y otra posición. Evidentemente, la fiabilidad no puede ser completa. Y a eso hay que añadir la dificultad que encierra la interpretación de algunos de estos datos.
En esta ocasión nos vamos a limitar, prácticamente, a una descripción de esos sondeos. En próximos números, trataremos de recoger visiones más generales de lo sucedido y de los efectos producidos, así como de las perspectivas que se abren tras la crisis en la que este resultado y el de Holanda han sumido a la UE, con la ayuda –todo hay que decirlo– de las propias dificultades y desacuerdos que arrastran los Estados miembros y su unión.

Las razones de la opción elegida

Leemos en la revista Politis los resultados de dos sondeos realizados a la salida de las urnas por dos institutos, CSA e Ipsos.
[A partir de aquí, en todos los casos recogemos las razones que más porcentaje de apoyo han obtenido. Lo que no quiere decir que sólo fuesen éstos, y en ese orden, los motivos de la lista presentada por los entrevistadores a la gente encuestada.]
Por lo que hace a las razones de los votantes del “no”, según la encuesta de Ipsos:
– Un 52% lo había hecho porque estaba «descontento con la situación económica y social actual de Francia».
– Un 40%, porque «la Constitución es demasiado liberal en el plano económico».
– Un 39 %, porque «eso permitirá negociar una mejor Constitución».
– La oposición a la entrada de Turquía en la UE (un 35%) y la amenaza que representaría la Constitución para la identidad de Francia (un 32%) venían a continuación.
En el sondeo de CSA, la situación social en Francia (55%); el contenido del texto de la Constitución europea (20%); la entrada posible de Turquía en la UE (20%); las orientaciones, liberales o sociales, de la política europea (17%); el papel de Francia en Europa (17%), son las posiciones que más han contado en el momento de la elección del voto “no”. Mucho más atrás quedaba la consideración con respecto a Chirac y a su Gobierno (10%).
Por su parte, el diario Liberation publicaba el 31 de mayo una encuesta realizada por el instituto Louis Harris, para este periódico y otros medios, sobre las motivaciones de los votantes de una posición y otra. En este aspecto del sondeo se mostraba una lista de motivos y la persona encuestada tenía que señalar los que más le habían incitado a votar “sí” o “no”.
De la lista de motivos señalada para el “no”, los resultados eran los siguientes:
– «Permitir renegociar el tratado» (39%).
– «Rechazar una Europa demasiado liberal» (32%).
– «Expresar un malestar general» (31%).
– «Preservar la independencia de Francia» (27%).
– «Manifestar su descontento frente a la situación económica y social actual» (25%).
– «Señalar su oposición a la entrada de Turquía en la UE» (22%).
