Santiago Sánchez Torrado
Marco de la educación para la ciudadanía
Deseo aclarar lo primero de todo que no voy a entrar en cuestiones técnicas, es decir, jurídico-políticas ni legislativas, ni tampoco estrictamente curriculares, sino que quiero simplemente proponer un marco de referencia o de ambientación previa al desarrollo posterior de la educación para la ciudadanía, que abordarán más concretamente mis compañeros en esta mesa redonda.
Tampoco se trata exactamente de una fundamentación, sino de una aproximación conceptual o reflexiva a las razones válidas que sustentan dicho empeño educativo, en nuestro actual momento y contexto sociocultural. Por eso me parece adecuado calificar mi exposición –sin darle mayor énfasis, por otra parte- como suelo, marco o clima de la educación para la ciudadanía (EC).
Pretendo dividir mi intervención en cuatro breves apartados: la democracia como forma de vida, el hecho de la participación, la formación de ciudadanos, y los rasgos y valores de la EC.
La democracia como forma de vida
La democracia es una forma de vida, más allá de un sistema político, técnico o administrativo. Es algo que articula y configura la sociedad y le otorga sentido y estructura. Es una búsqueda colectiva permanente antes que un referente fijo, se nutre de la educación y revierte en ella. Por eso es preciso hacer y pensar la democracia al mismo tiempo. La sociedad y la política no son la misma cosa, pero no están separadas. La “polis” –clásica expresión- significa “convivir bien en una sociedad organizada, ordenada y justa” que garantice la seguridad jurídica, la estabilidad política y la cohesión social. La democracia y el pluralismo son dos propuestas que se refuerzan mutuamente contra el abuso de poder.
Pero para perfilar bien el hecho democrático es preciso tener en cuenta el contexto que nos envuelve, los desafíos de nuestro momento histórico: la globalización económica, la pobreza, los intentos de paz, el empleo, el terrorismo, la inmigración, los medios de comunicación, el mundo de la imagen, la educación... Respecto a esta última, ha afirmado José Mª Puig que “la escuela puede continuar aburriéndose con un modelo de democracia formal que despierta pocas ilusiones”. Ciertamente, la democracia no es una cuestión práctica, y por eso no tiene una presencia pujante en la vida cotidiana de la escuela.
El mencionado proceso de globalización ha transformado la noción misma de ciudadanía, que pasa a ser mundial, planetaria. Y en niveles más cercanos e inmediatos, queremos una escuela que se deja penetrar por el entorno, que es la escuela de la comunidad social, y que se defiende de las diversas manipulaciones que la acechan.
Acaso no esté de sobra decir que entendemos por ciudadanía el conjunto de derechos y deberes que vinculan al individuo con la plena pertenencia a una sociedad. La ciudadanía incluye el ejercicio de los derechos civiles, sociales y políticos, y de la participación como eje de la democracia.
Lo mismo que hablamos con bastante fundamento de la crisis de los valores en general, es también frecuente el tema de la crisis –o quizá declive, o eclipse- del ejercicio de la ciudadanía, de los valores democráticos en su sentido más pleno y participativo. Lo que se encuentra en crisis son las formas tradicionales de la participación convencional en la política, como señala un reciente estudio del CIS. La crisis actual de confianza en las instituciones públicas se refiere al estilo de gestión, al funcionamiento de tales instituciones y no a su fondo de legitimidad. Algo muy parecido ocurre también en el mundo de la escuela, que es un reflejo bastante fiel de la sociedad en su conjunto.
Existe un claro deterioro institucional a niveles generales, un proceso creciente de burocratización (en partidos políticos, movimientos sociales, ONG, etc.) El problema de la corrupción tiene aquí un papel negativo fundamental, que incide en la cuestión de la democracia y del poder en general, y –obviamente-en el tema de la ciudadanía.
Pero hay además otras causas profundas, existenciales y sociales, de importante relevancia, como la insatisfacción del hombre moderno, la fragmentación y división de la sociedad actual, la relación entre libertad moderna y apatía política, la omisión y el absentismo que se derivan del neoliberalismo individualista, etc. El deficiente funcionamiento de la democracia tiene el riesgo de degenerar en totalitarismo. Se producen brotes autoritarios y conservadores preocupantes en nuestra sociedad actual. Tiene lugar también una homogeneización creciente –sin corregir las desigualdades de fondo- en el seno de la misma. La “resignación cívica” se extiende como una plaga. Es preciso combatir el nihilismo que corroe el ámbito público, tratando de alcanzar mayores cotas de libertad y de igualdad.
