Ramón Casares
Elecciones en Catalunya.
Con la abstención en los talones
(Página Abierta, 176-177, diciembre de 2006/enero de 2007)
No debería extrañar que el escándalo causado por la reedición del tripartito vaya remitiendo. En Catalunya no ha sido una sorpresa para casi nadie. Al contrario, es el resultado directo de una victoria insuficiente de CiU. Excluida la posibilidad de gobernar en solitario, no sumando mayoría absoluta con el PP, a CiU sólo le quedaban como aliados el PSC y ERC. A pesar de que la sociovergencia era querida por el PSOE y gozaba de un amplio apoyo en algunas encuestas, las razones por las que el PSC de Montilla de Montilla la ha rechazado son claras: permanecer en la sombra de CiU resultaba letal para su integridad. El rechazo por parte de ERC del frente nacionalista, también con un buen respaldo en las encuestas, obedece a razones parecidas: una cosa es la autocrítica y otra inmolarse en el altar patrio para coronar a Artur Mas. Así las cosas, puede haber mucha gente inquieta, molesta o indignada, pero no sorprendida.
Por otra parte, como señalaba Carod, la solución auténticamente made in Catalunya era el tripartito 2: era la única que no contentaba ni al PSOE ni al PP. Tampoco a CiU, claro está, y seguro que tampoco a muchos de los votantes del PSC ni a muchos de ERC. El hecho de que no contente a nadie fuera de Catalunya, no quiere decir que el nuevo tripartito, bautizado eufemísticamente como “Entesa de progrés”, levante pasiones en Catalunya. Si el anterior tripartito no fue el resultado de una ola de entusiasmo –excepto para Pasqual Maragall–, el actual se ha hecho a base del voto inercial, del rechazo que Mas inspira y por ser la menos mala de las soluciones para PSC y ERC.
La participación electoral
La abstención de siempre. Hay que empezar por la abstención. Esta vez alcanza el 43,23%, sólo superada por el 45,1% de 1992. De acuerdo con una ya antigua teoría, la abstención diferencial en las autonómicas de cerca de un 20% (en 2004 la abstención en las generales fue de un 24%) obedecería a la impresión entre una parte de la ciudadanía de que lo verdaderamente importante se cuece en las elecciones generales y en las municipales. La abstención viene afectando mayoritariamente al PSC, que suele obtener un tercio más de votos en las generales y que ha dominado de calle en todas las convocatorias desde 1977. Todavía afecta más al PP, que acostumbra a duplicar de largo sus resultados en las generales. Sin embargo, la abstención alcanza incluso a ERC, que obtuvo mejores resultados absolutos en las generales de 2004 que en las autonómicas de 2003 y 2006.
En cambio, se puede decir que el autonómico es el ámbito electoral por excelencia de CiU, que obtiene mejores resultados absolutos en las autonómicas desde 1984, ganándolas en votos excepto en 1999 y 2003, aunque algunos estudios territorializados señalan también zonas en que CiU moviliza más gente en las generales. Caso parecido podría ser el de IC, pero la serie se ve alterada por los avatares de la vida interna de esta formación.
Este 43,23% de abstención, visto desde la perspectiva de la abstención en el referéndum del Estatut (50,59%), dibuja una auténtica desafección a la “construcción nacional” por la vía autonómica. Hay cierta coincidencia entre diversos comentaristas en atribuir la abstención diferencial a aquella parte del electorado que en las encuestas declara sentirse tan catalán como español, o más español. Haciendo un paralelismo con las elecciones al Parlamento Europeo y con el referéndum de la Constitución europea, se podría decir que para más de un 20% del electorado la Generalitat queda tan lejos como Bruselas.
Y la abstención de esta vez. Atendiendo a la media del 40% de abstención en las autonómicas, un repunte del 3% podría parecer poca cosa, pero hay que tener presente que en 2003 se situó en el 37% y que han votado en blanco 60.025 personas (un 2% del censo), duplicando los registros anteriores. Ello significa, con toda seguridad, que había mucha gente mosqueada con la situación política, cansada de cierta manera de hacer política.