– Y, por último, entre otras respuestas de menor porcentaje, «Oponerse a la construcción de Europa tal y como está actualmente comprometida» (18%).
Y de la lista para el “sí”:
– «Dar mayor influencia a Europa en el mundo» (59%).
– «Manifestar su adhesión general a Europa» (39%).
– «Dar más coherencia a la UE» (33%).
– «Evitar un debilitamiento de Francia en Europa» (26%).
– «Evitar un bloqueo de la construcción europea» (13%).
– «Sostener los avances sociales de la Constitución» (13%).
Días antes de celebrarse el referéndum, TNS Sofres realizaba un sondeo para Le Monde, RTL y LCI. Una parte de la encuesta iba dirigida a conocer la opinión sobre las posibles consecuencias del resultado del referéndum.
Un 54% de la gente encuestada estaba de acuerdo con que «La victoria del “sí” hará más fuerte a Europa frente a unas superpotencias como EE UU o China», mientras que un 39% se declaraba en desacuerdo.
Ante la frase «La victoria del “sí” pondrá en peligro los servicios públicos en Francia», un 46% decía estar de acuerdo, un 43% no estaba de acuerdo y un 11% no opinaba.
Una tercera opinión propuesta era la siguiente: «La victoria del “no” permitirá renegociar la Constitución para lograr un texto más social». Sobre ella, un 52% se declaraba de acuerdo y un 36% en desacuerdo.
Por último, la conclusión de que «La victoria del “no” debilitará el crecimiento y el empleo en Francia» era rechazada por un 63%, mientras que un 23% decía estar de acuerdo y un 12% no opinaba.
Una vez celebrado el referéndum, TNS-Sofres, de nuevo, y Unilog realizaban un sondeo para Le Monde, RTL y TF1. Una de las cuestiones a examen era las razones del “no”: «Entre las siguientes razones, ¿cuáles son las que le han empujado más a votar “no”?». El resultado fue el siguiente:
– Un 46% señaló: «Este tratado agrava el paro en Francia».
– Un 40%: «Quiero expresar mi malestar con respecto a la situación actual».
– Un 35%: «El “no” permitirá renegociar el tratado». 
– Un 34%: «Este tratado es demasiado liberal».
– Un 34%: «Este tratado es particularmente difícil de entender».
Según el comentario de los datos de este sondeo, la cuestión de la entrada de Turquía en la UE no ha sido un factor determinante en el rechazo del tratado, salvo en el electorado de derecha: este argumento es citado por algo más de un tercio (35%) de los electores próximos a la derecha parlamentaria (UMP, UDF, RPF) y de la extrema derecha.
Y en relación con las consecuencias de la victoria del “no” para la influencia de Francia en Europa y para la construcción de Europa, en el primer caso, un 57% no creía que la influencia francesa se debilitaría, mientras que un 41% sí; y en el segundo, un 58% no creía que se fuese a debilitar la construcción europea, frente a un 39% que creía lo contrario. (Al fin y al cabo es lo que se corresponde con los resultados del referéndum).

