Vozpópuli, 9 de agosto de 2020.
Es difícil mirar el erial en que se ha convertido la vida cultural barcelonesa y no preguntarse sobre sus efectos en lo que solía ser la ciudad más abierta, cosmopolita y vital del país.
La historia que nos contábamos los catalanes a nosotros mismos era la siguiente:
En España había dos ciudades que contaban, Madrid y Barcelona. Madrid era la capital política del país, y era ante todo una ciudad muy española. Abierta, sí, acogedora, sí, pero era una ciudad que miraba sólo a España y en la que todo el mundo pensaba en su pueblo, en el rincón de España al que se iría de vacaciones a ver su familia. Barcelona era la capital económica del país, y era una ciudad europea. Era una ciudad que miraba al norte y al este, un puerto, un centro de ideas y tendencias, de modas e innovación. Era la ciudad cosmopolita, innovadora, la capital del diseño, estética y modernidad.