Por fortuna, no puede hablarse de un prejuicio antidemocrático en la sociedad española en sus líneas más generales y determinantes, según los estudios realizados. Insistiendo en el contexto que arropa al fenómeno de la democracia, la ciudadanía es un intento de responder al llamado “malestar de la modernidad”, configurado por el individualismo reinante, la primacía de la razón instrumental (o pragmatismo) y la pérdida de libertad. En su libro “El malestar de la vida pública” ha señalado Victoria Camps la falta de entusiasmo, el talante de debilidad y de desaliento que caracterizan a nuestra sociedad. También afirma que la recuperación moral que necesitamos pasa por el “deber” y el “querer”, por el imperativo ético, la voluntad y el estímulo. La ambivalente “modernización” incluye también –junto a muchos valores positivos- considerables dosis de atonía y desintegración social, de inhibición y de violencia.
Profundizando en el diagnóstico de la apatía política y el desinterés ciudadano, Norberto Bobbio ha indicado estas notas características suyas: la cultura de súbditos no participativa, el clientelismo, el desarrollo excesivo de la tecnocracia y de la burocracia, la degradación y manipulación del hecho democrático (tenemos una democracia disminuida y mediatizada), y el nihilismo que se traduce en falta de ideas que dinamicen la realidad..
¿Dónde situar aquí la participación ciudadana, ante lo que Ernest Mandel ha llamado “la alienación de la soberanía”? La regeneración necesaria sólo puede venir de la consideración operativa de que la política y la democracia han de estar más allá del espectáculo, de la acción retórica y administrativa.
El hecho de la participación
El hecho de la participación, a nivel social y educativo, se nos presenta como objetivo y como medio, en distintos grados: información sobre él, opinión acerca del mismo, decisión en torno a sus valores cualitativos e implicación en su puesta en práctica.
El proceso de participación tiene sus etapas: motivación, capacitación y organización. Cada una de ellas requiere un exigente nivel de atención y cuidado, de estudio previo y de aplicación diligente. La participación es el verdadero ejercicio cotidiano de la democracia, su aprendizaje más útil desde la vida y para la vida. Entre sus motivaciones más profundas deben señalarse: la realización de la dimensión íntima y social de la persona, la búsqueda de una mayor calidad de vida (en contra de la erosión creciente de la identidad colectiva), la llamada a la creatividad y a la personalización, etc. La organización colectiva y creativa de la calidad de vida se centra en los terrenos de la salud, el urbanismo, la cultura, el consumo, la creatividad artística…
Este proceso de participación implica también una dinámica de desconcentración y descentralización, lo que acentúa el sentimiento de apropiación y de implicación activa de los ciudadanos. Macpherson ha acuñado la hermosa expresión de “ciudadanía integral”, equivalente al desarrollo integral de los ciudadanos como personas y como participantes en el dinamismo del tejido social. Lo mismo puede aplicarse a la escuela porque a participar también se aprende, o “a participar se aprende participando”, según el dicho tan generalizado y tan versátil.
La formación de ciudadanos
Los términos clásicos “ética” y “moral” indican, ante todo, un modo de ser, carácter o talante. Son asimismo los “hábitos del corazón”, hermosa y certera expresión que denota el conjunto de las disposiciones morales e intelectuales de las personas que viven en una sociedad y que incluyen la conciencia, la cultura y las diversas prácticas diarias. Expresión que nos recuerda la tan conocida de Pascal: “las razones del corazón”, aquéllas que la razón sola no comprende.
Este comienzo o arranque nos sitúa ya en la encrucijada de algunos valores primordiales: buscar la cooperación por encima de la competitividad y del conflicto; el interés racional, que engloba actitudes positivas y valiosas. Sin entrar propiamente en los contenidos de la asignatura “Educación para la ciudadanía”, puede resultar beneficioso apuntar algunas cosas. Como método básico, la discusión grupal, el clima favorable a las diferencias y divergencias para profundizar en el diálogo y facilitar la comprensión de los problemas. La EC supone potenciar la formación de personas autónomas y dotarlas de aquellas virtudes cívicas necesarias para asumir y profundizar la vida en común. Sus claves conceptuales son el poder, el saber, la identidad y la misma ciudadanía.