Fractura generacional y social

Por lo que hace a los datos sobre edad y composición social, el redactor de las notas para Politis sobre la sociología del escrutinio, Michel Soudais, apuntaba: «Estamos ante un “no” joven... Contrariamente a lo que se había observado con respecto al Tratado de Maastricht, en el que el “sí” era mayoritario en todos los tramos de edad, salvo entre los 24 y 34 años, el voto del 29 de mayo muestra una fractura generacional».
Según los datos de ambos institutos de opinión, CSA e Ipsos, el “no” gana en todos los tramos de edad, salvo en el de 60 a 69 años. Ipsos sitúa este voto en un 56% entre 18 y 24 años; en un 55% entre 25 y 34 años; en un 61% entre 35 y 39 años. El “sí” sólo es mayoritario, un 56%, en la franja entre 60 y 69 años, y alcanza un 58% en los votantes de 70 años en adelante (2).
«El corte entre personas activas y jubiladas no ha sido nunca tan claro. Ello da prueba de las inquietudes económicas y sociales de los primeros, mientras que los segundos continúan identificando Europa con la paz», concluye Michel Soudais.
En la misma revista, Bernard Langlois recoge otros datos relacionando el voto con las clases sociales y con los electorados de las fuerzas políticas francesas.
Se inclinaron por el “no” un 60% del total de las personas asalariadas que votaron; un 80% de los obreros y obreras; un 70% de la gente en paro; un 60% de la gente campesina. Como apuntaría Le Monde, «la mayoría de las clases medias ha basculado hacia el “no”» (3).
De los 100 departamentos en los que se divide Francia, en 84 ha ganado el “no”. Aunque la gran mayoría de las grandes ciudades han votado “sí”, como París (66%), Lyon, Burdeos, Estrasburgo o Toulouse. Sin embargo, algunas han votado mayoritariamente “no”, como Marsella (ampliamente), Niza, Lille o El Havre, al igual que los departamentos más rurales y obreros.  
Y por lo que hace a los votantes en el referéndum según su declarada pertenencia a un electorado determinado, entre el 54% y el 56% provenía del campo socialista; un 60% del ecologista; un 95% de la extrema izquierda, y entre un 93% y un 98% del electorado comunista, según las distintas encuestas.
El propio director general de Ipsos, Pierre Giacometti, concluye que de cada 100 votos negativos, 55 pertenecen a personas que votaron por la izquierda en las últimas elecciones. Y de estos mismos sondeos se extrae que entre los votantes del “no” el europeísmo es mayoritario, supone un 57%.
En la encuesta previa al referéndum, antes comentada (4), ya se señalaba que sólo el electorado de la derecha parlamentaria sostenía el “sí”: un 80% de votantes de la UDF y un 75% de la UMP. Mientras, el electorado del PS se iba inclinando mayoritariamente por el “no”, y lo mismo sucedía con verdes y otros ecologistas. 
El mismo sondeo concluía que el campo del “sí” estaba compuesto mayoritariamente por ejecutivos y miembros de profesiones intelectuales, además de los mayores de 65 años, en particular jubilados.   
 
