Rosario Miranda
Grafías
(Disenso, 48, en preparación)
Las normas ortográficas se transgreden hoy masivamente, fenómeno que se achaca a la ineptitud de los jóvenes, que, según se dice, “no saben escribir” y “no saben escribir porque no leen”.
Desde aquel homo sapiens que gruñía en las cavernas ha llovido mucho sobre la vida del lenguaje. Los hombres de voz articulada -epíteto frecuente en Homero- inventaron un día el alfabeto, instrumento gracias al cual los relatos que corrían y variaban de boca en boca, las palabras que se decían y se llevaba el viento pudieron además reproducirse idénticas y llegar, originales, a otras personas a través del espacio y del tiempo. Así decayó la mitología, cambió la memoria, se inauguró la historia y mutó la cultura, que desde entonces se identificó con el saber escrito, como se identificó la gente culta con la gente letrada.
Al principio, incluso quienes estaban alfabetizados siguieron con la costumbre de la oralidad; la palabra seguía entrando por el oído más que por los ojos, y era normal que en aquellas Escuelas de la Antigüedad un esclavo leyera en alta voz. Después la lectura y la escritura -manuscrita- se hicieron prácticas usuales en la parte favorecida de la población; de ahí que la igualdad como meta de la ciudadanía conlleve desde la Ilustración la alfabetización generalizada, logro alcanzado muy recientemente en algunas zonas del mundo.
La revolución de la imprenta
Después del alfabeto, lo que revolucionó la comunicación fue la invención y el uso de la imprenta. Corrían los siglos XV y XVI, la lengua de la gente letrada en Europa era el latín y, como empezaba el capitalismo, los beneficios que se obtenían de la cultura no se medían ya solo en términos de saber y poder sino, además, de dinero. Las imprentas, capacitadas para producir y vender libros en masa, necesitaban más lectores que la reducida élite latina destinataria de la minuciosa labor de los copistas. Por otra parte, dado el número enorme de dialectos e idiomas que se hablaba en Europa, era tan poco rentable imprimir en cada lengua de pocos hablantes como en latín. Esta fue una de las circunstancias que concurrieron en la creación de las lenguas vernáculas, que se construyeron artificialmente combinando elementos procedentes de los distintos idiomas que se hablaban en una región y se impusieron después a través de los sistemas educativos nacionales de cada país, convirtiéndose así en lenguas comunes a quienes ocupaban los amplios territorios de los Estados-nación.
Paralelamente, la gente culta empezó a introducir la lengua vernácula en esferas donde antes era exclusivo el uso del latín: Descartes, Galileo o Spinoza, además de en esta última lengua, publicaron algunas de sus obras también en francés, italiano u holandés respectivamente.. Así el latín fue pasando de lengua culta franca a lengua muerta, y las lenguas vernáculas, accesibles a mucha más población, fueron en adelante el vehículo de la cultura. Después se crearon las Academias de la Lengua, que establecieron en gramáticas la corrección lingüística mientras el número de alfabetizados crecía gracias a la imprenta y a la tendencia ilustrada a la igualdad social...
De este modo, con la imprenta como tecnología capaz de reproducir la cultura, con las normas académicas como referencia de la lengua culta y con los sistemas de enseñanza nacionales como distribuidores de la educación, pasaron un par de siglos de bastante estabilidad en la escritura. La lengua escrita fue correctamente aprendida por unas generaciones en las que calaban las normas gramaticales sin mayor problema, entre otras cosas porque la población alfabetizada -que no era la totalidad de la ciudadanía- pertenecía a la porción culta de la sociedad y usaba libros en el ámbito familiar. Esta situación se mantuvo cuando se estableció la enseñanza pública y gratuita no obligatoria, que permitió a personas de baja extracción social alcanzar altas esferas profesionales, a las que se llegaba -cosa que está dejando de suceder- mediante un título universitario que proporcionaba superioridad cultural, económica y social.
Yun día nació Internet
Entonces, mientras la educación pública se hacía obligatoria para quienes tenían tradición libresca en la familia y para quienes no la tenían, la telecomunicación multiplicó exponencialmente los canales de producción y transmisión de la información, con lo que el libro dejó de ser el único soporte de la cultura y -aunque este hecho solo empieza a reconocerse y asimilarse- la enseñanza académica dejó de ser el único medio de educación de la ciudadanía. Y un día nació Internet, el suceso más importante en la comunicación humana desde la invención del alfabeto, pues su uso afecta a todos los ámbitos y órdenes de la vida privada y social y producirá, como produjo el alfabeto, una mutación en la cultura.