La EC comprende todo el conjunto de saberes y competencias que posibilitan la integración y participación activa en la vida pública, y no se reduce a valores éticos y cívicos. Jaume Martínez Bonafé ha afirmado que ser un ciudadano activo y libre, sin riesgo de exclusión, implica tener las competencias de comprensión lectora, matemática, científica o de las nuevas alfabetizaciones. Y obtener la garantía de formarse en un currículo común, básico e indispensable para promover la integración activa de los ciudadanos en la vida social. Lo que conlleva la acción tutorial y la adecuada articulación con la familia y la comunidad social más cercana. Y ello manteniendo como núcleo principal la práctica democrática que inspira el conjunto de la vida escolar.
Volviendo a un ámbito más general, alguien tan “ilustrado” como Rousseau aconsejó no disociar la política de los sentimientos personales y colectivos de la población. Hablábamos antes de los “hábitos del corazón”, que son las pautas personales profundas que orientan realmente la vida y que pueden llegar a tener un valor normativo. También ha dicho Bellah que “sólo una mayor participación ciudadana en las grandes estructuras de la economía y del Estado pueden hacernos remontar los grandes problemas de la vida social contemporánea”.
Hoy día se percibe un cierto vacío moral, tanto en las instituciones como en los discursos políticos. Como posible correctivo, Aristóteles –servido en la actualidad por Hannah Arendt- afirma que “el hombre es un animal cívico que vive en la intersubjetividad”. Y muchos autores cualificados reconocen que el ámbito público es el reino de la libertad y la igualdad, y el ámbito privado es el dominio de la necesidad y de la desigualdad.
La creación de futuros ciudadanos equivale a la articulación de una participación social eficaz. Nos apoyamos en la experiencia de otros países en busca del resurgimiento de la dimensión comunitaria de nuestra sociedad. Según Durkheim, la realización de la democracia se basa en la racionalidad (equilibrio entre medios y fines), la comunicación (en busca de la intersubjetividad y del consenso) y la acción (orientada a unos valores). Una sociedad adiestrada para el consenso es una sociedad democrática. Aprender la participación y la ciudadanía es una tarea cultural y educativa de primera magnitud.
Frente al nihilismo dominante y la crisis actual de la ética, se impone la búsqueda del consenso a partir de la contradicción y del conflicto, la negociación, la organización racional de la protesta social, de la movilización y de la denuncia colectiva. Existe también una tensión dialéctica entre la tecnocracia y la despolitización, tema en el que habría que profundizar con calma y con más tiempo..
Rasgos pedagógicos y valores de la EC
Resulta imposible no adentrarse –aunque sea con incursiones breves, mínimas- en el territorio más propio de la EC. La cual incluye valores inapreciables como la autoestima, que equivale a ser dueños de nosotros mismos en la acción y en el discurso. Otras virtudes civiles afines son la tolerancia y la solidaridad como búsqueda, respectivamente, de la libertad y de la igualdad, o de aproximaciones a ellas. Lo cual se va logrando –o al menos se intenta- gracias al desarrollo de una ética personal autónoma en la dirección de configurar una verdadera política ciudadana, de construir y consolidar un Estado de derecho y establecer instituciones justas y religiones tolerantes.
Según Diana De Marinis, la interacción permanente y positiva entre autoestima y convivencia es la base para una vida democrática en la escuela y para desarrollar las habilidades sociales necesarias para contribuir a la construcción de la democracia fuera de la escuela. Los valores en los que se basa la convivencia democrática son la tolerancia, la cooperación, la comunicación, la solidaridad, el respeto, la afectividad…
En su núcleo más sustantivo, la afirmación de la ciudadanía (y la educación para ella) supone un serio rechazo a la insolidaridad y a la intolerancia, al “predominio general del egoismo”, según la bella expresión de Stuart Mill. La EC conlleva y afina un talante de autonomía, de creatividad y de racionalidad, y por eso encierra un hondo contenido moral. El talante educativo no puede disociarse del debate ciudadano, aportando a él distanciamiento crítico y profundidad reflexiva. La democracia está siempre en contra de la pasividad y del individualismo. Ese sentido moral que encierra consiste, sobre todo, en el valor de la responsabilidad solidaria.
A la EC se la ha denominado recientemente como “El aprendizaje-servicio”, expresión que me disgusta pero cuyo contenido no varía sustancialmente –aunque sí en algunos matices y acentos- y presenta el indudable interés que hemos mostrado. Una vez más, es inevitable asomarse al ámbito concreto de la asignatura, y en esta ocasión gracias a un dossier aparecido en la revista “Cuadernos de Pedagogía” de mayo de este año y coordinado por José Mª Puig y Jordi Sánchez. Se trata de recuperar el pensamiento de muchos de los que nos han precedido en el tiempo utilizando abundantemente y con verdadero sentido los términos “virtud cívica”, “civismo”, “compromiso cívico” o similares. Existen precedentes de este empeño en William James y en John Dewey, quienes hablan de “una actividad educativa asociada a una cierta proyección social”. Se trata asimismo de que los jóvenes, adolescentes y niños sean los protagonistas y no únicamente los destinatarios de dicho proceso educativo. Lo que implica no sólo la voz sino también el voto, no sólo la consulta sino además la decisión en la medida pedagógica y gradual que cada situación requiera.