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(1) La composición actual de la Asamblea Nacional, tras las elecciones legislativas de 2002, es la siguiente: el grupo de la UMP ocupa 363 escaños (en los que están incluidos, entre otros, 6 de los 7 diputados del RPF); el Socialista, 150 (los 141 del PS y otros de izquierda); el de la UDF, 31; el grupo Comunistas y Republicanos, 22; más 11 diputados (entre los que se encuentran, por ejemplo, los 3 de Los Verdes) que completan la lista de los 577 escaños. El FN no consiguió ningún diputado, aunque obtuvo casi 400.000 de los 21 millones de votos a candidaturas. Tampoco, el grupo de Chevenèment ni las fuerzas trotskistas. 
(2) Parecidas cifras publicaba Le Monde el 31 de mayo: habían votado “no” un 59% entre 18 y 24 años, y en la misma proporción entre 25 y 34; sin embargo, el más alto nivel, 65%, se observa en la franja de 35 a 49 años. En el referéndum sobre el Tratado de Maastricht en 1992, un 52% de esta generación, que tenía entonces entre 22 y 36 años, votó “sí”.
(3) Según los primeros sondeos realizados por TNS-Sofres después de la votación, «el “sí” sólo era mayoritario en los ejecutivos y votantes pertenecientes a profesiones intelectuales (62%), los diplomados de enseñanza superior (57%) y los jubilados (56%). Las otras categorías sociales de la población han votado mayoritariamente “no”: 81% de obreros, 79% de parados. Pero también el 56% de los profesionales intermedios y el 60% de los empleados» (Le Monde, 31 de mayo de 2005).
(4) Sondeo realizado por TNS Sofres para Le Monde, RTL y LCI.


El caso holandés

Unos 12 de los casi 16 millones de habitantes de Holanda estaban convocados el 1 de junio pasado al primer referéndum en cincuenta años que se celebraba en este país. Se trataba de una consulta sobre la ratificación o no del Tratado constitucional promovido por las instituciones de la Unión Europea.
Aunque días antes ya se preveía el resultado a favor del “no”, los datos definitivos mostraron una participación y un rechazo aún mayores a la ratificación del Tratado. Acudió a las urnas un 63,4% del electorado, muy por encima del 39% registrado en las últimas elecciones al Parlamento Europeo: un 61,6% votó en contra, frente a un 38,4% que optó por el “sí”.
Meses antes nada hacía pensar en este resultado: en noviembre de 2004 sólo el 10% de los votantes anunciaban que optarían por el “no”, el 39% se pronunciaba por el “sí” y el 41% se mostraba indeciso; un 10% no iría a votar. Pero en marzo de 2005, la opinión pública había dado un vuelco: el “no” alcanzaba ya un 24%, el “sí” bajaba a un 22%, los indecisos representaban el 48%, y había un 7% de abstenciones. Por último, el 27 de mayo pasado se imponía el rechazo: el 52% estaba por el “no”, el 29% por el “sí”, el 16% se mostraba aún indeciso y el 3% había decidido abstenerse (1).
El referéndum no era vinculante, aunque el Parlamento había fijado un umbral mínimo del 30% de participación para considerar el resultado como representativo. Un umbral, al final, más que superado. Así pues, con ese nivel de participación cercano a los dos tercios del electorado y la victoria del “no” en casi la mitad de los ciudadanos con derecho a voto (mientras los partidarios del “sí” eran sólo la cuarta parte y los que no acudieron a las urnas algo más de un tercio), Holanda se convertía en el segundo país fundador de la UE, tras Francia, que rechazaba el Tratado constitucional.
Con este resultado se constataba que la mayoría del electorado había dado la espalda al Gobierno y al Parlamento: de los 150 diputados holandeses, sólo 23 se oponían a la “Constitución” europea.
Los partidos en el Gobierno (los democristianos del CDA, los liberales del VVD, Partido Popular por la Libertad y la Democracia, y los social-liberales del D66, Demócratas 66) desde 2003 y los de la mayoría de la oposición, el PvdA (laboristas) y el Groen Links (alianza de ecologistas y algunas corrientes de izquierda), promovían el “sí”.
En el campo del “no” se encontraban el PS (Partido Socialista) y tanto la Lista Pim Fortuyn como una nueva formación dirigida por Geert Wilders –ex dirigente del VVD– en competencia con la Lista Pim Fortuyn, grupo considerado populista-xenófobo, pero cuyo electorado ha sido más amplio, recogiendo votos en la izquierda y la derecha.
Diversos estudios señalan que más de la mitad de los votantes laboristas (PvdA), y más aún los de los  liberal-conservadores (VVD), no han seguido las consignas de estas fuerzas y han votado “no”. Como lo han hecho un tercio tanto de los seguidores de los democratascristianos en el Gobierno, el CDA, como de los de la  izquierda-verde, el  GL [ver cuadro adjunto].
Pero esa fractura no sólo se daba entre la ciudadanía y los partidos. Como ha señalado Rinke van den Brink, también se producía entre algunos movimientos sociales y organizaciones no políticas: «Lo prueba esa encuesta de NOS del 21 de mayo último: Las grandes centrales sindicales, el movimiento por la paz, las asociaciones de derechos humanos, el Touring Club, las organizaciones ecologistas, la patronal, las iglesias, defendían ardientemente el “sí”, pero la mayoría de sus adherentes el “no”» (2).
A la luz de estos resultados, se puede concluir que la mayoría de la izquierda ha votado “no”, como lo ha hecho buena parte del electorado liberal. Y por supuesto, la amplia mayoría de los seguidores de la Lista Pim Fortuyn y de la nueva fuerza Grupo Wilders. 