Este cansancio tiene, no obstante, puntas muy diversas. Una, por ejemplo, el bochorno ante las meteduras de pata del Govern experimentado por cierta gente de izquierdas que inevitablemente tuvimos que considerar al tripartito como algo propio. Otra, bastante distinta, las presiones cada vez más ostensibles de fuerzas de la sociedad civil catalana, como el Círculo de Economía presidido por el empresario Lara, o la campaña de La Vanguardia para que el PSC apostara por la sociovergencia. Cansancios distintos, distantes, pero coincidentes en el hecho de que había que acabar con una particular manera chapucera de hacer política. La circunspección con la que ha echado a andar el nuevo Govern indica claramente por dónde llora la criatura.
Como, además del PSC y ERC, también CiU y PP pierden votos en términos absolutos, se diría que la abstención y el elevado voto en blanco no sólo censuran al tripartito. Parece un voto de censura al conjunto de la clase política catalana. Antes de entrar en las razones que afectan particularmente a cada formación, vale la pena matizar algunas de las que se pretende que afectan a todo el electorado.
El atracón identitario. El debate estatutario, bajo la batuta del catalanismo, tiñó la política catalana de un ensimismamiento excesivo, se dice. Sin embargo, no parece que para mucha gente en la política catalana haya un exceso de catalanismo, de defensa de lo catalán. Incluso el PP, que sin romper las formas, para cabreo de la COPE y de Zaplana, se ha situado claramente al margen del consenso catalanista, también ha perdido votos. La irrupción de Ciutadans induce a pensar, mejor, en una mayor polarización entre un catalanismo difuso pero mayoritario y la expresión de un cierto españolismo todavía muy minoritario irritado por lo que se interpreta como deriva nacionalista de la izquierda. Ahora bien, el incremento de las tensiones “identitarias”, por uno y otro lado, sí pueden haber llevado a un sector del electorado a permanecer en casa.
Un oasis con más palmeras. Una especie de abstención por aburrimiento se había atribuido a la fuerza de los consensos y al mantenimiento de las formas y del fair play. Nunca hubo en Catalunya legislatura tan crispada ni campaña tan sucia, y ello no ha atraído a las urnas un número significativo de votantes. Tampoco la polarización –Mas contra la hidra de tres cabezas– ha incrementado la participación, ni ha clarificado el panorama. Al contrario, a pesar de perder votos, nadie parece próximo a la absorción o a la crisis terminal. Hay dos partidos grandes a la baja, y tres más que no son pequeños. Y acaba de nacer otro. Todo muy lejos del bipartidismo: aumenta la diversidad.
La infantilización general de las campañas. Las visitas al notario de Artur Mas, los condones para “follarse a la derecha” de IC, el full monty de Ciutadans, las “promesas” de Montilla, parecían recursos “fuertes y concretos” dirigidos a quienes tienen de la política una concepción simple. Nunca se sabrá cuánta gente han atraído, pero, a juzgar por los resultados, poca, seguramente menos de la que se ha sentido tratada como imbécil.
Esto dicho, podemos entrar en algunos de los motivos particulares que pueden haber afectado a cada partido.
El cambio de liderazgo en el PSC
PSC e IC: Montilla ya está aquí. Una de las paradojas de la anterior legislatura ha sido la debilidad de Maragall en el liderazgo del PSC, siendo como ha sido su mejor candidato. Incluso la debilidad de Maragall como presidente radicaba en las dudas que suscitaban su idiosincrasia y su proyecto en el PSOE y en el propio PSC. Sin embargo, incluso en los momentos más críticos del tripartito, Maragall ha sido el político catalán mejor valorado en Catalunya. Su sustitución a última hora se puede haber pagado en desconcierto y en abstención, especialmente entre votantes socialistas de sensibilidad más catalanista. Y, en cualquier caso, a pesar de presentarse como una decisión del propio Maragall, ¿por qué sustituir un candidato seguro por otro incierto?
La respuesta constituye otra paradoja. Maragall, el que iba a refundar Catalunya y a fundar la España plural, suponía un coste político muy alto para el PSOE. Maragall asumió la puja nacionalista en que se embarcaron ERC y CiU y dejó para Zapatero la tarea de recortar constitucionalmente el proyecto de Estatut aprobado por el Parlament. Maragall dejó de ser fiable. La idea es muy simple: el PSC (o sea, el PSOE) ha ganado en todas las elecciones legislativas en Catalunya. Acaso un PSC más sumiso, a riesgo de una crisis grave, no perjudicara el score de las legislativas. Ahí estuvo la oportunidad de Montilla: parecía el hombre ideal para encabezar un PSC más acorde con las necesidades del PSOE, incluso para hacer un tándem con CiU, ya fuese en coalición de Gobierno, ya fuese desde fuera. En ello confiaron, aparentemente, tanto Zapatero como la propia CiU.
