Miguel Sánchez Ostiz
Pertur

(Diario de Noticias, 4 de junio de 2006)

            Dentro de unos días se cumplen 30 años, que se dice pronto, de la desaparición, en Iparralde, de Eduardo Moreno Bergareche, Pertur, después de haber mantenido una última reunión política con sus camaradas, llamados entonces polimilis o así identificados. No se le volvió a ver.
            Unos, ya retirados de la circulación y hasta desaparecidos del mapa, pusieron en pie, porque les convenía, que el crimen lo cometieron los servicios secretos del Estado español o el entonces famoso Batallón Vasco Español mezcla de policías, militares y espontáneos de baja estofa, medio hampones todos, que para el caso, brevas.
            Otros, por su parte, sostuvieron que fueron sus propios correligionarios de entonces quienes lo hicieron desaparecer porque se oponía a la continuación de la lucha armada. Esta es la versión que más fuerza tiene, y más rasgos de verosimilitud reúne.
            Hace diez años buscaron una vez más sus restos, que nunca aparecieron (como el de otras personas cuyo nombre no viene hoy al caso), en un panteón del cementerio de Biriatu. Infructuosamente.
            Que alguien haya podido desaparecer por las buenas, esto es, por las malas, y que eso no inquiete a nadie (salvo a sus familiares directos), eso sí que resulta inquietante, temible incluso, propio de alguna enfermedad tan incurable como contagiosa.
            Pertur es, por otra parte, el santo y seña de lo que es tabú uno de los muchos tabúes de esta tribu, de lo innombrable, lo intocable, lo indecible, de lo que no conviene hablar y hasta saber algo, aunque solo sea de lejos. Sobre todo porque quienes podían hacer ruido, decir, nombrar, recordar, callan, como muertos, como lo que son, y en vida, además. O algo peor, justifican lo sucedido al servicio de la historia y oscuramente de los que mandan por tener la fuerza: un doloroso e inevitable daño colateral de la suya guerra, que, de ser más conscientes, haría tentarse las mollas al más pintado.
            Y su recordatorio de hoy pone de manifiesto un fenómeno muy de aquí: todo el mundo sabe todo y nadie sabe nada. Siempre encontraremos un enterado preferiblemente sentado a un banco corrido y con la herramienta de pensar al alcance de la mano que está en el ajo y conoce las claves secretas del asunto, que ese es precisamente la clave secreta a voces del eterno asunto de este país, su código: que tiene claves secretas que unos conocen y otros no... y a quien Cristo se la de, san Pedro se la bendiga. Y es que Pertur sigue siendo una excusa de primera para que los abrumados y extraviados del presente, pero detentadores en exclusiva de la verdad de la historia y de su sentido, recuerden las hazañas bélicas del pasado.
            Si hay que esperar otros treinta años, o más, para saber quiénes fueron los autores de la fechoría y dónde metieron a Pertur, y que sea el paso del tiempo quienes los absuelva, convirtiendo un hecho dramático y algo más que vergonzoso, en historia, vamos aviados, pero es como vamos.
            Claro que también hay unas sepulturas más políticamente correctas que otras. Cuestión de pensarlo.