Las interpretaciones
 
Hasta aquí algunos datos no discutidos. Las explicaciones sobre lo sucedido son ya más controvertidas, aunque no mucho en realidad.
Nada más conocerse los resultados, el primer ministro holandés, Jan-Peter Balkenende, declaraba: «Entendemos las preocupaciones de los holandeses: acerca de la pérdida de soberanía, el ritmo de los cambios sin que los ciudadanos se sientan implicados y las aportaciones financieras de nuestro país [a la UE]». Y añadía que el resultado del referéndum holandés era un veredicto sobre el Tratado constitucional, no contra la cooperación europea. El primer ministro admitió que «Europa ha sido en los últimos años demasiado política y no suficientemente de los ciudadanos... a quienes vamos a  involucrar más en la Europa del futuro», concluyó.
Y aunque el descontento social va dirigido también contra la clase gobernante, pocos se atreven a levantar la voz pidiendo las cabezas del Gobierno. Una encuesta de Interview-NSS mostraba que el 58% de las 2.000 personas encuestadas no creía que el Gobierno de Balkenende debiese dimitir, aunque el 26% creía que sí.
En esa misma encuesta, aparecía un dato curioso. Se preguntaba también si creían que dentro de un año se debía celebrar de nuevo el referéndum. Pues bien, un 44% opinaba que era una buena idea y un 46% que no.
Un resumen rápido de los motivos de este movimiento mayoritario del “no”, según la prensa holandesa, señalaría que tienen que ver con la desconfianza que genera la Constitución europea: por la entrada de Turquía y de un texto tan largo y complicado; porque el euro no ha sido tan positivo como se decía; porque Holanda pierde poder y los ciudadanos holandeses son de los que más pagan por cabeza a la UE.
Otras fuentes fijaban en tres grandes bloques el descontento: el cansancio social por el estancamiento económico, el sentimiento de desafío de la inmigración y el miedo, como país pequeño, a quedarse diluido en un super-Estado europeo.
Ahora bien, además de mayor precisión sobre estas cuestiones, hace falta saber cuánto ha pesado cada una de ellas en la mayoría de rechazo. Y en eso se afanan políticos y analistas.
Ha sido muy común entre miembros del Gobierno y parlamentarios en la oposición que defendían el “sí” señalar que los ciudadanos, además, han denunciado con su voto la brecha existente entre la clase política holandesa y europea con los ciudadanos.
Al hablar del peso del estancamiento económico que atraviesa Holanda, se han hecho valoraciones algo diferentes. Según los análisis de la empresa demoscópica Maurice de Hond, motivos como el estancamiento económico desde 2003 (3) han jugado un papel secundario en el voto negativo. Mayor valor se le da al malestar por el encarecimiento de la vida, que se achaca, entre otras cosas, a la implantación del euro. A lo que se añade la sospecha de que la conversión del florín al euro se hizo de forma desfavorable para el consumidor, habiendo tenido como punto de partida una valoración demasiado baja de la moneda holandesa.
También se ha puesto en el punto de mira de la campaña del “no”, con éxito sin duda, el dato de que la contribución per cápita de Holanda al presupuesto de la UE es la mayor de sus 25 miembros, a pesar del creciente desempleo (en 2004 ha alcanzado el 6,4%) y el lento crecimiento (4). El mismo ministro de Finanzas, Gerrit Zalm, así lo ha explicado: los votantes holandeses rechazaron la Constitución europea propuesta por su alta contribución per cápita al presupuesto de la Unión Europea. “Pagamos demasiado”, dijo Zalm a la televisión NOS. Por eso, aun lamentándose del resultado, agregó que el “no” holandés debería mejorar la posición negociadora del país en Bruselas en la cumbre de la UE del 16 al 17 de junio en la que se trataría de establecer el presupuesto del 2007 al 2013. Y efectivamente, allí han presentado sus quejas, formando parte del grupo de países en desacuerdo, por unas razones u otras, con las propuestas iniciales.
No obstante, «es preciso decir –escribe el redactor de NOS Rinke van den Brink– que durante mucho tiempo Holanda recibió más presupuesto europeo de lo que aportó. En 1992, la reforma de la política agrícola común (PAC) iniciada por el comisario europeo, el irlandés Ray MacSharry, invirtió la tendencia: Amsterdam paga más de lo que recibe».  Y ya desde 1999, Holanda se convierte en el país que contribuye más, per cápita, a la caja de la Unión Europea. «Por mucho que les disguste a quienes atribuyen a los holandeses una predisposición a la avaricia, esta generosidad de Holanda nunca había suscitado hasta ahora una oposición seria», apostilla Van den Bri (5).
Como en el caso francés, la preocupación por la pérdida de protección social, por el peligro de debilitamiento del Estado de bienestar, ha estado también presente a la hora de votar. La política del actual Gobierno frente al debilitamiento económico ha priorizado el recorte del gasto público, ganándose la impopularidad en una buena parte de la sociedad. En ese sentido, los analistas, al interpretar los resultados del referéndum, han recordado que los recortes sociales habían provocado que los sindicatos –conocidos por su tendencia consensual típica del modelo holandés– salieran a la calle hace unos meses, algo que no sucedía desde la década de los ochenta.
De esta forma, se han colado aquí también los temores sobre el crecimiento de la inmigración, interpretando que, por ejemplo, con la ampliación de la UE, los flujos de trabajadores de los países del Este, como mano de obra barata y dispuesta a trabajar más horas, van a rebajar los niveles salariales holandeses y minar el ya de por sí decreciente Estado social holandés.