Desgraciadamente, ser el beneficiario de una especie de defenestración no era una buena tarjeta de presentación. Tampoco le ha funcionado electoralmente la tarjeta de la mezcla identitaria. Montilla –a pesar de sus orígenes andaluces– ha sido un candidato débil frente al que se suponía su propio público. Ni con el apoyo de Zapatero ha podido movilizar el voto tradicional del PSC-PSOE. El PSC ha perdido 236.263 votos: una auténtica sangría. Habida cuenta de ello, nuevamente se han oído voces en el sentido de que Montilla ofrecía una imagen poco “española”. Lo cierto es que las voces que recriminaban el origen no catalán de Montilla se han hecho oír mucho más. Frente a éstas, un Montilla presidente de la Generalitat con el apoyo de ERC resulta de lo más higiénico.
Por otro lado, en la abstención socialista ha pesado el rechazo del tripartito entre una parte del electorado socialista y la inevitable ambigüedad del PSC en relación con un posible acuerdo. La alternativa a la alianza con ERC era gobernar con CiU o apoyar desde fuera un Gobierno de CiU. La sociovergencia tenía un fuerte apoyo según algunas encuestas, pero, realmente, no resultaba muy atractiva, teniendo en cuenta la hostilidad creciente de CiU hacia el conjunto de la izquierda, para aquellos votantes del PSC que habían tragado el tripartito porque ERC era de izquierdas. Además, ¿cómo votar por la sociovergencia si ningún partido la propugnaba?
En cambio, parece innegable el flujo de votos socialistas a IC en premio a la lealtad –¡qué remedio!– de este partido al tripartito. Ello da cuenta de algo que también aparecía en las encuestas: que a pesar del ruido, el Gobierno de izquierdas contaba con el apoyo de un sector de la izquierda social. Una parte de este apoyo debe echarse en la cuenta de la tarea de gobierno: algo que ha permanecido en la sombra de los escándalos, los encontronazos y el debate del Estatut. Por otro lado, el crecimiento de IC da la razón al muy oportunista argumento de Montilla –que nunca se comprometió a gobernar con IC– cuando adujo que, teniendo en cuenta que IC ha dejado en todo momento muy claro que su candidato era Montilla –tripartito mediante–, los votos directos para Montilla suman 1.071.241 (37 + 12 = 49 diputados), mientras que los votos directos para Mas serían 928.511 (48 diputados). Estos 142.730 votos no son ninguna tontería: por algo CiU se puso a sí misma el listón en los 50 diputados.
Con estos números, hacerse a un lado y ceder el paso a CiU, como parecía que se le pedía desde Madrid, habría sido algo más que un sacrificio, habría abierto más pronto que tarde una crisis importante en el PSC. No debe extrañar que Montilla, en su primer acto como dirigente único del PSC, decida reeditar el tripartito de la mano de ERC, y escenifique una declaración de independencia sin palabras.
Acaso este Montilla parco en palabras y con poco discurso va a ser mejor gobernante para Catalunya que candidato para el PSC. En cualquier caso, como ya ha manifestado al Consell Nacional de su partido, el PSC tiene por delante una urgente e ineludible autocrítica. Todavía hoy el PSC es el partido con influencia en un espectro más ámplio y plural de sectores sociales en Catalunya. Sin embargo, resulta llamativa su debilidad, su incapacidad para convertir esta influencia en movilización, su incapacidad para articular una mayoría social políticamente activa en Catalunya. Es precisamente la falta de tono político del PSC lo que hace tan difícil cualquier alianza en posición subordinada con respecto a Convergència.
Los nacionalistas catalanes
CiU. Mas no acaba de llegar. El envite electoral para CiU era muy importante. Obtener un mínimo de 50 diputados implicaba hacer imposible una reedición del tripartito y gobernar en solitario, con los restos de ERC, o con el apoyo del PSC. Para ello, CiU contaba con recuperar una parte importante de los votos que en el 2003 se le fueron a ERC. Se trataba de recoger el fruto de la política en relación con el Estatut, desde la puja de exigencias nacionalistas anterior a septiembre, al pacto de los recortes con Zapatero en enero. Esto es lo que con 48 diputados no se ha conseguido, y la razón acaso haya que buscarla también en la abstención. Hasta la fecha, la abstención en las autonómicas favorecía a CiU, porque conseguía movilizar mucho más su público. Esta vez, a pesar de ganar otra vez en votos –después de haber perdido las dos últimas convocatorias–, CiU ha perdido 89.604 votos en relación con 2003.