Uno de los rasgos pedagógicos principales del “Aprendizaje para el servicio” (APS) es el vincular estrechamente el servicio y el aprendizaje en una sola actividad educativa coherente. El APS es una propuesta educativa que combina procesos de aprendizaje y de servicio a la comunidad en un solo proyecto bien articulado en el que los participantes se forman al trabajar sobre necesidades reales del entorno con el objetivo de mejorarlo.
Este servicio a la comunidad permite aprender y colaborar en un marco de reciprocidad, más allá de las posturas meramente asistencialistas. Se dan también procesos –sistemáticos u ocasionales- de adquisición de conocimientos y competencias para la vida que abarquen distintos aspectos de la formación humana. No se trata sólo de un aprendizaje informal, sino de un trabajo explícito dentro del proceso de enseñanza y aprendizaje. Se aplica una pedagogía de la experiencia y de la reflexión, alejada de la enseñanza puramente verbal, academicista y memorística. Y se establece también una red de alianzas entre las instituciones educativas y las entidades sociales que facilitan servicios a la comunidad. Un concepto y una realidad pedagógica muy conocida, elaborada y aplicada es el de “ciudad educadora”, en cuya complejidad y riqueza no podemos entrar ahora.
La tarea que propone el APS abarca la asimilación de contenidos, la educación en valores, la transformación del entorno social y de la institución educativa. Posee una indudable riqueza humanista de fondo, como la de poder repensar y recrear las formas actuales de nuestra convivencia democrática, el profundizar en la racionalidad de las acciones, el descubrir el aspecto antropológico, social y pedagógico del concepto de ciudadanía (“aprender a vivir juntos”), el propiciar un debate creativo sobre derechos y deberes, el afinar el sentido de identidad y de pertenencia, el entender la participación como cultura del encuentro y de la cooperación, y el clarificar que la educación cívica (EC) consiste en desarrollar a la vez el sentido del compromiso y el espíritu crítico.
Todo este empeño educativo puede y debe ayudar a corregir la posible y tantas veces comprobada degradación y manipulación del hecho democrático. También, a comprobar y aplicar las auténticas dimensiones de la educación global: cognitiva, afectiva y moral, principalmente. La EC –con todos los preámbulos necesarios- comprende un aprendizaje vivencial y práctico de los valores democráticos y –según Dewey- la democracia es, además, una forma de gobierno, un estilo moral y un modo de vida comunitario. Todo ello debe reflejarse en la trama organizativa de la vida escolar mediante la práctica del ya mencionado protagonismo consciente y responsable de nuestro alumnado, de las generaciones de adolescentes y jóvenes a los que queremos formar de un modo veraz y profundo, realista y adaptado a sus circunstancias y necesidades.
Hablar sobre ciudadanía nos ofrece la oportunidad de debatir qué educación y qué sociedad son necesarias, qué educación y qué sociedad queremos. La principal función de la EC estriba en formar personas política y moralmente activas, conscientes de sus derechos y obligaciones, comprometidas en la defensa de la democracia y los derechos humanos, sensibles y solidarias con las circunstancias y situaciones de los demás y con el entorno en el que vivimos.
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Bibliografía
MARTÍNEZ RODRÍGUEZ, Juan Bautista (2005), Educación para la ciudadanía, Morata, Madrid.
SÁNCHEZ TORRADO, Santiago (1998), Ciudadanía sin fronteras. Cómo pensar y aplicar una educación en valores, Desclée De Brouwer, Bilbao.
(1996) “El concepto de ciudadanía”, en Voluntariado, sociedad civil y asociaciones, Cuadernos de la Red CIMS, Madrid.
MAYORDOMO, Alejandro ( 1999), Humanismo cívico, Ariel, Barcelona.
SÁNCHEZ, Jordi (2006) “El aprendizaje-servicio, un instrumento de la educación para la ciudadanía”, y PUIG ROVIRA, José Mª y PALOS RODRÍGUEZ, Josep, “Rasgos pedagógicos del aprendizaje-servicio”, en Cuadernos de Pedagogía nº 357, mayo de 2006.
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