La cohesión social

Pero quizás lo que más influencia haya tenido en esa movilización social de rechazo a la propuesta de la UE ha podido ser una suerte de temor o confirmación de pérdida de identidad, de cohesión social, por varias razones, y no todas directamente achacables al texto constitucional, pero sí a la marcha del proceso de construcción europea y a la relación entre su país –cada país– y la entidad supraestatal.
Por una parte, estaría el argumento de que el “sí” a la Constitución tendría como consecuencia inexorable la pérdida de la influencia de los países pequeños como Holanda en la toma de decisiones europeas. De acuerdo con el sondeo de la empresa demoscópica Interview-Nss, un 54% de los votantes del “no” son contrarios a la Constitución porque piensan que Holanda, uno de los países fundadores de la UE, perderá influencia en el seno de Europa. Como apuntaba Maurice de Hond, en el último debate sobre la Constitución emitido en la televisión pública, en el fondo de estos aspectos reside una “cuestión de confianza en Europa y en los políticos”. Y en parecidos términos se expresaba Wouter Boss, líder del partido mayoritario de la oposición, el PvdA, partidario del “sí”, una vez conocidos los resultados del referéndum: «Los ciudadanos holandeses han aprovechado la oportunidad de pronunciarse sobre un tren que no saben hacia dónde va, por eso es necesario un debate orientado a recuperar la confianza de los ciudadanos».  
En otro sentido, Paul Magnette, presidente del Instituto de Estudios Europeos de la Universidad Libre de Bruselas, al analizar en una entrevista publicada por Le Monde el pasado 10 de junio el “no” holandés, señalaba que el mapa electoral es menos nítido que en Francia: «El “no” está distribuido entre todas las categorías sociales, casi tan fuerte en la derecha como en la izquierda». «Yo creo que el referéndum –añadía– se ha referido más a la ampliación. Las deslocalizaciones y la xenofobia han jugado igualmente un papel importante».
Y en la campaña del “no” de algunos sectores progresistas y liberales se ha contrapuesto el pasado y aún presente del rasgo identitario holandés de la tolerancia y de los logros correspondientes en materia de derechos y libertades (como las aplicadas a la libertad de expresión, a las drogas, eutanasia o prostitución) a la pérdida de esos rasgos culturales por no resolver bien la presión inmigrante y los retos de la integración de esa inmigración, y en especial la que afirma su identidad islámica enfrentada a la cultura y forma de vida holandesas (6).
Sin embargo, la expresión y respuesta de este problema no son unívocas y caminan por derroteros a veces opuestos, que, en este caso, se encuentran en el “no” frente al referéndum de la Constitución europea.
Como señala el corresponsal de El Universal al hablar de la campaña días antes de la consulta, «en el fondo, se refleja el proteccionismo holandés incipiente que ya se puso de manifiesto con el éxito de partidos de tinte xenófobo como el de Pim Fortuyn (7), asesinado en mayo de 2002, cuya influencia provocó un endurecimiento de la política actual de inmigración holandesa. La posible entrada de Turquía en la Unión Europea es un arma eficiente en los argumentos presentados especialmente por el diputado independiente y amenazado por el islamismo radical, Geert Wilders, una de las caras más visibles del “no” en Holanda» (8).
Un último factor en el que coinciden muchos comentaristas es la influencia negativa para sus intereses de la campaña del “sí”. En una encuesta publicada el 28 de mayo, el 10% calificaba como positiva la campaña por el “sí”, y el 59% la evaluaba como negativa, cuenta Rinke van den Brink.
En el sondeo de Interview-Nss antes comentado, un 35% de la gente encuestada protestaba por el tono alarmista de la campaña del “sí”, en la que algunos miembros del Gobierno advertían de que un “no” dejaba la puerta abierta a situaciones de conflictos bélicos como el de los Balcanes. Con similar intención, diputados europeos del CDA han utilizado para la propaganda del “sí” a las víctimas de la Shoah, a los miles de musulmanes exterminados en Sebrenica y a las víctimas del atentado islamista de Madrid.
¿Y en ese debate social en el que la mayoría se iba inclinando por el  “no”, cuáles eran las razones para apoyar el “sí” del resto de los votantes? Sobre ello no hemos podido recoger nada más que lo que señalaba  –que es bien poco– la corresponsal del El País en Holanda, Isabel Ferrer, un día antes del referéndum: «De las encuestas se desprende que los electores que apoyan el tratado lo hacen porque “no desean quedarse a la cola de Europa ni tampoco significarse” o bien opta por “secundar a su partido de siempre”. En esa lealtad y en la voz de los indecisos ha depositado su confianza el Gobierno».