En lo que a la lengua se refiere, la imprenta extiende a más gente la alfabetización y colabora en el establecimiento de las lenguas nacionales, pero no altera el proceso de leer y escribir. Escribir con pluma en papiro, o en papel con máquina de escribir, es esencialmente lo mismo, como es esencialmente lo mismo leer desplegando un rollo que pasando las páginas de un libro. La imprenta no cambia el tempo de la escritura ni de la lectura, ni qué se escribe o para quién, ni qué se lee y para qué; a este respecto la imprenta sólo proporciona un nuevo formato para lo mismo. Pero Internet y los mensajes escritos por teléfono no cambian solo el papel y la pluma por la pantalla y el teclado, sino que además introducen la cercanía y la inmediatez entre el escritor y el lector de un texto, lo cual amplía los usos y costumbres de la escritura y la lectura, el cómo pero también el qué y el para qué escribe y lee la gente.
Algunas modalidades de Internet -el correo electrónico o los foros, por ejemplo- son, como fue la imprenta con respecto al papiro, un cambio de formato que no altera -si bien extiende- los modos y funciones tradicionales de la lectura y la escritura. Escribir o leer una carta o una opinión por Internet es infinitamente más cómodo, pero es sustancialmente lo mismo que cuando había que recurrir a sobres, sellos, buzones y carteros para pronunciarse o cartearse. No es así en los mensajes telefónicos o en el Messenger: los SMS actualizan el telégrafo, siguen la lógica ahorrativa -en espacio, palabras y dinero- de los “antiguos” telegramas, que supongo que han muerto; y a través del MSN Messenger se mantienen conversaciones por escrito, algo que no había sucedido nunca y en lo que han “ingresado” de manera masiva y casi instintiva las nuevas generaciones, que, mucho menos ineptas que creadoras, practican y añaden la función de conversar -mensajearse- a las que ya desempeñaba la escritura.
Conversar por escrito altera el tempo tradicional de la escritura porque introduce en él la fluencia que tiene el habla. Ese ritmo necesita y “fabrica” espontáneamente otra ortografía, donde lo que vale y se convierte en regla es la economía. Así las nuevas generaciones se alfabetizan a su modo, revolucionan la ortografía minimizándola y mezclándola con la fonética, e instituyen un código que tiene vida, salud y potencia comunicativa. Cuando estos usuarios de la lengua escriben en las escuelas, sucede que algunos manejan los dos códigos pero la mayoría los mezcla, y que los profesores repiten con tediosa insistencia que los alumnos no saben escribir.
Otros textos y otros fines
Ante una revolución en la comunicación del calibre de la que tenemos el privilegio de presenciar y protagonizar, que las normas ortográficas se trastoquen es lo menos que se puede esperar. Como en toda revolución, los poderes establecidos pierden autoridad o desde luego eficacia, y por eso las instituciones académicas se quedan cortas en su función de limpiar y fijar una lengua que rebosa vitalidad, pues el hecho de que en los jóvenes no cale la ortografía no se debe -como se cree- a que no lean o escriban, sino precisamente a que leen y escriben como ninguna generación anterior, solo que otros textos y con otras finalidades. Y no pasa nada grave: dado que la Academia, atenta a la vida y muerte de la lengua, recoge y termina admitiendo sus usos novedosos cuando se convierten en avalanchas, lo único que sucederá es que antes o después -seguramente cuando los alumnos que hoy manejan los dos códigos lleguen a profesores- dejarán de importar las faltas de ortografía y habrá una reforma de la norma ortográfica. Lo grave en la escritura son las faltas sintácticas, pues impiden que se entienda un texto y bloquean la comunicación, que es la función de una lengua aunque algunos pretendan que una lengua sirve para identificarse. Y esas faltas -que no están generalizadas como las ortográficas- se deben a que hay gente mal alfabetizada a causa de la corrección política mal entendida, practicada durante años por un sistema educativo que ha eliminado el cero en aras de la autoestima y reducido al mínimo el suspenso y la repetición de curso en nombre de la igualdad..
Puesto que la lengua sirve para comunicarse, y puesto que es de la vida de la lengua de donde derivan las normas lingüísticas y no a la inversa, haríamos bien, tal como van los tiempos, en preocuparnos menos de la ortografía y más de enseñar a la gente con verdadera dignidad, y también en introducir mecanografía en la escuela primaria y en renovar la penosamente ineficaz pedagogía del inglés, lengua franca universal.
|
|