Al inicio de la campaña electoral, el tripartito parecía muy débil, pero CiU, mucho más fuerte, estaba aislada. El PP, enrocado en la extrema derecha, y ERC en la acera de enfrente, dolida por la traición de La Moncloa. Es posible que en CiU hayan dado por hecho el retorno del voto “prestado” a ERC, y hayan enfocado la campaña con el objetivo de debilitar al máximo a este partido, aunque lo más probable sea que hayan buscado simplemente salir del aislamiento. Ello explica, acaso, la campaña extremadamente agresiva –dado lo que son las campañas en Catalunya– dirigida por David Madí, un aprendiz de las técnicas electorales neocon, y secundada por La Vanguardia. No debería perderse de vista que el PP de Aznar resultó insufrible para una parte del voto nacionalista, que votó a ERC en 2003 y que debía volver al redil de CiU ahora.
Por lo tanto, arrancaron con un vídeo dirigido a la yugular de ERC, seguido por el recurso naif de visitar al notario para garantizar que no volverían a pactar con el PP. Parecía decirse a los niños que, enfurruñados, un día votaron por ERC que papá sería bueno y no volvería a liarse con la marfanta pepera. La campaña de CiU parecía especialmente interesada en destruir a los traidores de ERC aun a costa de abrir un foso con el PP. El riesgo de abandonar el perfil moderado quedaba sobradamente compensado por un supuesto as en la manga: la convicción de que Zapatero impondría a Montilla la ruptura con ERC y una forma u otra de subordinación del PSC a CiU.
Se repetía el esquema del proceso estatutario. Primero se tensa la cuerda lo más posible, y luego se destensa bruscamente. Probablemente no contaron con que el pacto Mas-Zapatero –presentado como un retorno a la política de lo posible– no sólo suscitó un suspiro de alivio unánime. Se salió del callejón, cierto, pero a mucha gente, sin ser de ERC ni de IC, no le gustaron las habilidades de trilero de Artur Mas. Mas todavía no es Pujol, aunque este último no pare de bendecirlo. La foto de La Moncloa causó resquemor no sólo entre las desquiciadas bases de ERC, o entre el personal de IC y del PSC: la frenada despistó y acuñó una imagen de chulo ventajista entre algunos de sus propios partidarios.
Así que, probablemente, CiU no haya conseguido llegar porque se encuentra también envuelta en su espiral particular de venganza, como trasluce esa apelación a la vergüenza: ¡Ya basta de hacer el ridículo: amar Catalunya es gobernar bien! El tripartito daba vergüenza –no precisamente ajena– en algunos momentos. Pero Mas ha acabado dando grima. Demasiado el asco o poca la vergüenza, para culminar tanta venganza.
ERC: ¡que me quede como estoy! El forúnculo a eliminar en estas elecciones era ERC. Las razones por las que ERC puso en jaque al tripartito y perdió votos parecen simples: infantilismo, provocación estúpida y falta de fiabilidad: Perpiñán, la corona de espinas, boicot a Madrid 2012 y el no al Estatut. ERC, dividida entre los partidarios de Carod Rovira y los de Puigcercós, en estas elecciones debía mostrar unidad y hacer pedagogía de la moderación ante las famosas “bases” y también ante algunos dirigentes. Había que evitar el descalabro anunciado. Las pérdidas, mayores en votos (127.978 votos menos) que en diputados (3 menos), han sido importantes, pero no suficientes como para eliminar a ERC del centro de la política catalana: han retenido la llave del Gobierno.
¿Por qué no una mayor pérdida de votos? Una razón importante se debe al público de ERC: representa un segmento generacional, social y territorial del catalanismo caracterizado por encontrarse en una segunda fila del éxito social: su mayor triunfo es la propia ERC. Les define una cierta ambivalencia emocional: una cierta atracción por el exclusivismo a lo abertzale, y al mismo tiempo, la idea que uno “no puede” ser catalanista y no ser de lo más demócrata y moderno. Les separa de CiU el hecho de que no pueden considerarse los amos, y menos ser Catalunya. De hecho, en CiU hay una fusión mucho más intensa de intereses, identidad y política. El victimismo y la venganza con relación a CiU –especialmente a la Convergència de Mas y Madí– son consustanciales al discurso de Carod y constituyen una de las cuerdas emocionales de ERC. La agresividad, el sarcasmo, e incluso la conmiseración con que CiU ha tratado a ERC, han tensado todavía más esta cuerda.