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(1) Datos de las encuestas realizadas por la oficina TNS NIPO a cuenta de la televisión RTL.
(2) En “Las razones de los holandeses”, un artículo publicado por Le Monde Diplomatique (Edición Cono Sur) dentro de  un dossier sobre los referendos francés y holandés. Rinke van den Brink es redactor de NOS, telediario de las cadenas públicas holandesas.
(3) El Producto Interior Bruto (PIB) bajó de un 0,0% en el cuarto trimestre de 2004 a un -0,1% en el primer trimestre de 2005, y la tasa de inflación interanual fue del 1,3% en el pasado mes de abril.
(4) Sin embargo, su tasa de empleo precario es una de las más bajas de la UE, y por supuesto bastante más baja que la de Francia, por ejemplo.
(5) «En 2002 la contribución holandesa se elevaba a 180 euros por habitante, es decir, el 0,65% del PNB: cerca del doble de Alemania (0,38%). También en 2002, Holanda aportó 4.500 millones de euros a Bruselas y recibió solamente 1.600 millones, tres cuartas partes de los cuales correspondían a subsidios agrícolas. En 2003, Holanda entregó a Bruselas 5.900 millones» (nota de Rinke van den Brink en “Las razones de los holandeses”).
(6) En Holanda se calcula que existe un 10% de población de origen extranjero, de la que un millón es musulmana y una buena parte, 300.000 personas, marroquí. En Amsterdam viven unos 120.000 musulmanes. Sobre esta población se ceba la discriminación, en clara contradicción con la afamada tolerancia holandesa (“Los islamistas ponen a prueba la tolerancia holandesa”, El País,14 de noviembre de 2004).  
(7) En las elecciones al Parlamento holandés, días después del asesinato de Pim Fortuyn en mayo de 2002, su partido obtuvo 26 escaños, convirtiéndose en la segunda fuerza electoral del país. Sin embargo, en las últimas, las de enero de 2003, perdió los dos tercios de los votos anteriores.
(8) «Wilders preconizaba una línea todavía más dura sobre la inmigración, la integración y la inseguridad, y contrariamente a su partido rechazaba la adhesión de Turquía, posición que radicalizó aún más después del asesinato del cineasta Theo Van Gogh, el 12 de noviembre de 2004, por un joven fundamentalista que, según la policía, pertenecería al grupo terrorista Hofstadgroep» (“Las razones de los holandeses”).

Las impresiones de Paul Scheffer

El pasado 3 de junio, en la pequeña sección de Le Monde “Trois questions à...”, el sociólogo holandés Paul Scheffer resumía sus impresiones sobre los resultados del referéndum contestando a las preguntas del diario francés.

¿Cómo explica usted la amplitud del “no” holandés?
«La idea de que los Países Bajos, Estado fundador, pierde influencia debido a la ampliación ha hecho mucha mella en los espíritus. Como lo que ha sucedido con el pacto de estabilidad, impuesto a los pequeños países pero que Berlín y París han abandonado cuando ellos han querido. El sentimiento negativo más fuerte ha sido, sin embargo, el generado por los partidarios del “sí” cuando han descrito el eventual rechazo del proyecto de Tratado como un acto irresponsable que aislaría a los Países Bajos, tendría consecuencias [negativas] económicas o llevaría a una nueva guerra. Una mayoría ha acabado por considerar que eran ellos los que arriesgaban demasiado comprometiendo al país en un proceso demasiado rápido y renunciando demasiado deprisa al derecho de veto».
¿El sentimiento de pérdida ha influido mucho?
«Para muchos holandeses, incluso moderados, esta “pérdida” toma diversas formas. La inmigración es el símbolo de la globalización, que produce temor. La liberalización económica es percibida como un factor de desigualdad. En cuanto a la cuestión de la entrada de Turquía, muy presente en el debate, está ligada a la controversia sobre el islam y el espacio que han de ocupar las minorías. Paralelamente, la sociedad holandesa del consenso y la tolerancia ha entrado en una época donde las divergencias y los conflictos se van a multiplicar.
»Se han acumulado con rapidez los cambios, con la entrada del euro –acompañada de muchas mentiras en los Países Bajos–, la ampliación, y después la Constitución. Era, sin duda, demasiado para un país que, por otra parte, ha conocido dos asesinatos de tipo político y un terremoto electoral. Los holandeses quieren frenar el cambio, reflexionar. Querían expresarlo de manera simbólica a través del voto sobre la Constitución».
¿Qué es lo que distingue a los votos franceses de los holandeses, y qué les asemeja?
«Veo más similitudes que diferencias. Las cuestiones de la ampliación y de Turquía han jugado un papel semejante, como los temas de orden social. Se puede decir también que después de los fenómenos Le Pen [Francia] y Pim Fortuyn [Holanda], en el mismo momento, los dos países han vivido crisis políticas diferentes en su contenido pero semejantes por su efecto: el desarrollo de una crisis de identidad, favorecida o estimulada por la globalización. Por otra parte, es necesario darse cuenta de que se ha construido una Europa de las libertades pero que las gentes reclaman en adelante una Europa que les proteja, les dé seguridad, y no sólo en el plano social. Los europeos tienen miedo del porvenir, que presienten o sienten como una amenaza, al mismo tiempo que se confiesan impotentes para influir políticamente sobre el curso de las cosas».