Ello daría razón del hecho de que el no al Estatut (con un magro 20,7% a compartir con el PP) era fundamentalmente un no a Mas, a su foto con Zapatero. La facilidad con que se ha olvidado la expulsión de ERC del tripartito y la prontitud con que, a la vista de los resultados, se han aprestado a la “entesa” con PSC e IC, demuestran que la fijación es, todavía, con CiU.
ERC, como todos aquellos que se hallan atrapados en la espiral de la victimización y la venganza, aspira a salir de ella para integrarse en la normalidad. La campaña contrita, discreta, “au dessus de la mêlee”, y el proceso de negociación del nuevo Gobierno indican un propósito de enmienda. Por otra parte, algunas tonterías de Carod como la tendencia a presentarse como víctima –la corona de espinas–, la megalomanía –“Voy a solucionar el asunto de ETA”–, el gatillo fácil –“¿No hay selecciones catalanas? Pues tampoco Madrid 2012”– se explicarían por la necesidad de ganar autoridad e imagen dentro de su propio partido. La persistencia de la división interna de ERC no augura mejores expectativas para el tripartito 2. Carod va a tener muchas ocasiones para callarse y, dados los precedentes, acaso no lo consiga. Por lo demás, un partido, por más maduro que sea, no sólo deberá callar y sacrificarse, también deberá significarse y cosechar votos. Cuando ERC saque de nuevo la hoz, volveremos a temblar, y no precisamente sus enemigos.
Ciutadans
Algunos predecimos que del Manifiesto de los 15 –el que firmaban Boadella, Narcís de Carreras y Arcadi Espada, entre otros– no saldría un partido. Nos equivocamos; no sólo salió, sino que ha parido tres hermosos diputados todavía tiernos y desnudos. En su genealogía se encuentran las viejas plataformas vidalquadristas y el ejemplo del Foro de Ermua: celebraron su éxito al grito de “Catalunya cosmopolita (sic)!” y “!Libertad!”. Desde hace diez años, el paralelismo entre Catalunya y Euskadi ha sido acariciado no sólo desde el nacionalismo catalán radical. Ciutadans ha basado una parte de su discurso en la denuncia de la asfixia que producen los consensos del catalanismo, especialmente en el terreno lingüístico. Sin embargo, la comparación con Euskadi resulta hiperbólica: una cosa son los asesinados por ETA, otra la rodilla de Jiménez Losantos.
Pero la política tiene mucho de retórica y coyuntura. Ciutadans ha aprovechado una buena coyuntura: el tripartito había conseguido la hostilidad general fuera y, en parte, dentro de Catalunya. Una parte de los votos de este cabreo ha ido a los Ciutadans (el resto se ha quedado en casa). El hecho de que estos cerca de 90.000 votos provengan mayoritariamente de antiguos votantes del PP, según los primeros estudios, indica la incidencia de la COPE y El Mundo en la campaña, pero dicen poco sobre los Ciutadans más activos, muchos procedentes de la izquierda, desde ex socialistas a ex anguitistas.
Es todavía pronto para predecir cómo el núcleo que dirige Ciutadans va a administrar el voto y la representación parlamentaria. Francesc de Carreras, mentor del nuevo partido, ha dicho que Ciutadans está ahí para corregir ciertos defectos del PSC y del PP. Sin embargo, su significado es mucho mayor: indican algo que ha asomado a lo largo de este artículo: los acuerdos básicos de la política catalana son hoy más frágiles. Va a resultar más fácil abrir brecha en los consensos en materia lingüística, por ejemplo.
Por otro lado, si ERC suministra munición, si se impone una división más profunda, el rechazo de ciertos aspectos de la política en general y el rechazo de la política catalana que confluyen en Ciutadans podrían adquirir nuevos significados. Acaso no hasta llegar al Apocalipsis que brilla en las lentillas de Arcadi Espada –otro mentor de Ciutadans–, pero sí para hacernos la política catalana todavía más incómoda. A ver qué pasa.
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